POR ISMAEL RAMOS
0.
Tengo la intención de desaparecer dentro de mi propio diario. Me doy cuenta de esto la segunda o tercera noche durante la cena, mientras hablo de un libro que todavía no existe. Describo sobre todo su forma. Intento explicar a los demás que, para mí, escribir un libro tiene que ver con concretar su forma. Porque cualquier otra intención se demuestra rápidamente ingenua, imposible. Todos convenimos que la experimentación con el lenguaje distrae. No sé si han entendido qué quiero decir exactamente cuando hablo de forma. Tampoco importa.
Unos días más tarde, llega Marta y dice que a ella la literatura que experimenta con el lenguaje le encanta. Me parece bien. No era eso exactamente lo que yo quería decir, así que no me ofendo.
0.a.
Tengo la intención de desaparecer dentro de mi propio diario. Quiero que la casa y el diario sean uno.
Escribo casi todo esto en un cuaderno que compré en Tiger antes de viajar a Sanià. El cuaderno se marchará conmigo cuando yo me marche. No sé qué sucederá con la casa.
1.
El cielo es, en todo momento y en todas partes, un mordisco de pinar.
Hunger of the pine.
2.
Escribo, duermo y leo en el último piso de la casa.
A la hora comer, mientras hablamos de mi libro, Nico señala con el índice hacia arriba. Yo estoy aquí y el libro allí. Es como si él viviese en el desván o se elevase como un globo. En cualquier caso, se trata de un ser independiente.
3.
En mi estudio hay dos butacas diseñadas por Josep Torres Clavé en 1934. Son las mismas que se encontraban en el interior del pabellón de la República en la Exposición internacional de París de 1937, donde se pudo ver por primera vez el Guernica de Picasso.
Evidentemente, estas butacas no son las de 1937, aunque podrían. Es solo el diseño de 1934 lo que se conserva. Aquí, la madera clara, el respaldo y el asiento de enea todavía intactos no tienen historia alguna. Es la disposición de los elementos la que genera relato, significado.
Están colocadas en el centro, junto al ventanal y de espaldas al mar. Uno se sienta en ellas, lee y escucha el viento y las olas. Nada más. Eso es, día tras día, lo único que se escucha aquí. Esa respiración constante en la nuca. Hay un ruido que persigue y precede a las butacas.
3.a.
Durante la comida, les cuento a los demás la historia de Torres Clavé. Nico dice que la casa antes era mucho más oscura y que por eso la pintaron por dentro con colores claros y colocaron un mobiliario neutro y diáfano.
Cuando subo de nuevo a mi cuarto, busco fotos del pabellón y leo un poco más acerca de Torres Clavé. Entre sus obras más relevantes como arquitecto se encuentra el Dispensario Central Antituberculoso de Barcelona (1936). Busco fotos de la fachada. En el fondo, da igual qué forma tenga el edificio, mi cabeza ya ha pensado:
la respiración sangrada,
el blanco Sanià,
la montaña mágica,
el frío de Thomas Bernhard,
once modos de sentirse solo con Richard Yates.
3.b.
Josep Torres Clavé murió el 12 de enero de 1939 durante un bombardeo de la aviación fascista italiana en Montbrió de la Marca, Tarragona.
Encuentro en Google fotos del lugar. Todo es verde, como aquí. La misma paleta de colores. En una de las fotos, al fondo, despuntan los aerogeneradores de un parque eólico.
4.
Al mediodía, el mar se refleja directamente sobre el techo del estudio. Hay once vigas a la vista con sus correspondientes arcos de medio punto. Los brillos de la cala crean una ilusión de movimiento. El techo del estudio es un paladar que vibra y se mueve. Está a punto de decir algo. Intento permanecer callado y escuchar. Si escucho, no escribo. Finalmente, me quedo dormido en el sofá.
5.
Intento dibujar un pino en mi cuaderno. Sale mal. Los rotuladores que he traído tienen la punta demasiado gruesa, me digo. Pensaría exactamente lo contrario si la punta fuese demasiado fina.
McKenzie, Marta y Joseph escriben no ficción, ensayo, crónica, autobiografía. Joseph lee mi libro de cuentos y, hacia el final de la estancia, me pregunta si los lugares que aparecen en el libro son reales. Corro a contestar que sí y añado también todos aquellos detalles de mi vida que impregnan la ficción. Los enumero de manera desordenada. Joseph es amable y me escucha siempre que algo me preocupa.
