Además de Guillermo de Torre, Diego y Larrea, otros ultraístas visitan París. Es el caso del médico y poeta Rogelio Buendía –ya mencionamos su participación en Intentions–, que acude a la ciudad en 1920 por razones profesionales. Resultado de su paso por Francia son los poemas del ciclo «El París de mis gafas», aparecidos en Grecia, uno de los cuales protagoniza el metro. La narradora Rosa Chacel, que también había colaborado con Ultra, pasa parte del invierno 1924-1925 en un París que su marido, Timoteo Pérez Rubio, retrata en cuadros suburbiales, como el del canal del barrio de los mataderos. La pareja descubre en París el surrealismo y trata con Max Ernst. Como Chacel ha contado en su maravillosa biografía de Timo –tuve el privilegio de ser uno de los primeros lectores y «auditores»–, el guía en la ciudad del matrimonio es el pintor y arquitecto Mariano Rodríguez Orgaz, personaje de vida y obra breve pero muy interesantes, y al quien también he oído cómo elogiaban sus compañeros en el exilio mexicano (Ramón Gaya, Francisco Giner de los Ríos, etcétera).

 

1925 se publica Sentimental-Dancing, una novela ambientada en París del poeta, narrador y futuro «economista del 27» Valentín Andrés Álvarez. Este pombiano, colaborador de Plural –una de las últimas revistas del ultraísmo– se había estrenado con Reflejos (1921), un poemario postmodernista escrito, según su propia confesión, en la Ciudad de la Luz, donde residió entre 1919 y 1921. A París lo había llevado la voluntad de estudiar Astronomía, carrera que terminaría abandonando por la Economía, tras la revelación que supuso la lectura de Wilfredo Pareto en la Bibliothèque Sainte Geneviève. Supuestamente, la novela, haciendo honor a su título, parte de las memorias escritas por «un joven español, gran bailarín, tanguista consumado, muy conocido en todos los dancings del Barrio Latino en los comienzos de la posguerra». Es bien sabido que el autor, como el personaje, era un tanguista consumado. En la novela hacen acto de presencia el mencionado barrio, la vecina catedral de Notre Dame, la Torre Eiffel –«letra inicial y abreviatura de la ciudad en lenguaje expresionista»–, el metro, los puentes, la estación de Orsay y, por supuesto, las siluetas femeninas y los españoles de paso. Sentimental-Dancing es susceptible de relacionarse con otro título ambientado en París: La Venus mecánica (1929) de José Díaz Fernández, quien, por cierto, moriría en el exilio francés (concretamente en Toulouse). En la novela de José Díaz Fernández se cita a Rimbaud, Cézanne, Larbaud, Picasso, Max Jacob, Cocteau, Montherlant, etcétera. En un divertido fragmento la yanqui Miss Mary le explica a Víctor Murias, el protagonista, «las dieciocho metamorfosis de mesié Picasó, la quiebra del superrealismo y el éxito de un chino que escribía hai-kais para las norteamericanas millonarias». Cándidamente, la mujer confiesa que había estado a punto de convertirse al catolicismo porque había leído «un libro delicioso de Maritain». Otro de los personajes femeninos de La Venus mecánica llega a Madrid desde la capital francesa: se llama Aurora Nitti, una escultura comunista de origen haitiano, a cuyo alrededor revolotean jóvenes lectores de la NRF y de L’Art Vivant.

 

