Coordinado por Valerie Miles
VALERIE MILES
Sois excelentes relectores, de impronta nabokoviana, borgesiana, y en conversación con varias tradiciones. Porque leer es releer, escribió Sontag en algún lugar. Gonzalo, por ejemplo, sobre cómo hay que leer a los clásicos. David, relector en toda regla, exploras la identidad desde una perspectiva poco emprendida en España, la de la tradición judía. Gonzalo, perspicaz observador, escribes con un sentido del humor «tongue-in-cheek», y todos sabemos que no hay nada más serio que esa mirada. Recojamos entonces el guantelete que has dejado: «Uno de los peligros pasa por olvidar que la función crítica e intelectual es alborotar, provocar y matizar a los de tu propia trinchera…» Os pregunto entonces: siendo narradores «serios», que aúnan formación filosófica a vuestros intereses creativos ¿por qué os interesa tanto el ámbito del cómic y los superhéroes?
DAVID ALIAGA
Apreciado Gonzalo:
uno de los motivos por los que comencé a leerte es porque me tropecé en tus artículos con una forma de erudición provocativa, que percibo como muy orgánica, y alejada del espectáculo sonrojante al que someten a los lectores los transgresores profesionales del siglo XXI. Comparto contigo esa concepción del escritor, que has expresado en varias ocasiones, como alguien que debe agitar las ideas y hurgar en las grietas de las estructuras intelectuales de su tiempo. A estas alturas nadie va a argumentar en contra de esta propuesta. Sin embargo, mi percepción es que lo que hoy se cacarea como transgresor tiende a ser sumamente conservador, solo que expresado a gritos o presentado a través de un discurso en el que su autor se victimiza.
En sentido contrario, hace unos días lamentabas como una derrota este contexto en el que ideas interesantes pero que son fáciles de malinterpretar y que necesitan del matiz, a veces, se callan para evitar la molestia o el linchamiento. Tot plegat, no es nuevo, claro. Si la sociedad de consumo pudo absorber la contracultura de Berkeley o el underground londinense, si ha logrado que compremos camisetas de los Sex Pistols cosidas por niños taiwaneses, también puede maquetar, encuadernar y vender la provocación para neutralizarla. Quizá por eso me interesan los espacios periféricos de la cultura, como los cómics de superhéroes. Es cierto que, desde hace al menos un par de décadas, resulta absurdo ubicarlos en el espacio de la contracultura, pero han estado ahí durante mucho tiempo.
Stan Lee o Jack Kirby comenzaron a trabajar en el sector porque como judíos de clase obrera e hijos de inmigrantes tenían un difícil acceso a los círculos literarios neoyorquinos. Y mientras los responsables de expresiones artísticas más establecidas debatían sobre de qué manera reaccionar al nazismo, es un cómic del Capitán América el que arroja contra los lectores la imagen de un héroe envuelto en barras y estrellas atizándole un puñetazo a Hitler.
Los editores y los autores de eso que despectivamente se ha llamado pijameo, a menudo se han atrevido a incomodar a la sociedad aprovechando el desprestigio de su formato. Provocar, agitar las ideas y hacernos observar nuestras contradicciones es precisamente lo que hicieron también esos autores británicos que desembarcaron en Estados Unidos en los ochenta, y desde una gran compañía como DC, con la complicidad de una editora visionaria como Karen Berger, escribieron colecciones como Transmetropolitan o Hellblazer, que experimentaban narrativamente, y que tuvieron el propósito de romper los discursos establecidos sobre la sociedad del bienestar.
¿Tú qué crees?
En lo que sí creo cada vez más (a medida que avanzan las guerras culturales, y las siniestras polémicas de bloques) es en hablar y discutir con los “míos”, con los que se interesan por las cosas que me interesan a mí. Y no niego que, atraído por el puro gusto de ver las cosas desde otros ángulos, quizás sea una definición posible de “discutir”. Voltaire consideraba las obras de Shakespeare poco menos que una marranada, y Steiner una banalidad las novelas de Roth. Así de profunda es nuestra ceguera
GONZALO TORNÉ
Querido David:
Me alegra mucho recibir tu carta. Seguro que esta correspondencia da para una de las tareas más complicadas de nuestra época, encontrar tiempo.