Me pregunto cómo sería el pino de mi cuaderno si lo hubiesen dibujado McKenzie, Marta o él.
6.
Todas la vigas del techo son diferentes, irregulares. Su forma remite al árbol del que provienen. Todo en esta casa se relaciona con algún tipo de transformación.
6.a.
Ninguno de nosotros cree que el fantasma de Capote habite la casa. Ni siquiera Nico. Tampoco ninguna de las escritoras que estuvo aquí antes que nosotros. Yo duermo en el mismo dormitorio donde durmió Mariana Enríquez. Eso me tranquiliza. He leído en su diario que persiguió incansablemente fantasmas cada noche, durante un mes, y no encontró nada.
Claro que también podría ser que esta sea la casa de verano de un fantasma.
6.b.
McKenzie está convencida de que los vivos somos la televisión de los fantasmas. ¿Y quién querría ver durante un mes a cuatro escritores conviviendo pacífica y silenciosamente en una casa en el Mediterráneo?
7.
Durante las comidas, la forma que predomina es la circunferencia: la mesa, los platos, las copas y la conversación. Hay algo en la conversación que se repite. Algo en nuestra estancia aquí es circular. Nico comenta que, cuando se van, todas las escritoras afirman haber vivido este mes como si fuese un único día. Solo sus diarios desmienten esa sensación y corroboran el paso del tiempo. Por eso mi diario no tiene fechas. Mi diario no quiere desmentir nada.
7.a.
Antes, el camino de Ronda, el que bordea la costa, atravesaba lo que ahora son la terraza y el jardín de la casa. Ahora, los rodea. Dibujo un mapa aéreo en mi cuaderno. Es algo así: el camino es una línea ( — ) que se tuerce; la casa, un asterisco ( * ).
8.
Uno de los personajes de mi libro se llama Nico, pero no tiene nada que ver con el Nico de Sanià. A mi Nico —el del libro— lo conocí mucho antes. Se apareció.
Cuatro o cinco días después de llegar aquí, le cambio el nombre a varios de mis personajes. El de Nico no cambia. Sé que el personaje se cela de su doble.
9.
Ploma, el braco de Weimar de la residencia, varía constantemente de tamaño. Es enorme cuando salta, compacta cuando derrapa para coger la pelota que yo le tiro mientras corre, larga si se estira en el suelo mientras comemos y muy pequeña cuando duerme en la cama que tiene junto a la puerta de la cocina. Ploma es gris, como pintada a lápiz.
10.
Durante nuestra estancia aquí, se ha muerto Moni, la gallina que sobrevivió. Su historia está presente en muchos de los diarios de las escritoras que nos han precedido en la residencia. Yo ni siquiera la conocí, pero siento la obligación de hablar aquí sobre su muerte: la atrapó un águila. Marisa, testigo del rapto, se siente culpable por no haber hecho nada. A mí me parece imposible luchar contra un águila.
En el libro que escribo aparecen gallinas ya desde la segunda página. Prefiero no comentar nada. Mis gallinas, de momento, siguen vivas. Sería una falta de respeto.
10.a.
El encargado de enterar a Moni es Juan Pablo.
Imagino una tumba profunda, para que Ploma no pueda desenterrarla. Lo cierto es que aquí todo el mundo la quería mucho, pero Ploma es una perra y el instinto es el instinto. Igual que el viento es el viento. Y tanto el instinto como el viento están constantemente queriendo entrar en la casa y en el texto.
Yo no conocí a Moni, pero me encantaría visitar la tumba de una gallina. Nunca antes he visto una.
10.b.
Con el crepúsculo, las gallinas que de día pasean por la finca, vuelven solas al gallinero. No es necesario que nadie las pastoree. Ellas se recogen y se disponen a dormir. Instintivamente.
11.
Marisa está embarazada. Así que, a lo largo de este mes, cambia de forma mientras algo crece dentro de ella. A mí, de todos modos, lo que más me llama la atención es su melena rubia. Algunos días —pocos— trae el pelo suelto. Cuando eso sucede, es como ver pasar un cometa.
12.
