«Hasta que sobre todos los rostros, entra el hombre en un cierto secreto y místico silencio», escribe Nicolás de Cusa y citas en el escrito titulado «Máquinas poéticas», comentando acerca de ese «rostro de todos los rostros: pues sin velo y sin enigma no se nos dará el poder contemplarlo». ¿Qué dirías hoy acerca de la verdad y sus velos? ¿Hablarías de una verdad inteligible y de una verdad sensible?
A lo que hago referencia es al más allá del pensamiento. Y al plus ultra de la existencia. Pues se trata de algo que no es pensamiento, sino otra cosa. Yo creo que, en el arte, y en la historia en general, siempre tenemos que estar dispuestos a ir más allá, a tratar de contemplar ese «rostro» que está más allá de todos los rostros.
«Un mundo colonizado por la charla cuando se encuentra ante el silencio no lo entiende» has escrito alguna vez, pero, ¿existe verdaderamente el silencio? ¿En algún sitio, algún lugar? Porque en la pintura, la escultura, la música, la naturaleza misma, todo vibra, todo está «diciendo cosas». En definitiva, ¿quizá queremos decir calma, serenidad, armonía, cuando decimos silencio?
Sí, se puede entender así. El ruido en que nos vemos envueltos nos impide escuchar las voces interiores. El silencio es el medio ideal para pensar correctamente las cosas, para pensarse a uno mismo a fondo; a lo que, ciertamente, contribuye la cultura en su sentido más amplio. El ruido, al contrario, no te deja pensar correctamente y viene a ser estar fuera de uno mismo… Yo pienso mucho en Ramón y Cajal y en su soledad, en su silencio y en el tiempo —horas, días, años— que pasaba trabajando y observando los tejidos neurológicos con los ojos puestos en el microscopio. Confieso que no puedo escribir con música, porque me veo impedido a escuchar la propia música de las palabras, su música interna. ¿Y cómo compondría un músico sus obras musicales si viviese rodeado de ruidos? De ahí que el silencio sea una condición fundamental para la formación de la persona. Pero también es cierto que la dedicación a un arte como la pintura admite el acompañamiento musical o de las palabras, debido, pienso, a la enorme distancia que hay entre el objeto de la pintura y el de la música.
Dalí y yo tuvimos conversaciones muy variadas: filosofía, arte, literatura… Se pueden ver en mi libro El camino de Dalí
En relación con la historia de la filosofía, ¿quiénes serían los filósofos a que te sientes más cercano?
Me siento muy próximo a las concepciones de Heráclito, Platón, Aristóteles, Plotino, Bruno, Bergson, Ortega y Gasset, y Zubiri. Y si hubiera de incluirme en una escuela, sería en la de los escépticos pirrónicos, que se origina en la nueva Academia de Platón. A esa escuela y su ramificación en el budismo mahayánico dedico casi cien páginas en la segunda parte de El círculo de la Sabiduría.
¿Podríamos entender que hay una historia y una filosofía oficiales en las que los aspectos de una tradición que va de los presocráticos y Plotino, a Averroes, Moisés de León, Ramon Llul y Nicolás de Cusa, hasta Pico de la Mirandola, Spinoza y otros, han sido preteridos por otras historias y filosofías, o visiones del mundo más convenientes?
Algunos de esos filósofos pueden haber sido preteridos: Ficino, Mirandola, no fueron grandes filósofos, pero sí tuvieron la virtud de acercar a la gente a Platón y Plotino. Yo más bien lo que haría es no reducir la filosofía al simple discurso racional de palabras, sino llevar también la filosofía al «decurso mnemónico» o filosofía práctica sobre la importancia que tienen la imagen y los lugares en que se sitúan esas imágenes para la configuración de la personalidad y la psique. Ya en el gnosticismo y en el estoicismo se hablaba de los misterios, porque había ritos, liturgias, que expresaban un uso mistérico o ritual de la palabra; pero esta otra cara de las escuelas filosóficas tradicionales fue prácticamente anulada, porque fue el cristianismo el que se convirtió en filosofía práctica…, y ritual. De modo que el interés que tienen filósofos en la línea de Bruno, Giulio Camillo o, en la Antigüedad, los griegos mitraístas, gnósticos y maniqueos, es la formación que dan mediante diagramas e imágenes.
En Iluminaciones filosóficas, apuntas: «Para remontar la dificultad que presenta la conexión mente-materia, sentiente-sentido […], ¿no debo admitir que no hay dos términos antagónicos, radicalmente heterogéneos, sino sólo uno, sentir-entender?» Inteligencia sensible, sensibilidad inteligente, superando la dicotomía de Kant, o, incluso, la división de Platón, mundo sensible-inteligible. ¿No nos acerca esta posición al nous de Protágoras, al Deus sive natura de Spinoza, a la mente-materia de Bruno, al mismo Husserl, cuando escribes: «El sentir-entender es la realidad radical, un sentir-entender que siempre va referido a algo sentido-entendido»?
