POR CARMEN RUIZ BARRIONUEVO
Se ha considerado al escritor venezolano José Balza (1939) uno de los mejores cuentistas del idioma y, en efecto, no cabe duda alguna del rigor constructivo de su ya larga obra, de la que emana una poética escritural unitaria que impregna todos sus textos. «Ejercicios narrativos» llama a sus novelas y cuentos, siguiendo los pasos de Guillermo Meneses y de Julio Garmendia, pues se fundamenta en la ficción misma como esencia de su trabajo. Obsesionado por un modo de contar que se apodera de su referente, concibe que el máximo grado de lo imaginario se produce cuando lo narrado desvela sus secretos mecanismos de encantamiento. Por esta razón, la concepción del cuento que Balza desarrolla supone una renovación de las premisas y consejos que en su irónico «Decálogo del perfecto cuentista» aspiró a reunir el uruguayo Horacio Quiroga, y que críticos y lectores han elevado durante mucho tiempo como paradigma del cuento. Los de Balza persiguen otra finalidad, pretenden alcanzar el objetivo modesto y ambicioso a un tiempo de constituirse todos ellos en «ejercicios narrativos», como estableció uno de sus críticos, Armando Navarro, en propuestas en las que confluye una visión del mundo que manifiesta su suficiencia escritural; por eso, no son meramente relatos, no son exclusivamente cuentos, son ejercicios de escritura, «ejercicios narrativos». A esto se debe el que conceda poca relevancia a la anécdota que no tiene urgencia de originalidad, importa más el desarrollo del texto mismo, su armazón y sus recurrencias; por eso, desarrollando su faceta reflexiva en torno a la misma condición del relato en «El cuento: Lince y topo. Teoría y práctica del cuento», recogido en el volumen que Carlos Pacheco y Luis Barrera Linares publicaron en 1993, Del cuento y sus alrededores. Aproximaciones a una teoría del cuento, (Caracas, Monte Ávila), Balza asevera en una de sus máximas que «Ningún relato puede ser repetido y, sin embargo, nada nuevo hay en cada cuento», y considera factor fundamental la cohesión de la estructura que tiene como misión vitalizar la parte intermedia del texto devaluando el final sorpresivo del relato: «El cuento no vive de su final, sino de la parte intermedia». En efecto, suele ser frecuente en sus obras que estas páginas se apoderen de la fuerza decisiva, de la íntima trabazón de las imágenes, abandonando el final a lo previsible o a la abierta sugerencia, o que, en todo caso, se potencie la originalidad de la técnica al ejercitar la transgresión del relato tradicional, y hacer valer así la duplicidad temporal, el personaje escindido y múltiple, y la lectura espejeante de sesgo metaliterario.

El acto de afirmación e insistencia en el «ejercicio narrativo» diferencia y aparta su obra conquistando una deliberada libertad e inscribiendo sus textos fuera de la tradición heredada de lo simplemente recibido de anteriores experiencias. Es evidente que, con ello, el autor proclama unas directrices propias, la resistencia al carácter definitivo del texto, pero también la importancia de un oficio, en lo que tiene de entrega y esfuerzo, de aspiración persistente que busca compartir con un lector activo. Sus relatos breves son siempre piezas de inquietante análisis e instigadora complejidad, que destacan por su pertinencia individual, pero que remiten también a un todo, a una armonía mayor, a una propuesta literaria que engloba toda su obra. Es el caso de los textos breves que se agrupan en diferentes títulos, en los que sus cuentos encadenan y se reordenan en un continuado discurrir en el que los eslabones utilizados son piezas recuperables, en algunos casos, para otros conjuntos. Y más aún, importa mucho en la escritura del autor venezolano cómo se nos comunican los datos, el tono de confidencia y, a menudo, de perplejidad, y cómo, en definitiva, se explican y se revelan las distintas vertientes de lo contemplado para componer el objeto estético. No basta el hecho en sí, sino el mecanismo introspectivo, aquel acto mediante el cual personas y acontecimientos son asediados por un implacable observador o analista, que conforma el mundo ficcional interiorizado, el único posible según su perspectiva.

Si las obras narrativas de Balza son «ejercicios narrativos», ello sin duda puede ser más perceptible en textos como las cuatro versiones de «Retrato en Curiapo» incluidas en su compilación Los peces de fuego, Ejercicios narrativos, prólogo de Carlos Sandoval, epílogo y biografía de Luis Barrera Linares, (Caracas, Editorial Santillana, Serie Roja, Alfaguara) aparecida en 2010. En esta colección se rinde un tributo al Delta, a su zona y a su río, a su vegetación, a sus habitantes, combinando siempre lo real y lo imaginado. Carlos Sandoval indica en el prólogo que, salvo las cuatro versiones de «Retrato en Curiapo», todas las piezas que se compilan forman parte de otros libros, reunidas ahora en ese homenaje a su lugar de nacimiento, en las que percepciones, imágenes, o sensaciones se despliegan, en un anhelo de máxima comunicación a partir de ese narrador introspectivo que persigue una cómplice inteligencia con el lector.

