Coordinado por Valerie Miles

Fotografías de Nina Subin, Magdalena Siedlecki y Belén Campillo

VALERIE MILES

Además de los elementos estilísticos, retóricos y en alguna medida temáticos del arte que emplean como herramientas narrativas, en vuestras poéticas hay plena conciencia del artista en movimiento. Miguel Ángel en la contemplación de una fotografía, este instante congelado que vemos desde otro tiempo, desde el extrañamiento también del espacio, como explica Nabokov en Habla, memoria cuando mira la imagen de sus padres antes de su nacimiento. El vértigo existencial: ¿Y dónde estoy yo? O Enrique, con el paseo por este bulevar que nos permite ver la realidad como imagen en movimiento, que podemos detener y acelerar a voluntad, y su mirada espejo, el flujo interior al modo del ojo de la mente. Los dos sois diaristas y los dos jugáis con la vida y su azar, como una herramienta más en la caja del narrador móvil, aunque no se desplace ni un ápice físicamente porque su famosa habitación es lo más interesante. ¿Exploramos?


MIGUEL ANGEL HERNÁNDEZ

13 de febrero de 2023

Querido Enrique: Me alegró muchísimo verte el otro día en Barcelona. Una pena que fuese tan breve el encuentro. Disfruté enormemente de los días en tu ciudad. Saludé a amigos y sobre todo aproveché para comprar libros que no llegan a Murcia e inspeccionar algunas librerías. Curiosamente, no visité ninguna exposición, y eso que llevaba apuntada alguna referencia ineludible. Quería, por ejemplo, haber visto el proyecto de Carlos Pazos y Eloy Fernández Porta en la Fundació Vila Casas, pero al final me quedé leyendo en el hotel.

Es extraño, a veces me ocurre. Tanto que me interesa el arte… y cuantísimo me cuesta visitar exposiciones. Me avergüenza un poco confesarlo: pero me cansan los museos y las galerías. A pesar de ser –aunque ya no sé si soy mucho– «historiador del arte» y dedicarme a esto. Me cansa «tener que ir», estar de pie y tratar de experimentarlo y entenderlo todo allí, en medio de ninguna parte. Me sucede que necesito el espacio íntimo de la casa para pensar en el arte. Y que a veces la experiencia de la exposición me resulta el mal necesario para poder escribir o pensar sobre lo que he visto.

No sé si debiera escribir esto, pero prefiero la experiencia íntima de los libros que la pública del arte. Me interesa más el arte en la literatura que en los museos, casi más los artistas de papel que los artistas reales, las obras descritas con palabras que las expuestas en los museos. Exagero un poco, pero hay mucho de verdad en lo que te digo. Quizá sea que en el fondo me puede la pereza. Me gustan las cosas que se hacen sentado –leer y ver cine; también comer–; las cosas que se hacen de pie me cuestan algo más –pasear, ver cosas, visitar exposiciones, perder países–.

Soy, lo sabes bien, un amante del descanso y la comodidad –aunque siempre ande acelerado y sin tiempo–. Un Oblomov en toda regla. He llegado a pensar que tanto la lectura como la escritura tienen que ver con ese síndrome del que tan bien escribió Goncharov. Y que quizá salir a ver exposiciones, a visitar museos y galerías, estaría más relacionado con el otro modelo de comportamiento –contraparte del de Oblomov– sobre el que el propio Goncharov escribió en ese librito delicioso que tú me recomendaste mientras escribía el pequeño ensayo sobre la siesta: El mal del ímpetu. Echarse a la calle, escapar del hogar, buscar el afuera en lugar del interior.

¿Te sucede a ti algo parecido? ¿Te has perdido exposiciones por quedarte en casa leyendo? ¿Tú, que tanto has escrito sobre el paseo y el movimiento, pero también sobre la renuncia y el abandono? ¿Cómo te organizas para visitar exposiciones? ¿Tomas notas? ¿Te llevas la hoja de sala? ¿Te dejas acariciar por el aire que surge del abismo como escribiste en Kassel no invita a la lógica?

Un abrazo perezoso, M.

Me interesa más el arte en la literatura que en los museos, casi más los artistas de papel que los artistas reales, las obras descritas con palabras que las expuestas en los museos. Exagero un poco, pero hay mucho de verdad en lo que te digo. Quizá sea que en el fondo me puede la pereza. Me gustan las cosas que se hacen sentado

ENRIQUE VILA-MATAS

14 de febrero de 2023

Querido Miguel Ángel: Fue breve nuestro encuentro en el Biblioteca Breve, pero aún más el fulminante pacto para emprender este intercambio de cartas breves. Tras el acuerdo, me pregunté feliz de qué hablaríamos en ellas. De arte y literatura probablemente. Ahora bien, me dije, convenía no alejarse del atractivo género del diario filtrado en una carta de las de antes. A fin de cuentas, regresar al carteo del siglo pasado era toda una oportunidad para comparar épocas y revivir el día en que envié la carta más sincera que escribí nunca y que, enviada a la última vivienda de Rimbaud en París, me fue devuelta con la inscripción Inconnu à cette adresse (Desconocido en esta dirección).

