POR MARISA SOTELO VÁZQUEZ
Galdós sigue estando de actualidad, aunque es evidente que debería estarlo mucho más y ser más leído no sólo por los estudiantes ya en el bachillerato, sino por la sociedad española en general. Las razones que se pueden esgrimir para justificar dicho interés son varias. En primer lugar, hay que subrayar que Galdós fue quien captó mejor los acontecimientos históricos y el pálpito de vida que éstos producían en la sociedad de su tiempo, y que él reflejó con extraordinaria maestría tanto en sus Episodios nacionales como en sus novelas, siempre integrando personajes reales, históricos, y entes de ficción, fruto de la observación directa y atenta de la realidad, como prescribía el realismo decimonónico. El objetivo de Galdós era dar una imagen de la vida en el fiel de la balanza, entre la exactitud y la belleza de la reproducción, como sostiene a la altura de 1897 en el discurso de entrada en la RAE, «La sociedad presente como materia novelable»:

Imagen de la vida es la novela y el arte de componerla estriba en reproducir los caracteres humanos, las pasiones, las debilidades, lo grande y lo pequeño, las almas y las fisonomías, todo lo espiritual y lo físico que nos constituye y nos rodea, y el lenguaje, que es la marca de la raza, y las viviendas, que son el signo de la familia, y la vestidura, que diseña los últimos trazos externos de la personalidad: todo sin olvidar que debe existir perfecto fiel de la balanza entre la exactitud y la belleza de la reproducción (Galdós, 1972: 175).

 

En segundo lugar, también porque Galdós desde 1870 prestó especial atención al análisis de la clase media, por considerarla protagonista fundamental de la historia decimonónica en su vertiente política, económica y social, a la vez que receptora de la misma, tal como propone en el texto canónico sobre el realismo, «Observaciones sobre la novela española contemporánea»:

Pero la clase media, la más olvidada por nuestros novelistas, es el gran modelo, la fuente inagotable. Ella es hoy la base del orden social: ella asume por su iniciativa y por su inteligencia la soberanía de las naciones y en ella está el hombre del siglo xix con sus virtudes y sus vicios, su noble e insaciable aspiración, su afán de reforma, su actividad pasmosa. La novela moderna de costumbres ha de ser la expresión de cuanto de bueno y malo existe en el fondo de esa clase, de la incesante agitación que la elabora, de ese desempeño que manifiesta por encontrar ciertos ideales y resolver ciertos problemas que preocupan a todos, y conocer el origen y el remedio de ciertos males que turban a las familias. La grande aspiración del arte literario en nuestro tiempo es dar forma a todo eso (Galdós, 1972: 118).

 

La prueba más fehaciente de este interés por la clase media se produce muy temprano, a partir de las novelas de tesis: Doña Perfecta, Gloria, La familia de León Roch y, sobre todo, en las novelas contemporáneas, o novelas naturalistas, que se inauguran con La desheredada en 1881 y se cierran con Fortunata y Jacinta en 1887, con títulos tan emblemáticos como Tormento, La de Bringas, El amigo Manso, El doctor Centeno, Lo prohibido o Miau. Novelas en las que Galdós pasa revista a los principales problemas de dicha clase social mediante la creación de un microcosmos novelesco autónomo nutrido por una multitud de personajes, que encarnan a verdaderos seres de carne y hueso con los que fácilmente se identificaron los lectores de su tiempo y que, como paradigma de valores universales, posteriormente sedujeron a María Zambrano, Max Aub o Luis Cernuda y siguen seduciendo al lector actual, así Isidora Rufete, Miquis, Tormento, el amigo Manso, Ido del Sagrario, Mauricia la Dura, Estupiñá, Fortunata, Juanito Santa Cruz, doña Lupe, la de los Pavos, o Maximiliano Rubín…, por mencionar sólo algunos de los más importantes en las novelas contemporáneas, sin olvidar a Tristana, Ángel Guerra, Benigna o Torquemada, ya en últimos años del siglo. En todos ellos se encarnan las virtudes y los defectos del ser humano a la vez que reflejan las características y el lenguaje de la clase social a la que pertenecen sin descuidar nunca el contexto histórico en el que viven.

Hoy, cien años después de la muerte de Galdós, en Madrid, el 4 de enero de 1920, sus novelas se siguen leyendo y editando, muchas son las ediciones recientes y, a buen seguro, a lo largo de este año aparecerán algunas más. Entre las últimas, cabe mencionar Marianela (Sotelo, 2016) y Fortunata y Jacinta (Sotelo; Sotelo, 2018), así como la edición de las series de Episodios nacionales, que está llevando a cabo con mano maestra Ermitas Penas en la Biblioteca Castro. También está en marcha el proyecto de la Comunidad de Madrid y el Instituto Cervantes de traducción al chino, además de a prácticamente todas las lenguas europeas —francés, inglés, alemán, italiano y portugués—, con la intención de internacionalizar más la obra del novelista que hizo de la capital el centro de muchas de sus novelas como en dos episodios, El 19 de marzo y El 2 de mayo. En el mundo universitario se siguen realizando tesis y trabajos de investigación sobre el autor de Fortunata y Jacinta a la luz de las teorías literarias más actuales; así como se continúa estudiando la obra de Galdós en relación a sus modelos europeos, Balzac, Zola, Dickens y, en menor medida, Tolstoi. Terreno que conviene seguir explorando para poner de manifiesto hasta qué punto la novela española del último tercio del siglo xix está a la altura y en perfecta sintonía con la que se practicaba en esos momentos en Francia e Inglaterra. A la vez que no conviene olvidar la raíz cervantina del arte galdosiano, pues, si bien es cierto que todos los novelistas decimonónicos tuvieron que volver forzosamente la vista a Cervantes, dada la pobreza de nuestra novela dieciochesca, el novelista que fue capaz de integrar más y mejor el arte cervantino en su quehacer narrativo fue, indiscutiblemente, Galdós. Cervantes y, sobre todo, la atenta lectura de El Quijote está presente no sólo en la configuración de algunos de sus personajes más emblemáticos, véase Isidora Rufete, Maximiliano Rubín o Ángel Guerra, sino que es también de Cervantes de quien toma determinados recursos y estrategias narrativas, tal es el caso de la quijotesca historia de Grisóstomo y Marcela utilizada por Galdós como hipotexto en La campaña del Maestrazgo (Sotelo, 2013).

Hay, todavía, una tercera cuestión importante a tener en cuenta en el panorama literario español, se trata de comprobar si tuvo continuidad y si persiste aún el magisterio del autor de Fortunata y Jacinta sobre algunos de los novelistas españoles de los siglos xx y xxi. Revisando la producción de los narradores desde la más inmediata postguerra hasta la actualidad, podríamos mencionar una serie de autores de distinta valía que han leído y, en cierta media, han escrito bajo el magisterio galdosiano. Una revisión exhaustiva exigiría un espacio del que no disponemos aquí, pero me basaré en tres ejemplos que considero paradigmáticos en tres momentos distintos del desarrollo de la novela española de los siglos xx y xxi: Miguel Delibes, Eduardo Mendoza y, más recientemente, Fernando Aramburu, cada uno con sus peculiaridades distintivas, su propia poética narrativa, pero en los que en algún momento de su trayectoria los ecos del realismo decimonónico, convenientemente metamorfoseados, así como algunos de los procedimientos de escritura y documentación, les acercan sensiblemente al proceder galdosiano.