¿No habrá sido José Donoso «el escritor» del Boom? Esta declaración no equivale a desmerecer la obra de Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, o Carlos Fuentes o menos aun Julio Cortázar, sino de subrayar el carácter único de la figura de Donoso, un carácter único que se basa en cumplir cabal y trágicamente, a veces, con la ambición, con la misión, con la maldición que el Boom planteó como el centro de su búsqueda: dedicarse, arriesgando familia, patria, cordura, importancia social, total y completamente solo a la escritura de ficción.
Esa forma de vivir y asumir la narrativa como una pasión exclusiva y excluyente en que los males del mundo y los desórdenes políticos solo te tocan a través de las palabras, solo José Donoso, y José Donoso solo, la llevó hasta el extremo de instalarse en un pueblo desértico en el altiplano aragonés a escribir y solo escribir en inviernos siberianos y veranos africanos. Cerca del único desierto de Europa se dedicó a escribir libros llenos de monstruos locales, monstruos chilenos que eran también peruanos, mexicanos, españoles. Que eran antes de todo, vemos al leer la parte central de sus incesantes diarios («A Season in the Hell 1966-1980», ediciones de UDP 2023), demonios personales.
José Donoso, que planificó cuidadosamente la publicación de sus diarios, conservados en Princeton y Iowa, no esconde nada del cóctel de paranoias, pastillas para dormir, envidias, terrores, pero también lecturas, amistades, que conformaron el trasfondo de su obra. Obra de los que los diarios cierran y ponen en juego, porque en ellos hay mucho más que el taller de un escritor, sino también una forma de entender y entenderse en la literatura misma. Ensayos críticos resumidos en apurados informes de lecturas, cartas por escribir o resúmenes de llamadas por teléfono. Un tesoro de ideas sobre escritores y sobre escritura en forma de proyectos y más proyectos de libro por escribir que nunca termina del todo de empezar.
Los fragmentos de «Diarios Centrales: A Season in the hell» fueron escritos, como nos anuncia desde la portada, entre 1966 y 1980, años en que José Donoso vivió integralmente fuera de Chile, principalmente en España. No sorprende entonces que Chile, mirado con una distancia que le había costado años encontrar, sea uno de los sujetos obsesivos de sus diarios. No deja de impresionar sin embargo hasta qué punto un escritor que en ese mismo momento estaba consiguiendo en un ámbito más amplio el éxito y renombre buscado, sigue atado no solo a su país sino a su familia, a su madre, a su padre, a sus hermanos, a sus sobrinos que van construyendo y reconstruyendo con lucidez pero con no poca fantasía en un mapa pantanoso de afectos y sospechas siempre en la frontera de la ficción.
«Nacer literato en Chile es como nacer albino», decía Joaquín Edwards Bello. Donoso, en los años que estos diarios relatan, parece haber abandonado esa maldición, y es «albino» con otros de su especie, nada menos que cerca de Barcelona, la capital de la edición en español en su momento de mayor esplendor. A pesar de frecuentar los círculos más exclusivos del mundo de la literatura y la edición en castellano y en inglés, vuelve a su adolescencia chilena, su homosexualidad en pasillo de cines, el esnobismo siempre defraudado, el desprecio de los críticos chilenos. Así el diario de Donoso es el diario de quien se escapó de la cárcel y sin embargo no deja de ir a dormir toda la noche a su celda. Una celda que no está donde solía estar porque en estos años de autoexilio la unidad popular intenta en Chile la revolución con «empanadas y vino tinto», esta que la dictadura muy luego ahoga en un baño de tortura y silencio.
Lejos de cualquier entusiasmo revolucionario pero asqueado desde el primer minuto por una dictadura que encarnaba mucha de las fantasías de poder y sumisión que predecían sus libros, la única manera de volver a la patria que le queda a Donoso, es escribir. José Donoso mira a la sociedad chilena y su clase alta sin ninguna ilusión, pero tampoco se hace la ilusión de no tener ninguna. En una época en que todos fingían corajes que no tenían, Donoso tiene el coraje de confesar sus debilidades, obsesiones, manías, esnobismo, y convertirlo en literatura. Metamorfosis que no deja de cobrar un precio que Donoso paga en hospitales, psiquiatras, traiciones imaginarias o reales que le cuesta cada vez algún pedazo de su estómago y semanas de auténtica locura.