Te agradezco mucho tus palabras sobre mis intervenciones públicas, aunque lo cierto es que mantengo una distancia un poco tensa con la idea de «provocación». No espero un efecto, no persigo una reacción concreta, sino más bien aclarar cuestiones que me interesan con la mayor precisión posible. Quizás si hay algo de «alboroto» se deba a que nunca me ha preocupado mucho la reacción emocional (que respeto) aunque sí, y mucho, las réplicas o matices. Prefiero tomarme todas esas «emociones» como digresiones a la espera del argumento. En lo que sí creo cada vez más (a medida que avanzan las guerras culturales, y las siniestras polémicas de bloques) es en hablar y discutir con los «míos», con los que se interesan por las cosas que me interesan a mí. Y no niego que, atraído por el puro gusto de ver las cosas desde otros ángulos, quizás sea una definición posible de «discutir». Voltaire consideraba las obras de Shakespeare poco menos que una marranada, y Steiner una banalidad las novelas de Roth. Así de profunda es nuestra ceguera.
En esta línea me costaría mucho lanzarme a defender los tebeos de superhéroes, aunque me tienta, claro, entre otras cosas porque no tengo un discurso. Crecí leyendo solo tebeos, son mi hábitat natural, y lo que prefiero antes que casi cualquier cosa, desde luego a una película, la música, series o la mayoría de libros. El tebeo es un género y discutir con quién lo relega a una posición inferior es como discutir con quien reniega, qué se yo, del arte contemporáneo en bloque o de la danza. Es cierto que hay muchos tebeos adultos, pero también es cierto que hay muchos que se limitan a mencionar problemas sociales sin entrar a estudiar sus causas, exponen como quién cumple un expediente, pero no estoy seguro que profundicen. Ocurre también con la novela social que rara vez es política. Un escaparate. ¿Lo ves parecido?
Lo que me sorprende también es el poco trasvase entre el tebeo y la novela literaria que diría un agente. El movimiento inverso. De mis amigos del tebeo creo que ninguno se ha interesado jamás por Proust, siendo lectores de Alan Moore; ni por Musil siendo lectores de Frank Miller; ni por Virginia Woolf siendo lectores de Grant Morrison. Los veo encerrados en las órbitas (un tanto concéntricas) de sus gustos. No lo veo mal, claro. Cada uno es soberano de su tiempo y de sus lecturas. Pero, ¿no te choca? ¿Qué puentes nos quedan por construir? O quizás sean remanentes de la edad, la mía, al fin y al cabo, el día menos esperado abriré los ojos y habré cumplido la marciana edad de cincuenta años.
Te mando un gran abrazo.
DAVID ALIAGA
Te escribo de vuelta después de una mañana de trabajo dedicada, precisamente, a leer y anotar Born Again de Frank Miller. Te confieso que el encargo me provocó cierta pereza. Es un tebeo sobre el que se ha escrito muchísimo, y no me apetecía volver sobre las mismas cuatro ideas. Sin embargo, el tradicional desprecio de la academia por el género superheroico y, en este caso concreto, la relación distante y superficial que mantiene nuestro tiempo con la bibliografía religiosa todavía permiten abordar esta lectura desde perspectivas no tan trilladas.
