POR MARÍA FERNANDA AMPUERO

Ilustración de Lara Lanceta

Yo tengo la obsesión del viaje.
Siempre pienso que voy a solucionar todo yéndome.
Adolfo Bioy Casares

Nací en Guayaquil, Ecuador, una ciudad sin sueños. Miento: una ciudad donde mueren y matan los sueños. Una ciudad, digo, donde se castiga a los soñadores con la domesticidad forzada.

La gente allí no quiere tener expectativas porque no quiere tener frustraciones. 

Si anhelas, mueres. 

Creo que me entienden. 

Durante mi infancia, el cine y los libros mostraban ciudades que no eran la mía, ciudades llenas de historias que ocurrían en otras calles, en otros parques, en otras casas. Guayaquil, la perla del Pacífico, no tiene nada de perla, tampoco de cinematográfica ni de literaria ni de nada. 

En mi ciudad hay grillos y mosquitos, murciélagos e iguanas, no rascacielos, vecinos fascinantes ni amores a primera vista. 

Yo era joven, impresionable. 

Decidí irme antes de morir. Allí una muere y sigue viva. “Hay cosas a las que no se sobreviven, aunque no te maten”, dice Nic Pizzolatto. Es difícil sobrevivir a Guayaquil cuando eres como yo: una niña con inquietudes. 

Tenía miedo de quedarme ahí atrapada porque es una ciudad que está llena de trampas: trabajos, hijos, matrimonio, uniformidad. No llames la atención, no seas distinta, no te quedes soltera, no dejes de tener hijos, no hables, no pienses, no sueñes, no te salgas del rebaño ni quieras liderarlo. 

Camúflate, tonta, camúflate. 

Entonces la trampa hace que te vayas quedando, quedando, quedando. Un día te das cuenta de que tienes noventa años y nunca lograste escapar. 

Un día la ancianita que vas a ser te dice ¿por qué no te fuiste? ¿Por qué no nos sacaste de aquí? 

Yo escapé, sí, por la mariafernanda anciana. Ella no me dirá te quedaste, aunque yo te pedí con todas mis fuerzas que te marcharas. Yo me fui para que la mariafernanda anciana, que me reprochará un montón de cosas, al menos no me reproche eso.

Lo que vino después de la salida es tan inmenso e inabarcable, el Atlántico entero, ancho y profundo, un dolor tan submarino, abisal, donde hay seres ciegos llenos de dientes vampiros: te presienten, te muerden, te asfixian. 

No sé si me entienden. 

Quedarse es imposible, marcharse es imposible, volver es imposible. 

Es lo que tiene lo doméstico: lo que se repite no te devora. 

Es lo que tiene la aventura: lo nuevo puede ser caníbal.

Dejar tu tierra significa quitarte el caparazón y convertirte en un animalito de gelatina, colágeno en lugar de huesos. Si te pueden masticar van a masticarte. 

Te mastican y te escupen. 

Ganar es imposible. 

Porque, además, tú crees que has dejado la ciudad, que al poner entre ella y tú más de diez mil kilómetros te va a perder la pista, pero no, la ciudad no te deja escapar, no te va a dejar escapar nunca. Eres lo que eres y lo que una es casi siempre es siniestro. 

La ciudad te sigue como un sabueso, como un perseguidor, como un demonio.

La ciudad, mierda, eres tú misma. 

Dice Cavafis: 

Iré a otra tierra, hacia otro mar,

y una ciudad mejor con certeza hallaré.

Pues cada esfuerzo mío está aquí condenado,

y muere mi corazón

(…)

No hallarás otra tierra ni otro mar.

La ciudad irá en ti siempre. Volverás

a las mismas calles. Y en los mismos suburbios llegará tu vejez;

en la misma casa encanecerás.

Pues la ciudad es siempre la misma. Otra no busques -no la hay-

ni caminos ni barco para ti.

La vida que aquí perdiste

la has destruido en toda la tierra.

Y ya no sé qué más decir. Las lágrimas nublan esta escritura que sucede en Madrid, pero podría suceder en cualquier sitio que echo de menos sin conocerlo. Extraño lo desconocido porque la ciudad que conozco, la que soy, está perdida aquí y allá. La he destruido 

en

toda

la 

tierra. 


María Fernanda Ampuero. Es escritora y periodista. Sus crónicas se han publicado en medios como Gatopardo, Anfibia, Internazionale, Piauí, Quimera o El País y han sido parte de numerosas antologías de narrativa de no ficción. Recibió el premio Ciespal de Crónica y el premio de la Organización Internacional de la Migración a la mejor crónica periodística del año. En 2012 fue elegida una de las latinoamericanas más relevantes de Madrid, ciudad en la que vive desde 2005. Su primer libro de relatos, Pelea de Gallos (Páginas de Espuma, 2018) ya lleva quince ediciones y ha sido traducido a varios idiomas. Fue elegido por The New York Times en español como uno de los diez libros del año y ganó el premio Joaquín Gallegos Lara (Ecuador) al mejor libro de cuentos del año. Sacrificios Humanos (Páginas de Espuma, 2021) va por la segunda edición española y se ha publicado en ediciones independientes en Ecuador, Bolivia, Argentina, México y Colombia. Los derechos de traducción ya han sido comprados por varias editoriales alrededor del mundo.  

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