Es esa somatización de cualquier inquietud o problema intelectual, lo que convierte este diario en una experiencia tan dolorosa como fascinante. Así, la historia de su úlcera es la historia de Chile y la historia de sus novelas y la historia de su matrimonio. Para Donoso todo es una historia personal, concepto que le pide prestado a Alone para intitular su «La historia personal del boom». Aunque lo que lo separa del resto de los escritores del boom es justamente su dificultad para mantener una relación personal intensa, de estas ambiguas y paranoicas que solían ser las suyas, con sus figuras principales: hombres de familia hondamente patriarcales, triunfadores natos la mayoría de ellos con los que no conseguía del todo practicar las metamorfosis, endiosamiento y degradaciones brutales que sí podía ejercer con sus amigos chilenos.
El brillo mundano que envuelve el Boom repugna y a la vez fascina a Donoso que quiere ser uno de ellos, pero sabe a cada instante que no lo será nunca del todo. Los escritores del boom podían haber sido embajadores, o diputados, o guionistas o galanes de cine, mientras José Donoso solo podía ser José Donoso; un chileno que piensa en inglés, un bisexual que intenta la posibilidad de una familia normal, un realista que no se niega casi nunca al delirio, vecino de Buñuel en mucho más de un sentido, pero siempre a punto de terminar un guion para Antonioni. En una visita a Madrid se le avisa que Juan Carlos Onetti y Juan Benet quieren iniciar una relación al menos epistolar con él. No hay rastro que lo hicieran, anota Cecilia García Huidobro, quien asumió la hercúlea misión de editar este libro deliberadamente laberíntico. Uno no puede evitar lamentar esta falta de comunicación con los dos escritores que en lengua castellana comparten el tipo de obsesión inescapable por la provincia y por el lenguaje en que contarla y el desprecio por el poder, todo el poder, incluido el del prestigio literario.
Uno no puede evitar también al leer los diarios de Donoso, pensar en Proust, uno de los autores de cabecera de Donoso. Quizás también un hermano mayor en las lides de la hipersensibilidad social. Pero ni Proust, ni James, otros de sus modelos literarios también especialistas en leer gestos y frases al pasar como desdenes y conspiraciones, tuvieron que hacer cuentas y más cuentas para llegar a fin de mes. Ni James, ni Proust tuvieron que preocuparse del flujo menstrual de las esposas con que no se casaron, ni su consumo de whisky, ni de la educación de la hija que tampoco tuvieron. Donoso, educado para algún salón andrógino de especialistas en Schubert, le toca nacer en Santiago de Chile.
Educado para ser uno más de los miembros de Bloomsbury, le tocó ser parte del Boom y antes nacer en el Santiago de Chile, al final del final del mundo. Es esa contradicción también reflejada en la novela corta «Tiempo perdido» de Cuatro para Delfina, en que un grupo de decadentes bohemios de Santiago arrastran los nombres de los personajes de Proust por bares de mala muerte del centro de Santiago.
Contemporáneo del estructuralismo, el movimiento de liberación homosexual, la revolución cubana y chilena, Donoso siguió enraizado en la obra de los pioneros de principios del siglo XX, Proust, James, Woolf, lo que singularmente le permite una justa distancia con las modas que los circundan. Sus raíces están en la revolución estilística que precedió todas las otras, lo que le impide ser un nostálgico reaccionario, pero no puede dejar de saber que detrás de la barba que se dejó crecer al mismo tiempo que el resto de boom hay una cara pálida y resfriada que nunca subirá ni bajará de ninguna sierra maestra.
Donoso se sitúa entonces en estas vibrantes páginas al mismo tiempo en el lugar mismo donde debía estar, donde «las papas queman» se diría en Chile, pero al mismo tiempo perpetuamente desplazado. Hombre de su tiempo y al mismo tiempo de otro tiempo, esa incomodidad esencial lo hace singularmente contemporáneo para lectores que lo sabemos perfectamente suspendido fuera del continuo de la historia.
Donoso, testigo de una época heroica de las letras hispánicas, nos devuelve así toda la parcialidad y la ambigüedad que nos falta para entenderla en toda su magnitud. Esta, entre muchas razones, hace de la lectura de este grueso, pero apasionante volumen, una lectura urgente.