CIRCA 1928: LA VIDA DE MANOLO POR JOSEP PLA

Mucho París en la entretenidísima Vida de Manolo contada por ell mateix, de Josep Pla, publicada en 1928 en la benemérita editorial La Mirada, de Tarrasa. Planteada como un homenot a lo grande, en ella salen, muy bien recogidas, anécdotas sobre Juan Gris, Max Jacob, Junoy, Pierre Mac Orlan, Charles-Louis Philippe, Ramón Pichot, Satie –compositor que por cierto se escuchaba y veneraba en la Tarrasa de La Mirada–, Déodat de Séverac, Joaquim Sunyer y tantos otros, incluidos Charles Maurras, y Jean Moréas y el resto de los poetas de la École Romaine –pues Manolo, además de simpatizar con la Action Française, escribió también poesía–.

 

CIRCA 1929: MÁS SOBRE RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA EN EL PARÍS DE LOS AÑOS VEINTE, CON NOTAS SOBRE FALANGISTAS Y COMUNISTAS

Ramón Gómez de la Serna, en sus viajes a París de comienzos de los veinte, profundiza en la amistad con los Delaunay –a quienes había acogido en Pombo cuando estos residieron en Madrid, y a los cuales visitará en su estudio, donde dibuja el Abanico de palabras para Sonia, y coincide con Cocteau y con Tristan Tzara–, visita a Amédée Ozenfant –al cual había conocido en Madrid– en su estudio, obra de Le Corbusier, junto al parque de Montsouris… En torno a este París vanguardista vivido en directo el escritor da nutrida información en su fundamental enciclopedia de los Ismos (1931), para cuya cubierta elige el retrato cubista que de él pintó Rivera, hoy en el MALBA de Buenos Aires.

Muchos de quienes apoyaron a Eugenio d’Ors y a Ortega fueron también receptivos al arte de Gómez de la Serna, que conoce un fuerte –aunque a la postre efímero– momento de consagración internacional. Desde comienzos de los años veinte, cuenta en París con un propagandista muy activo, el ya tantas veces mencionado Larbaud, alicantino de adopción durante parte de la Primera Guerra Mundial, a quien había conocido en Pombo, en 1918. Adjuntos en esa tarea no le faltan al inventor de Barnabooth. Cassou, Mathilde Pomès y Marcelle Auclair son los principales, pero tampoco hay que olvidar a Adrienne Monnier, que lo hace colaborar en su revista Le Navire d’Argent. El madrileño se estrena en francés con unos Échantillons (1923) en Grasset, traducidos al alimón por Larbaud –que también firma el prólogo, y que antes ha ido entregando traducciones a diversas revistas, entre ellas la dadaísta Littérature– y por Mathilde Pomès. Luego, a partir del año siguiente, cinco títulos –La veuve blanche et noire (1925), Le docteur invraissemblable (1925), Gustave l’incongru (1927), Le cirque (1927) y Ciné-Ville (1928)– en las Éditions du Sagittaire, de Simon Kra, con el cual ha conectado gracias al inevitable Cassou, autor por lo demás, siempre para Kra, de un muy difundido Panorama de la littérature espagnole contemporaine (1929). En 1927, con motivo de la aparición de Le cirque, prologado por los Fratellini, Gómez de la Serna pronuncia su célebre conferencia en el Cirque d’Hiver, subido a un elefante. Recordemos además una selección de Seins (1923), ilustrada por Pierre Bonnard, y en 1929, cerrando espectacularmente la marcha, una edición de lujo del libro circense, con grabados del húngaro Marcel Vertès. Asimismo, algunos de los libros de Ramón en castellano también ven la luz en una ciudad que, al igual que en la época del modernismo, cuenta con editoriales hispánicas, que distribuyen en España y América. Corpus cuenta con su brillantez acostumbrada los triunfos de su pariente en una exhaustiva crónica en el número de febrero de 1928 de Revista de Occidente. Incorporado a la Académie de l’Humour, el novelista es también invitado a formar parte de un organismo mucho más selecto, el consejo de redacción –se asombra de lo bien remunerado que está tal «cargo»: mil francos mensuales– de la revista de vanguardia Bifur.

Afanado en dejar Madrid –donde le asedian los problemas, especialmente los sentimentales–, Gómez de la Serna pasa parte de los años 1929 y 1930 en París, primero en su querido hotel de la plaza del Odéon, sustituido luego por un estudio en una colonia ubicada en el impasse du Rouet, en el XIVème. Sus crónicas agridulces –y sensacionales– en el diario El Sol se recogerán bajo el escueto título de París, editadas por el recordado Nigel Dennis en fecha relativamente reciente (1986). En ellas el escritor, atento a todas las novedades, nos habla de las cosas más variadas: de una cena con Cocteau en casa de Isabel Dato; de los proyectos cinematográficos de su amigo Buñuel; de la nueva fotografía que invade las revistas literarias (y está claro que en este caso está pensando en Bifur); de las «máscaras de hierro» de dos amigos de su futuro amigo –y cofrade en el culto al circo– Calder (me refiero, naturalmente, a José de Creeft, y al mexicano y estridentista Germán Cueto, primo por cierto de María Blanchard); del ataque de los surrealistas contra el Cabaret Maldoror; de Victoria Ocampo; de Joyce; de un reencuentro con su viejo amigo Ehrenburg… París, en cualquier caso, termina haciéndosele cuesta arriba, entre otras cosas porque Kra ha roto unilateralmente el contrato que los unía, y nadie toma el relevo.

