1. Historia del llanto
La historia de una década, de un país, de un niño, de un adolescente, de un hombre, se puede contar en tres actos, tres pactos, tres desengaños, revelaciones, revoluciones, descubrimientos y encubrimientos, en un abordaje casi de cámara con zoom que acerca al cuerpo la marca de un tiempo, y pone el foco en la piel, en el lagrimal, en las yemas de los dedos, en el cuero cabelludo, en la cara en primer plano, en la boca que mastica. Se escribe con el cuerpo y del cuerpo aun cuando se escribe historia o de la historia. La historia se hace con lo particular, con las partículas, con las células. Sin este foco en el acercamiento al cuerpo no alcanzarían ni tres actos para la dimensión ensayística y literaria de lo íntimo para alcanzar lo universal. La historia está escrita en presente, probablemente porque es presente, no es pasado, el pasado, «no se fuga uno para atrás, se fuga para adelante» canta Gabo Ferro, y luego esa canción me da otra palabra de otro título de la producción de Alan Pauls, como presente me dio pasado, porque la canción también dice «yo soy todo lo que recuerdo y vos todo lo que has olvidado, yo me muevo entre las cosas, vos entre fantasmas cansados». Fantasmas, pero esa es otra historia, o quizá no, ¿esa es otra historia? Pensar que no y no ir para atrás a borrarlo, a corregirlo, pensar que no y no hay pasado, no hay corrección, fugarse para adelante, fallar otra vez. ¿Cuántas veces? ¿Tres, trilogía? ¿Tres oportunidades de contar en presente el pasado y la historia en la intimidad y lo fantasmagórico en el cuerpo? Volver al cuerpo, volver al zoom: el pelo, las yemas de los dedos paspadas, las uñas, los ojos, la boca, el oído, los labios, la oreja… el zoom, Lo Cerca: el padre y el llanto. La máquina de llorar funciona con el acercamiento del padre, y la transacción queda hecha. El llanto es moneda, es dinero, es arma de extorsión y chantaje. Entre padre e hijo hay un ojo cámara con la lente al máximo del zoom, un máximo que se impone hasta en las mayúsculas, Lo Cerca, que llora. Y ese llanto cotiza. El llanto es una moneda que compra al padre o le compra al padre la matrícula en la escuela de la sensibilidad. Los muchachos también lloran. Y ese llanto es político, esa es la revelación que le llega cuando escucha a un cantautor de protesta y en los versos de la canción «descubre cuál es su causa, la causa por la que milita desde que tiene uso de razón», ese es el gran acontecimiento político de su vida, el momento epifánico, cuando ve claramente la revelación, Lo Cerca hasta la piel, convirtiendo el mundo de la sensibilidad en campo de batalla. Hasta el segundo acontecimiento político de su vida: él ya no llora sino que es el que hace llorar, a una novia chilena, habiendo tenido que pasar antes por la decisión de negarle el llanto al padre, no volver a llorar, tomar esa posición como un compañero, años más tarde, toma una posición política (que él imita) y llora ante la muerte de Allende, que él no llora, porque su amigo está Cerca y él intenta estarlo pero parece que todavía no puede, no llega, no alcanza, dos años menor que su amigo, a la altura de esa convicción, mientras mastica un budín marmolado, dos colores, y la chilena católica de derechas, que quizá no se merezca tanto unos mocasines rojos, puede que ahora regrese a su país, y el otro Chile, muerto.
2.Historia del pelo
¿Todo pelo es político?1 Los triangulitos, para seguir hablando de la trilogía, pero es una vergüenza el chiste fácil, deténganme, deténganme…. En serio, ¿todo pelo es político? Sin lugar a dudas lo es el de la película donde Agnès Varda documenta a los Black Panters. Pelear por unos ideales, peinar ideología. Deténganme. Pero esto es en serio: si el llanto era moneda de cambio en la primera novela, el pelo no es menos valor monetario. Historia del llanto ya prepara el territorio para la Historia del pelo: el abuelo le pregunta al niño «¿cuándo te vas a cortar este pelo de nena, me querés decir, mariconcito?» y es una pregunta que guarda toda una ideología, este niño rubio, pelito lacio, que llora con su padre a quien luego le quita ese trofeo y que puede tironear la transacción sentimental como