POR FERNANDO DÍAZ RUIZ
Cuando, en el primer dosier dedicado a la movida publicado en esta revista, el periodista y crítico cultural Rafael Escalada (2003, p. 7) afirmaba tajantemente que él figuraba entre los que podían «confirmar aquel apogeo de Madrid» –a pesar del desinterés en hablar de ella que había encontrado en Santiago Auserón, Alaska o Jaime Urrutia, del desdén de Nacho Canut (2003, p. 13) y de la bofetada que suponía el título del artículo de Pedro Almodóvar (2003, p. 41) en el dosier, «La movida no existe»–, seguro que no imaginaba que seis años después, en la sección especial que le dedicó a este fenómeno cultural el Arizona Journal of Hispanic Cultural Studies, los ecos de aquel ninguneo no se hubieran apagado.

En «La movida como debate», uno de los artículos de dicha sección, Jorge Marí (2009, p. 127) exponía cómo treinta años después de su inicio no se había alcanzado «un acuerdo ni un entendimiento preciso sobre qué cosa fue la movida, cuáles fueron sus rasgos definitorios, sus límites, sus contribuciones, su legado». Tras desgranar las tensiones y paradojas existentes entre las diversas visiones de este complejo fenómeno –incluidas las celebérrimas opiniones de Almodóvar (2003, p. 41) negándole el estatuto generacional y de «movimiento artístico»–, acababa proponiendo que «frente a la (tal vez) estéril pregunta “¿Qué fue la Movida?”, se puede plantear el estudio de qué discursos se han generado en torno a dicho término y qué formas de interacción se han establecido entre ellos» (Marí, 2009, p. 129).

Es fácil coincidir con Marí (2009, pp. 129 y 130) en que la adopción del término movida a principios de los ochenta para designar el cambio cultural que sucedió en España desde la muerte de Franco hasta mediados de los ochenta ha de ser consciente de que se trata de un término «marcado» e «instrumentalizado a partir de ese momento por discursos culturales diversos y puestos al servicio de intereses personales e institucionales». Sin embargo, cuesta aceptar la renuncia a tratar de explicar e ilustrar lo que fue y lo que simbolizó, máxime si consideramos que la movida madrileña constituye una «metáfora del cambio cultural» ocurrido en España entre 1975 y 1985 (Fouce, 2000, p. 268).

Defendiendo la necesidad de producir trabajos que analicen los usos y discursos interesados de la movida, no creo para nada «estéril» el debate sobre qué fue, ni las críticas sobre su verdadero alcance. Y es que, a pesar del elevado número de eventos y publicaciones que han aparecido sobre este fenómeno cultural, como advierten Nichols y Rosi (2014, p. 6), predominan las aproximaciones biográficas y memorias, las visiones politizadas y las rememoraciones públicas interesadas que entorpecen más que ayudan a su comprensión. Por ello, resulta imprescindible seguir analizando los productos artísticos (canciones, cómics, películas, fotografías, poemas…) generados durante una época en la que, como ha señalado Héctor Fouce (2000, p. 267), la juventud española surgió por primera vez como «grupo social diferenciado, con sus propias prácticas, valores y símbolos, con su propia cultura», una cultura que tanto él como García Naharro (2012) consideran como subcultura por constituir una diferente articulación dentro de una cultura dominante.

Cuatro décadas después de dos acontecimientos de gran valor simbólico para la denominada movida (el concierto homenaje a Canito, celebrado en la Universidad Politécnica de Madrid el 9 de febrero de 1980, y la apertura de la sala Rock-Ola el 31 de marzo de 1981), este artículo tratará de descifrar las principales claves de la subcultura juvenil a través de un corpus representativo de cuarenta canciones. Lo hará analizando en qué medida sus discursos ratifican las que son, para los principales teóricos, las señas de identidad de la movida: la pérdida de importancia del compromiso político de padres y hermanos mayores, la vivencia hedonista del presente y el culto a la apariencia, a lo estético (Imbert, 1990; Fouce, 2000, 2002 y 2009; García Naharro, 2012).