Tras otros intentos en cafés más prestigiosos del Boulevard Montparnasse, será en La Consigne, un modesto establecimiento en el número 71, entonces frente a la Gare Montparnasse –pero todo ese entorno ha cambiado mucho, demasiado…–, donde Gómez de la Serna monte su Pombo parisiense, su tertulia, también sabatina. Entre los contertulios figuran Norberto Beberide, Isabel Dato, Juan Manuel Díaz-Caneja, el humorista Tono, Guillermo de Torre, Esteban Vicente, Aurelio Viñas… Y latinoamericanos: Miguel Ángel Asturias –que lo entrevistó, se supone que en un avión sobre París, ¿o se trata tan sólo de una licencia literaria?–, Tota Atucha –condesa de Cuevas de Vera–, Benjamín Carrión, Ventura García Calderón, Oliverio Girondo, Demetrio Korsi, el vizconde ful de Lascano-Tegui, Bebé Morla, Victoria Ocampo… Y franceses: el humorista Cami, el fiel Cassou, Mathilde Pomès…

Además de a muchos ya citados en las líneas precedentes, en el París de los años veinte Gómez de la Serna frecuenta al guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, cuyo libro parisiense Maelstrom (1926) prologa; a Max Jacob; a los estridentistas Germán List Arzubide, mexicano, y Arqueles Vela, guatemalteco; a Mac Orlan, con el cual coincide en el comité de redacción de 900, la revista internacional del metafísico y fascista Massimo Bontempelli; a Supervielle; al caricaturista salvadoreño Toño Salazar; y a Frédéric Lefèvre, que precisamente en Les Nouvelles Littéraires lo entrevista para su popular serie –luego recogida en libros– «Une heure avec», a la cual también se somete por cierto Eugenio d’Ors.

1929 es además el año en que aparece Circuito imperial, de Ernesto Giménez Caballero, el director de La Gaceta Literaria, creada sobre el modelo de Les Nouvelles Littéraires. La presencia como secretario de redacción en su primera etapa de Guillermo de Torre, denominado por aquel «el Menéndez Pelayo de las vanguardias», garantiza la conexión con el legado ultraísta. El libro, publicado dentro de una colección aneja a la revista, es fruto de un viaje europeo realizado el año anterior. En su capítulo francés (París y Burdeos) encontramos una áspera consideración sobre el hecho de que lo más interesante es el «París del sexo y el senso»; un elogio de la pequeña librería, y concretamente de la de Adrienne Monnier; y referencias a encuentros con Cassou y con Maurice Martín du Gard –el director de Les Nouvelles Littéraires–, así como a un gran número de hispanistas o hispanizantes: entre otros, Adolphe de Falgairolle, Paul Guinard, Larbaud, Maurice Legendre, Francis de Miomandre, Georges Pillement, Mathilde Pomès, Jean Sarrailh… También le da tiempo a «Gecé», como firma sus carteles literarios, a pasarse por el estudio de Man Ray: aunque no se indica, del norteamericano es efectivamente el retrato fotográfico que sale en el frontispicio de Hércules jugando a los dados (1928), un dato que en su día le escuché a «Don Ernesto» sin terminar de creérmelo, pero que ahora está más que probado. Probablemente sea también durante ese viaje cuando consigue los dos carteles de Cassandre que lo acompañarían durante años en su despacho madrileño. Siempre en clave francesa, hay que recordar que parte de los años 1920 y 1921 los había pasado el futuro embajador de Franco como lector de español en la universidad de Estrasburgo. En esta ciudad fronteriza tuvo la revelación del Rin y de una Europa que a la postre viviría en clave fascista, hecho que también tiene que ver con esos años estrasburgueses, ya que a su futura esposa, la florentina Edith Sironi, la conoció en su condición de hermana del cónsul italiano allá.

Por aquellos años finales de la década de los veinte, otro futuro falangista amplía estudios en la Sorbona: el en su día ultraísta Eugenio Montes, amigo de Buñuel y propagandista de su cine (y amigo también de otro discípulo de Cansinos: un César González-Ruano que también se ha asomado a la capital francesa, aunque sus verdaderas “hazañas” parisienses estaban, ay, por llegar). Un tercer futuro falangista, Juan Ramón Masoliver, amplía estudios en la ciudad (1930-1931), concretamente en el Institut des Hautes Études Internationales. Frecuenta los ambientes más vanguardistas, es decir, Altolaguirre, Breton y otros surrealistas, Buñuel –del cual era primo–, Cassou, Nancy Cunard, e incluso Joyce, que le escribe una carta de recomendación para Pound, con quien colaboraría en Rapallo durante su época como lector de español en Génova. Todo ello bien documentado en Perfil de sombras (1994), antología de textos dispersos que hace las veces de las memorias que jamás escribió. Menos datos tenemos sobre el paso por París de un cuarto futuro falangista, José María Alfaro, quien en el artículo «La fatiga de las vanguardias», publicado el 17 de septiembre de 1993 en El País, recuerda su amistad con Dalí, así como una visita al estudio de Picasso en compañía de Juan Manuel Díaz-Caneja.