POR  DANIEL ESCANDELL MONTIEL

@ Raquel Castro

El mexicano Alberto Chimal (Toluca, 1970) se ha ido ganando un más que merecido hueco entre la nómina de autores iberoamericanos asociados con la literatura fantástica, una etiqueta que coincide en el tiempo con la creciente legitimación del género en cada vez más ámbitos de la siempre limitada visión de la crítica y la academia. Es innegable ese interés por lo fantástico en Chimal, tanto como autor como traductor del inglés al español de varios clásicos del género (como Poe) y nombres contemporáneos destacadísimos (como Nnedi Okkorafor). Pese a todo, consideramos que asociar con vocación excluyente a Chimal a esa noción de lo fantástico, incluso si difuminamos sus fronteras con la ciencia ficción —el propio autor ha apostado por hablar de una concepción más amplia y heterodoxa: la “literatura de la imaginación”, sin más—, es algo reduccionista con la trayectoria de un autor que ha demostrado gran capacidad para abrazar innovaciones técnicas y formales y nutrirlas de ese algo más, de la sustancia que hace realmente que algo valga la pena más allá de por el simple hecho de ser nuevo.

Su experimentación con la minificción le ha valido ser reconocido, quizá de forma preferente, como autor de cuentos y microcuentos; esta asociación, cómo no, se ve potenciada por su presencia en Twitter y sus escrituras vinculadas a la fenomenología de la tuiteratura anticipándose a modas que tardaron casi una década en convertirse en mainstream como atestigua la publicación de 83 novelas en 2011, donde compila textos que nacieron en dicha red social, y que el propio autor ha distribuido gratuitamente en formato de descarga digital para todos aquellos que no puedan encontrar la edición impresa. Esta es, claro, una de las formas más convenientes de acercarse a su trayectoria, y no puede resultarnos anómala: estamos ante un autor formado en el terreno de la ingeniería informática y en el de la literatura, por lo que los lazos entre ambos mundos en su espacio creativo no son artificiosos, sino coherentes y naturales. Sin experimentación vacía y sin oportunismo ramplón: frente a ello, Chimal usa y explora estos espacios cargado de intención y conocimiento, lo que ha contribuido a que sus aportaciones sean significativas. 

El propio autor ha apostado por hablar de una concepción más amplia y heterodoxa: la ‘literatura de la imaginación’, sin más

Sobra decir que su vinculación con el relato corto es innegable, pues compone el grueso de su producción desde su debut en 1987 con Los setenta segundos (Centro Toluqueño de Escritores) y no debe extrañarnos que esto le haya llevado también a la edición de antologías y a ser recogido en otras. Me resulta interesante, en esa línea y por situarse quizá alejada de los centros de interés más recurrentes para el autor, la propuesta que supuso El camerino. Cuentos clásicos reinventados (Conaculta, 2014), antología prologada por Verónica Murguía en la que Chimal participa junto a nombres tan interesantes como Ana Romero, José Luis Zárate, Gabriela Damián, Richard Zela, Jazmina Barrera, Óscar Luviano, Raquel Castro y la propia Murguía, con “Melusina”. El libro propone la labor, ya no tan fresca en sí misma, de reinterpretar cuentos clásicos: la reapropiación y rescritura literaria de una serie de cuentos infantiles para ofrecer a través de ellos una nueva lectura con el estilo propio de cada una de las voces participantes en el proyecto. Los seres fantásticos cuya apariencia se ve alterada con todo tipo de fusiones entre lo humano y lo animal son universales, desde las kitsunetsuki niponas hasta, claro, el personaje de Jean D’Arras creado en el siglo XIV que retoma Chimal. El interés reside, en buena medida, en que Melusina es uno de los personajes fantásticos occidentales más reconocidos y en este caso logra reconstruir su historia sin introducir alteraciones que destruyan la tradición al poner su foco de atención en un cuentacuentos que está presentando al público este relato. Chimal consigue, a partir de este cambio en el eje, ofrecer su apropiación del cuento y, sobre todo, reconstituir a Melusina como un personaje con nuevos matices derivados de su recreación, alejada (pero sin renegar) de su origen medieval: no es ella un personaje (femenino) asociado al engaño o la malignidad, como se ha redefinido a lo largo de los siglos, sino a unas circunstancias complejas con las que podemos entenderla en una dimensión más profunda. “A estos pensamientos se agregaron otros todavía más infelices y más oscuros. Tal vez Melusina no tenía ningún secreto, ninguna obligación sobrenatural. tal vez simplemente quería tener un día para estar oculta, para hacer quién sabe qué cosas”, leemos en esta reinvención del cuento.

Alberto Chimal ha apostado también por salir de la que podemos percibir como su zona de confort para colaborar con Ricardo García en el sector de la novela gráfica con Horacio en las ciudades (Pulpo Comics, 2004) y las dos partes de Kustos (Conaculta/Resistencia, 2013, 2015), además de haber firmado también el guion cinematográfico de 7:19 junto al director Jorge Michel Grau (2016). Esta voluntad exploradora, que incluye los medios audiovisuales, es propia de un escritor no solo resuelto en múltiples lides sino también capaz de adaptar sus recursos, estrategias y el propio estilo a las necesidades del medio en el que está creando. Es una flexibilidad que resulta refrescante para quienes siguen su trayectoria y que permite múltiples vías de entrada a su obra para los potenciales nuevos lectores. Poca duda cabe de que esta es una de las razones fundamentales por las que Chimal ha sido descrito, simultáneamente, como “excéntrico” y “refinado”. 

Si prestamos atención a la que fue su primera novela, Los esclavos (Almadía, 2009), encontramos evidencias claras que motivan esos adjetivos, pero, al mismo tiempo, es una novela que se aleja de esa noción de lo fantástico para hablarnos sobre dos parejas arrastradas por las relaciones de poder y pasión derivadas de sus pulsiones de sometimiento. A lo largo de sus páginas nos encontramos con una profunda introspección en las dinámicas individuales y dualistas (aunque también duelistas) de los personajes principales para buscar aceptación, afecto y su lugar en el mundo que se estructuran en múltiples capítulos, muchas veces breves, que funcionan como una sucesión de secuencias en las que acabamos completamente sumergidos. Sin duda, una de las virtudes de esta primera novela es que el autor controla el tempo con una notable maestría que nos evidencia sin dudas que controla tanto los microgéneros como la expansividad de la novela, una situación que se repite en sus novelas posteriores a lo largo de los años. 

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