POR LOLA NIETO

Fotografía de Bernabeì Fernaìndez

¿Por qué sigo leyendo a Chantal Maillard? ¿Por qué acepto escribir sobre sus libros? ¿Por qué continúo enredándome en estas palabras que casi conozco de memoria? He atravesado su escritura con fervor, angustia, asfixia, duda, desconsuelo, suspicacia, gozo. Quizá lo único que sobrevive desde hace quince años es que regreso continuamente a lo que escribe. Pese a mí. Contra mí. ¿Qué me retiene? 

Asumo la tarea. Acaso consiga responder más tarde.

Chantal Maillard es conocida sobre todo como poeta. Algunos de sus poemarios, Matar a Platón e Hilos, por ejemplo, han recibido premios de prestigio como el Premio Nacional de Poesía y el Premio de la Crítica, respectivamente. Sin embargo, y pese a este reconocimiento, considero que el sentido completo de su escritura solo se alcanza si se conocen, también, sus cuadernos y ensayos. Chantal Maillard es autora de más de una treintena de libros, de los cuales una tercera parte son poemarios; el resto, ensayos y diarios. Con todo, no se trata de una cuestión numérica. La propuesta de su obra es la de un enorme tapiz. Los hilos que se cruzan, formando la trama, pertenecen a todos sus libros, puesto que las múltiples resonancias que los entreveran demuestran que Maillard desbarata el concepto clásico de volumen para tejer una obra que trasciende los géneros. Los poemarios, los cuadernos y los ensayos son modos distintos y fragmentarios de abordar preocupaciones idénticas. Por supuesto, decir desde un discurso poético no es lo mismo que pensar desde el ensayo o la prosa híbrida del diario. Cada cauce permite una aproximación desplazada a los temas y ofrece un espectro de perspectivas desde los que abordarlos. Ningún libro de Chantal Maillard se acerca mejor que otro a las constantes de su escritura. Sencillamente, cada libro es una posibilidad, una cajita de sentido autónomo que a la vez lanza hebras invisibles al resto de la urdimbre. Chantal Maillard escribe lo que Roland Barthes llama textos y su voz no entra a formar parte de la literatura sino de la escritura. Si imagino el corpus entretejido de su obra veo las esculturas de Gego, las estructuras arácnidas de Chiharu Shiota. 

Chantal Maillard entiende que la palabra es el acicate perfecto contra la palabra. Voluntad de topo. Querencia desestabilizadora. Cava túneles y cumple el gesto preciso del pequeño roedor: una ranura mínima le basta para introducir las uñas hasta abrir galerías de raíz y tambalear los muros. El topo Chantal se inmiscuye en las tierras movedizas que cimentan los conceptos y con un instrumento de precisión exacta (su hocico tan húmedo) señala para recordar: los creamos y nos los creímos. Uno de esos conceptos es el sujeto. La escritura de Maillard rastrea este pilar hasta convertir la gramática que lo sostiene en la vía de su demolición. Esto sucede especialmente en los diarios, donde la autora hace surgir al observador. En los primeros cuadernos, como Diarios indios, el observador ofrece una mirada desde la que captar la realidad sin prejuicios, algo así como un ojo neutro, la posibilidad de deshacerse del yo y sus aprendizajes. Ver es pensar, escribe Maillard. Y justo para revertir esto el observador nace. No obstante, pronto se cuestiona su propia naturaleza. El observador da un giro sobre sí y la observación deviene auto-observación. Si al principio observar es un método para escapar de la identificación con los propios pensamientos y emociones (escapar del yo), luego el foco se traslada al escenario de la conciencia y sus estados. Así sucede en Husos. Cuando el observador efectúa este viraje ya no observa el mundo, se observa. Una pregunta acude: ¿quién observa al observador? Si el observador se abstrae del yo y lo contempla en sus saltos por las diversas emociones, ¿quién observa al observador observar? O, dicho de otro modo, ¿se puede observar el flujo de la propia conciencia? ¿Cómo salir de la conciencia si la única herramienta es la propia conciencia? ¿Es el observador una mirada externa o es un pliegue más de la mente? Maillard toca un límite del conocimiento que también es un límite del lenguaje. ¿Es posible cuestionar los conceptos con los propios conceptos? ¿Qué lengua sería esa? El temblor y la compasión. La herida que sangra y cura.

«Saber que la condición de fragilidad nos pertenece a todos y que el cuidado mutuo es el único que puede hacernos sobrellevarla entre todos. El poema, al ser entonado, tiene la capacidad de despertarnos a ello». Eso dice Maillard. Y aquí radica el sentido de la poesía de nuestro tiempo. La escritura es un refugio fugaz: el instante en el que la intemperie que nos es común a todos se muestra y en ese gesto vulnerable y compartido surge la cura, el desplazamiento de la individualidad y el yo para, en su lugar, dejar que brote la compasión como vínculo entre los seres. Cum-pathos, sentir en otro, sentir lo que otro siente en la propia piel. La palabra instante y la palabra herida tienen el mismo origen etimológico: στιγµή (stigmé, instante) y στίγµα (stigma, herida). Poema: instante de la herida. Un poema es un espacio de contacto. Se perciben, como hilos invisibles de pronto coloreados, los lazos de unión entre los seres y las cosas. Nos reconocemos y caemos en la cuenta de lo que nos une. «Cada cual con su dolor a solas» experimenta, sin embargo, «el mismo dolor de todos», así lo enuncia la autora en Matar a Platón. El poema dice el dolor y la orfandad y es precisamente así como propicia un espacio para salvarnos. 

La escritura de Chantal Maillard es una reacción ética y estética al paradigma occidental en el que surge. Por eso Oriente. Por eso la India. Por eso, viajó en diversas ocasiones a ese país para hallar la raíz del conocimiento y halló… ¿Qué halló? Acaso silencio. Pero no el silencio en su dimensión trascendental y mística, al que en Occidente tanto se ha apelado. No encontró a Dios, sino la ternura de los animales. El silencio de los que no tienen razón ni palabras. Los que viven y asumen su existencia en un ciclo que se sustenta en la muerte. Para vivir. Matar para vivir. Así el animal. Matar para excederse, enriquecerse, por codicia y ambición. Así el humano. La sabiduría antigua de la India y su tradición estética mostraron a Chantal Maillard que todo está conectado, que ninguna vida es más importante que otra, que la idea misma de lo que está vivo y muerto, esa dicotomía, debería revisarse para hacer del mundo otros mundos, otras posibilidades de equilibrio y respeto. 

Acaricio un lomo erizado y siento, prendido de la mano, el olor del pelaje. Veo un corazón negro, abierto y brillante. Un cobijo a punto de quebrarse. Irradiando una inmensa ternura. Toco la emoción tan pura de algo vivo, pequeño y vivo, doloroso y vivo, en la yema de los dedos. ¿Por qué la escritura de Chantal Maillard? ¿Por qué vuelvo una y otra vez? Quién no regresaría. 

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