Pero, además, el regreso al carteo del siglo pasado era toda una oportunidad para lograr que viajaran unas palabras de Kafka que, a pesar de su aparente sencillez, siempre pensé que tenían que haber sido difíciles de pensar y de escribir:

«Me siento como un chino que va a casa».

No decía Kafka que volvía, sino que iba. Iba hacia un alto pensamiento, no hay quien me quite esto de la cabeza. Porque lo que sucede con la frase es que si quien la escribe eres tú mismo, o el que la cita como si nada en una reunión de amigos, enseguida te darás cuenta de que el pensamiento puede ir más allá de todo. El alto pensamiento es un lugar sin moral, sin gran muralla, sin sentido, sin mundo incluso, lo que facilita que te reconozcas libre al sentirte un chino que va a casa. Pero haber llegado a ese punto del camino es el problema mismo del pensamiento. Para Steiner estamos aún en los albores, pero el gran pensamiento traspasa, desinhibido, ciertos límites y siempre es peligroso. Y, aunque ahora no puedes verme, te aseguro que me ha dejado paralizado, casi rehén, esa frase de apariencia banal, pero extremadamente difícil.

¿Tienes la misma impresión que yo de que las próximas generaciones saldrán perdiendo si rechazan la dificultad, que es la esencia del arte y la literatura? Creo que, en literatura, al menos, no hay nada duradero y valioso que no sea difícil. Las cosas sencillas, me dijo un día mi padre, son simplemente sencillas, pero las difíciles son mucho más que ellas mismas.

En tu última novela me ha parecido verte caminando por el Grand Chemin (como lo llamaba Julien Gracq), porque no se me ha escapado que en Anoxia te has decantado por el sendero difícil y, por eso, discurriendo y discutiendo por la corriente aparentemente fácil por la que avanza la lectura, has logrado que dialoguen y se ensamblen dos de tus novelas anteriores. Desde mi punto de vista, esa es una señal estimulante, porque significa que tienes «algo» a lo que ya puedes ver como obra personal en marcha.

Dejo para otro momento los museos. Sólo decirte que muchas veces, con insistencia en el caso del Louvre, los cruzo alegremente corriendo. Sí, claro. Como el inefable trío de Bande à Part, de Godard.

MIGUEL ANGEL HERNÁNDEZ

16 de febrero de 2023

Querido Enrique: Tal vez no te lo creas, pero cuando te pregunté sobre tus visitas a los museos, te imaginé precisamente cruzándolos corriendo y me vino a la cabeza la bellísima escena de Bande à Part. Será porque también se me cruzó en el pensamiento la imagen de ese personaje con sombrero y abrigo largo que en la cubierta de tu novela Dublinesca parece huir de algo o, todo lo contrario, perseguir su sombra. Creo que nunca te lo he dicho, leí ese libro de camino hacia mi primera aventura norteamericana. Y mientras lo disfrutaba durante el trayecto a Williamstown, sentía que, como Samuel Riba, yo también escapaba de algo y, a la vez, trataba de encontrar un espacio para el pensamiento en un hogar que aún no había creado. «Como un chino que va a casa».

Pero volvamos a «correr». Y a la exposición. También yo me he visto salir a toda prisa de la sala de exposiciones en más de una ocasión para encerrarme a escribir sobre lo que acababa de experimentar. Me ha sucedido incluso en el cine: desear que la película terminara cuanto antes para abrir el cuaderno y dar rienda suelta al pensamiento. Es la urgencia de la escritura, que para mí es casi la medida de lo que me interesa una obra, una película, un paisaje o incluso una situación. Si quiero irme de allí rápidamente para escribir, es que me ha fascinado. Si no siento esa urgencia y me quedo hasta el final, será que no me ha apasionado tanto.

Tal vez me vaya a escribir «como un chino que va a casa». También a mí me ha paralizado esa frase. Pero más aún tu manera de interpretarla y leerla viendo en ella todo lo que no es evidente –o lo que no se aprecia a primera vista–. Siempre me ha fascinado eso en tu escritura, tu forma de hilar las palabras y los pensamientos. Comienzan en un sitio y los llevas a otro completamente diferente. La magia de lo inesperado. Creo que eso es lo que hace que la experiencia de leerte se aproxime en cierto modo a la de ver un cuadro o cualquier obra de arte. Que te lleva a un lugar que no es visible al principio, pero que acaba abriéndote a un mundo de posibilidades y futuros.

