La cervecería Münchner Bürgerbräukeller es una de las más enormes y más distinguidas de la ciudad. Delante de la puerta, hay un vestíbulo ante el cual se abre la mar inmensa de las mesas del establecimiento. Sobre el vestíbulo, de espaldas a la puerta, han alzado una tarima de estas de velada de reparto de premios. Las paredes están llenas de animales recortados, de antigüedades falsificadas, según el gusto germánico. […] La sala, en el momento de entrar Von Kahr rodeado del ministerio bavarés, está llena de lo bueno y mejor de Múnich, hay señores bien vestidos y señoritas escotadas. Cuando Von Kahr empieza su discurso, todo el mundo monta la guardia frente a un jarro de dos palmos de cerveza negra («Un cop d’Estat en una cerveseria», La Publicitat, 23 de noviembre de 1923; la traducción es mía).
Al cabo de unos minutos, cuando el discurso de Von Kahr, según Pla, «marchaba como una nave en alta mar de cerveza y de humo», se produjo una suspensión y un silencio. La gente se miró extrañada y, acto seguido, dirigió sus miradas hacia la puerta de la bodega: «Se ha presentado Hitler delante de una banda. Hitler entra. La gente protesta. Von Kahr es vitoreado. Hitler pide poder hablar. La protesta se hace más densa. Hitler avanza, decidido, sube al estrado, se saca su revólver y dispara dos tiros al techo. Cae un poco de cal y polvo. Se hace un silencio glacial. Hitler habla» (Josep Pla, «Un cop d’Estat en una cerveseria», La Publicitat, 23 de noviembre de 1923; la traducción es mía). Al cabo de unas horas, siguiendo órdenes de Von Kahr, la policía de Múnich detuvo a Hitler. En su artículo, memorable, Pla dejaba escapar en una frase enigmática: «Ya tendremos ocasión de describir a Hitler más adelante».
En la crónica que publicó unos días antes en su periódico, Xammar se detenía, dado su gran conocimiento de la lengua alemana, en el contenido y los detalles ideológicos del discurso de Von Kahr. Pero su descripción como testimonio de la llegada y entrada de Hitler en la cervecería era antológica. Se trata del «subcapítulo» titulado «La campanilla de Hitler», en el que Xammar, mordaz e irónico, afirmaba que la campanilla de Hitler «en cualquier parte del mundo hubiera provocado una desbandada». En Baviera, al contrario, se podía asegurar el éxito de un golpe de Estado gracias a la cerveza, ya que era, «en último término, garantía de orden», al quedar muy reducida la movilidad «de un bávaro con seis u ocho litros de cerveza en la tripa»:
Cuando el discurso de Von Kahr se estaba acabando por momentos, la gente, llevada por la riada de cerveza, se habría ido a dormir de muy buena gana. Pero Hitler tenía dispuestas las cosas de otro modo. Seis compañías del Kampfhund, la organización de combate del Partido Socialista Nacional, ocuparon, a las nueve y media, las calles que rodean el Bürgerbräukeller. Hitler en persona y unos cincuenta hombres de confianza con dos ametralladoras se presentaron en la puerta principal; dejaron las ametralladoras con un piquete, y Hitler penetró con su guardia de corps en el vestíbulo. Desde dentro se oyen los gritos y el ruido que hacen. La gente se levanta, canta el «Deutschland über alles» y grita de mala manera: «¡Viva Von Kahr! ¡Viva el rey Rupert!». Entretanto, Hitler, acompañado de una treintena de hombres armados con revólveres, está ya en la sala. Lleva el arma en la mano derecha y grita como un desesperado:
—¡Viva Alemania! ¡Muera el Gobierno de los judíos! ¡Callaos! ¡Nosotros no vamos contra Von Kahr!