Todas las relaciones son asimétricas, siempre. Aquí, lo siento especialmente. Quiero tanto a Inma, Ari, Marisa, Matías, Mike, Nico, Juan Pablo. Y sé que ellos a mí también. Pero en marzo entrarán a vivir aquí otros cuatro escritores y se enamorarán de ellos igual que yo me he enamorado. E imagino que los siete ven sonrisas como la mía brotar en caras diferentes con cada nueva hornada de escritores. Que se repiten las conversaciones, las anécdotas. Y que también se despiden siempre de un modo parecido.
Todas las despedidas son también asimétricas: unos se marchan y otros se quedan.
12.a.
Inma lleva puesto un pendiente que le regalaron dos de las escritoras que estuvieron aquí antes que nosotros. Yo no les regalaré nada, pienso. Pero el día que cenamos pulpo á feira abracé a Ari y a Mike. Y el día que comimos mejillones y almejas a la marinera, quería que Inma supiese que me había hecho feliz.
12.b.
Prefiero no hablar aquí de mis conversaciones con ninguno de los siete, de las historias que nos hemos confiado.
Esta casa es un diario y, como en todos los diarios, hay gente detrás.
13.
El romero del patio está en flor. Inma corta unas cuantas ramas y las pone a secar bajo una de las ventanas de la cocina. Las hormigas no tardan en rodearlas.
13.a.
El día que descubro hormigas en mi cama, no digo nada. Me parece justo. La casa no es mía y ellas tienen tanto derecho como yo a estar aquí. No muerden, no molestan.
Cuando se lo cuento a Marisa, se muestra horrorizada y se disgusta por no haberla avisado antes. Coloca una trampa con veneno en mi dormitorio esa misma noche. Ya no vuelve a haber hormigas. Falta menos de una semana para que nos marchemos.
Las hormigas volverán cuando desaparezca el veneno y yo ya no esté.
13.b.
Juan Pablo me cuenta que estas son hormigas argentinas. Construyen sus nidos en las paredes de la casa y sobreviven al invierno sin apenas contar pérdidas entre sus filas. Él, hace mucho años, construía piscinas en Nueva Orleáns.
Marisa y yo miramos cómo Juan Pablo lija la pintura verde de la madera de la puerta acristalada que da a la terraza. Es una mañana de sol. Creo que fue entonces cuando comenté lo de las hormigas y no antes.
13.c.
Soy alérgico a las abejas.
En un rincón de la terraza hay plantadas varias hierbas aromáticas. Los días de más sol, los abejorros trabajan incansables volando de un lugar a otro. Uno de ellos consigue colarse en mi estudio. Me cuesta indicarle la salida porque no puedo retirar las mosquiteras de las ventanas. Finalmente, consigue escapar fuera.
No le digo a nadie que soy alérgico a las abejas. Ya es suficiente con que me odien las hormigas.
14.
El mar está imantado. Es la única razón que se me ocurre para explicar la existencia del camino de Ronda y de otros tantos senderos que, de manera ilógica, discurren al borde de los acantilados. En algunos tramos, hay señales que advierten del peligro de desprendimientos y la caliza arenosa pone en tensión constante los músculos de mis piernas mientras paseo.
Tierra adentro, los trazados son más regulares y los caminos más amplios. Son los que elijo para correr. Son los que eligen los cazadores para regresar a casa cuando terminan de cazar.
14.a.
El mar está imantado y es un monstruo y es caprichoso solo porque lo ha dicho la literatura.
El mar, antes de todo esto, debía de ser otra cosa. Algo único y silencioso.
15.
Llueve cuatro veces en todo febrero. Ari desea cada semana que llueva.
La primera vez que llego corriendo hasta Cap Roig, me fijo, mientras rodeo los jardines del castillo, en la punta quemada de la hierba que crece en los prados de cultivo. De lejos, podría confundirse con algún tipo de cereal.
15.a.
La imaginación no se puede comer ni hace que llueva. Ni siquiera estando aquí.
16.
McKenzie señala el reloj de sol en la fachada de la casa y dice: «no funciona».
Llueve cuatro veces en todo el mes. Quizá en febrero no debería estar funcionando, pienso.
17.
