CIRCA 1035: «DU COTE D ELA CITÉ UNIVERSITAIRE»

En 1935, ya al borde España de la Guerra Civil, hay que recordar la presencia del socialista Julio Álvarez del Vayo, de Andrés Carranque de Ríos y de Arturo Serrano Plaja –al cual acabo de citar en el contexto de Nuestro Cinema– en el Primer Congreso de Intelectuales Antifascistas de París, para hacer propaganda del cual el surrealista René Crevel había estado poco antes en Madrid. El suicidio de este último, acontecido en fechas muy cercanas a aquel evento, motivó un poema del zaragozano Gil Comín Gargallo, «René Crevel se despide de la conciencia burguesa», incluido en su poemario Rémora y evasión (1936). Muchos de los participantes en aquel congreso volverían a encontrarse en plena Guerra Civil, en 1937, en el de Valencia y Madrid.

1935 es también el año de la inauguración, el 10 de abril, de un edificio historicista –completamente anacrónico ya en el momento de su inauguración al estar inspirado en el palacio de Monterrey, de Salamanca–, que le había sido encargado durante los años finales de la Monarquía al arquitecto Modesto López Otero: el Colegio de España de la Cité Universitaire, institución simétrica a la francesa Casa de Velázquez de la Ciudad Universitaria de Madrid. Con motivo de esa inauguración se produce el último viaje a París de Unamuno, el orador estrella de un acto presidido por Albert Lebrun, el presidente de la República, y en el cual España, además de por el autor de La agonía del cristianismo, está representada por Blas Cabrera, por Ortega y por Juan de la Cierva, entre otros. Ángel Establier, el director de aquella residencia de estudiantes, formado por cierto en la de Madrid, viviría antes, durante y después de la Guerra Civil singularísimas aventuras políticas. Entre los primeros becarios del Colegio, tres artistas plásticos muy vinculados al mundo literario: Federico Castellón, Gregorio Prieto y Juan José Luis González Bernal, presentes en la primera muestra que se celebró en esta institución, una espléndida colectiva de españoles en París cuyo catálogo prologó el fiel Cassou. Durante la Guerra Civil el colegio sería una ínsula singular, pero ese período ya queda fuera de mi jurisdicción.

En 1935, Gómez de la Serna visitaría por última vez París en compañía de Luisa Sofovich, viendo por última vez a Cassou y a Cocteau, entre otros.

 

EPÍLOGO
CIRCA 1936: EL AÑO DE LA GUERRA CIVIL

En el París de 1936, apenas unos meses antes del estallido de la Guerra Civil, el poeta sevillano y errante Rafael Lasso de la Vega, primero modernista –seguimos en la generación de Tomás Morales– y luego ultraísta –y, como tal, autor de algunos caóticos poemas dadaístas en francés–, siempre bohemio y luego felizmente inclasificable, publica en la colección «La Boussole», de la editorial René Debresse, y bajo su nueva máscara, «Marqués de Villanova» –tan marqués como Lascano-Tegui vizconde–, una supuesta antología de su obra hasta aquel momento: Pasaje de la poesía. Es el inicio de la reescritura de la misma en clave de ficción, que posteriormente culminaría con dos libros antefechados supuestamente de la década del diez: Presencias y Prestigios, de los cuales más tarde llegaría a publicar –en Florencia– falsas ediciones «prínceps». Por aquellos años Lasso llevaba unos años de vida europea errante, reflotado por su mujer, la pianista alsaciana Florine Baer. En sus estupendas memorias, Sagarra cuenta que cuando se lo tropieza, calvo, con dentadura postiza y aire de banquero, le cuesta reconocer al hampón de antaño. De Pasaje de la poesía tengo dos ejemplares: uno excelentemente encuadernado y dedicado a César González-Ruano, que tanto contribuyó a la leyenda lassiana, y otro, en rústica pasada por el arroyo, casi se diría que por la trinchera, pero dedicado –se trata del ejemplar número 1– a Alfonso XIII, entonces exiliado en Roma. Si bien esas dedicatorias autógrafas son evidentemente auténticas, no puede decirse lo mismo ni del título nobiliario del poeta ni del contenido del poemario. Hay en él, por ejemplo, composiciones fechadas «París, 1914»: hoy sabemos a ciencia cierta que por aquellas fechas el poeta no había visitado todavía la capital francesa, ni había podido conocer en ella a quienes decía haber conocido. En la posguerra, Lasso viviría unos años en Saint-Germain-des-Prés, en el Hôtel de l’Univers de la rue de Buci, frecuentando la tertulia del vecino café Mabillon –ahí se reencontraría con Guillermo de Torre, quien no lo había tratado precisamente bien en Literaturas europeas de vanguardia, donde se preguntaba, por ejemplo: «El bilingüismo de Rafael Lasso de la Vega, ¿es auténtico?»–, y a muchos pintores españoles, entre ellos a Luis Fernández y a Xavier Valls.

La Guerra Civil, iniciada unos meses después de la aparición de Pasaje de la poesía –libro cuyo destino, a tono con el juego que operaba en él, sería «en diferido»–, tuvo también uno de sus frentes de batalla en París. Max Aub, Bergamín, Buñuel y Larrea, entre otros, operaron en el marco de la Embajada, que entre otras cosas se ocupó de la puesta a punto del celebérrimo pabellón republicano de la Exposición de 1937, presidido por el Guernica de Picasso. Joan Estelrich –muy conocido ya en el París intelectual de los años anteriores a la contienda–, Pérez Ferrero o Antonio de Zuloaga –hijo del pintor– fueron en cambio muy activos en la –digamos– contra-embajada de los sublevados, que editaba el tabloide Occident, pagado por Francesc Cambó. París era entonces un hervidero de espías y de traficantes varios. Pero digo lo mismo que he dicho a propósito de la ínsula que entre 1936 y 1939 sería el Colegio de España: esa es otra historia.

NOTAS
1 Pese a que la relación entre Cansinos y Gómez de la Serna se torcería dramáticamente, Guillermo de Torre siempre mantendría el contacto.

2 La inclusión de Rogelio Buendía supuso una concesión a Larbaud por parte de Marichalar, que, sin embargo, se mostró reacio ante la posible entrada de Guillermo de Torre.