Lo que quiero decir es que la realidad se nos ofrece gracias a que la podemos sentir, pensar y entender. Es eso, para nosotros, la realidad. El entender las cosas es la culminación del sentir. Y, justamente, es en ese punto donde los seres humanos sobresalen por encima de los animales que no tienen capacidad de pensar, razonar y entender, aunque sí de sentir e imaginar. Esa capacidad de entender del hombre viene sobre todo dada por el desarrollo del lenguaje, pero no hay que excluir que haya capacidades de entender superiores a las que tiene el hombre actual, gracias, sobre todo, a que ese hipotético ser humano tuviese más capacidad para almacenar recuerdos e información, y más capacidad para establecer relaciones entre esos recuerdos o informaciones y acertar con los caminos más convenientes en las diferentes situaciones que se le presentan.
En 1989 publicas La mentira social. Imágenes, mitos y conducta, desarrollando un tenaz análisis de las circunstancias e imposturas que retratan la humanidad contemporánea: publicidad, show business, moda, televisión, «estrellas» de Hollywood… De modo que la cultura misma, el saber, el conocer, parecen convertirse en apéndices exóticos de una sociedad entregada al entretenimiento y la diversión. ¿Somos, pues, islas, náufragos, quienes trabajamos por la cultura, en balsas a la deriva, de un barco que hace tiempo se hundió?
Es mi temor que los representantes de la cultura, en su sentido más noble, se conviertan en islotes insuficientes para dar acogida a la ingente cantidad de náufragos que el infantilismo está produciendo. Importa mucho averiguar en qué medida las sociedades contemporáneas, incluidas las democráticas que se creen libres, están sometidas a condicionamientos tan fuertes que, en la práctica, han hecho de la libertad de elección una ilusión. En el libro que has citado, y que está a punto de reeditarse revisado a fondo, trato de utilizar el conocimiento sobre el uso de imágenes y espectáculos, con los que los diferentes poderes condicionan la conducta de la gente, a fin de instrumentar una especie de terapia con la que inmunizarnos a esos condicionamientos.
«Socialización», en el sentido de Durkheim, se da en la medida en que el individuo participa de la sociedad y se supera naturalmente a sí mismo, tanto cuando piensa como cuando actúa. «Individuación», en el sentido de Jung, es justamente —y aparentemente— lo contrario. Pero, ¿hasta dónde podemos hablar de desarrollo social o individual cuando son tantos los desajustes y diferencias entre unos individuos y otros, unas sociedades y otras?
La doctrina de Durkheim, que en eso se parece mucho a la que desarrolló Ortega en El hombre y la gente, es que la sociedad se basa en el conjunto de reglas —Ortega los llamó usos— que regulan la conducta de los individuos por el hecho de vivir en una sociedad. Es decir, vivir en una sociedad es algo que hay que aprender; como se aprende un lenguaje, así se han de aprender los distintos usos sociales. De modo que las relaciones sociales no son relaciones interpersonales, puesto que en éstas uno se relaciona desde uno mismo a otro que es para nosotros una persona concreta, mientras que en las relaciones sociales uno sigue pautas de actuación genéricas, como ocurre con las normas de circulación…, uno no piensa en el guarda de tráfico como persona, sino como agente social.
Ahora bien, aunque vemos que la vida en sociedad está contrapuesta a la vida personal, es gracias a las reglas de convivencia que establece la sociedad por lo que las personas pueden formarse a sí mismas como tales personas, siempre y cuando las reglas sociales contribuyan a ello dejando espacios de libertad y de educación.
En 1534, Ignacio de Loyola, militar guipuzcoano, funda la Compañía de Jesús, aprobada seis años más tarde por el Papa como orden religiosa, útil contra la Reforma protestante, o, más tarde, contra Galileo y el heliocentrismo. ¿Qué dirías de la intolerancia de los poderes fácticos o establecidos? ¿Cómo superar sus miedos?
No se puede equiparar a Lutero con Galileo. Lutero fue un fanático de la religión, que prohibía que se interpretara la Biblia de manera diferente a como él lo hacía; no tenía el menor aprecio por la ciencia, y, para colmo, revistió al poder político con el religioso. Por lo tanto, no lo pongamos a la altura de Galileo, el cual, a diferencia de Lutero, no provocó las terribles guerras que éste provocó en la Alemania de la época.
En cuanto a la Compañía de Jesús, contribuyó enormemente al conocimiento del mundo y a difundir valores que están en la base de los derechos humanos. Y fue mucho menos intolerante que la mayor parte de los poderes políticos de la época. Ahí están figuras tan singulares y esclarecidas como Francisco Javier, Suárez y Kircher.
Ciertamente, yo sostengo que hay que ser intolerante con los intolerantes; con aquellos que combaten valores y derechos fundamentales no se puede ser tolerante. De este tema trato mucho en mi último libro, Democracia, islam, nacionalismo.