el abuelo le tironea de un mechoncito y lo humilla porque los muchachos no lloran ni usan pelo largo, para puto otros como Puig en tal caso, o ya veremos quiénes. Es el mismo abuelo de Historia del pelo, él lo recuerda, (¿es exactamente el mismo abuelo?), el que le agarra un mechón, como hizo con su pelo infantil, pero ahora tiene doce años, y amenaza con cortárselo y con los dedos imita una tijera, el padre del padre (la idea de padre que atraviesa toda la trilogía, figura cuanto menos transversal) y su ley, su orden, la ley del padre pero entonces la ley del pelo: entregarse a la peluquería a ciegas, con la ignorancia absoluta, el desamparo, sabiendo que se sale de allí perdiendo, como quien pierde en el casino. Ya desde esta Historia del pelo, pero antes también desde la Historia del llanto, el abuelo, el padre del padre transversal que cruza la trilogía como una sombra que no puede borrar ni la falta de luz, le arrebata a su mujer el dinero, la caja chica, que ha ido ahorrando en medias, se lo descubre y se lo incinera y la acusa de habérselo robado, a ella, que solo quería una maquinita para depilarse, ¡depilarse!, sacarse pelos de la cara o de las piernas y poder ser una mujer deseable. Así que el abuelo, su marido, el que odia el pelo de su nieto porque parece una nenita, prefiere el pelo de su esposa, porque parece un hombre y no habrá otro hombre que desee un hombre. Ese descubrimiento de los ahorros de la abuela, del robo, como se atreve a llamarlo la virilidad del abuelo, se cuenta ya en la Historia del llanto y anticipa si no todo, mucho: la Historia del pelo, pero también la Historia del dinero, es decir, la historia de una familia a través de sus cuerpos y sus relaciones de poder, así como la historia de una nación y sus, también, relaciones de poder, dominación, sometimiento, acusaciones, robos, arrebatos, expropiaciones, violencia. El abuelo le obliga a esa mujer a quemar el dinero expropiado, plata quemada, a dejarse el pelo indeseable, ya desde la Historia del llanto, pero luego en la Historia del pelo el dinero aparece anticipando la tercera y la última historia, y en la segunda de una manera radical: el pelo es moneda de cambio, es algo que cotiza, el pelo es oro, lingote, el pelo-plata, y el valor monetario del pelo es necesariamente una transacción no solo económica sino también política. Entonces lo que cotiza es el afro y en una lógica binaria de civilización y barbarie, lo rubio y lo morocho, que se tensiona, el pelito lacio de nenita versus el pelo negro mota del documental de Varda, la pregunta de si todo pelo es político es imparable, más aún cuando se alcanza la experiencia de la decepción, análoga a la que se alcanza en la Historia del llanto con la decepción por el padre y por el cantautor de protestas (que es el amigo del padre) y el reemplazo de la sensibilidad sin medida (de cambio) por la náusea que sabe ordenar el valor de las cosas, análogo a aquel momento epifánico donde hay que negarle el llanto al padre, aquí es la calva del padre, y de sus hermanos, toda la estirpe masculina de la familia, la que le revela políticamente que tener pelo es una condena porque pude perderse, y entonces la siguiente analogía no dicha pero servida y obvia: pelo-dinero; el problema de tener dinero es que puede perderse y la obsesión por no perderlo, como el pelo, usar buen shampoo quizá, cuidarlo, ocuparse de él, la condena, nada es gratis, tener es poder perder, y es de nuevo el padre, quien de la misma manera que en la historia primera lo lleva al pub a escuchar al cantautor de protesta, aquí lo cita en un bar y le pregunta si se puede saber qué se hizo en la cabeza, ese chico, que trata de accionar políticamente su pelo despojándose del rubio lacio de niña e intentando obtener algo negro afro o que pueda acercarse a la posibilidad de sostener, portar, una ideología que empieza a perseguir, es ese comentario, esa mirada del padre, lo que lo lanza a la peluquería no sin antes clavar su propia mirada en la calva del padre y observar que él tiene lo que su padre no. La mirada del padre es más filosa que la tijera-dedos de su abuelo; la mirada del padre corta y lo lanza «arrojado a la historia».
