POR CARLOS F. GRIGSBY

Fotografía de Esteban Chinchilla

La última vez que vi a Luis Chaves fue en una película. Una producción costarricense llamada Tengo sueños eléctricos, sobre la relación entre una hija y su padre. En un momento del filme, el padre le cuenta a su hija que ha empezado a escribir versos. Unas escenas después, el padre asiste con su hija a un taller literario en una casa de la capital, San José. Ahí aparece Luis Chaves actuando de Luis Chaves. Se nos presenta como «The Poet» de la escena literaria costarricense: parece ser él quien dirige el taller. Desde un cómodo sillón, cerveza en mano (esto quizá sea añadidura mía) y rodeado por los talleristas, el poeta dirige la lectura al final de la sesión nocturna.

Aquí sería un buen momento para hablar sobre lo cinemática que es la poesía de Chaves, pero quiero pausar esa idea por un momento. Este será un perfil contado por etapas.

Empiezo con la primera vez que escuché hablar de él.

I

Fue en torno al año 2010 o 2011, en una de mis estancias de vuelta en Managua (desde el 2006 vivo fuera del país). Unos poetas jóvenes nicaragüenses me habían propuesto que empezáramos una revista. La idea era publicar crónica, cuento y poesía. En una de las reuniones en que discutimos los detalles de ese proyecto malogrado, ellos me comentaron que pensaban incluir poemas de Luis Chaves en el primer número.

Yo no sabía quién era Luis Chaves. Luego comprendí que esto fue dicho a manera de darle más credibilidad al proyecto, para subrayar la seriedad y el rigor de la propuesta incluyendo a un poeta de la talla de Chaves.

Lo leí. Desde entonces no he olvidado un poema que aquí transcribo:

Estuve en colegios privados
Lupe cocina de lunes a viernes,
el fin de semana la dueña de casa
prepara sus exóticas recetas,
las de verdad.

Lupe plancha, dobla la ropa,
encera los pisos donde se reflejan
sus duras piernas nicaragüenses.
La familia se levanta de la mesa
para que la nica cene sola
la comida que ella misma adobó.

De noche Lupe no cierra la puerta
para que el señorito de casa entre,
de lunes a viernes,
a manosearle las nalgas.
El fin de semana,
con su novio de Bluefields,
es el turno de las sesiones profundas,
las de verdad.

Como indica su título, el texto es lo que vulgarmente podríamos llamar un poema social, pero hay un par de detalles que a quien no es centroamericano acaso se le escapen. 

Nicaragua y Costa Rica son países vecinos. En muchos sentidos, son países cuyas historias están entrelazadas. Sin embargo, desde hace por lo menos medio siglo, los nicaragüenses migran a Costa Rica porque allí los salarios son mejores (es el caso de Lupe en el poema). Como resultado, en el imaginario costarricense, los «nicas» representan a los migrantes; en las conversaciones en torno a la inmigración, suelen ser discriminados por xenofobia.

El poema de Chaves le da la vuelta a todo esto e ironiza sobre las ilusiones masculinas del paterfamilias costarricense que abusa de su trabajadora doméstica de Nicaragua.

II

Estoy en el festival Centroamérica Cuenta en Madrid y acaba de caer la noche. Los participantes hemos migrado de la sala del conversatorio a un restaurante bar: un rebaño de personas remolonas y locuaces atravesando la ciudad.

Me hallo en una mesa donde se habla de un escándalo ocurrido en otro festival. Sin esforzarme demasiado, intento inferir quiénes son los protagonistas. Luis Chaves está en otra mesa al lado opuesto de la sala. Mi intención es hablarle.

En ese momento, no somos completos extraños. Chaves era un ávido tuitero. En esa plataforma intercambiamos algunos mensajes, en especial cuando él estaba en Nantes durante una residencia literaria y yo vivía en París trabajando como maestro. A pesar de esos mensajes, sin embargo, nunca hemos hablado en persona.

Luis atraviesa el restaurante en dirección a la mesa. Viste una camisa celeste de mangas cortas y bluyín: estatura mediana, pelo negro abundante, gafas y barba. Se acerca a la mesa a preguntar si alguien tiene un cigarrillo. Su modo es amigable y carismático. Pero nadie en la mesa es fumador. Yo aprovecho para decirle que también estoy buscando fumar, así que emprendemos los dos una búsqueda por tabaco.

Preguntando aquí y allá, terminamos en un bar vecino tratando de hacer funcionar la máquina de tabaco. Nos ayuda un camarero. El de la barra tiene que apretar un botón y luego, al fin, tenemos en nuestras manos un paquete rubio de cigarrillos Camel.

Volvemos al restaurante bar y cada uno se prende un cigarrillo bajo los aleros, frente a la puerta de entrada. Fumamos con sendas cervezas. Le cuento entre volutas que hace poco estuve enseñando sus poemas en la Universidad de Oxford, donde trabajé brevemente después del doctorado. Ah, qué buena onda.

III

Los poemas de Chaves se demoran en fotografías viejas, en álbumes familiares rescatados del tiempo. En ellos se oyen canciones de Pixies y Cat Power que los anclan en una época, los rodean de una melancolía discreta. En lugar de metáforas, prefiere imágenes. Algunos poemas parecieran desarrollarse como secuencias de montaje; otros como cortos experimentales y líricos. Con ojo cinematográfico, a veces sus poemas terminan con la misma imagen con que empezaron, pero subrayando las pequeñas diferencias visibles en el marco de la cámara. Los poemas filman el paso del tiempo o buscan suscitar en el lector una sensación similar. La voz lírica nunca explica esas diferencias entre las imágenes, solo las muestra. A Chaves le gusta que las imágenes hablen por sí mismas.

En su prosa tiene la actitud del miniaturista. No porque cultive la brevedad extrema: le interesan los detalles y a fuerza de detalles mínimos construye sus historias. Como esa hermosa imagen en Vamos a tocar el agua, la cual capta la llegada de la primavera en Berlín al describir las semillas de los álamos que, en esa estación, llenan de pronto el aire de la ciudad y parecieran flotar ingrávidas. La temática en torno a la familia, tanto en la que creció como la que ayudó a crear, está mitificada con ironía tierna. Como resultado, los que lo hemos leído sentimos haber conocido a LaMenor y LaMayor.   

No puede entenderse su escritura sin sus desplazamientos fuera de Costa Rica. Primero, sus años formativos en Argentina, donde encontró una comunidad literaria que lo lee y es leída por él. Segundo, sus residencias literarias en Europa: Berlín, Nantes, Cataluña. Todas o casi todas han desembocado en una nouvelle o una crónica.

IV

Estamos en su casa de San José. Recuerdo un conejo, un perro (¿perra?) con quien me hice amigo, gatos. Los animales son parte de la familia. Hay en ese momento una plaga de mapaches en la ciudad, así que siento su presencia invisible alrededor de la casa, como mil ojos abiertos en la oscuridad. Luis ha invitado a amigos. Recibo libros costarricenses gracias a la generosidad desmedida de su editor. En el jardín hablamos del desastre de Nicaragua, de política costarricense, de sus años en Argentina, de la poesía de Germán Carrasco, de cuánto nos gusta La insidia del sol sobre las cosas, de lo antipático que dicen que es en persona. El aire de la noche es fresco. Fumamos con sendas cervezas. Es la penúltima vez que vi a Luis Chaves.

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