El retrato del personaje innominado se completa con la descripción del pasaje y la puesta en marcha del barco; a las siete de la mañana se activa el motor dirigiendo el chofer con destreza el balanceo de la embarcación hacia su destino. El fondo que contemplan los pasajeros es el paisaje del Delta desde el amanecer y en las horas del transcurso del viaje. Como ya se ha aclarado la colección en la que está incluido recoge relatos que en exclusiva acercan este paisaje tan frecuente en la obra del narrador venezolano. Las descripciones de esos paisajes subjetivados cobran una gran importancia, y no sólo esto, Balza consigue momentos de gran plasticidad y lirismo en este relato: «El río cobra en seguida su carácter de inmensidad: las costas de verdes oscuros y altos palmares, a la izquierda, se alejan; y, por el otro lado, todo es agua infinita». El viaje da la oportunidad de presentar las islas que se avistan como un atrayente laberinto vegetal, la gama de colores, del verde al amarillo y el turquesa, también el carácter animista de esa naturaleza en la que los indígenas creen, porque, al contrario que el médico, piensan «que esas son las formas de los dioses: tierra y aguas en comunión». En consonancia con todo esto, toman una gran importancia los «morichales desvaídos», esas palmas que forman la singular vegetación de la zona y que se describen con minucia, hasta llegar a Curiapo con sus casas de madera o cemento, que se elevan sobre las aguas quietas: «Curiapo es una corta calle principal, tramada en gruesas tablas, sobre el agua. En ella se levantan casas desde los pilotines, algunas de las cuales poseen pisos de cemento. En otras, asoma un sesgo guyanés e hindú»; a ellas se suman pequeñas bodegas, el liceo, la iglesia y el campo deportivo. No funciona la electricidad y sus habitantes se las ingenian para usar sus celulares. «También hay bares y los pescadores no cesan de ofrecer peces u otras mercancías desde la playa». Es entonces cuando, a la llegada, se observa cómo el médico es esperado con interés por otro médico y dos enfermeras, que le atienden y le ofrecen el desayuno, aunque lo rechaza por haberse acostumbrado a no comer más que sobriamente, una vez al día, y enseguida se dirigen al ambulatorio para efectuar las operaciones. Ahora es el momento en el que se completa la información acerca del personaje que va a realizar esas operaciones a Curiapo. Como se puede observar, esta primera parte ha acercado un retrato bastante preciso del personaje que realiza ese viaje por esta zona del Delta. Si seguimos las normas aconsejadas para el cuento, se puede decir que tenemos cumplida la presentación del personaje principal y la razón de su desplazamiento.
La segunda parte del relato comienza después de un hiato en el que se ha realizado la misión que lo llevó a Curiapo, para centrarse ahora en la cena que reúne a los dos médicos después de la operación con productos de la zona, pescado, morocoto, vegetales y casabe; después el médico muestra cansancio y desea tomar un whisky, algo difícil de conseguir en esos parajes. Este motivo vuelve a incidir en la lejanía y el abandono del lugar, aunque el otro médico se lo conseguirá más adelante. Al emprender un paseo, el agua lo rodea y al mismo tiempo observa las condiciones de vida de los habitantes que se valen de motores autónomos para la electricidad. La anécdota avanza, aparte de fijar aún más el entorno de Curiapo, algunos jóvenes van a una misma dirección. Es ahora cuando el médico emprende su verdadero camino vital y cuyo final se presentará con variantes en el resto de las versiones. Su cansancio le hace pensar que se irá a dormir pronto, y, sin embargo, se verá envuelto en el ambiente de Curiapo pleno de erotismo: «El aire se ha cargado de un perfume espeso, a barro, a peces, a hojas, a vientres de muchachas». El grupo de chicos se apresura en su bullicio, la mezcla de idiomas que manejan refleja la diversidad de razas de la zona, inglés, español, warao y sánscrito. El médico se acaba integrando en este ambiente festivo juvenil, lo que propicia el encuentro con una misteriosa mujer que se recuperará en la tercera parte: «Una mujer vestida con traje largo y los hombros descubiertos se detiene un instante a su lado, lo mira con deferencia y prosigue. En el doctor el cansancio ha desaparecido». El final de esta parte coincide con el baile frenético de los jóvenes en la última casa del pueblo. Esta segunda parte pareciera de transición, sin embargo, conforma aún más el retrato del médico en relación con su vida, en la que han destacado los encuentros amorosos que han dado lugar a numerosa descendencia. Ello se afianzará y confirmará en la tercera parte del cuento. Se advierte que estamos en la parte intermedia del cuento que destaca en los textos de Balza por su precisa trabazón, lo que facilita el desenlace del «ejercicio narrativo».
La tercera parte da comienzo conectando con el final de la segunda, no hay hiato como en la anterior, el doctor alentado por el alcohol, entra en la fiesta. Ciertas vacilaciones del narrador son indicativas del tono metaliterario que maneja Balza, como ésta: «Lo que se podría decir en seguida quizá no corresponda con el ser del doctor. O sí». Esa inseguridad matiza al personaje y lo dota de una perspectiva más atractiva e inestable. Es éste el momento en que se recupera su pasado remoto y próximo, su vida, sus estudios, los numerosos hijos que concibió y que olvidó, la gran boda, su integración en la guerrilla, para luego asociarse con un movimiento cristiano por el que fue candidato y llegó a gobernador de estos territorios. Este recuerdo del pasado remoto se mezcla con el pasado próximo de las operaciones realizadas, su buen hacer, su buena salud, lo que propicia que conserve el pulso a los ochenta y tres años, «Nunca pensó en morir, excepto durante los combates guerrilleros. Y a veces duda de que la muerte pueda ocuparse de él. Tiene ochenta y tres pero está seguro de que también alcanzará los ciento tres; y esto le hace radiante, nuevo. No hemos nacido para morir, lo demostrará». Vemos, por tanto, que el personaje tiene varias facetas, o también varias vidas, como médico es muy apreciado, como persona en sus relaciones amorosas presenta demasiadas fisuras, como se comprobará en una de las versiones posteriores, y, por último, como político presenta la imagen del caudillismo corrupto que se aprovecha del poder.
