Como no es posible abordar ahora otras fuentes que han tratado el tema, remito mínimamente a la antología de Elena Laurenzi María Zambrano: nacer por sí misma y al monográfico sobre lo femenino en la obra de la pensadora de la revista Aurora (1999). Aquí se pueden consultar textos que sirven de guía en la comprensión de ese difícil concepto zambraniano de la doncella. Lo encontraremos en las figuras mencionadas, pero también encarnado en la experiencia vital de la filósofa, en sus relaciones conyugales y extraconyugales ya discutidas, así como en la huella que pudo dejar su frustrada maternidad, esa de la cual nunca escribió ni comentó nada. La doncellez, como actitud de pureza, como arquetipo humano más allá de la sexualidad, se ha expresado más nítidamente en aquella metáfora con que ella misma se describe de niña, en su escrito «A modo de autobiografía», cuando quería ser «caja de música» y «caballero templario» (Zambrano, 2014, p. 717). De ese texto debo entresacar unas palabras que explicarían a Pittaluga porque su amada anteponía al «querer» la «impasibilidad». Cito de Zambrano (2014, p. 719): «Entonces no tengo más remedio que aceptar que mi verdadera condición, es decir, vocación, ha sido la de ser, no de ser algo, sino la de pensar, la de ver, la de mirar, la de tener una paciencia sin límites, que aún me dura, para seguir pensado…». Nótese que describe su «condición» sexual con alusiones objetuales (una caja de música) o fuera de su género adscrito (un caballero templario), pero, más importante aún, define su «condición» por su «vocación».
No fue una mujer que practicó la doncellez, pero esta fue para ella un ideal. En 1940, ya lo había declarado en una conferencia ofrecida en La Habana, recogida en la revista Ultra, «La mujer en la vida medieval», que se reproduce en Ortega Muñoz (2007, p. 119). La cita reza: «El culto a la virginidad no tiene otro sentido; es la adoración de la pureza absoluta que luego se va a elevar al más alto grado con el dogma de la Inmaculada Concepción». Décadas después, en 1987, en el prólogo al libro sobre Lucrecia de León, sigue Zambrano (1987, p. 14) pronunciándose con admiración sobre este tema: «Es el ser humano puro, lo que quiere decir en potencia, vaso que encierra las más maravillosas posibilidades… Y esta doncella manifiesta así, en cumplida forma, lo propio y esencial de la virginidad como ser más allá de como estado. La fidelidad es el núcleo de este ser, su absoluto. Y es el mantenimiento de esa total fidelidad lo que mantiene a su vez intacta en su ser a la doncella, aunque llegara a ser madre, pues la condición maternal se nutre de esta pureza, actualiza la potencia encerrada en la entera doncella». El «amante italiano» no pudo leerla, había muerto en 1956 en La Habana. Sus restos descansan en el Cementerio de Colón, donde pasaron ambos ingenuas tardes, libres por momentos de la utopía de pureza que trajo a la relación María Zambrano. Pero Gustavo Pittaluga era un hombre que amaba demasiado, y no pudo menos que aceptarla.
VI. «SU GUÍA EN EL EXILIO»
Así lo llamó ella (Zambrano, en Moreno Sanz, 2014, p. 73) y a él quiso dedicar un libro que no llegó a publicar, El camino del exilio, según escribe a Andreu en carta del 29 de enero de 1975 (Zambrano, en Andreu, 2002, p. 165). Así también lo ratifica en carta a Laurette Séjourné del 15 de mayo de 1976: «Es la mayor amistad que yo haya mantenido en el exilio» (Fundación María Zambrano, Archivo, Serie Correspondencia Personal), siempre refiriéndose a Pittaluga. Para concluir, veo la necesidad de rescatar de esta historia al Pittaluga que, con amoroso cuidado, la sostuvo en sus momentos más difíciles del exilio; en lo que conocemos de Zambrano, el lugar que ella le concedió en sus afectos y recuerdos en la vejez; de ambas partes, el apoyo mutuo en los procesos de escritura e investigación sobre temas en los que compartían interés y que dieron por resultado aquel libro que quizás debiera llevar el nombre de los dos. Por décadas, en presencia de alma y cuerpo, con La Habana de trasfondo, fueron interlocutores de esa «soledad transatlántica» que los unió. Cada cual, desde sus convicciones y sus necesidades, brindó al otro un nicho en la «intemperie» que es todo exilio.
BIBLIOGRAFÍA
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Archivo de la Fundación María Zambrano, Vélez-Málaga, Málaga.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]