CIRCA 1926: JOSÉ MARÍA HINOJOSA, EDGAR NEVILLE, FERNANDO MARÍA DE MILÍCUA

Mayor presencia que estos novelistas de paso, no traducidos al francés, tuvo en París el veintisietista malagueño de aires surrealistas y futuro poeta asesinado por los republicanos José María Hinojosa. Su primer libro, Poemas del campo, con cubierta y frontispicio de Dalí, se había publicado en el Madrid de 1925. Al año siguiente, ya en París, vería la luz Poesía de perfil, ilustrado por Manuel Ángeles Ortiz e impreso en Le Moïl & Pascally, la misma imprenta de la que dos años más tarde saldría Poemas en menguante, del cubano Mariano Brull. La presencia entre otros de los ilustradores de Bores –en el caso de La rosa de los vientos (1927)– y de Peinado –en el de La flor de Californía (1928)– revela la cercanía de José María Hinojosa con los picasseños de París, que a través de él se convirtieron en colaboradores de la revista malagueña Litoral. De la Imprenta Sur, donde se hacía Litoral, sale a la luz el volumen de relatos Eva y Adán (1926), título con el que entra en escena Edgar Neville, uno de los más destacados representantes del humor postramoniano del 27 que cultivaba el grupo establecido en torno a las revistas Buen Humor y Gutiérrez. En Eva y Adán tienen una notable presencia el cubismo y París, ciudad que Neville conocía desde la infancia y donde, como todos, acudía asiduamente a Aux Amis des Livres. Además de lo dicho, el nombre de Edgar Neville figura en el registro de visitantes del Bureau surrealista. En Don Clorato de Potasa (1929), su primera novela, París ya está presente:

«–Hoy vamos a ver París como lo ve Morand.

Y enseguida emprendían una marcha vertiginosa, fijándose en todas las cosas y tirando de la cinta que todas tienen, y que al tirar descubre su imagen definitiva. Otras veces se endosaban el punto de vista Proust; pero al poco tiempo tenían que dejarlo porque se detenían en una esquina y no llegaban a los sitios».

 

Volviendo a Hinojosa, que fue amigo no sólo de Dalí sino también de Buñuel, se suele decir que estuvo en contacto con el grupo capitaneado por André Breton. Aunque no existen pruebas tangibles de esa relación, sí que constan, en cambio, los encargos a Sánchez Cuesta, desde Málaga, de libros surrealistas y de la vanguardia francesa en general.

Menos conocido es el caso del vasco Fernando María de Milícua, autor de un único libro, Poemas cortos en prosa (1925), con cubierta de su paisano José María Ucelay, que en 1933 retrata a Colette Lelong, la mujer francesa del escritor. Milícua pasa parte de la preguerra civil española en París, donde trabaja en el doblaje cinematográfico. Asiduo de Le Dôme, frecuenta a Hinojosa, pero también a Buñuel, Huidobro, Miró, Picasso, etcétera.

A propósito de Ucelay, hay que recordar, también de 1926, su precioso autorretrato en un café de Montparnasse, en compañía de Fernando Regoyos. Dicha pintura constituye el mejor símbolo de toda una generación de montparnos españoles.

 

CIRCA 1927: EUGENIO D’ORS JOSÉ ORTEGA Y GASSET

La presencia editorial en Francia, de 1927 en adelante, de Eugenio d’Ors impresiona. D’Ors pasa parte de la década de los veinte en un París que había frecuentado desde 1906, y donde tenía numerosos contactos filosóficos, literarios, artísticos y también mundanos. Estamos hablando de nada más y nada menos que once títulos: Trois heures au Musée du Prado (1927); el almanaque La vie brève (1928), con litografías de Mariano Andreu; L’art de Goya (1928); La vie de Goya (1929); Coupole et monarchie (1929), con su retrato de Josep de Togores; Jardin des Plantes (1930); Paul Cézanne (1930); Pablo Picasso (1930); Au grand Saint-Christophe (1932); La vie de Ferdinand et Isabelle (1932) y Du baroque (1936), título que conocería una gran fortuna crítica. El éxito se prolonga más allá del rango cronológico aquí tratado con el Almanach des Arts (1937), escrito en colaboración con Jacques Lassaigne; Trois heures au musée du Prado (1939) y La biche (1942), ilustrado por Grau Sala. Resulta especialmente llamativo que, en el momento de su publicación, algunos de los títulos fueran inéditos en castellano. A lo expuesto hay que sumar la presencia del catalán en la NRF, en la revista católica Le Roseau d’Or; en la magnífica Formes, que dirigía Waldemar George y que preconizaba el retorno al orden; en Les Feux de Paris y hasta en Imán, de la argentina Elvira de Alvear y cuyo secretario de redacción era Alejo Carpentier. El glosario y las crónicas semanales de «La vida breve» que Eugenio d’Ors escribe para Blanco y Negro y firma como «Un ingenio de esta corte», –ilustradas por él mismo con el pseudónimo de Miler– contienen múltiples pistas sobre esta etapa de su vida tan fecunda y sobre un París en el que frecuenta a escritores (como Fargue, Joyce –cuya obra le parece «una monstruosidad pueril»–, Larbaud, Eugène Marsan o René Philippon, junto a quien evoca al desaparecido Paul-Jean Toulet),  músicos (como Wanda Landowska, Arthur Rubinstein o Ricardo Viñes) y pintores (como Durancamps, Mela Muter, Pierre Roy, Gino Severini, Mario Tozzi –sobre él  publica una monografía en 1932– o Ángel Zárraga). Al igual que Waldemar George, Eugenio d’Ors emprende una defensa activa de los interesantísimos «italianos de París»: Giorgio de Chirico y Alberto Savinio, Massimo Campigli, Renato Paresce, Filippo de Pisis, Gino Severini y Tozzi.

