Este texto de Galdós es fundamental para analizar sus extraordinarias dotes de observador de la vida cotidiana en su totalidad y para justificar la perspectiva de la veleta elegida en algunos pasajes de sus novelas. Mendoza, tanto en La verdad sobre el caso Savolta como en La ciudad de los prodigios, aspira a describir la vida de la ciudad de Barcelona, de sus barrios, el Raval, el Ensanche, la Bonanova, sus focos anarquistas y revolucionarios, para reflejar la complejidad de la vida urbana de Barcelona en dos momentos cruciales de su historia. Y para ello, cien años después, sustituye la perspectiva de la veleta por la de la azotea, que le permite de forma práctica conseguir lo mismo que se proponía Galdós en su texto programático:

Ver el que entre, el que sale, el que ronda, el que aguarda, el que acecha; ver el camino de éste, el encuentro, la sorpresa del otro […] ¡Cuántas cosas veríamos de una vez, si el natural aplomo y la gravedad de nuestra humanidad nos permitieran ensartarnos a manera de veleta en el campanario de Santa Cruz que tiene fama de ser el más elevado de esta campanuda villa del oso! ¿Cuántas cómicas o lamentables escenas se desarrollarían bajo nosotros! ¿Qué magnifico punto de vista es una veleta para el que tome la perspectiva de la capital de España! (en Shoemaker, 1972: 189)

 

Finalmente, se pueden rastrear huellas de Galdós en una de las novelas españolas de mayor éxito en los últimos años, me refiero a Patria de Fernando Aramburu. La novela es un espléndido retablo de la sociedad vasca en los llamados años de plomo, cuando el terrorismo estaba desgraciadamente de candente actualidad. Es preciso recordar que la novela se publicó en 2016, y algunos críticos y reseñistas citaron a Balzac, como un posible modelo en la intención del autor de levantar acta, de actuar de notario de la realidad social de su tiempo, tal como proponía el novelista francés en el «Avant-propos» a La comedia humana.

La sociedad francesa sería el historiador y yo no tendría que ser sino su secretario. Al hacer el inventario de vicios y virtudes, al reunir los principales hechos […] pintar los caracteres, elegir los principales acontecimientos de la sociedad, componer tipos mediante la fusión de rasgos de varios caracteres homogéneos, quizá podría yo llegar a escribir esa historia olvidada por los historiadores, la de las costumbres (Balzac, 1969: 159).

Pues bien, sin infravalorar dicha influencia conviene también recordar que Patria está cerca de Galdós, de los Episodios nacionales e incluso de las novelas de la segunda serie, por el tratamiento de la historia, la multiplicidad de personajes, el uso del lenguaje y por la lección ética que de su lectura se deriva. Además, dicha hipótesis no entra en contradicción con el modelo francés, ya que Galdós fue, como él mismo confiesa en Memorias de un desmemoriado, y evidencia el catálogo de su biblioteca personal, un lector ferviente de Balzac, empezando por Eugenia Grandet:

Devorado por la febril curiosidad, en París pasaba yo el día entero calle arriba, calle abajo, en compañía de un plano, estudiando las vías de aquella inmensa urbe, admirando la muchedumbre de sus monumentos, confundido entre el gentío cosmopolita que por todas partes bullía. A la semana de este ajetreo ya conocía París como si éste fuera un Madrid diez veces mayor. Frecuentes paradas hacía en los puestos de libros, que allí son cajones exhibidos en los quais, a lo largo del Sena. El primer libro que compré fue un tomito de las obras de Balzac —un franco; Librairie Nouvelle—. Con la lectura de aquel librito, Eugenia Grandet, me desayuné del gran novelador francés, y en aquel viaje a París y en los sucesivos completé la colección de ochenta y tantos tomos, que aún conservo con religiosa veneración (Galdós, 1982: 1431b).

Para apostillar pocas líneas después su afición y lectura prácticamente completa de la magna obra de Balzac: «Estaba escrito que yo completase, rondando los quais, mi colección de Balzac —Librairie Nouvelle—, y que me la echase al coleto, obra tras obra, hasta llegar al completo dominio de la inmensa labor que Balzac encerró dentro del título de La comedia humana» (Galdós, 1982: 1432a).

Puede, pues, reivindicarse la lectura de Galdós sin renunciar a Balzac, que había sido, como se deduce de sus palabras, una lectura fundamental en su trayectoria narrativa. Pero como creo que hoy es una tendencia en la crítica actual de las páginas culturales de los principales periódicos el mirar hacia fuera dejando de lado nuestra propia tradición, lo diré con unas palabras un tanto irónica del propio Galdós, cuando en la última etapa del siglo se le señalaban influencias de los novelistas rusos: «no hay porque ir a buscar garbanzos al Volga cuando los tenemos aquí».