Hitler tiene una voz de segundo cornetín que se hace oír a pesar del griterío. La gente le deja paso y ya lo tenemos sobre la tarima. Von Kahr se mete los papeles en el bolsillo y se sienta. Hitler quiere hablar, pero el desorden y los vivas a Von Kahr y al rey Rupert le ahogan la voz. Es entonces cuando Hitler con un gesto completamente norteamericano y cinematográfico levanta la mano al aire y encaja dos tiros en el techo («El golpe de Estado como espectáculo», La Veu de Catalunya, 17 de noviembre de 1923; Xammar, 2005, pp. 190 y 191).
Este texto formidable se nos presenta hoy como un ejemplo del mejor periodismo narrativo contemporáneo, gracias, en parte, al empleo de la primera persona, al detallismo espacial y temporal, al paso del pasado al presente de indicativo, al uso de diálogos, a sus frases tajantes o al situarse el mismo autor en escena convertido en un personaje más, indicios textuales de veracidad que el periodista insiste en hacer aflorar para acreditar la verosimilitud de su crónica. Aunque tampoco puede olvidarse su innegable malicia narrativa, ya que tanto Xammar como Pla parecían andar con mucho cuidado en la dosificación de los detalles de lo que ocurrió y de lo que hicieron en Múnich aquel día 8 de noviembre de 1923. Una semana después, Xammar publicó la famosa entrevista con Hitler en La Veu y Pla, en La Publi, once días más tarde. Las primera líneas de la entrevista, que tanto Xammar como Pla presentaron a sus lectores como la primera concedida a periódicos peninsulares, podían sorprender, pues Xammar afirmaba que se realizó «pocas horas antes del golpe de Estado» y que por razones de «actualidad» se habían visto «obligados a ocuparnos, antes, de otros asuntos y a hablar de Hitler por otros motivos» («Adolf Hitler o la ximpleria desencadenada», La Veu de Catalunya, 24 de noviembre de 1923; la traducción castellana en Xammar, 2005, p. 204).
SEIS MESES ANTES: LA ENTREVISTA DE JAVIER BUENO A HITLER EN ABC
Aunque a Xammar y a Pla les interesara destacar que su entrevista era la primera que se había publicado en la prensa española, lo cierto que es que el diario ABC publicó seis meses antes una conversación con Adolf Hitler a cargo del periodista Javier Bueno, firmada con el seudónimo de Antonio Azpeitua. El periodista Javier Bueno García (Madrid, 1891-1967), que no debe ser confundido con el también periodista socialista Javier Bueno, fue corresponsal durante la Primera Guerra Mundial en Francia, de donde fue expulsado por germanófilo. Al terminar la crisis bélica, fue nombrado redactor y corresponsal de ABC en Berlín. El 6 de abril de 1923 Azpeitua firmaba su sección «ABC en Alemania» con el título «Hitler, el jefe del fascismo bávaro», una conversación con el entonces prácticamente desconocido agitador político. La entrevista se realizó gracias a la intermediación de un «exalmirante» alemán, monárquico, del cual se desconoce el nombre, un típico «rábano», es decir «rojo por dentro y blanco por fuera», que dirigía en aquel momento la sección de política internacional de un periódico de Múnich.