 

SELECCIÓN Y ANÁLISIS DEL CORPUS

GRUPO MUSICALTEMA(S)
Kaka de LuxeRosario (1978), Viva el metro (1978) y Pero qué público más tonto tengo (1978)
Burning¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este? (1978)
Orquesta MondragónMuñeca hinchable (1979)
ParaísoEstrella de la radio (1979) y Para ti (1979)
Radio FuturaEnamorado de la moda juvenil (1980), Yvonne (1980), Divina (1980) y Escuela de calor (1984)
Nacha PopChica de ayer (1980) y Antes de que salga el sol (1980)
MamáChicas de colegio (1980)
Los ZombiesGroenlandia (1980)
Ejecutivos AgresivosMari Pili (1980)
Alaska y los Pegamoides – Alaska y DinaramaHorror en el hipermercado (1980), Bailando (1982), Perlas ensangrentadas (1983), Ni tú ni nadie (1985) y A quién le importa (1986)
Los Secretos (antiguo Tos)Déjame (1981)
Siniestro TotalAyatollah! (1981)
Tino CasalChampú de huevo (1981)
TequilaSalta (1981)
MecanoHoy no me puedo levantar (1981) y No me enseñen la lección (1982)
WAQLadrones de juguetes (1982)
Rubí y los CasinosMe he enamorado de un fan (1982)
Parálisis PermanenteQuiero ser santa (1982) y Autosuficiencia (1982)
Farenheit 451Ojos a tu alrededor (1982)
Aviador DroNuclear sí, por supuesto (1982)
Golpes BajosNo mires a los ojos de la gente (1983)
Las VulpessMe gusta ser una zorra (1983)
Almodóvar y McNamaraMe voy a Usera (1983) y Voy a ser mamá (1983)
Loquillo y los TrogloditasEl ritmo del garaje (1983)
Gabinete CaligariCuatro rosas (1984)
Los NikisEl imperio contrataca (1985)

 

El número de canciones seleccionadas no responde únicamente al deseo de honrar la efeméride ni de limitar un corpus muy extenso, imposible de analizar en una decena de páginas. Al constituir una muestra representativa de los temas más populares de la movida, que aborda sus variadas estéticas y géneros musicales, aspira a poder trazar una visión de conjunto de sus principales temas, valores, imaginarios culturales y discursos que complemente, matice o corrija el análisis de Fouce (2002, pp. 214-307) en el capítulo cuarto de El futuro ya está aquí: música pop y cambio cultural en España (Madrid, 1978-1985), su brillante tesis doctoral.

A la hora de elegir las canciones, se ha partido de listas votadas por el público o realizadas por expertos musicales (RTVE, Los 40 Principales…), que se han enriquecido con otras de los grupos presentes en los conciertos que comenzaron a popularizar la movida (como el mencionado homenaje a Canito o el de Primavera, celebrado en la Escuela de Arquitectura el 23 de mayo de 1981) y de los que tocaron en la mítica sala Rock-Ola. Además, se ha tratado de incluir una mayor cantidad de letristas y grupos importantes en los circuitos culturales del momento, ya fuera tanto por su carácter pionero como por su participación en varios grupos: Kaka de Luxe, Alaska, Santiago Auserón, Pedro Almodóvar y Fabio McNamara, Fernando Márquez el Zurdo… En el afán por hacer una lista lo más representativa posible, se han añadido composiciones de grupos de fuera de Madrid –como Siniestro Total, Orquesta Mondragón, Loquillo y los Trogloditas o Las Vulpess–, que reflejan cómo este fenómeno juvenil se reprodujo en mayor o menor medida en varias urbes del país. También se han valorado éxitos comerciales del momento, como «Mari Pili» de Ejecutivos Agresivos (canción del verano de 1980), e incluso canciones de Mecano, un grupo que, aunque Fouce (2002, p. 19) señale que no pertenece «al entorno», si atendemos al papel en el grupo de Nacho Cano, conectado con actores preeminentes de la movida madrileña, sí que lo hace.

