El educado, aunque frío, llamado de la mujer era directo: «Quiero entrevistarlo la próxima semana por mi canal personal».

También ella vive ahora en algún remoto lugar y su indiferencia hacia él –estando casi en el mismo sistema– nunca le permitió conocerla. Recuerda acerca de Maricruz lo que todos. Sabía que esa entrevista significaba una poderosa difusión para sus logros. Pero, recapacitó con crudeza, ya no lo necesitaba. (Luego, al meditar, se preguntó si, al contrario, el efecto favorecería a Maricruz, impregnándola del aura clásica que no poseía).

Si dudó en responder a Heina, el hombre contestó en seguida a la otra, con una sola pregunta:

–¿Por qué?

En segundos ella replicó: «No lo sé, pero ya te envío oralmente algunos de mis temas». Y así fue. El hombre consideró al escucharlos que eran muy tontos, pero también que se podía tratar de un inicio general. Decidió esperar.

Al día siguiente recibió un material extenso: momentos culminantes, de tres minutos, de la nueva serie dirigida por ella. Cuando pudo verlos en la noche, todo allí parecía correcto y atractivo (trama, escenarios, rápidos parlamentos; encuadres, efectos especiales, musicalización, etcétera), excepto por dos razones. El producto era fascinantemente banal, incoherente y venía acompañado por una petición (o una orden): «Quiero lanzar este programa con una introducción o comentario tuyo, de tres minutos, que se repetirá al inicio de cada episodio, en la difusión universal». Y de una cifra.

El hombre decidió volver a esperar.

Ella no mencionó de nuevo la entrevista. Había sido una manera de aproximarse.

 

2

Dejó pasar un mes sin responderles.

Como era de esperarse, Heina guardó silencio. Él lo consideró un gesto de discreción y dignidad y entonces decidió leer, revisar en lo posible el material que había enviado. Antes de hacerlo buscó en la pantalla aquellas imágenes que la mostraban hermosa y refinada, con un halo de transparencia que antes no había notado.

Dedicó muchas horas. El texto era sórdido y puro, el perfil de un espíritu sometido a las ansiedades del conocimiento y a la comprensión de lenguajes y autores remotos. La huella de una vida que se había elevado a cielos ignotos y descendido a la humana carencia, a debilidades y sombras. Sacudido, iba a cerrar el equipo cuando advirtió un detalle separado, breve y pleno. Heina le confesaba que, si lo introducía en su red, este material y quizá toda su obra iba adquirir un nuevo vigor, la prueba de su durabilidad; le pedía que lo salvara del olvido.

El hombre sonrió y comenzó su trabajo para Heina.

Casi al mismo tiempo –¡oh, las coincidencias de nuevo!– asomó en su pantalla un nuevo mensaje de Maricruz Honey Salvatierra y Yem: solo una cifra, mayor que la anterior.

El hombre no respondió y eliminó sus correos.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

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