En el convulso Berlín de los años veinte, Xammar y Pla, inmersos en una crisis política sin precedentes, que provocó la inflación monetaria de la República de Weimar, que tanto les llegó a impresionar (Pla, por ejemplo, recordaba que, para enviar el artículo a Barcelona, debía franquear la carta con un sello de… ¡treinta millones de marcos!), llevaban una vida llena de comodidades gracias al cambio favorable de la peseta. Aparentemente, se sintieron muy bien integrados en una ciudad que había hecho del ocio un emblema de la cultura moderna. Como periodistas preocupados en reflejar las nuevas formas de representación de la realidad de la posguerra europea, asistieron con cierta perplejidad a las transformaciones de la vida urbana, a la presencia masiva en la capital alemana de la fotografía y la publicidad, a la popularización de deportes como el boxeo o el fútbol y a los grandes acontecimientos de masas que presagiaban una trágica evolución histórica (Pla, 2000, p. 24). En el hotel Adlon, compartían reuniones y tertulias con otros periodistas extranjeros, sobre todo, corresponsales italianos; frecuentaban los cafés, los cabarés y los espectáculos nocturnos; iban al teatro, a la ópera y al cine; comían a menudo en el restaurante Kempisnki y pasaban las tardes escribiendo en las mesas redondas del famoso café Bardinet, en Potsdamerstrasse, refugio de escritores y artistas de todas las nacionalidades, o en el no menos célebre Romanisches Kaffe, situado al principio de la famosa avenida Kurfürstendamm, el eje más cosmopolita del Berlín del momento, en pleno barrio judío. Por aquel inmenso café berlinés de severa fachada neogótica, Xammar y Pla conocieron al periodista ruso Nicolás Tasin, al corresponsal de La Nación de Buenos Aires, Julio Álvarez del Vayo, o al de La Vanguardia, Enrique Domínguez Rodiño. Sin embargo, los dos corresponsales catalanes practicaban un modelo de periodismo muy alejado. Si el periodismo de Xammar se fundamentaba, tal como él mismo lo reconocía, en los «sustantivos», en la apariencia objetiva de las cosas aportadas por la realidad, la palabra de Pla, en cambio, era mucho más interpretativa, y hasta a veces más lírica, hacía del adjetivo el elemento capital de su práctica estilística y, además, convertía a la adjetivación en el indicio más profundo de su interpretación imaginativa de la realidad (Pla, 2000, p. 21). Si Xammar era sobre todo un analítico, Pla, por el contrario, era un sintético.

Xammar y Pla convivieron durante una temporada en el cosmopolita Berlín de la primera posguerra, aunque relativamente poco tiempo: entre agosto de 1923 y febrero de 1924. Fue una etapa atravesada por una evidente angustia personal y profesional. El temor por las consecuencias de la dictadura de Primo de Rivera y, en especial, por la instauración de la censura en España, que podía conllevar el cierre gubernamental de periódicos y revistas, el principal medio de subsistencia de los dos escritores, no les debió abandonar ni un momento. La primera idea de Pla al llegar a Berlín era organizar lo más pronto posible una expedición a Rusia para su periódico y, después de algunos titubeos, también Xammar trasladó la propuesta a su propio diario. Pero el viaje a Moscú, acogidos y acompañados por el político y escritor catalán Andreu Nin, que ejerció de cicerone y traductor en Moscú, no se concretó hasta dos años más tarde, en julio de 1925. De las crónicas soviéticas, Pla acabó extrayendo una selección que se publicó aquel mismo año en un libro importante, Rússia. Notícies de la URSS. Una enquesta periodística (1925). Xammar, en cambio, se cansó pronto, no llegó a interesarse por el nuevo régimen bolchevique y publicó tan sólo una docena de artículos. Frustrado el primer intento de trasladarse a Rusia, Xammar y Pla emprendieron una serie de viajes por una Alemania devastada que permitieron a los dos corresponsales comprobar sobre el terreno el estado de desolación moral y de miseria económica a que se había sometido a zonas como Renania, Baviera o la cuenca del Ruhr después de la guerra. Xammar y Pla salieron de Berlín el 4 de agosto de 1923, para enviar las crónicas a sus respectivos periódicos, en un itinerario prefijado que empezó en Colonia y siguió por Aquisgrán, Düren, Bonn, Coblenza, Maguncia, Baños del Rin, Fráncfort, Palatinado, Múnich, Núremberg, Coburgo, Weimar, Dresde y, de nuevo, retorno a Berlín. Como Pla no hablaba alemán, su dependencia de Xammar era total, por lo que cabe pensar que la presencia e influencia del primero sobre los artículos del segundo fueron notables. La serie de crónicas y reportajes de Xammar para La Veu de Catalunya llevaban un subtítulo común, «La Alemania de hoy». Los de Pla, enviados a La Publicitat, se titulaban «La inquietante periferia germánica».