Las cuatro versiones de «Retrato en Curiapo» aparecen intercaladas en el libro junto con otros textos aparecidos desde los años 1960 a 2000 fundamentalmente, como «Prisa», «Zoología», «El niño hecho del día», «La sombra de oro», «El niño del fulgor», «Chicle de menta», entre otros. Es indudable que la lectura de las cuatro versiones aporta datos fundamentales del trabajo de Balza como narrador, pero no sólo eso, se observa que todas ellas aparecen bien distribuidas proporcionando algo así como la armazón de la compilación de esa temática en torno al Delta, al ocupar entre los veintiún relatos seleccionados los lugares 6, 11, 17 y 21; con lo cual la versión cuarta cierra, además, el libro. Los cuatro relatos son perfectos «ejercicios narrativos» en los que se implementa la variación de sus finales, pues se suceden con casi total similitud hasta que rompen su paralelismo al aportar en su última página un desenlace distinto en cada una de las cuatro versiones de la historia contada. Aparte de esos finales disímiles, otro dato sorprendente, que provoca la perplejidad del lector, es la supuesta datación final de las cuatro versiones. La primera está fechada en San Rafael, los días 17 a 19 de diciembre de 2026; la segunda y la tercera, el 10 de enero de 2010 sin localización de lugar; la cuarta y última, el 24 de diciembre de 2019 en el Delta del Orinoco. Ante esta datación que no aclara el autor, pero que Carlos Sandoval apunta en el prólogo que no responden a «errores tipográficos» y que «integran las tramas», podemos valorar que las fechas forman parte del juego de la ficción y recaen en las variantes finales, ya que el colofón del libro, Los peces de fuego, indica que se terminó de imprimir en los talleres gráficos de Grupo Soluciones Gráficas, Editorial Arte Caracas, Venezuela, en junio de 2010. Por tanto, es verosímil que sólo las versiones segunda y tercera coincidan con la fecha de composición, ya que están datadas cinco meses antes de la aparición del libro que comentamos. En cambio, la primera y la cuarta, que además están localizadas en San Rafael y el Delta del Orinoco, son fechas situadas en el futuro y que más pudieran incidir en los hechos contados y formar parte de la historia misma, con lo que en ambos casos pueden sugerir algo más acerca de la ficción que se desarrolla. Sin embargo, revisados los cuatro relatos, da la impresión de que el orden presentado de las versiones corresponde realmente al orden de su ejecución, y que se trazaron posteriormente los «ejercicios narrativos» armonizando las otras tres posibilidades de desenlace.

Veamos más de cerca la primera versión para tomar contacto con este ejercicio narrativo. El texto se titula «Retrato en Cuariapo (versión 1)» y desarrolla, respondiendo al título, el retrato dinámico y temporal de un individuo que ha vivido toda su larga vida en la zona del Delta. Son tres las partes que aparecen marcadas en el relato; la primera y la tercera son las más amplias, en cambio, la segunda es más corta y parece actuar como gozne o trampolín hacia la tercera que resuelve el final.

La primera parte de ese retrato cumple con presentar al personaje, que una voz narrativa, desde una focalización externa, nos acerca con detalles y reflexiones acerca de su situación en el momento en que va a tomar la lancha colectiva en el puerto de Volcán, puesto que no pudo tomar la embarcación adecuada para ir a su destino. Sin comunicar todavía lo esencial sobre el personaje, enseguida se dice que tuvo un puesto político de relieve y, por tanto, poder en la región. Una anécdota mínima, la urgencia por usar el baño, nos presenta el abandono del lugar, no hay aseos en un puerto del que parten constantemente botes y curiaras a todas las zonas del Delta. El retrato del personaje se va diseñando poco a poco, sabremos que es médico, y que va acomodándose en la embarcación con un salvavidas precario en la espera de una hora para la llegada de otros viajeros. Se observa que el narrador cuenta desde una posición exterior, aunque se introduce parcialmente en la mente del médico, haciendo un esfuerzo para, en consonancia con el pasajero, observar el entorno y todo lo que le rodea: el conductor joven y grueso, el pasaje, dos señoras y siete hombres, y unos niños indígenas con su madre. Un paso más y se va apurando la descripción física del médico: su apariencia es la de un campesino, cabellos blancos, lentes, tiene ochenta y tres años, y se añade un dato importante, fue la autoridad máxima del estado, es decir gobernador, prueba de ello es que desde su llegada al puerto algunas personas lo saludan con afecto, percibiendo que es alguien importante, aunque no logren precisar por qué. Años antes le hubieran llevado en helicóptero a su destino, aunque se aclara: «Pero no importa, el doctor es un hábil político y sabe que, en las elecciones próximas, según ha intuido, al asociarse adecuadamente volverá a ser candidato y en seguida jefe local», bastará desplegar «su antiguo prestigio, su buen humor y, cómo negarlo, su bondad, para que los votos sean suyos». La voz narrativa sigue presentando a este personaje que se percibe singular y hasta representativo de cierto caudillismo de la zona. Como médico tiene fama en su desempeño («El médico no se engaña: un alto sentido ético, una especial condición de servicio, noble y efectivo, cimientan su fama como cirujano, su aura de hombre generoso, desinteresado»), la razón reside en que lleva sesenta años de trabajo sin defraudar a pobres ni ricos, es sencillo y accesible. Un dato más completa la información de ese retrato del personaje, y es la falta de escrúpulos para apropiarse del dinero público, por eso se destaca que la gente recuerda también «la historia de su voracidad —la suya y la de sus familiares— para aprovecharse de los dineros públicos», aunque en contrapeso hace olvidar esos hechos con la construcción de dispensarios locales médicos en poblaciones olvidadas. Estos datos son de especial importancia porque ya nos presentan a un personaje que tiene diversas formas de actuación y cuya personalidad presenta alguna complejidad.