Pero regreso a lo que planteabas en tu carta antes de que acabe por alejarme del todo. Si te menciono que estoy tratando de leer el tebeo de Miller y Mazzucchelli desde la exégesis cristiana es porque me sirve como ejemplo de cómo el género está dejando de mantenerse en un compartimento estanco. Te explicaba que yo mismo me he encontrado con reacciones despreciativas, pero tengo la percepción de que son cada vez más marginales y, aunque se me ocurren un puñado de excepciones, quizá sí apostaría a que se trata de una cuestión generacional. Los escritores y lectores de tebeos de una edad parecida a la mía invitan a pensar que el debate está cerca de quedar superado. Laura Fernández, Miguel Ángel Oeste, Paulina Flores, Mateo García Elizondo… son autores de ficción literaria en los que aprecio la influencia del cómic norteamericano o del manga. Precisamente, con Mateo y Paulina estuve cenando hace unos meses en Il Giardinetto (ya ves que no fuimos muy originales en la elección del lugar) y, al terminar, dimos un paseo hasta el Raval. La mayor parte de ese trayecto lo pasamos hablando sobre One Piece y los cómics del sello Vertigo. Pero también percibo el trasvase a la inversa. En la redacción de Sala de Peligro mis compañeros son, sobre todo, amantes del tebeo, pero que disfrutan de Kundera, Oates, Ozick…
Los escritores y lectores de tebeos de una edad parecida a la mía invitan a pensar que el debate está cerca de quedar superado. Laura Fernández, Miguel Ángel Oeste, Paulina Flores, Mateo García Elizondo… son autores de ficción literaria en los que aprecio la influencia del cómic norteamericano o del manga
Por supuesto, la defensa que he esbozado del cómic de superhéroes como género, en bloque, responde a que el prejuicio y la descalificación lo consideran de esa forma tan grosera. De la misma manera que el formato libro no implica una garantía, tampoco las viñetas. Se publican decenas de tebeos terribles cada mes (¿has intentado leer Flash de Jeremy Adams?). Pero, por supuesto, el argumento son las obras de esos autores que citabas. Miller, Moore y Morrison nos cargan de razón. Desde el punto de vista narratológico, me fascina que exista un proyecto editorial que lleve décadas logrando citar a cientos de autores, de generaciones y procedencias de lo más diversas, para construir una historia de historias que comparten tiempo, espacio y personajes.
Recibe un abrazo de vuelta.
GONZALO TORNÉ
No sé de dónde sacas el tiempo. Supongo que ni siquiera sé de dónde lo saco yo, pero uno se sabe más o menos sus trampitas, pero las de los otros son un misterio.
Me alegro mucho que esta separación exista solo en mi cabeza. La verdad es que tanto la academia como el «mundillo» de los tebeos (que entre tanto se ha convertido en un universo) hace mucho que me son ajenos, por motivos distintos, y aunque mis intereses confluyan en ellos.
Últimamente me pasa que muchas explicaciones se deben a la edad, no tanto que me fallen facultades o energía (más bien al contrario, tengo mucha más ahora), como que hay cosas con las que llevo mucho sin entrar en contacto, y por pereza o inercia no sé ya cómo son. Me maravillan las personas que a una edad avanzada siguen hablando de su mundo como si fuera el de todos. Como si no hubiese pasado nada después de ellos. Hace diez que digo que me retiraré de escribir novela a los 55, y lo que era una boutade (y ganas de reinventarme, qué se yo, en viajero o navegante) se va imponiendo como una exigencia (además de una solución ecológica). Ahora mismo no sé ni cómo se relaciona la gente (no tengo internet en el teléfono), dentro de diez años ya no sabré ni cómo viven.
Perdón por esta digresión por la edad, pero me ha hecho gracia recordar al hilo de lo que decías de la continuidad de Marvel que cuando yo empecé a leer era un universo relativamente joven, todavía en expansión. Recuerdo que la continuidad «me voló la cabeza», pero también que la asumí como algo natural, y lo que se me hacía extraño al empezar a leer novelas es que esos mundos se agotasen en unas pocas páginas. ¡Qué manera de malgastar recursos! Ya no digamos en los cuentos, que manera de asesinar personajes apenas presentado. Tú que los escribes, ¿no te da pena? ¿Los usas en varios relatos? ¿Regresan a tu cabeza? ¿Tienes pensado volver a usarlos?
Volviendo a la continuidad, sí, a mí también me parece el «experimento narrativo» más alucinante de nuestro tiempo. Quizás todavía más que el cine, o por lo menos más racional, porque el de los tebeos es un crecimiento como a tirones, expansiones rápidas, vueltas atrás… Aunque te confieso que a mí me fascina más el caos de DC. Esas historias contadas una y otra vez, los impulsos de destrucción, los legados truncados, los turbios panteones… Supongo que la mitología griega y sus historias creció de manera similar, volviendo a escribir una y otra vez los mismos «cuentos» o «temas»: Edipo, Ayax, Fedra…
De hecho, me sorprende mucho que «seas más de Marvel», siendo como eres un hombre espiritual y siendo DC «la única religión verdadera». ¡Esto me lo tienes que explicar!
Te mando un gran abrazo, que ha salido el sol y está el bosque lleno de ardillas.
