En el otro extremo del ruedo político, numerosos intelectuales más o menos metidos a políticos perpetúan, «aggiornándola», la realidad del exilio español en París, una constante patria desde comienzos del siglo XIX. Han abierto la marcha, poco después del golpe del general Primo de Rivera, escritores de otra generación, como Unamuno y Vicente Blasco Ibáñez. Ambos son las figuras centrales de la «peña de los españoles» de La Rotonde, frecuentada entre otros por Corpus Barga, Buñuel, Cassou, Marcelino Domingo, Carlos Esplá, el peruano Víctor Raúl Haya de la Torre, Eduardo Ortega y Gasset –responsable de las revistas unamunianas España con honra y Hojas Libres–, Alfonso Reyes, Rodrigo Soriano… En 1925 el autor del Cancionero, que se ha prodigado en todo tipo de actos literarios y políticos, termina abandonando la capital, afincándose en Hendaya. La nómina de escritores exiliados al finalizar la década –y con ella la Dictadura– se ha ampliado considerablemente. Mencionemos en primer lugar a catalanistas de Macià como Josep Carner-Ribalta, Ventura Gassol o Jaume Miravitlles, este último amigo de juventud de Dalí, futuro dirigente primero del BOC y luego de ERC, y futuro responsable de propaganda de la Generalitat durante la Guerra Civil. Refiramos al anarquista aragonés Gil Bel, estrechamente vinculado a su correligionario el escultor Ramón Acín, también parisiense a la fuerza durante un tiempo; al mallorquín Antonio María Sbert, principal líder de la FUE; a los valencianos Julián Gorkín, futuro dirigente del POUM, y Arturo Perucho, feroz anti-poumista durante la Guerra Civil… El caso más interesante es sin duda el de Gorkín. Henri Barbusse, que lo integra a su semanario Monde, prologa su libro Días de bohemia, publicado en 1930 por la editorial madrileña «de avanzada» Cenit. El año anterior había aparecido en la misma su traducción del Teatro de la Revolución de Romain Rolland. No dejan de ser paradójicos estos patrocinios, teniendo en cuenta la evolución primero antiestalinista y luego anticomunista de quien durante los años de la Guerra Fría terminaría siendo figura clave de los Congresos para la Libertad de la Cultura.

 

Para cerrar esta ficha sobre 1929, que ha resultado la más larga de todas, hay que mencionar el fugaz paso por París, el 14 y 15 de junio, de Federico García Lorca, de su paisano el político socialista Fernando de los Ríos y de la sobrina de este, Rita María Troyano de los Ríos, la futura esposa del ingeniero Carlos Fernández Casado. Van camino de Gran Bretaña, donde se quedaría la joven, mientras los dos hombres embarcarían, en Southampton, para Nueva York. De una carta de Fernando de los Ríos a Gloria Giner, su mujer, escrita al día siguiente desde el Hotel Terminus, junto a Montparnasse, se extrae esta cita: «Ayer llegamos a las once de la mañana y fue un torbellino; quería que Rita María y Federico tuviesen una visita más o menos completa de París, pero de conjunto, y les llevé a Notre Dame, la Sainte Chapelle, Tullerías, Campos Elíseos, Bois de Boulogne, Torre Eiffel, a la que subimos, Museo de Cluny, Galerías Lafayette, Panthéon, vuelta por el barrio latino, jardines de Luxemburgo y ahora por la mañana iremos al Louvre. A las 12 y 10 salimos para Londres. Por la noche estuvimos en un precioso cine y vimos una delicadísima película». Aunque no lo menciona, también les da tiempo a saludar a Mathilde Pomès. Rafael Utrera alude al fallido intento de saludar a Imperio Argentina. Debe mencionarse además que el hermano del poeta, Francisco García Lorca, ha residido durante un tiempo en Francia por sus estudios de Derecho: París –donde frecuenta mucho a los «picasseños»–, Toulouse, Burdeos…

 