El retrato del personaje se completa en esta parte, por tanto, en un aspecto fundamental, la de sus numerosas relaciones amorosas, aunque se resalta la buena relación con su mujer que acepta la situación porque hay dinero suficiente en la familia. Es despreocupado respecto a los demás, sobre todo manejando con desprejuicio los puestos que alcanza, «Vive para una acción cotidiana continua. Soñó con el poder político como guerrillero, lo alcanzó después en democracia y aún goza de sus favores». Ha sido un político corrupto que ha sabido utilizar el poder para devolver alguna obra benéfica, ante lo cual la voz narrativa deja asomar la ironía en el texto: «Es un caballero». Dos encuentros se suceden en este momento, el de la figura borrosa de un hombre que se le acerca y el de «la bella mujer del traje largo» que se recupera de la parte anterior. Éstos son dos motivos que van a ser objeto de distinto tratamiento en las cuatro versiones. En este apartado los elementos eróticos se incrementan, fruto del contacto con los jóvenes, «Las cinturas y los ojos de las chicas parecen pertenecerle, como en su pubertad», pero esta vez, dada su edad, sólo conseguirá el cumplimiento con la pastilla, su tesoro, que de jueves a domingo le proporciona potencia sexual. Se insiste en presentar al personaje en sus varias facetas, como médico, que tiene el reconocimiento público, y como conquistador sexual, que sólo parece vivir para esos objetivos. Un momento relevante es aquél en que se asoma a la sala de baile sabiendo que podrá atraer a cualquiera de las chicas «u obligarla, con astucia». Fija la mirada en una adolescente y la considera ganada. Y, sin embargo, la abandonará por la aparición de la hermosa del traje largo: «se destaca y viene hacia la salida. Es toda una hembra y mucho más niña de lo que creyó. Sus pechos, su cintura, voluptuosidad plena». Este motivo erótico va a tener mucha importancia en todas las versiones, aunque será matizado según el final elegido. Entre el gentío de los jóvenes, la calle de Curiapo vibra bajo sus pies, se siente exultante, juvenil, pero «tras las palmas del morichal la mujer desaparece. El doctor cree oír a la vez el canto de un gallo y la voz de un hombre». Esa mujer, que en el fondo no se sabe si es real o una mera alucinación, es acompañada por otros motivos que parecen un tanto premonitorios de un mal final. El médico renuncia a esa conquista: «Que no es imperativo, como le ocurre siempre, poseer esta noche a una muchacha. Que debe volver a la pensión y dormir una o dos horas antes de regresar». Siempre habrá mujeres, indica, aunque en otras ocasiones no lo hubiera hecho. La excusa es el cansancio de un día agitado.
El médico que se presenta en «Retrato en Curiapo» es un personaje ciego de poder, tanto que piensa que vence a la muerte, «Siempre los otros han muerto en mi lugar y así seguirá ocurriendo. Vivir es insistir con lo mismo en su impensable diferencia hasta convertirnos en ella y perdurar. Y no me interesa la vida, sólo el poder que la somete (como a los demás) a mi poder». Se advierte que pertenece a una estirpe de hombres que viven ajenos a todo lo que no sea su poder, que ignora si hace bien o mal burlando leyes y voluntades, «porque puede vivir como nadie, aquí o allá». Es ésta la primera versión del cuento, una versión que el escritor presenta con dureza, porque refleja un tipo de persona con la ambición insaciable del poder que se perpetúa en el tiempo. Tal vez por eso está fechada en unos días del futuro, sobrepasando los años, permaneciendo en el tiempo, recordemos que Balza cierra con la datación de «San Rafael, 17-19 de diciembre de 2026».
El cuento «Retrato en Cuariapo (versión 2)» presenta, comparándolo con el primero, pocas variantes en la primera parte, alguna omisión que afecta a algunos adjetivos, «ribera pequeñísima y esmeraldina»; «laberinto ocre de las ondas»; «morichales desvaídos». Algunos añadidos: «tierra y aguas en comunión, geometrías del color y la luz»; «nuestro señor del barro profundo». También algunos cambios: «barrancos óseos» por «barrancos rubios»; o el «morichal enfático de hojas rojizas» de la versión anterior se convierte en «morichal enfático de palmas como lanzas». En la segunda parte introduce una frase larga: «[la mujer] lo mira con deferencia y prosigue. Mientras se acercaba tenía la desenvoltura de una chica, pero en la rápida luz que irradia una ventana, él nota que es mayor para pertenecer al grupo. O quizá haya quedado rezagada en la edad. Para el doctor el cansancio…». El añadido refuerza el motivo de la mujer del traje largo que vuelve a ser decisivo para el final del cuento, por lo que esta frase resulta necesaria para preparar el desenlace final.