POR PATRICIO PRON

Cuadernos Hispanoamericanos reproduce aquí en exclusiva el prólogo de Patricio Pron a su libro de sueños, Traumbuch, que la editorial española Delirio acaba de publicar.

«Escrito en el sueño, borrado en la vigilia.»
Edgardo Zotto, Buceo

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A sus dificultades para conciliar el sueño debemos posiblemente una parte considerable de la obra de Franz Kafka, cuyo insomnio, sobre el que escribió reiteradamente en su diario, lo sitúa en la constelación singularísima a la que pertenecieron también Djuna Barnes, Saul Bellow, Albert Camus, Marguerite Duras, André Gide, Witold Gombrowicz, Ósip Mandelshtam y otros1.

Fiódor Dostoievski —por el contrario— solía dormir profundamente, o eso temía; por las noches dejaba una nota al pie de su cama indicando que, si no despertaba, no se le debía enterrar de inmediato. Y algo similar hacía Hans Christian Andersen, quien colocaba en una silla junto a su cama un papel con la frase «Parezco muerto, pero no lo estoy»; al autor de «La reina de las nieves» le preocupaba especialmente ser enterrado vivo: siendo ya anciano, ordenó que se le cortasen las arterias tras su muerte, como Raymond Roussel, quien dispuso en su testamento que se le hiciese «un largo corte transversal» en una de las muñecas por la misma razón. Quizás ambos conocían el caso de Nicolai Gógol: quince años después de su muerte, las autoridades del cementerio moscovita en el que fue sepultado descubrieron que, por la forma en que yacía el esqueleto, según algunos, y por los rasguños en el interior del féretro, de acuerdo con otra versión de la historia, el autor de «El capote» había sido, muy posiblemente, enterrado vivo.

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Acerca de la muerte del autor se puede decir —como sostuvo alguien— que ninguno de nosotros ha estado todavía en el funeral pese a que llevamos años leyendo las necrológicas; sobre el sueño, por otra parte, se ha dicho demasiado, pero pocos han observado el hecho de que la interrupción de la conciencia que tiene lugar en él es también una forma de cesación del autor, si acaso breve y en ocasiones —piénsese en Kafka— profundamente deseada.

Si el autor «no está» durante el sueño, si su vida onírica escapa a su control y no responde a sus intenciones, ¿quién es —una vez más— el autor de protocolos de sueños como los que escribieron y publicaron con su nombre escritores como Graham Greene, T. W. Adorno, Jack Kerouac, Carl Gustav Jung, Vladimir Nabokov y tantos otros?

Miguel Noguera imaginó en alguna ocasión la posibilidad de «soñar, previa al sueño, la tabla de contenidos del sueño ¡y que después el sueño la cumpla!», en un ejemplo extremo de una visión instrumental que comparten psicólogos y adivinos. Los siglos XVIII y XIX contemplaron el reemplazo de modelos de interpretación del sueño basados en concepciones religiosas y/o de carácter espiritual por una visión racionalista del mismo como producto de la fisiología; pero la atribución de un carácter simbólico al sueño no fue abandonada por completo y permea tanto las interpretaciones de Sigmund Freud como las de Carl Gustav Jung, quienes, adhiriendo a la concepción romántica del sueño como «auténtico» y «revelador» en oposición a la conciencia, intentaron darle un uso2; como escribió Alicia Puglionesi en su ensayo «Lofty Only in Sound: Crossed Wires and Community in 19th-Century Dreams», la psicología científica del último cuarto del siglo XIX «no conquistó antiguas concepciones del sueño, sino que ayudó a dar nueva forma al lenguaje de los soñadores». Nuestras interpretaciones son inevitablemente herederas, si no de una visión esotérica del sueño como anuncio y/o advertencia, sí al menos de la visión utilitaria que lo concibe como «material» y como mensaje del soñador a sí mismo. «A menudo los sueños dan la impresión de ser triviales y trascendentales al mismo tiempo», escribe Puglionesi. «Nos prometen una revelación si conseguimos tan sólo ubicar una cara, un lugar… como en ese sueño tan común en el que unas palabras se disuelven en la página un segundo antes de que comprendamos su significado».

1. Georg Büchner, Robert Burton, Raymond Carver, Michael Chabon, John Cheever, E. M. Cioran, Annette v. Droste-Hülshoff, Durs Grünbein, Lars Gustafsson, Ernest Hemingway, Hermann Hesse, Patricia Highsmith, Wolfgang Hildesheimer, Homero, John Irving, Ernst Jandl, Mascha Kaleko, Gertrud Kolmar, Klaus y Thomas Mann, Elsa Morante, Robert Musil, Fernando Pessoa, Francesco Petrarca, Silvia Plath, Marcel Proust, Philip Roth, Francis Scott Fitzgerald, Anne Sexton, William Shakespeare, Theodor Storm, Wislawa Szymborska, Giuseppe Ungaretti y Leon de Winter son otros de los autores que escribieron acerca de sus dificultades para conciliar el sueño.

2. Un uso al menos parcialmente cuestionado por Hugo Hiriart en Sobre la naturaleza de los sueños, su singularísimo intento de dar respuesta a la pregunta de cómo y para qué soñamos. De acuerdo con el escritor mexicano, los sueños constituyen conjeturas breves sin principio y sin fin —sin antes y después, al margen del orden que se les impone cuando se los «narra»— en torno a las posibilidades implícitas de determinadas situaciones. En propiedad, asegura Hiriart, los sueños no pueden ser narrados sino descriptos, puesto que «el sueño no avanza, sino considera con más detalle lo que ya está dado, destaca detalles […] y los lleva a[l] primer plano» (83) como si fuese «una especie de idea» (73, subrayado del autor). El autor rechaza la argumentación freudiana —«causal, mecánica, explicativa», resume (133, subrayado del autor)— de acuerdo con la cual los elementos del sueño se articularían en una «red interna»; para el mexicano esa red, y la consiguiente posibilidad de interpretación, existe, pero es una «red externa». Al margen de la cuestión de que no hay pruebas de que el recuerdo del sueño se corresponda con el sueño —un asunto tal vez no menor en obras como la que el lector tiene en sus manos en este momento—, para Hiriart la interpretación del sueño es admisible, pero sólo si se reconoce su carácter de intrusión en una lógica del sueño que es contingente pero no azarosa y que tal vez sea banal.