La metanovela no es cosa del momento, pues conviene recordar que esta manifestación artística comenzó con Cervantes y su Quijote de la Mancha. Cabe apuntar, además, que esta modalidad —con Borges como primer escritor consciente de su naturaleza y su alcance— ha florecido de modo singular en la narrativa hispanoamericana y nos ha legado textos emblemáticos, tales como Aura (1962), Rayuela (1963); Paradiso (1966), Boquitas pintadas (1969); Palinuro de México (1977), o Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño (1998). También hay metanovelas en la tradición literaria de República Dominicana: basta repasar las páginas del texto Escalera para Electra (1969) o De abril en adelante (1975), de Veloz Maggiolo.

La metanovela resulta relevante, porque hace repensar el género como tal y sus límites, a sabiendas de que es un manifestación crítica, consciente y un modo particular de asumir la comunicación artística, ya que «se caracteriza por el alto grado de autosuficiencia sobre el propio discurso y que es también característica de la mentalidad contemporánea, para algunos posmoderna, por la renuncia a la simulación de la inocencia que caracteriza estas manifestaciones» (García Berrio y Huerta Calvo 2015, p. 196). De modo que la ironía, la crítica y lo testimonial se asumen como estrategias fundamentales en la construcción novelística y la exploración de los ámbitos socioculturales.

La metanovela tiene muchas caras y propósitos. Pero su propósito primordial, a mi juicio, es reescribir la historia como pudo ser, lo que implica plantear una relectura del pasado y del presente, cuestionar los diversos discursos sobre el imaginario colectivo a través de la asimilación y la combinación de las voces asociadas con el devenir de una sociedad determinada. Aunque esta manifestación también puede ser asumida por algunos escritores como un espacio para reflexionar y representar nuevos valores éticos a través de la escritura misma.

El corpus más notable de novelas dominicanas con impronta metaficcional aborda diferentes temas mediante una amalgama de estilos y formas; ahora bien, parece tener una característica común: cuestionar las verdades establecidas y los discursos oficiales sobre ciertos fenómenos de carácter social, sociopolítico, histórico y cultural. En suma, el universo de la novelística con ribetes metaficcionales aborda una diversidad de temas epocales y problemas urbanos: lo marginal, la degradación del sujeto y los resortes de la identidad. Bachata del ángel caído (1998) implanta la percepción de barrio y lo marginal desde el seno mismo de la escritura como actitud comprensiva y apreciativa; la novela Serenata (1998) muestra no sólo el epistolario de la familia Henríquez Ureña, sino también la intimidad y el drama de esta familia que vislumbró y luchó por el proyecto de nación desde diversos ámbitos.

Carnaval de Sodoma (2001), de Pedro Antonio Valdez, encabeza la lista de los textos que tienen como escenario el cabaret, y como tema nodal la putería y la prostitución. En este relato extenso y compuesto por diversos libros, el aspecto metaficcional está intrínsecamente vinculado a la creación literaria: es el conjunto de poemas incluidos como codas en el texto, por ejemplo, «el libro de los cantos», y las canciones y letanías religiosas incluidas en el relato. En este ambiente cruel y sórdido también hay espacio para la corrupción, el macuteo y la sordidez moral.

El hombre del acordeón (Siruela, 2003), de Marcio Veloz Maggiolo, es un texto con una estructura metaficcional paradigmática y que funciona como trampolín para que el narrador se sumerja en las versiones y las historias de los personajes. La poética de lo real maravilloso está en la base (y en el centro) de este relato con marcadas connotaciones simbólicas, espirituales y míticas, según pude demostrar en mi tesis doctoral sobre la novelística de Marcio. El relato narra las proezas artísticas, las fiestas y la muerte de Honorio Lora, un merenguero dominicano, nacido en la Línea Noroeste, quien cae víctima de la dictadura. En la estructura del relato no sólo convergen las versiones presentadas por el personaje Vetemit Alzaga —entre otras versiones testimoniales y basadas en el plano de lo personal, subjetiva y sociohistórica—, sino también una sorprendente mezcla del dominio de lo personal con el dominio de lo público.

En este relato se cuestiona el discurso sobre la identidad implantado por la tiranía de Trujillo y su cuadrilla de intelectuales hispanófilos (ancilares), empecinados en borrar las huellas y los vínculos con la cultura negra africana. El texto revela cómo se configura la identidad mediante la integración de elementos residuales tales como el folclore, el merengue, las prácticas religiosas del vudú, entre otras expresiones importantes de la cultura dominicana.

