POR JUAN MANUEL BONET
CIRCA 1906: RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA

Aunque la vanguardia pictórica española nace en el París de 1907 con Les demoiselles d’Avignon de Picasso, a la que se estaba consolidando como capital mundial de la modernidad se había asomado ya un escritor, Ramón Gómez de la Serna, llamado a convertirse en el pionero de todas nuestras vanguardias. Su primera estancia en París tiene lugar en 1906 y es un premio paterno por terminar sus estudios de Derecho. Durante esa estancia y a lo largo de otra más dilatada –entre 1909 y 1911, en el Hôtel de Suez del bulevar Saint-Michel–, el aprendiz de escritor descubre la literatura de los malditos verlainianos –o lo que es lo mismo, de los raros rubenianos–, el cubismo –consecuencia directa de las Demoiselles, que le impacta tras su succès de scandale en el Salon des Indépendants de 1910–, el futurismo de Marinetti, el psicoanálisis de los doctores inverosímiles… A partir de 1908, publica una revista mensual, Prometeo, nominalmente dirigida por su padre, Javier Gómez de la Serna, pero que en la práctica se convierte en el banco de pruebas de su propia y ya ingente –e incluso incontinente– producción, y en el de la joven literatura a su alrededor. En ella traduce a los raros –principalmente a los franceses, pero no sólo–, y en 1909 el manifiesto del futurismo de Marinetti, que acababa de aparecer en Le Figaro. Dos años después, publica un manifiesto escrito para la ocasión por el italiano y dirigido a los españoles.

Por estos años ya ha pasado temporadas en París, en el Hôtel de Lisbonne, un tío de Gómez de la Serna, al que éste ve asiduamente: el narrador y periodista Corpus Barga, que acabará instalándose definitivamente en la ciudad en 1914, donde residirá de modo casi ininterrumpido hasta 1948. Corpus, corresponsal del diario La Nación de Buenos Aires y del madrileño El Sol, tiene una agenda extraordinaria, en la que no faltan los nombres de los viejos exiliados tan bien historiados por Isidoro López Lapuya.

Ya a mediados de la década de los diez, Gómez de la Serna promociona en Madrid el cubismo del mexicano Diego Rivera y las primeras tentativas modernas de una María Blanchard que pronto va a decantarse por la misma senda. Debido al estallido de la Gran Guerra, ambos artistas se habían replegado a la capital española, y en 1915 el escritor los incorpora a su exposición colectiva Los pintores íntegros. Ramón Gómez de la Serna frecuenta además a otros refugiados como Marie Laurencin o Jacques Lipchitz, que le enseña a apreciar las máscaras y los fetiches africanos. En 1917 conoce, en París, a Picasso,  a quien pronto le rinde homenaje en Pombo, cuando el pintor visita Madrid como consorte de Olga Koklova, que actúa en el Teatro Real con los Ballets Russes. De nuevo en Francia, conoce fugazmente a Apollinaire –en 1925 prologará su libro póstumo Il y a–; frecuenta a Ilya Ehrenburg, a Modigliani o al cubista chileno Manuel Ortiz de Zárate, y planea un álbum de litografías –iba a reproducir su propio prólogo mediante este procedimiento- que habría de titularse París 1917, y donde estaba prevista la colaboración de sus amigos Angelina Beloff, Juan Gris, Lipchitz, Marevna, Picasso, Rivera y Ángel Zárraga: un sueño desgraciadamente no realizado. Al año siguiente, el primero de sus dos libros sobre Pombo incluye algunas cartas a sus contertulios desde diversas ciudades europeas, entre ellas París.

 

CIRCA 1911: JOSEP MARIA JUNOY Y EL CUBISMO

Otro futuro vanguardista que frecuenta París, en su caso de 1911 en adelante, es alguien con quien Gómez de la Serna estaría en contacto unos años más tarde y cuyo retrato literario escribiría: Josep Maria Junoy, poeta, caricaturista y crítico catalán. Junoy se interesa por el cubismo y por la literatura de un defensor del cubismo como Apollinaire, así como por la obra de Claudel o Gide. En 1912, desde las páginas del diario barcelonés La Publicidad y de su suplemento Correo de las Letras y de las Artes, se convierte en uno de los cómplices de Josep Dalmau cuando éste se decide a organizar en su galería una exposición colectiva cubista. El primer libro del crítico, Arte y artistas (1912), refleja tales compromisos. Josep Maria Junoy también publica varios caligramas en su revista Troços, fundada en 1916, que después reúne en un volumen formidable, Poemes i cal.ligrames (1920), al que le coloca como prólogo póstumo una postal de su amigo Apollinaire, a quien había conocido en el París de 1918 (el mismo año Apollinaire había reseñado en L’Europe Nouvelle la Oda a Guynemer de Junoy). El catalán escribe varios obituarios del francés, uno de ellos en el número monográfico que le dedica SIC, la revista de Pierre Albert-Birot. También de 1920 es su delicado poemario en francés Amour et paysage, con pie conjunto de Émile-Paul y Dalmau. Por último, entre los contactos de Junoy en la capital francesa mencionaremos a Érik Satie –«una especie de Taine faunesco»– y al pintor checo Othon Coubine, que lo retrató.