CIRCA 1930: MANUEL ALTOLAGUIRRE Y SU MINERVA

Si bien Emilio Prados sólo había estado de paso, en un par de ocasiones, a comienzos de la década del veinte –en una de esas estancias conoció a Picasso–, a comienzos de la siguiente se establece en París, durante parte de los años 1930 y 1931, Manuel Altolaguirre, su paisano, amigo y cómplice de Litoral. En su minerva parisiense imprime Altolaguirre varios números de la revista Poesía y varias «plaquettes» prodigiosas. Entre sus amigos de allá debe mencionarse a Elvira de Alvear, para cuya revista Imán tradujo un texto de Eugene Jolas. A Manuel Ángeles Ortiz. A Alejo Carpentier. A Dalí y a Gala, a los cuales conocía de Málaga y con quienes –según cuenta en sus memorias póstumas– realizó algunos objetos surrealistas (para ellos personalizó también sendos ejemplares, que se conservan en el Centro de Estudios Dalinianos de Figueras, de Un verso para una amiga, retitulados para la ocasión Un vers pour une amie y Un ejemplar para Gala y Dalí). A Eugenio d’Ors. A Mathilde Pomès, de la cual editó Saisons (1931). A Gregorio Prieto. Al mexicano y también pintor Manuel Rodríguez Lozano. A Supervielle, al cual visita en su mansión de la isla de Port-Cros. Especialmente estrecha es su relación con el poeta uruguayo Carlos Rodríguez Pintos, a quien al volverse a España le traspasaría la minerva, cuyo nuevo propietario acabaría traspasándola a Guy Lévis-Mano, el célebre GLM.

Eugenio d’Ors, en un bonito poemita de 1931, alude al malagueño: «Frío tiempo de Adviento. / París y Altolaguirre / en un taxi me encierran. / Fuera, a las cuatro apenas, /
la noche cae, disuelta, / en una tinta china / sepia».

 

CIRCA 1931: RAFAEL ALBERTI

Colaborador tanto de Litoral como de Poesía, también Rafael Alberti visita aquel París. Lo hace en 1931, en compañía de María Teresa León, y gracias a una beca de la Junta para Ampliación de Estudios, viendo ahí, entre otros, a Altolaguirre, con el cual comparte la aludida visita a Supervielle en Port-Cros. Las crónicas albertianas, que pueden leerse en Prosas encontradas (1970), antología establecida por Robert Marrast, se refieren a Chagall, a la Exposición Colonial, a la imprenta de Altolaguirre… El poeta del Puerto ha evocado además, en sus textos memorialísticos, a otras de sus amistades de allá: Elvira de Alvear, Miguel Ángel Asturias, Carpentier, Éluard, Gide, Huidobro, Michaux, Picasso, Rodríguez Pintos, Arturo Uslar Pietri, César Vallejo…

Consecuencia de la amistad de Supervielle con cinco de los poetas citados a lo largo de las líneas precedentes es su antología Bosque sin horas (1932), aparecida en la editorial madrileña Plutarco. Antología de traductores: además de Alberti, responsable de la versión final, participan en la aventura Altolaguirre, Brull, Guillén y Salinas.

 

CIRCA 1932: JUAN PIQUERAS Y NUESTRO CINEMA

En relación con el PCE y el séptimo arte, hay que mencionar la dilatada estancia en París del valenciano Juan Piqueras, que había sido pombiano y colaborador de La Gaceta Literaria, cuya firma encontramos también en Octubre o en Mundo Obrero. Entre 1932 y 1935, en el 7 de la montparnassiana rue Broca, dirige la gran revista Nuestro Cinema, de maqueta muy moderna. En ella colaboran gentes de su generación española, de García Lorca y Alberti a Samuel Ros, pasando por Arconada –que elogia al Buñuel de Tierra sin pan–, Ayala, Juan Antonio Cabezas, Espina, Jarnés, Renau, Sender o Serrano Plaja; franceses como René Clair, Germaine Dulac, Fernand Léger o Léon Moussinac; el holandés Joris Ivens; el húngaro Béla Balazs; algunos latinoamericanos; rusos como Lunacharski o Karl Radek… El estallido de la guerra civil sorprende al crítico comunista en viaje de París a Oviedo, en la estación palentina de Venta de Baños, rápidamente tomada por los rebeldes. Buñuel y el bailarín Vicente Escudero –uno de sus mejores amigos de París– son avisados de su delicado estado de salud en tan inoportuno momento. A finales de julio Piqueras sería fusilado.

Con el otro bando en lucha aquel trágico verano de 1936 estaría otro escritor del 27 afincado en París, el fino prosista y dramaturgo grancanario Claudio de la Torre, también integrado en el mundo del cine, ya que era responsable de doblajes en los estudios de la Paramount, en Joinville, al sur de la capital francesa. En febrero de 1936, en su virulento artículo «Callejón sin salida del cine español», Piqueras lo menciona expresamente –junto a Neville, José López Rubio y algunos otros– entre aquellos que se han pasado con armas y bagajes a las productoras norteamericanas, diana constante, especialmente la Paramount, de sus diatribas y de las de otros colaboradores de Nuestro Cinema. El primer viaje del grancanario a París había sido en 1928, cuando gracias a su paisano el poeta Luis Doreste Silva, miembro de la generación de Tomás Morales, y secretario del embajador León y Castillo, había estado a punto de estrenar Tic-Tac en el Théatre de l’Oeuvre, con sensacionales decorados de Dalí, cuyos bocetos han sido redescubiertos hace poco en el archivo de los herederos del escritor.