Impresiona leer hoy aquellos artículos escritos en un catalán que destaca por su sobriedad, contención y lucidez, a veces descarnada, para analizar una situación política internacional basada en la inestabilidad de horizontes, pocos años después de la revolución soviética, del discutible resultado del Tratado de Versalles, con los primeros resultados de la movilización mussoliniana y la aparición de políticos extremos. En una «Galería de retratos» de Baviera, Xammar dedicaba su crónica a describir a «personajes que vale la pena conocer. Algunos tienen ya mucha fama y otros la tendrán, y si no llegan a tenerla es que no hay justicia» (La Veu de Catalunya, 9 de octubre de 1923; Xammar, 2005, p. 166). Al lado del «rey» de Baviera, del «príncipe» de Wrede, del presidente el Consejo bávaro Von Knilling, Xammar escribía de forma extensa, quizá por primera vez, sobre Adolf Hitler:

Últimamente, ha tenido la ocurrencia de hacerse retratar y difundir su retrato por toda Alemania. Yo no he visto de él más que este retrato y es como si lo conociera de toda la vida. Lleva gabardina, con un cinturón (me parece que con esto ya está todo dicho), raya al lado y un bigote recortado de tal manera que resulta más alto que ancho. Tiene la cabeza levantada, la boca abierta y la mirada perdida, y, considerando el conjunto, una pose de satisfacción característica de las personalidades dictatoriales. […] Hitler es un hombre que se hace muchas ilusiones. Pero, mientras él habla, y con el dinero que le llega, no se sabe muy bien de dónde, compra armas y publica un periódico de combate —el Völkischer Beobachter— que es uno de los mejores de Alemania (9 de octubre de 1923).

 

Si a Xammar le preocupaba seguir la actualidad política del momento y reflejar en sus crónicas las incertitudes de una situación insostenible, con los inminentes cambios ministeriales, las obligadas presiones sindicalistas y las tensiones territoriales, la mirada de Pla en sus artículos era mucho más personal, basada, sobre todo, en los efectos de la convulsión política entre la gente corriente y su vida cotidiana: la agonía de las clases medias, el auge del número de suicidios en Berlín, con el macabro aumento del precio de la cremación de cadáveres («Professors de revolució», La Publicitat, 10 de agosto de 1923), la sorpresa causada por la desintegración de valores propiciada por la caída del marco, en una inflación nunca vista, que llevan a Pla a bromear —«Hoy el marco serviría para empapelar habitaciones»— («Der Dollar: 450 000 000 Mark», La Publicitat, 16 de octubre de 1923), el charlar con los viajeros del compartimento del vagón del tren que los lleva de Berlín a Colonia, unos comerciantes que le aseguraron que España es «un país al que la expulsión de los judíos le fue fatal» (la traducción es mía; «Concepcions de món, de tren», La Publicitat, 13 de noviembre de 1923), etcétera.

El 7 de noviembre Xammar y Pla llegaron desde Coblenza a Múnich, una ciudad en la que ya eran habituales los grupos de gente discutiendo sobre política en la calle, con súbitos atentados, y en que las ambulancias recorrían estrepitosamente las avenidas con los heridos. El día siguiente era la vigilia del quinto aniversario de la proclamación de la República, después de la abdicación del káiser. Como era habitual, la ciudad se llenó, según Xammar, de discursos, gritos, desfiles, canciones patrióticas, bailes y mucha cerveza: «En Baviera, sin cerveza no hay política» («El golpe de Estado como espectáculo», La Veu de Catalunya, 17 de noviembre de 1923). La mayor celebración se centraba en una cervecería, el Bürgerbräukeller, la bodega de más renombre de Múnich y sede del que desde aquel día sería conocido como el famoso putsch. Xammar y Pla estuvieron aquella tarde-noche en la cervecería y siguieron in situ, a primera línea y con todo detalle, las acciones violentas que se llevaron a cabo. Pla afirmó en un artículo publicado dos semanas más tarde (debido a los retrasos de correo de los que a menudo se quejaba): «El putsch del día 8 que hemos tenido el honor de presenciar» («Múnic, terra de cops d’Estat», La Publicitat, 22 de noviembre de 1923; la traducción es mía). Si hemos de creer lo que explica Pla, el 8 de noviembre se levantaron pronto, por la mañana pasearon por las calles, ya que los comercios no abrieron hasta las doce del mediodía. En las paredes, un bando anunciaba un discurso de Von Kahr sobre el «Dictado de Versalles y el marxismus» en el Bürgerbräukeller. A aquella hora, las cervecerías se llenaron de golpe, con pequeñas multitudes vestidas con sombreros y pintorescas plumas. A media tarde, toda la ciudad era una «olla de canciones», canciones de guerra y contra los judíos. «Así hemos pasado el día», escribió Pla, hasta las seis de la tarde, en que se aposentaron en la bodega:

Total
1
Shares