 

CIRCA 1913: PEDRO LUIS DE GÁLVEZ, ENRIQUE DÍEZ-CANEDO, FERNANDO FORTÚN…

En aquel comienzo de la década de los diez, también Pedro Luis de Gálvez, un bohemio y aventurero cuya vida termina en 1940 cuando los franquistas lo fusilan –y cuya quest a cargo de Quico Rivas ha sido felizmente rematada por Juan Bonilla–, anda por París ocupando una vaga corresponsalía, la del diario lisboeta O Mundo. En marzo de 1913 Apollinaire traza su semblanza en la sección «Anecdotiques» del Mercure de France, donde alude a la dilatada estancia de su conocido español en el penal de Ocaña. El mismo año, Gálvez es el primero en entrevistar a Juan Gris, que Picasso le había presentado, para Il Corriere della Sera de Milán. A finales de la década de los diez, aquel fugaz visitante del Bateau Lavoir sería partícipe, lateralmente y a su modo hampón, del ultraísmo sevillano.

1913 es también el año de publicación, en la editorial Renacimiento, de la Antología de la poesía francesa moderna. La ordenan dos modernistas: Enrique Díez-Canedo y el malogrado Fernando Fortún. Díez-Canedo ya había publicado bastantes versiones del francés en su libro Del cercado ajeno (1907). Los dos antólogos se habían conocido en el París de 1910 y, probablemente, los tres meses de aquel año que Fortún pasó en París fueron los más felices de su vida. Entre los autores a los que descubre entonces hay que citar a Claudel, Gide, Charles Louis Philippe y otros nombres vinculados a la recién nacida Nouvelle Revue Française.

Fortún idea junto a su gran amigo Ángel Vegue y Goldoni una antología de la poesía moderna española, erigida sobre el modelo de la francesa y muy difundida de Adolphe Van Bever y Paul Léautaud. El proyecto jamás llega a concretarse. No obstante, antes de morir prematuramente en 1914, Fortún tiene al menos tiempo de ver publicada la antología de poesía francesa editada por Renacimiento, en la que intervienen traductores como Juan Ramón Jiménez o Ramón Pérez de Ayala. Gracias a ese volumen, cuando todavía residía en su Perú natal, César Vallejo –otro futuro parisiense– llegó a tener conocimiento de la poesía simbolista y postsimbolista francesa. También fue una referencia fundamental para Neruda.

 

CIRCA 1914: PEDRO SALINAS

Uno de los traductores de la antología de Renacimiento es Pedro Salinas, muy amigo por aquel entonces tanto de Díez-Canedo como de Fortún y colaborador de Prometeo. Vegue había pensado proponerle a su amiga Mathilde Pomès, una hispanista que va a estar muy presente en estos apuntes, la candidatura de Fortún al lectorado de español de la Sorbona. No obstante, la prematura desaparición de Fortún lo empuja a sugerirle un nuevo nombre: Pedro Salinas. El futuro autor de Presagios había cursado sus estudios primarios en el Colegio Hispano-Francés de la calle de Toledo y en 1911 había visitado la capital francesa por vez primera gracias a una beca de la Junta para Ampliación de Estudios. Salinas obtiene la plaza y la ocupa entre 1914 y 1917. El viaje empieza con buenos augurios: casualmente, en el tren hacia París, Pedro Salinas comienza a charlar de poesía con otro viajero y, tras mencionarle a decenas de nuevas voces, le pregunta a su acompañante: «¿Y qué me dice usted de André Spire?», a lo que éste le contesta: «André Spire soy yo». Otros poetas a los que Salinas conoce son Valéry, con el que entra en contacto a través de Mathilde Pomès, y Jean Cassou, nacido en Deusto y de madre española; de los compatriotas, frecuenta a Corpus.

Pedro Salinas se surte de libros y revistas en Aux Amis des Livres, en el 7 de la rue de l’Odéon, la librería de Adrienne Monnier, amiga de Valery Larbaud, al que había conocido en Alicante. Al poeta madrileño le fascina la mezcla de tradición y modernidad que identifica con la esencia de París. Por lo demás, durante aquellos años lo impregna todo la guerra, cuyas consecuencias evocan tan bien Gaziel, Josep Maria de Sagarra o el Azorín de París bombardeado (1919), y a cuyos frentes se asoma un Valle-Inclán que en La media noche: Visión estelar de un momento de guerra (1917) adopta acentos entre expresionistas, simultaneístas y casi futuristas. Hay que recordar, a tal respecto, el mucho tiempo que el Salinas parisiense dedica a traducir al castellano libros de propaganda aliada.

 

CIRCA 1917: JORGE GUILLÉN

El más francés de los futuros veintisietistas es Guillén, el otro poeta-profesor, sucesor de su gran amigo Salinas en el lectorado de la Sorbona. Durante el periodo 1917-1923, Jorge Guillén se empapa de la vida cultural de la capital francesa –la «desaforada olla podrida», como llegará a llamarla castizamente–, sobre la que envía crónicas al diario vallisoletano El Norte de Castilla,  al madrileño La Libertad, a España, a La Pluma o al suplemento de La Verdad, de Murcia. Entre sus amigos en París destacan Charles V. Aubrun, Jean y Joseph Baruzi, Marcel Bataillon, Cassou, Ernest Martinenche, Mathilde Pomès, Jean Sarrailh, Jules Supervielle, Valéry y Ricardo Viñes, de quien en 1919 habla maravillas en una de las primeras cartas que dirige a Germaine Cahen. Cahen pronto se convierte en la mujer de Guillén; con ella el autor comparte no pocas lecturas francesas, como, por ejemplo, las del «canediano» Francis Jammes, Charles Péguy –«le plus cher des derniers morts»– o Marcel Proust. En otra carta, tras la lectura de À l’ombre des jeunes filles en fleur, Guillén le dirá a Germaine Cahen con sutil humor: «Je l’aime beaucoup, Proust. Pas les jeunes filles» [Me gusta mucho Proust. No las muchachas].