POR YOANDY CABRERA

NUEVAS PLATAFORMAS Y GEOGRAFÍAS VIRTUALES DE LO CUBANO

Hay un canon de la poesía cubana que se mueve ya, sin dudas, en el terreno de lo digital y cibernético. Algo que hasta 2015, por ejemplo, parecía imposible a causa de las limitaciones de conectividad en la isla, hoy es una realidad más o menos extendida. La poesía cubana está en línea, cada vez con mayor fuerza, a pesar de las limitaciones que tiene internet en la isla incluso hoy. Ello hace que la «red de redes» dé la sensación de mayor movilidad geográfica y de una nueva forma de cercanía: leemos textos, noticias, poemas, crónicas sobre Cuba, escritos o no desde la isla a través de internet en todo momento, a veces, incluso en el tiempo real de los acontecimientos.

Hay una Cuba en los medios digitales que desajusta, trasgrede, cuestiona y desafía al país de cartón y panfleto que se ha fabricado el gobierno por décadas. Como afirma Jamila Medina Ríos, está «puesta la mirada sobre lo político y lo real: de las ruinas (de la gloria) de un país a lo virtual» (Medina Ríos y Hernández Oramas). A la idea anquilosada y monolítica de «sociedad cubana» que promueve el oficialismo y a la ficción de pueblo uniforme y militante que el gobierno tiende a oponer a los que llama «de afuera», «apátridas», «disidentes» (vivan o no en la isla); a esas divisiones y definiciones manidas y facilistas de la política obsoleta insular se opone el hervidero y el intercambio cada vez más continuo y potente entre las Cubas virtuales, todas las Cubas posibles, incluida la de los fieles al régimen (vivan o no en la isla). Todo ello evidencia que la ruptura del concepto tradicional de «nación» —puesto en crisis a partir de la globalización, de las sucesivas oleadas migratorias y, por consiguiente, de la parte de la población que vive fuera del país— se ha visto reforzada por la aparición de los mass media y del incesante intercambio virtual. Cuba siempre está despierta en las redes: cuando es hora de dormir en Miami y La Habana, los cubanos de Madrid se levantan. Todo ello hace que el tema cubano esté moviéndose de continuo a través de las páginas webs y en las redes sociales.

Si alguna vez se ha hablado con insistencia y razón del «Libro de Cuba», hoy puede hablarse sin miedo de una Cuba digital que rompe y desafía todo intento de domesticación, todo tipo de aparato clasificatorio o de captura, y que nos puede dar una idea de lo que llegaría a ser una futura Cuba democrática. Los cubanos en la red y gracias al espacio internáutico han roto con toda forma de nacionalismo nocivo, con la falta de libertad de expresión que aún vive el espacio geográfico y con las fronteras geopolíticas que lo limitan y acorralan. Esperemos que algún día esas libertades que comienzan a despertar con una fuerza ausente del ámbito cubano durante décadas y que se dan a través de debates y de la interacción continua en las redes sociales sean una realidad en la vida política cubana. Por lo pronto, a falta de un país geográfico, de libertad política, los cubanos de todas las ideologías y de todas las latitudes cuentan con una Cuba virtual en la que participan a través de los mass media. Dentro de esa pluralidad crítica se ubica la poesía cubana hoy más que nunca; al respecto, Víctor Rodríguez Núñez explica que la poesía de los últimos años, opuesta a la militancia generalizada en los setenta, trasciende todo extremismo ideológico, todo esquematismo, de un lado o de otro, lo cual «es posible porque tiene una comprensión de la función esencial de la poesía como contra-ideología» (28).

A la negación de derechos, al control férreo de la entrada al país (se esté o no en las listas negras y de «desertores» según el criterio clasificatorio del régimen), a las altas tarifas telefónicas internacionales, a la limitación de estancia dentro de la isla según el estatus de cada cubano, a los abusivos precios del pasaporte y sus respectivas prórrogas, a los controlados canales televisivos y periódicos oficialistas, y, en general, a los diversos modos de administración del derecho a expresarse y el derecho a la información; a todo ello se opone cada vez con mayor resistencia la blogósfera de tema cubano, los canales de YouTube, el periodismo independiente, las editoriales del exilio y las revistas digitales de perfiles varios. Es decir, al país secuestrado se opone otro país virtual que se parece más a la realidad polifónica y contradictoria de la sociedad cubana que los medios de comunicación principales dentro de la isla (secuestrados por el estado) niegan, matizan y manipulan. Esta apertura que hoy es cada vez más común en las redes, comenzó primero a tener visibilidad a través del arte y la literatura, pues, como asegura Pedro Marqués de Armas, «no es hasta la década de los ochenta que la poesía cubana comienza a recuperar su brío, liberándose del lastre de la ideología y de los lugares comunes de la poesía social-cotidiana, versión menor (por llamarla de algún modo) en que había derivado el kitsch revolucionario» (140). A esa apertura temática y formal, que se expande en los años noventa, hoy sin duda tributa el uso de internet y la aparición de muestras poéticas en la red. En su comparación acerca de la cerrazón estética y temática de los años setenta en Cuba en contraste con la apertura del presente, Rodríguez Núñez explica que «la poesía cubana tuvo que vérselas, sobre todo, en la década de 1970, con una estética normativa neoestalinista»; por el contrario, los jóvenes poetas cubanos «conocen, por experiencia histórica, el peligro de hacer concesiones estéticas en aras de la coherencia, de la trasparencia, y defienden la autonomía de la poesía» (28).