VALERIE MILES
Conviene recordar que la «enfermiza genialidad» de Aurora Venturini ganó el premio Página 12 de novela joven con Las primas a sus 86 años tras un larguísimo hiato (de publicación, no de escritura), y que Gadamer publicó Verdad y método, su primer libro, a los 60. Roth anunció su retiro a los 85. En cambio, el «artillero» Gabriel Ferrater, tan recordado en su comarca por estas fechas, dejó voluntariamente de existir a los 50. Just saying.
DAVID ALIAGA
Mi preferencia por los tebeos de Marvel tiene que ver con algo que mencionas: el afecto hacia los personajes. Han estado ahí desde la etapa de descubrimiento de la experiencia de la literatura, cuando leía de forma más apasionada e ingenua, rendido a la ficción. Y es complicado que veinte años más tarde no me importe qué les está sucediendo a esas criaturas con las que he compartido tantas horas a lo largo de tantos años, incluso ahora que me resulta difícil no leerlos atento a cuestiones narratológicas, políticas…
Es buen símil el de la religión. He leído varios ensayos que consideran el género superheroico como el equivalente contemporáneo a los mitos. Yo no sería tan audaz. Pero, aun sin ir tan lejos, tu comparación entre los universos narrativos de DC y Marvel me hace pensar en esa concepción de las religiones como códigos semióticos distintos para establecer un diálogo con esa incertidumbre única que Scholem llamó «el misterio del mundo». Por norma general, durante la infancia hay uno que se nos vuelve orgánico, generalmente por herencia familiar. A mí no me ocurrió así con la religión, es un lenguaje que aprendí de adulto, pero sí con los cómics de Marvel. Su universo de ficción es el que me resulta el más natural a fuerza de costumbre.
Esto no me sucede con los personajes que escribo. No siento un afecto especial por ellos. Sospecho a que se debe a que un escritor tiene ciertas limitaciones en cuanto a lo que puede alejarse y acercarse a sus propios textos, y eso dificulta dejar de ver los mecanismos que hacen que funcione, las piezas en lugar del efecto. El pacto narrativo me funciona para creer que personajes verosímiles como Jean Eyben o Rosa Lublin son seres reales, de los que uno puede compadecerse, con los que puede indignarse… Pero imposible con los míos. Al menos, nunca por completo (te diría que me está sucediendo menos con el protagonista de la novela que estoy escribiendo, que será que soy mejor escritor ahora, pero casi seguro que es porque estoy viviendo cada día un rato en su mundo, y mientras escribo sí soy capaz de rendirme un poco a mis propias ficciones). Ese verme las costuras es uno de los motivos por los que evito releerme una vez publicado. ¿Lo vives del mismo modo?
Últimamente me pasa que muchas explicaciones se deben a la edad, no tanto que me fallen facultades o energía (más bien al contrario, tengo mucha más ahora), como que hay cosas con las que llevo mucho sin entrar en contacto, y por pereza o inercia no sé ya cómo son. Me maravillan las personas que a una edad avanzada siguen hablando de su mundo como si fuera el de todos. Como si no hubiese pasado nada después de ellos
Continuar descubriendo de qué forma evoluciona la relación de uno con la escritura es un argumento para no dejarlo. Aunque cuando dices «dejar de escribir» no puedo evitar leer «dejar de publicar». ¿Me equivoco? Me fascina tu capacidad para desvestir de solemnidad tu relación con el hecho literario, pero me resisto a pensar que uno pueda abdicar. Claro que también puede deberse a que a los treinta y tres no he sido capaz de desembarazarme de cierta afectación cuando se trata de lo literario. Intento corregírmela o, al menos, que mi obra no sea permeable a ella. Últimamente mi estrategia es colocarles a mis personajes algunos de los rasgos que considero más insoportables o ridículos en mí mismo para romper con esa solemnidad, y que así se me vuelvan más verosímiles y verme yo más idiota. Será que sí, que la edad explica muchas cosas.
Te mando un afectuoso abrazo.
GONZALO TORNÉ
Es muy interesante eso que dices de los «lenguajes aprendidos», en tu caso la religión, en el mío, y de forma muy tardía el de los códigos de la escritura literaria, que estaban alejadísimos de mis intereses de los, digamos, dieciocho años. Me pasa con los personajes que cuando empecé a escribir me parecían casi una molestia. Las novelas que me gustaban eran discursivas y no aparecían demasiados personajes (Benet, Bernhard, Sebald…), pero con los años es casi lo que más me interesa, inventar caracteres, y vivir y pensar con ellos. Les echo de menos cuando termino la novela, y a veces me pongo «en modo» de algunos de ellos pasado un tiempo, pienso y bromeo como ellos. Quizás por eso algunos salten de un libro a otros. Son, desde luego «un lenguaje aprendido».