No hace falta ser crítico musical para darse cuenta de la pluralidad de estéticas y géneros musicales presentes en los veintiséis grupos elegidos, que abarcan desde el punk de Kaka de Luxe hasta el electropop de WAQ o Aviador Dro, pasando por el glam rock de un grupo como Burning –uno de los pocos representantes del rollo o de la nueva marea rockera madrileña considerados en los álbumes recopilatorios de la movida– o por el rock de Tequila, cuya discutible presencia se justificará más adelante. Sin embargo, lo primero que se debe destacar de esta lista es que temas como «No me enseñen la lección», de grupos a priori tan convencionales como Mecano, comparten el mismo mensaje de rebeldía que canciones como «Rosario», de Kaka de Luxe. La repetición constante en la letra de Nacho Cano de un «no» dirigido hacia los adultos –representados en la figura del profesor o intelectual, trasunto del «viejo progre» que diría Casani (en Fouce 2002, p. 33)– no se diferencia demasiado de la disparatada incitación a matar al padre «con una lata» e irse de casa del irreverente Kaka de Luxe.

Sin ánimo de minimizar la importancia de las estéticas y géneros musicales de los distintos grupos de la movida, ni las variadas influencias musicales externas (glam rock, punk, gothic rock, new wave, cold wave…), expuestas magistralmente por Héctor Fouce (2002, pp. 45-71), aún faltan análisis discursivos de sus canciones más representativas que pongan el foco en los valores y características de esta subcultura juvenil. Resulta además obvio que ello no impedirá analizar el culto a la apariencia y a lo estético que propuso la movida, ni destacar la influencia de los nuevos referentes culturales procedentes del mundo de la música anglosajona. Para demostrarlo, basta con examinar la letra de «Enamorado de la moda juvenil», con su canto desenfadado a las «rebajas» y a las prendas «de ocasión», o de «Divina», una versión de «Ballrooms of Mars», de T. Rex, con referencias a David Bowie y que homenajeaba a Alaska, elogiando sus «manos de metal» y «pegatinas en el culo», para insertarla en la tradición de dos de los grandes referentes del glam rock británico. Para cerrar el círculo de este culto a la imagen, valga recordar que Alaska y Dinarama cantarían años después «Rey del glam» (1983): un homenaje a la estética andrógina, con pendientes, pantalones ajustados, maquillaje y pelucas, legada a los jóvenes de la movida por Bowie y T. Rex: «Con tu tacón de aguja, los ojos pintados, / dos kilos de rímel, muy negros los labios, / te has quedado en el setenta y tres con Bowie y T. Rex. / Hombreras gigantescas, glitter en el pelo, / esmalte de uñas negro, leopardo y cuero, / te has quedado en el setenta y tres con Bowie y T. Rex. / Eres el rey del glam, nunca podrás cambiar, / ajeno a las modas que vienen y van / porque tú, tú, eres el rey del glam».

Las letras de muchas canciones de Radio Futura y de Alaska –pero también las de Tino Casal; piénsese en las alusiones al maquillaje, «tinte de pelo» o los «tacones» de la ex del enunciador en «Champú de huevo»– exaltan la importancia de la apariencia proponiendo un estilo de vestir muy diferente al de hermanos mayores o padres, procedente de los imaginarios culturales hegemónicos de la época, los de las islas británicas. Por tanto, a pesar del evidente papel que tuvieron los conciertos en directo; las exposiciones fotográficas de Miguel Trillo, Alberto García-Alix y Ouka Leele; las revistas y los fanzines –en los que la imagen era fundamental– y programas de televisión como Popgrama (1977-1981), La edad de oro (1981-1983) o La bola de cristal (1984-1988), el nuevo culto juvenil a la apariencia también puede rastrearse a través de las letras de las canciones.