Las redes sociales e internet les hacen mucho más difícil a los censores y oficialistas cubanos silenciar y manipular la realidad fuera del sistema y la oposición a este. Es así como, por primera vez en sesenta años, las principales figuras del régimen se han tenido que someter en plataformas como Facebook y Twitter al escrutinio, la opinión despiadada, el comentario directo y el cuestionamiento de los cibernautas, que reflejan y anuncian al ciudadano de una Cuba futura, una especie de ciberciudadano insular del presente, viva donde viva, pues su base identitaria está en el derecho a opinar por haber nacido en Cuba. Como explican Miguel Rodrigo Alsina y Pilar Medina Bravo, lo identitario se modifica con el continuo movimiento de los seres humanos y a ello, en el caso cubano, tributan tanto el fenómeno migratorio como la reciente (y definitoria, aunque limitada) apertura a internet.

A partir de este panorama y en medio de la compleja y todavía excepcional situación que vive la isla dentro de uno de los regímenes totalitarios más largos de la historia, este artículo pretende plantearse y responder de qué modo lo poético se afecta, beneficia y participa del nuevo contexto cibercultural. Para ello, parto de los proyectos digitales y editoriales de la diáspora que en años más recientes se han propuesto abordar lo social y lo artístico-literario insular; me detengo en las formas y los temas generales de la poesía cubana de los últimos veinte años y en las diferencias y semejanzas de ésta con la escrita a finales del siglo xx a la luz del nuevo contexto internáutico, y también se presentan (de manera más cercana y focalizada) algunos de los ejemplos de las poéticas más peculiares y atendibles (según mi criterio y mis limitaciones) de los últimos años en el ámbito cultural cubano.

 

LA MULA EN EL ABISMO: LA POESÍA CUBANA A TRAVÉS DE LOS NUEVOS ESCENARIOS EDITORIALES

La interacción virtual ha acelerado el proceso que, desde las primeras antologías que abordan las «dos orillas», evidencia la fusión de las Cubas diversas, dentro y fuera de la isla. A la tendencia sistemática del régimen de proponerse diferenciar a los que están dentro de la «revolución» y fuera de ella[1] se oponen estas posturas críticas de poetas y antologadores, desde los años setenta hasta el presente. En 1973 Orlando Rodríguez Sardiñas explicaba que «las antologías y los estudios de poesía cubana, que desde 1960 al presente se han publicado, pecan de partidismos de uno u otro color, y amparados por políticas de estrechas miras tratan de ignorar la producción de “la otra orilla” en un afán de reducir al olvido lo imposible de olvidar» (38-39).

De este modo, aparecen en su volumen Manuel Navarro Luna y Roberto Fernández Retamar junto a poetas censurados en ese mismo momento en Cuba (como Delfín Prats), o ya en el exilio (como José Mario, Heberto Padilla, José Kozer y Belkis Cuza Malé). Aquel «lector de poesía» y aquel «ojo crítico» (Rodríguez Sardiñas, 5) que antologa las páginas publicadas en 1973 y que escoge a los poetas dentro de un proceso de lectura que no discrimina por posturas políticas, ideologías o lugar de residencia, tiene continuidad en el propósito de León de la Hoz en Poesía de las dos orillas (1994) y en el de Francisco Morán al concebir la antología La Isla en su tinta (2000). Morán, haciendo previa referencia a la postura crítica de Rodríguez Sardiñas, explica que su selección «quiere contribuir a la superación de esa noción intrínsecamente perversa» (19). Esta postura se ha vuelto general en las antologías más recientes, preparadas tanto dentro como fuera de la isla; dicha convivencia se amplifica e intensifica a partir del uso de internet. Carlota Caulfield presenta, además, en 2002 la poesía de Juana Rosa Pita como ejemplo de una obra «opuesta a la visión del exilio como ruptura y alejamiento» pues «en Pita está la visión del pensamiento poético como “rincón del mundo”» (11).