En la novela La mosca soldado (Siruela, 2004), Veloz Maggiolo explora los mitos taínos y los ritos de fertilidad de la cultura precolombina. Este relato versa sobre una excavación arqueológica; su antecedente es una novela del mismo autor publicada en 1984, titulada Florbella. El relato es la fusión de la memoria de dos amigos arqueólogos, quienes, cuarenta años después de una excavación arqueológica, reviven el hecho en todas sus fases, etapas y misterios. Una tarde, el joven arqueólogo (Eduardo) se aparece en la casa de un veterano arqueólogo (el profesor), con el que había trabajado en años anteriores en la zona de El Soco. El joven fue a entregarle dos moscas soldado cristalizadas como obsequios para su esposa. Aquello no le gustó del todo, ya que más que un gesto de cortesía, era a todas luces una inusitada provocación, pues removía la zona de los «viejos recuerdos». El par de moscas eran muy similares a las moscas que fermentaban la guáyiga, el alimento que consumían los indígenas de El Soco, según lo reseñado por Bartolomé de las Casas, en un pasaje real que aparece justo al final de la novela.

Las moscas estaban en relación directa con la tumba hallada de una joven indígena, de unos diecisiete años, enterrada junto a un recién nacido, y una jarra —con círculos y dibujos de hojas de guáyiga—, como ofrenda, que dentro contenía una flauta. Sólo mucho tiempo después, mediante indagaciones, revisión de los apuntes del informe no publicados y el cotejo de la información enviada por algunos expertos de Suramérica, el profesor captará y comprenderá el sentido del ritual concerniente al entierro de la joven junto al recién nacido. Es la imagen misteriosa que nunca pudo borrar de su memoria; pero de pronto lo comprendió todo: la muerte de la joven fue el sacrificio a los dioses para lograr la cosecha y la fecundidad de la tierra.

En las novelas comentadas de la autoría de Veloz Maggiolo, lo ficcional se combina con el discurso científico propio de la arqueología y la antropología, pero también se mezcla con el discurso histórico y los hechos relacionados con el encuentro entre los colonizadores y los líderes de la cultura taína, como puede apreciarse en La Navidad: memorias de un naufragio (2016).

La novela Ubres de novelastra (2008), de Federico Henríquez Gratereaux, es un relato metaficcional y extenso. Es una narración con un marcado trasfondo filosófico, en la que predominan la reflexión, las ideas y la exposición de conceptos. Aquí lo metaficcional no sólo se intercala a través de eslabones diversos, sino que el narrador arremete, de modo crítico y sin ambages, contra el exaltado prestigio de las verdades racionales, esas que son sonadas y celebradas por el discurso científico. El cruce entre la escritura literaria y las preocupaciones científicas conforman el tramado metaficcional de La multitud (2011), de José Acosta: un relato en el que el personaje narrador va escribiendo, según sus vivencias y meditaciones, un enciclopedia de conceptos y términos que recoge el saber esencial de la humanidad.

En suma, la novela dominicana de corte metaficcional aborda diversos temas y problemáticas, y se caracteriza por hacer cuestionar los discursos generados en la esferas del poder, la historia, la religión, la ciencia, la tecnología y el capitalismo.

 

HAITÍ Y LA PRESENCIA DE LOS HAITIANOS EN LA NOVELÍSTICA DOMINICANA

En la isla La Española conviven dos países —con cultura, tradiciones e idiomas distintos— y cuya frontera divisoria es un extenso río: el río Dajabón, también conocido como Riviére Massacre, en francés. Hablo de la República Dominicana y Haití. Los conflictos políticos, militares y sociopolíticos entre estos dos países son anteriores a la matanza de haitianos, hecho ocurrido durante la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, en 1937. Este horroroso hecho dio pie a la novela El masacre se pasa a pie (1973), de Freddy Prestol Castillo, sin duda, uno de los textos más leídos en nuestro país, aunque se publicó muchos años después del suceso; en ese tenor también cabe mencionar la novela El hombre del acordeón (2003) de Veloz Maggiolo. El corpus de textos sobre esta temática, con sus diversas tesituras, fisuras y perspectivas temáticas no es tan extenso, pero vale la pena situarlo y comentarlo, dado que la relación histórica y social entre ambos países ha sido bastante traumática y belicosa. Con una salvedad: una cosa es la realidad de Haití como país o la relación diplomática entre ambos países, y otra distinta es la percepción del haitiano —con los problemas migratorios y sus tácticas de sobrevivencia en el territorio de la nación dominicana— según lo que plasman los escritores en sus novelas o textos literarios.

Los carpinteros es una novela «histórica», publicada por Joaquín Balaguer en 1984. En el texto aparecen algunas alusiones a la cultura de Haití (y todo su acervo cultural) que, como es natural, ha permeado el imaginario popular de la República Dominicana, lugar en que es común escuchar conversaciones sobre el mal de ojo que afecta a los niños, la batería sexual de las mujeres haitianas, la naturaleza de los «luases» y los espíritus, los galipotes y hombres con amuletos y ensalmos contra la maldad.