Fernando Aramburu consiguió en Patria un retablo magnífico de la sociedad vasca, de sus costumbres y sus gentes, sin caer en un tipismo rancio o en un folklorismo, que hubiera podido lastrar la novela. Construyó la novela, apoyándose en los datos precisos de los trágicos sucesos históricos que convulsionaron el País Vasco durante aquellos años, encarnó su fanatismo y sus contradicciones en unos personajes de carne y hueso, que sostienen el interés del extenso relato y los hizo hablar de manera coloquial, con sencillez, siguiendo en ello también el modelo galdosiano. En la novela, aparecen los terroristas con nombres y apellidos en relación con otros personajes de ficción tomados de la observación directa de la realidad por parte del novelista. Los eufemismos del cura don Serapio que se traslucen en la calculada ambigüedad e hipocresía de su lenguaje en su entrevista con Bittori, la viuda del empresario asesinado por ETA en el memorable capítulo 29 titulado «No vengas»; el fanatismo de Mirem, la madre del terrorista, o el tesón y el coraje en busca de la tolerancia y la reconciliación en las palabras de Arancha definen perfectamente a los personajes tanto o más que sus actuaciones. Y ello es así porque Aramburu ha sabido poner en boca de sus personajes un léxico acorde con su psicología, su ideología y su personal visión del mundo, incluso intercalando algunos términos en euskera.

Además, Fernando Aramburu es un novelista de personajes como lo era Galdós y como lo es también Miguel Delibes, aunque cada uno desde su particular poética. Basta con prestar atención a las páginas de Las letras entornadas, libro imprescindible para entender el arte narrativo de Aramburu, para dar con reflexiones tales como: «La creación de individuos concretos por medio de la lengua escrita se me figura a mí ingrediente esencial del género novelesco […]. Ellos son, singularizado cada cual con su ramillete de atributos personales y con su peculiar estilo de expresarse, la fuente original, el elemento básico y generador de las narraciones», y subraya que la tarea fundamental del novelista es construir con palabras figuras humanas verosímiles: «El mismo (el novelista) ha de crearlas con el único recurso que dispone: la lengua escrita. Y ha de cumplir la tarea de modo que sus lectores, saltándose todas las evidencias, no perciban la distancia que separa a un ser real como ellos de otro hecho de palabras», para finalmente señalar que «toda novela se nutre de la narración de aquellas existencias privadas de las que habló en su día Honoré de Balzac» (Aramburu, 2015: 210).

Otro tanto podría decirse de la influencia de Galdós en otros novelistas, desde Chirbes (Sotelo, 2015), hasta Almudena Grandes, cuyas últimas novelas han sido calificadas de nuevos episodios, pero tal como quedó dicho al principio no es posible abordar su estudio aquí.

Y, por último, sobre la actualidad de Galdós cabe añadir una última reflexión que nos sitúa en la más rabiosa actualidad político-social española. Algunas de las reflexiones del autor por boca de sus personajes en los Episodios nacionales están vigentes en nuestra vida pública y política actual. La denuncia de los males de la patria por utilizar una terminología regeneracionista y decimonónica, como la corrupción económica y el caciquismo de la época de Cánovas, que Galdós denuncia enérgicamente en el episodio homónimo, que fue el último que escribió cuando ya estaba muy mermado por la ceguera, es desgraciadamente de plena actualidad.

Más allá del indiscutible valor seminal de muchas de sus estrategias narrativas que no podemos comentar aquí, hay que seguir leyendo a Galdós, especialmente el de las novelas naturalistas y el de los Episodios nacionales, como una forma amena de acceder al conocimiento de la historia de los siglos xix y xx. Galdós es el máximo creador de un universo narrativo rico y plural, incardinado siempre en la historia. Y ya que en nuestra tradición no tenemos filósofos de la historia a la manera de Hipólito Taine, la narrativa galdosiana suple con creces ese aspecto, al entender la obra de arte como la suma de los tres factores que proponía el filósofo francés, el determinismo de la raza o carácter, el medio ambiente y el momento histórico. Y esto es especialmente válido para los Episodios nacionales, en los que, serie tras serie, Galdós, adelantándose a la distinción unamuniana de historia e intrahistoria, va atendiendo a la historia cotidiana a través de las peripecias de múltiples personajes de ficción de muy distinto pelaje sin descuidar nunca el marco y los personajes reales de la historia oficial. Y si se pueden encontrar cuestiones de actualidad en cualquiera de los episodios, vale la pena fijarse en el último que escribió, me refiero a Cánovas, que no fue como su título haría suponer una biografía del político de la Restauración, sino una visión crítica y profundamente pesimista de dicho período histórico presentada a través de las palabras del historiador Tito Liviano, alter ego de Galdós en muchos aspectos. Visión que, en lo que tiene de desencanto ante las diferentes esferas del poder político, de los partidos y sus representantes, de la corruptela que empañaba sus actuaciones: el cunerismo, la dedocracia, el enriquecimiento a base de las arcas del Estado, el problema religioso y tantas otras cuestiones, dibuja un panorama profundamente pesimista en muchos aspectos, desgraciadamente tan parecido a la situación actual.

Veamos algunos de los aspectos más criticados por Galdós en Cánovas que justificaban su radical pesimismo y en parte su vigente actualidad. El primer motivo es la ausencia de ideales nobles:

Un país sin ideales, que no siente el estímulo de las grandes cuestiones tocantes al bienestar y a la gloria de la Nación, es un país muerto. La prensa, consagrada a glosar y a comentar los incidentes de estas chabacanas querellas, exhala de sus columnas un olor cadavérico. Prensa, gobierno, partidos, altos y bajos poderes, todo anuncia su irremediable descomposición (Pérez Galdós 2011b: 1092).