Los tres se encontraron y charlaron, tomando el té, en una gran casa situada en Bavaria Ring, una zona apartada de la ciudad con escuelas y gimnasios. Mientras el periodista español espera, impaciente, el exalmirante afirma: «Es hombre de actividad asombrosa; aparece y desaparece cuando menos lo esperan sus partidarios; nadie puede decir dónde está; surge como un fantasma…». Al cabo de unos minutos, Hitler llega apresuradamente, con el rostro congestionado, vociferando, sus puños golpean a enemigos invisibles, cuelga una pistola en el perchero y se sienta. Antes de preguntarle por su programa ideológico, Azpeitua ensaya un retrato físico del futuro dictador, un hombre que se muestra receloso e inquieto: «Alto, ancho de hombros, musculoso, vestido como un funcionario subalterno. Cabeza grande sobre cuello de toro; fuertes maxilares inferiores, ojos azules muy a flor del rostro, que expresan exaltación, violencia, agresividad, ambición, seguridad de dominio. Debajo de una nariz plebeya, cuyas ventanas son exageradamente grandes, el bigote, de cerdas como púas, ha sido reducido al mínimum por el rasurado». Pero Azpeitua apenas puede ejercitar sus dotes de entrevistador. La palabra de Hitler se convierte en «un torrente de oratoria violenta, tempestuosa, atronadora. Su odio furioso va todo contra el marxismus, el marxismus de la derecha y de la izquierda». Hitler afirma necesitar dinero, proclama querer resucitar el espíritu alemán de 1914, pretende abolir el parlamentarismo, niega la liberta de prensa, prevé instaurar la censura en el teatro y el cine y desarrolla un programa político: «Extraña mezcla de nacionalismo intransigente y dictadura revolucionaria que tiene muchos puntos en contacto con el sóviet», afirma Bueno. El corresponsal español asegura que Hitler «sabe cuál es la psicología del pueblo, porque viene del pueblo y sabe cómo se debe actuar para impresionarlo». Lo que explica que su falta de preparación intelectual quede compensada por el recurrir asiduamente «al ejemplo simplista, al símil, a la comparación de cosas concretas […] para impresionar a las multitudes». Después de gritar tanto que hasta peligra la vajilla que está sobre la mesa, Hitler da por terminada la conversación. «“Si quiere usted, lo llevaré adonde se proponga ir”, dice. Y luego añade: “Pero debo advertirle que a mi lado se corre algún peligro”. “Acepto su ofrecimiento —contesto—; más temo perderme en este barrio que no conozco”. Por el camino me pregunto: “¿Cuál es el grado de la influencia que este hombre ejerce y dónde?”».
¿UNA ENTREVISTA SORPRENDENTE?
Cuando Josep Pla repasó lo que él y Xammar hicieron durante su segundo día en Múnich, no mencionó en ningún lugar que hubieran visto a Hitler antes de llegar aquella tarde al Bürgerbräukeller. Pasearon por una ciudad vacía en día festivo y, a partir del mediodía, se agolparon en las cervecerías junto a miles de muniqueses. Sin embargo, Xammar empezaba su texto diciendo que Adolf Hitler, al que calificaba de «futuro exdictador de Alemania», les «había concedido una entrevista que no dudamos en calificar de interesante», y que ésta había tenido lugar «pocas horas antes del golpe de Estado». Pero de toda evidencia el texto debía estar escrito después del mismo 8 de noviembre, ya que Xammar hablaba de un Hitler «herido y encarcelado» que seguía siendo «para nosotros el mismo que, intacto y en libertad, era: el necio más sustancioso que, desde que estamos en el mundo, hemos tenido el gusto de conocer. Un necio cargado de empuje, de vitalidad, de energía; un necio sin medida ni freno. Un necio monumental, magnífico y destinado a hacer una carrera brillantísima. (De esto último él está aún más convencido que nosotros mismos)» (Xammar, 2005, p. 204). La verdad es que sorprende que el día en que Hitler había planeado el sonado golpe de Múnich pudiera dedicar una parte de su tiempo a entrevistarse con dos periodistas catalanes. O quizás la conversación debería haber tenido lugar el día antes, el mismo día de su llegada a la capital bávara. Aunque, si creemos a Pla, la entrevista debió producirse en todo caso sin ningún tipo de cita previa, tan sólo presentándose de improviso en la sede del periódico del partido nacionalsocialista. Situados en la portería del Völkischer Beobachter, el Observador Popular, dice Pla, la única forma de subir al piso y acceder a la redacción del periódico «es cantar siempre la alabanza de Primo de Rivera» («Coses de Baviera. Hitler (monòleg)», La Publicitat, 28 de noviembre de 1923; Xammar, 2005, pp. 208 y 209).