A propósito del infatigable agitador que fue Eugenio d’Ors, merece una mención aparte su colección A.L.A., dirigida junto a la argentina Adelia de Acevedo. Esta colección trinacional –París, Madrid, Buenos Aires–, que se conseguía por rigurosa suscripción, está integrada por diez títulos publicados entre 1926 y 1935. Entre ellos destacan el citado almanaque orsiano La vida breve (1928); Trois mythes (1929) de Supervielle, ilustrado por Pierre Falké; El cementerio marino (1930) de Valéry, traducido por Guillén y con ilustraciones de Severini; una edición del drama quechua Ollantay (1932), ilustrada por el escultor argentino Pablo Curatella Manes y el primer poemario de Adriano del Valle, Primavera portátil (1934), ilustrado por el propio editor bajo la máscara de Octavio de Romeu.

Por esta época la Librairie de l’Arc publica en París un curioso Courrier Philosophique d’Eugenio d’Ors, donde, entre otros, colaboran Francisco Amunátegui –traductor al francés de varios de los títulos orsianos antes mencionados– y la omnipresente Mathilde Pomès.

También José Ortega y Gasset pasa por París, donde cultiva numerosas amistades –muchas de ellas mundanas, un rasgo compartido con su rival–. En 1929 Ortega y Gasset acude a una cena en la casa, modernísima, de Isabel Dato –próxima también a Eugenio d’Ors–. Allí coincide con Valéry. Sin embargo, aquella noche será sobre todo recordada por los historiadores de la literatura porque Victoria Ocampo –¡cuántas ricas argentinas en el París de los happy twenties!– conoció entonces a Drieu La Rochelle. Pese a su Revista de Occidente –impresa, como es bien sabido, con tipos alemanes, pero tan abierta a lo francés–, de Ortega por aquellos años sólo se editan en el idioma de Racine dos títulos: una antología, Essais espagnols (1932), y Mission du bibliothécaire (1935). Hay que mencionar además su presencia en Commerce y, también de 1932, su prólogo a un lujosísimo –y por lo tanto confidencial/privativo– álbum de dibujos del pintor y decorador ruso Serge Rovinsky, L’Espagne grandiose et fantastique.

Entre 1927 y 1936, el librero León Sánchez Cuesta, cuñado de Salinas y cuyo establecimiento madrileño había abierto en 1924, tiene una sucursal en el Barrio Latino, concretamente en el 10 de la rue Gay-Lussac. Socio suyo en la sucursal de París, y pronto propietario, aunque nominalmente siguiera constando Sánchez Cuesta, sería Juan Vicens. Jeanne Rucar, la mujer de Buñuel, fue la primera dependienta. Pronto la sustituyó su hermana Georgette, que terminaría convirtiéndose en la única responsable del establecimiento, relanzado en la posguerra por Antonio Soriano.