En cuanto a lo de dejarlo… pues me temo que sí, que hablo de la escritura, al menos de novelas. Escribir una novela es llevar un mundo en la cabeza, trabajar ocho horas seis días a la semana durante año y medio (al menos para mí), y presumo que se me irán yendo las facultades y la capacidad de trabajo. Por bien que ahora mismo me lo pase bomba. Hay un tiempo para cada cosa. Bueno, yo lo veo así. Y lo cierto es que nunca he sentido «la escritura» (aunque me encanta el hecho físico de escribir) como una actividad valiosa por sí misma, y mucho menos una necesidad. Supongo que escribo en prensa y edito por dinero, y escribo literatura como vehículo para terminar una novela. Que es lo que queda o lo que llega a los demás. Así que si no hay novelas en perspectiva no habrá escritura. Habré terminado ocho o nueve, y algunas bastante largas. Más que suficiente.
Sobre lo de la «solemnidad» es algo que le doy muchas vueltas últimamente, supongo que en estos diez años de carrera he hecho lo posible para no convertirme en una «persona respetable», ni ligarme a las instituciones, al poder, a las ferias ni a los festivales. Me da todo mucha pereza. La figura del escritor que más me gusta es la de una suerte de payaso que no se debe a nadie y dice lo que piensa después de pensarlo mucho. Algo así. Pero sin embargo me gusta pensar que con independencia de los resultados me tomo muy en serio mi trabajo, que hay algo valioso después de todo (y pese a «la traición de todos los escribanos») en sacar un pie de la sociedad y dedicarse a observar y pensar el mundo, y recrearlo o replicarlo en una forma de ficción. Creo que pertenecemos a una tradición que viene de muy lejos, alternativa al poder, y que como sus custodios temporales es bonito que contribuyamos a prolongarla. Digamos que me tomo en serio la obra y muy poco la carrera o su proyección pública. Y también la obra de los que vienen después. Y acabo aquí que estoy ya impaciente por empezar con tus libros.
Seguiremos hablando.
Valerie Miles. Nacida en Estados Unidos y radicada en Barcelona, Valerie Miles es escritora, editora, y traductora. Dirige Granta en español desde 2003 y fundó la colección de clásicos contemporáneos en español de The New York Review of Books durante su periodo como subdirectora de Alfaguara. Es colaboradora de The New Yorker, The New York Times, El País, The Paris Review, y Fellow del Fondo Nacional de las Artes de Estados Unidos, por su traducción de Crematorio de Rafael Chirbes. Fue comisaria de la exposición Archivo Bolaño, 1977-2003, con el equipo del CCCB de Barcelona, fruto de una larga investigación en los archivos privados del escritor. Su primer libro, Mil bosques en una bellota, fue publicado con el título A Thousand Forests in One Acorn en inglés.
David Aliaga. (L’Hospitalet de Ll., 1989) es escritor y editor, reconocido por la revista Granta como uno de los veinticinco mejores narradores jóvenes en lengua española de la última década. Es autor de la novela breve Hielo (2014) y de los libros de relatos Inercia gris (2013), Y no me llamaré más Jacob (2016) y El año nuevo de los árboles (2018), algunos de cuyos cuentos han sido traducidos al inglés, al italiano y al islandés. Colabora habitualmente con las revistas Quimera y Cuadernos Hispanoamericanos, con el portal especializado en el noveno arte Sala de Peligro y con las ediciones de Marvel Cómics en España. En 2021 fue incluido en «10 de 30», el programa de promoción de autores españoles en el exterior de AECID, y el Ayuntamiento de Barcelona le concedió la beca de escritura Montserrat Roig.
Gonzalo Torné. Gonzalo Torné nació en Barcelona en 1976. Ha escrito cuatro novelas: “El corazón de la fiesta” (2020), “Años felices” (2017), “Divorcio en el aire” (2013); “Hilos de sangre” (2010).