Hay otro elemento interesante. En su artículo «Von Kahr explica el golpe de Estado de Múnich», publicado el día anterior de la famosa entrevista, Xammar afirma haber asistido a una conferencia de prensa con Von Kahr sobre lo ocurrido horas antes del putsch. Von Kahr afirmaba: «El mismo día, 8 de noviembre, por la tarde, tuve una última entrevista con los representantes de la asociaciones y ligas patrióticas. […] Ésta es mi opinión, y una vez la hube expuesto y fundamentado, todos los presentes —Hitler y Ludendorff entre ellos— la aprobaron» (La Veu de Catalunya, 23 de noviembre de 1923; Xammar, 2005, p. 202). Si creemos sus palabras, y no tenemos por qué no hacerlo, Hitler sólo habría tenido un momento libre aquella mañana para quedar con los dos periodistas, porque Von Kahr seguía afirmando: «Cinco horas más tarde, Hitler, faltando a su palabra, se presentaba en el Bürgerbräukeller, y con el revólver en la mano, obligaba al general Von Lossow y al coronel Seisser, jefe de policía, y a mí mismo, a declararnos de acuerdo con la revolución nacional, que él acaba de iniciar».

Sin embargo, tanto Xammar como Pla destacaron que era la primera vez que veían a Hitler. Decía Xammar: «Es verdad que entonces no habíamos visto de Hitler más que en retrato. Pero, ahora que lo hemos tenido delante, no sabríamos añadir ni una sola palabra. Entre la fotografía y el hombre, equivalencia absoluta. Se ve enseguida que Hitler es uno de esos hombres que han venido al mundo expresamente para hacerse retratar». Según Xammar, Hitler los recibió en su despacho, con el impermeable puesto y la «cruz germánica bordada en la bocamanga», no se quitó la gorra, saludó militarmente entrechocando los talones, les ofreció asiento y, a continuación, empezó a hablar. Y se ponía muy nervioso ante las preguntas de Xammar, o lo que Hitler consideraba interrupciones. Habló, en primer lugar, contra los extranjeros, «casi todos judíos», por los que, decía, «profesamos muy poca simpatía», aunque los salvó, a los dos corresponsales, el aprecio que Hitler tenía por Primo de Rivera:

—Hace unos cuantos meses, pasearse por las calles de Múnich con cara de extranjero era peligroso, se lo confieso. La juventud estaba muy excitada y los garrotazos eran frecuentes. Usted mismo, con la nariz que tiene, no se habría escapado. De todos modos, declarando que era español, después del primer trompazo, nadie le hubiera propinado el segundo…

Hitler se ríe, y yo también, pero no tan a gusto como él (Xammar, 2005, p. 205).

 

Pero lo más impactante, claro está, de las palabras de Hitler reportadas por el periodista barcelonés en su artículo son sus referencias al «problema judío», a las ideas «claras y divertidísimas» que les dedica, según Xammar (que en ningún momento deja de considerar al político nazi como un histrión despreciable) y, sobre todo, al uso inaugural de metáforas que años después arrastraron a toda Europa por el lodazal de la historia. La ligereza conceptual, por más provocativa que fuera, con la que Hitler se expresaba dos décadas antes de la llamada «solución final» hiela hoy la sangre a cualquier lector: «La cuestión judía es un cáncer que roe el organismo nacional germánico. Un cáncer político y social. Afortunadamente, los cánceres políticos y sociales no son una enfermedad incurable. Tenemos la extirpación. Si queremos que Alemania viva, debemos eliminar a los judíos…». O: «En toda Alemania hay más de un millón de judíos. ¿Qué quiere hacer? ¿Los quiere matar a todos en una noche? Sería la gran solución, evidentemente, y si eso pudiera ocurrir la salvación de Alemania estaría asegurada. Pero no es posible. Lo he estudiado de todas las maneras y no es posible». La entrevista de Xammar finalizaba con otra frase enigmática, anunciaba una continuación para el día siguiente que, extrañamente, nunca se llegó a publicar: «Mañana tendremos ocasión de exponer sus concepciones económicas y políticas, que, como nuestros queridos lectores —y nosotros mismos— tendrán repetidas ocasiones de constatar, no tienen desperdicio». Este final indicaría, quizás, que Hitler los habría invitado a regresar el día después, o más tarde, confiando en la victoria de su disparatado putsch.

Curiosamente, tres días más tarde, el martes 27 de noviembre, Xammar publicó una muy poco conocida versión en castellano de la entrevista, titulada «Hitler o La simpleza desencadenada», en el vespertino La Correspondencia de Valencia, el periódico en el que venía colaborando gracias a su gran amistad con el periodista alicantino Carlos Esplá. No hay cambios sustanciales entre la versión original catalana y la traducción castellana, más allá de optar por «simpleza» y «simple» para traducir el catalán «ximpleria» y «ximple» («necedad» y «necio» en la traducción de Ana Prieto en la editorial Acantilado), y la más significativa de «exterminio» por el catalán «pogrom», que sí mantiene la versión castellana reciente, «pogromo».