La historia de una familia a través de sus cuerpos y sus relaciones de poder, así como la historia de una nación y sus, también, relaciones de poder, dominación, sometimiento, acusaciones, robos, arrebatos, expropiaciones, violencia
3. Historia del dinero
Se cierra la trilogía con la tercera historia, la del dinero, pero si no se arrastran los billetes desde la primera, por lo menos se arrastran las transacciones económicas, el llanto y el pelo como monedas de cambio que, por otra parte, ¿cómo cotizan?, ¿cómo ponerles precio? ¿Cuánto puede valer un mechón de pelo del Che Guevara? ¿Cuánto cuesta el corte de pelo del peluquero Celso, con quien el narrador se obsesiona y se envuelve casi en un thriller donde una peluca es robada y un veterano de guerra pierde, entonces, toda su herencia? ¿Cuánto es una herencia? ¿Cuánto vale su propio mechón de pelo de bebé que su madre guarda por años y que luego le entrega en la adultez como heredar el propio pelo? ¿Cuánto vale lo que no tiene precio, como la peluca que usa la montonera Arrostito para secuestrar a Aramburu, que no tiene precio, pero que un coleccionista está dispuesto a pagar mucho por ella, que no tiene precio, pero que Celso se roba como quien roba lo que vale mucho? Volvamos al niño de seis años para empezar ordenadamente esta tercera historia. Ese niño que tiene seis años en 1966 y que es el mismo niño (¿es exactamente el mismo niño?) que a esa edad golpea la puerta del vecino militar con su triciclo, con la rueda delantera de las tres ruedas, como si golpeara solo con la Historia del llanto y las otras dos historias todavía estuvieran detrás, por venir más adelante, cuando avance la historia, el triciclo, como una rueda, como una trilogía, la puerta de ese vecino que en verdad es vecina, es una mujer, tiene pelo falso como bigote y un uniforme roto a diferencia de la pulcritud, prolijidad y perfección de los uniformes que como disfraces se pasean por una ciudad que pretende militarizar la vida civil, un disfraz como el de este niño de seis años de superhéroe, un superhéroe que sangra, como la historia, como luego esa misma vecina muerta y arrastrada por el terraplén del destacamento militar, la vecina de la calle Ortega y Gasset, la misma calle que reaparece en la última rueda del triciclo. El niño tiene seis años, sus padres ya se separaron, luego la madre tendrá otro marido y un amigo de la familia de este marido muere, y entonces ese objetivo, esa lente que se acerca y observa en su máximo de zoom las pequeñas cosas, como en la primera historia pueden ser las yemas de los dedos y en la segunda el rosto en primer plano de quien le lava la cabeza en una peluquería, tan cerca que no se puede ni ver, que pierde las dimensiones de una cara, aquí penetra en la masticación, en el muerto que es recordado como aquel hombre que comía crostines y los masticaba de una manera particular. Ese tipo de acercamientos, físicos, con zoom, que parecen no tener nada que ver con nada pero que son justamente todo el foco de una manera de narrar, extrayendo las coordenadas políticas e históricas precisamente de los cuerpos y los detalles en un acto político por el cual queda demostrado que en lo íntimo se desatan las batallas —en las yemas de los dedos que se arrugan por la inmersión extendida en el agua de la pileta de natación a la que acude con su padre en la Historia del llanto, y en esas mismas yemas de dedos que se manchan con galletitas con forma de animales y con la tinta de los billetes con los que paga—, pues son experiencias de la que no se vuelve, como no se vuelve igual de otras experiencias de lo íntimo en una peluquería o en un pub con un cantautor de protestas. De vuelta: el pelo, la piel, las yemas, las uñas, los ojos, la boca, la saliva, la lengua, el oído, los labios, la oreja… La bestia. No está solo la casa de la calle Ortega y Gasset sino que en esta tercera historia aparece la casa de Mar del Plata y la casa uruguaya que se llama «la bestia», una casa enorme que no será más que problemas para la madre, ruina económica, mientras el padre lidia con sus propias ruinas, y cuando él tiene seis años lidia con la ruina de la impuntualidad y pierden un autobús de Mar del Plata a Villa Gesell, pero el padre no tarda en solucionar el problema parando un taxi para hacer ese traslado a cambio de un dinero absurdo que puede costear esos más de cien kilómetros en taxi, ¿cuánto puede eso costar? Es el dinero el centro de las transacciones, es el dinero el que mata al señor que mastica los crostines en una tramoya clandestina, es el dinero en forma de fajo que su padre lleva siempre en el bolsillo, es el dinero una superficie llana para estamparle grafitis, los billetes como un muro, una pared en la calle, es el dinero para el juego, es el dinero para pagar un seguro de viaje a Europa, es el dinero para extorsionar en los secuestros, es el dinero una herencia en vida, es el dinero cash que maneja el padre… es la historia del padre. Es la muerte del padre, y la mudanza de una madre que tras perder las casas, perder las bestias y la bestialidad de la vida, esa madre del llanto final en la Historia del llanto, la madre de la habitación a oscuras y las persianas bajas y el deseo de dormir y los discos de algodón sobre los ojos, la madre cegada o enceguecida, (¿es exactamente la misma madre?), pide ayuda económica al hijo, que se la da a través de mensajeros, dinero que ella dice no recibir, y que luego él encuentra, entre zapatos, en pequeñas dosis, aquella caja chica en bollitos como la de su madre (la madre de la madre, su abuela) en la media para comprar una depiladora, aquellos billetes que él mismo le envió y ella dijo no haber recibido nunca. Es la mujer haciendo la caja chica de un dinero que llega por parte del hombre, el macho proveedor, que las rescata de una miseria que no tiene salvación posible, una miseria genética y de género. Si el padre atraviesa la trilogía de la transacción transversalmente, la madre es atravesada por la minucia y el chiquitaje al que la bestia gigante la condena.
Historia del llanto, Historia del pelo e Historia del dinero, trenzadas, anudándose una en la otra, apretándose las tres, conforman una trilogía sobre una década de la historia argentina, una década clave, que señala en lo íntimo y en el cuerpo la transacción política que ambos, lo íntimo y el cuerpo, implican necesariamente.
1. Parafraseo la canción «Todo preso es político» de la banda mítica argentina Patricio Rey y sus redonditos de ricota (o Los redondos), cuya letra dice «Si esta cárcel sigue así / todo preso es político // Deténgame / deténganlos».