Con Joseph hablo sobre casi todo a lo largo de este mes. Pero al principio, en un largo paseo hasta la cala del Golfet, hablamos más que nada sobre nuestros padres.
Hay momentos, estando aquí, en los que no me siento hijo de nadie, en los que olvido a mi familia y amigos. En eso consiste también escribir. Con el paso de los días, hablar con Joseph e Inma me ayuda a recordar quién soy.
Pienso:
la isla de Circe,
los lotófagos.
18.
McKenzie, Marta, Joseph y yo hablamos mucho de dinero. Sobre todo cuando nos quedamos solos.
19.
Me da pena que las mosquiteras en las seis ventanas de mi estudio se interpongan entre el mar y yo. Entiendo que en verano protegen de los numerosos mosquitos a los habitantes de la casa, pero ahora resultan molestos.
Cierro los radiadores y abro las ventanas hasta altas horas de la madrugada. Es mi manera de vencer esa barrera: pasar frío y contentarme con el rugido constante de las olas.
Las cuatro ocasiones en que llueve, el agua apenas moja los cristales.
20.
En la finca y sus alrededores crecen varias especies de cactus. Aun así, desde mi primer día en Sanià, solo distingo do tipos: los cactus muertos y los cactus vivos.
A los muertos, los ha atacado una peste que primero se materializa en forma de moho blanco y después termina por consumirlos hasta volverlos de un negro chamizo cuando se pudren al sol. Son como los pulmones de un fumador, sus cadáveres están por todas partes.
Saco fotos únicamente a los vivos, puede que sea porque procedo de una larga estirpe de hombre fumadores.
21.
Me cansa escribir un diario que va a ser publicado. Me enfada.
Estoy acostumbrado a escribir en mis cuadernos material que, incluso siendo autobiográfico, pienso que me puede ayudar en la escritura. Un diario es otra cosa.
21.a.
¿Pero acaso algo de lo que escribimos en cualquier formato o superficie permanece inédito? ¿Qué tipo de pureza es esa?
21.b.
De lunes a viernes, Marisa entra en nuestras habitaciones y estudios cada mañana para ordenar y limpiar. Yo dejo sobre la mesa los dos cuadernos de trabajo con los que viajo. La escritura ocupa un lugar en el mundo. Acumula polvo. Abulta.
21.c.
La escritura abre puertas en la intimidad.
22.
Comemos pichón, conejo a la brasa.
Dejo de salir a correr cuando empieza la temporada de caza. Los forestales cierran varios de los accesos al monte y siento que ya no es lo mismo. Algunos días, me atrevo a cruzar el bosque de todas formas. Me visto de blanco para que no puedan confundirme con ninguna otra cosa.
El domingo, dispararon por accidente a un ciclista. ¿Con qué animal se puede confundir a un hombre en bicicleta?
22.a.
Puedo atrapar en este diario el corazón de una liebre, pero no puedo mantenerla con vida.
He ahí otro límite de la escritura. Acompaña a la vida, no es la vida. Lo mismo pasa con esta casa.
22.b.
El primer libro que le recomiendo a Joseph de entre todos los que guarda la biblioteca de Sanià es El viaje inútil de Camila Sosa. Decido fijar en esa fecha el inicio de nuestra amistad.
Puedo guardar en este diario el corazón de Joseph y el de una liebre, confío en que latirán igualmente cuando mi cuaderno ya no esté.
23.
Dos días antes de nuestra marcha, cae sobre la casa una enorme tormenta. Estoy leyendo Los llanos de Federico Falco cuando sucede: «Un cuerpo apenado, ¿cómo se escribe?».
23.a.
En la biblioteca, Ploma duerme sobre uno de los sofás. Es la primera vez que la veo allí y no en su cama de la cocina. Nico dice que es porque tiene miedo de los truenos.
Después de toda esta lluvia, mañana, cuando despertemos, pienso, todo tendrá otro color. Los ojos de Ploma son de un verde casi radioactivo.
24.
Hay tantas cosas sobre las que evité hablar en mi diario. Casi todas están, en cambio, en mi libro: la piedra caliza, los colores de los acantilados, el sol, el viento, los libros que leí este mes de febrero.
Es lógico, me digo. El diario es la casa. El libro, otra cosa.
25.
A los pocos días de llegar a Sanià, supe que aquí podría desaparecer.