La entrevista firmada por Josep Pla era sensiblemente diferente, mucho más descriptiva e irónica. Como Pla no entendía el alemán, cabe suponer que la conversación la mantuvo principalmente Xammar. Pla debió escuchar mucho, observar con atención toda la escena y, sobre todo, radiografiar a su sorprendente interlocutor, por lo que se comprende que su artículo llevara un subtítulo significativo: «Monólogo». Su texto se publicó cuatro días después del de Xammar, el 24 de noviembre, en el progresista La Publicitat. La mirada del joven periodista catalán era distanciada, escéptica y desmitificadora: describió la redacción del periódico hitleriano como un verdadero «campo de batalla», lo que lo llevó a deducir: «Uno constata que un campo de batalla reaccionario es, aproximadamente, igual que un campo de batalla revolucionario. Impera el mismo desorden, el mismo entrar y salir, las mismas cosas pintorescas, la misma inútil febrilidad». Después de escrutar con su aguda mirada la redacción y a los redactores, la descripción se detenía en la figura de Hitler, en su aspecto físico, en su aplomo oratorio y, en una estrategia habitual en el escritor catalán, en uno de los detalles de su vestimenta, el impermeable: «Es un impermeable vulgar, con cinturón y solapas grandes, pero parece el patrón del que han salido los impermeables vulgares, con solapas grandes y cinturón. En la manga, Hitler lleva una gran cruz teutónica. Esta cruz, hoy, en Alemania, es el signo antijudío. Los judíos usan los dos triángulos superpuestos e invertidos. Los antijudíos usan una cruz con prolongaciones en los cuatro brazos que le confieren el aire de ser una cruz con cangilones». Aunque de forma más vaga, en el texto de Pla había también una clara coincidencia con el de Xammar a la hora de tratar el tema judío:

Aquí estamos aún dominados por una serie de experimentadores siniestros, vendidos al extranjero, marxistas y judíos. Todo esto debe explicarse. Sobre todo, debemos resolver de una manera general con una explosión en los cuatro puntos del imperio el problema judío. Este problema lo vamos a resolver con la expulsión en masa. Tenemos un precedente en lo que hizo España con los judíos. Nosotros, sin embargo, vamos a corregir la solución española. No vamos a dejar a los judíos la opción entre la conversión o la expulsión, como hizo España. No. Optamos por la expulsión pura y simple. Para España, el problema judío era un problema religioso; para nosotros, es un problema de raza (Xammar, 2005, p. 210).

 

La gran y más significativa diferencia entre la superficial entrevista de Javier Bueno para ABC y las dos de Xammar y Pla para los diarios barceloneses se encuentra, pues, en la fuerte presencia del tema judío y en el avance, por parte de Hitler ante los corresponsales, de la solución final unos meses antes de escribir y publicar Mein Kampf en 1925, escrito, precisamente, durante su encarcelamiento posterior al putsch.

 

LA POLÉMICA POSTERIDAD DE UNA ENTREVISTA
Pese a ser autores prolíficos y a ejercitar una memoria, tanto sensible como histórica, de una exactitud sorprendente en sus artículos y libros, parece que Eugeni Xammar y Josep Pla decidieron no volver a hablar nunca más de su entrevista con el joven y entonces totalmente desconocido en Barcelona Adolf Hitler. En las memorias Seixanta anys d’anar pel món, Xammar narra con todo lujo de detalles sus primeros años de estancia en Berlín y la llegada en agosto de 1923 de su joven amigo. Pero su referencia a los días de Múnich es muy vaga y contiene algunos errores que no son habituales en alguien que disfrutaba de una memoria realmente prodigiosa, tanto de nombres como de fechas y de lugares. Así, dice: «Aquella noche, mientras Josep Pla y yo nos hacíamos pasar la sed en la Franziskaner Bräu, en un alter-keller de Múnich —el de la Hofbräu, si no me equivoco—, pasaban cosas graves. Cuando nos metimos en la cama, Josep Pla y yo, aquella noche del 9 de noviembre era más bien fría, ni él ni yo sospechábamos que iba a ser histórica. Lo fue, según leímos en los periódicos del día después, de una manera espectacular» (Xammar, 2007, p. 265; la traducción es mía). Y, en otra ocasión, en el mismo libro autobiográfico (aunque dictado), en la descripción de Hitler que da al final de su vida, Xammar retoma el adjetivo «ximple» que ya utilizó en 1923: «Era un perfecto ximple, un charlatán incontinente, un primario, el tipo acabado del analfabeto capaz de leer y escribir» (Xammar, 2007, p. 264; la traducción es mía).

Si bien hay quien ha señalado que Pla nunca escribió posteriormente sobre su encuentro con Hitler, lo cierto es que el autor de El cuaderno gris hace como mínimo dos referencias en su Obra completa. Las dos son también muy breves, vagas, inconcretas y, en definitiva, decepcionantes. En su volumen de narraciones La vida amarga, publicado en 1969, pero escrito en sus primeras versiones durante los años de Berlín, y, más concretamente, en la que lleva por título «El retablo de la inflación», Pla escribió: «En Múnich, vivimos las primeras tentativas de Hitler para apoderarse de las cervecerías y saltar de estos establecimientos a la dirección del Estado. En el curso de estos viajes, aprendí a conocer y a admirar a mi compañero. Yo era muy joven, mi experiencia era escasa. Xammar llevaba ya cinco o seis años de París y seis o siete de Londres; era un hombre formado. Nuestras conversaciones eran animadas e inacabables, porque respondían a este contraste» (Pla, 1969, p. 561). Y en uno de los últimos volúmenes publicados ya después de su muerte, Darrers escrits, en un texto tan significativo como «Eugeni Xammar, una biografia estricta», Pla afirmaba muy escuetamente: «En Múnich, asistimos a las primeras conferencias de Hitler. Estaba claro: sería una dictadura impresionante. Hitler recitaba su libro, Mi lucha, al lado del general Ludendorff, de la última guerra» (Pla, 1984, p. 243).

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