En el corpus novelístico que manejamos, los haitianos aparecen vinculados al campo del trabajo duro, en los ingenieros azucareros y en el ámbito agrícola, y al trabajo realizado en los hoteles turísticos. Actualmente, son piezas claves para las empresas de la construcción (hoteles, casas y empresas constructoras) y digamos que, sin su intervención, sería imposible mover el modelo capitalista y neocolonialista utilizado en la República Dominicana y que tiene como base la explotación, la desigualdad creciente y sin escalas, el pago de mano de obra barata, la informalidad, etcétera. Por ejemplo, en la novela La estrategia de Chochueca (2000) se presenta la explotación del haitiano en estos términos: «Luego el haitiano en la calle que viene a ofrecerle una estatuilla de madera, que mejor comprársela que tener que aguantar esa mirada de niño que odia y que le llena a uno el pecho como de miedos, no porque un vecino me dijera que los haitianos se comían a los niños, sino eso lo superé después de que los vi construir la mitad de la ciudad con sus brazos» (2003, p. 19).

En 2006, aparece la novela La avalancha, de Manuel Matos Moquete. Este breve relato muestra, de diversas maneras y con registros diversos, la presencia y las vivencias de un barrio haitiano (el Pequeño Haití) que se ha establecido en el seno de Santo Domingo, es decir, en las inmediaciones del Mercado Modelo, próximo a la avenida Duarte. El texto describe la arrabalización y la deshumanización en todos sus aspectos, así como las mil caras de la inmigración haitiana y su presencia en el suelo dominicano. El narrador dice:

La Duarte estaba en el Petit Haití. Era una calle repleta de buhoneros que habían atravesado la frontera cargados de ropa, perfume y pedrería barata. La Mella era otra calle también ocupada por haitianos. Había venta de cosméticos y zapatos sin marcas, frituras y chucherías de toda laya desplegados en las esquinas, los zaguanes y en edificios de hoteles convertidos en almacenes improvisados… La Emilio Prud-Homme se había transformado en parte de la misma porquería. La 16 de Agosto y la 30 de Marzo eran también parte de la baratura de todo lo que habitaba en el Petit Haití… La vida nocturna había cambiado. Después de las siete de la noche, la población callejera era una calaña infame que hablaba creol… […] El benemérito don Antonio del Monte y Tejada jamás lo imaginó. Que sus calles pertenecieran a esa inmundicia del Petit Haití (2006, en línea).

 

Según afirma Ángela Peña, «esta novela refleja lo bueno y lo negativo de la presencia haitiana en República Dominicana, pero también retrata a ese Petit Haití que el ingeniero Santillana, principal protagonista, define como “el Bronx haitiano en República Dominicana. Aquí vive una minoría laboriosa de comerciantes y obreros”, según aseguraba. Por eso la misteriosa torre que levantaba […] mudó a una haitiana que era su trofeo porque él, “habitual fornicador sin bandería de color, sólo exigía una condición, y a ella le sobraba: que fuera joven y dura como el concreto armado. Así le gustaban las mujeres para derribarlas”».

En algunas novelas de las últimas décadas, suele mezclarse lo histórico con los traumas, los dramas sociales e históricos con las situaciones actuales entre ambos países. En la primea línea, cabe mencionar el texto El degüello de Moca (2018), de Bruno Rosario Candelier. Este relato trata de soslayo el problema de la emigración haitiana hacia República Dominicana, pero describe, con testimonios y aciertos, un hecho que aún está presente en el imaginario de los mocanos: el degüello de hombres, mujeres y niños en la iglesia Nuestra Señora del Rosario. En este hecho real, acontecido en 1805, murieron más de quinientos habitantes a mano de las tropas haitianas encabezadas por el general Jacques Dessalines; en segunda línea, los textos que recogen el drama humano de los haitianos como fruto de la archiconocida y controversial sentencia número 163, de la Suprema Corte de Justicia de la República Dominicana, del 26 de septiembre de 2013. Dicha sentencia prescribe nuevas condiciones en torno a la nacionalidad de hijos de padres extranjeros que nazcan en suelo dominicano. Este drama y sus diversas implicaciones están representados en la novela El apátrida (2016), de Roberto Paulino, y en La sentencia (2015), de Laureano Guerrero. La novela de Nan Chevalier, Payaso al caer la tarde (2018), es un relato policial que mezcla el crimen con situaciones de perversión amorosa y el arribismo, como modo de escalamiento social y económico, pero también trata el tema de la inmigración de Haití hacia el suelo dominicano.