Y precisamente aquí entramos en la cuestión de la dificultad. No puedo estar más de acuerdo con lo que dices. Abrazar la dificultad, igual que la posibilidad del fracaso, es la única salida. Y la verdadera vía del arte y el pensamiento. Aunque es cierto que la dificultad del hacer no siempre se corresponde con la que uno traslada al receptor –supongo que eso vale para todas las artes–. Es cierto que en Anoxia me he dejado las pestañas. Pero el lector no tiene por qué enterarse. A veces, de hecho, la dificultad está precisamente en la construcción de lo aparentemente fácil. Y solo algunos identifican esa complejidad, ese volver hacia atrás para construir de nuevo sobre lo ya construido. Lo has visto tú aquí. Tú, que tan bien lo supiste hacer volviendo desde Mac y su contratiempo a Una casa es para siempre. También, y parece que es el leitmotiv de esta carta, «como un chino que va a casa».

Un abrazo kafkiano, M.

ENRIQUE VILA-MATAS

17-18 de febrero de 2023

Querido Miguel Ángel: Disculpa el retraso en contestarte, pero esta mañana se ha estropeado el calentador del gas y el lío, que ha sido descomunal, ha durado hasta ahora que salgo de la siesta y acabo de ducharme con agua muy caliente. He exagerado en la elección de la temperatura a modo de venganza por el contratiempo del calentador. Por fin, estoy en mi despacho, con mi papel de carta enfrente, yo creo que muy feliz, no por lo limpio, pulcro, que pueda sentirme, sino feliz de que me haya dado por decirte que te estoy escribiendo desde el fondo de un peligroso callejón de film noir. Y también por pedirte que no te extrañes si te escribo completamente afantasmado. El adjetivo habría hecho las delicias de Pedro Garfias, un hombre que podía pasar quince días en Ciudad de México buscando un adjetivo. Cuando su compatriota Buñuel lo veía, le preguntaba si había encontrado ya ese adjetivo. «No, sigo buscando», respondía Garfias alejándose pensativo.

«No, sigo buscando» respondo a veces a cualquier pregunta que no entienda. Viene alguien y quiere saber, por ejemplo, si alguna vez me gustaron los toros. Y yo, poniéndome metafísico, digo que sigo buscando. «¿Otro arte?», quiso saber alguien el otro día después de mi respuesta a la cuestión taurina. «No, otra vida», dije.

Si me veo ahora así de afantasmado, en parte es por una frase que acabo de descubrir y que habla de una especie de certidumbre que sería la responsable de nuestro común afán de buscar la dificultad para llegar a lo simple. La frase es de Borges, pero podría ser de Macedonio Fernández. ¿Y qué importa de quién sea si en el fondo es la que me ha perseguido tantas veces? Dice: «La certidumbre de que todo está escrito nos anula y afantasma».

No creo que en el peligroso callejón desde el que te escribo te sintieras como en casa, yo creo que lo conoces bien, los dos lo conocemos. En él puede pasar de todo. De hecho, siempre pasa de todo ahí y, por poco que uno en la oscuridad sepa intuir o escuchar, aprende a la larga ahí a narrar historias de todo tipo, historias de la vida que dejarás atrás cuando del callejón encuentres la salida.

Me pregunto si fue una historia más de la vida el sobresalto del día 16 cuando hablaste de mi forma de hilar las palabras y los pensamientos. Y es que me hizo descubrir, sin angustia, la posibilidad de que hubieras acabado detectando con toda precisión qué procedimiento literario utilizo cuando escribo y, encima, qué clase de estado de ánimo estuvo presente siempre en mí mientras te escribía la carta. Dicho de otro modo: que hubieras pillado de largo mis procedimientos de escritura y, entre otras tantas cosas, compartas ahora mi impresión de que aquello que más me atrae de la escritura, lo que más me conmociona, no es la obra, sino su búsqueda, el movimiento que conduce a ella, la aproximación a aquello que hace la obra posible: el arte, la literatura y lo que ocultan esas dos palabras. De ahí que, por ejemplo, el pintor prefiera las diversas etapas del cuadro antes que éste. Y de ahí que el escritor desee frecuentemente no terminar casi nada, dejar atrás cantidad de narraciones que sólo le interesan por estar llevándole a un determinado punto. A un punto, o callejón sin salida, del que sabe que, tarde o temprano, podrá escapar para por fin, en su aventura singular, tratar de dedicarse a explorar más allá de los límites de su texto.

Pero bueno, quizás todo esto no sea más que un súbito deseo por mi parte de que nadie, antes que yo, se decida a contemplar fríamente cómo con Montevideo he intentado ir más allá, ir aún más cerca del punto puro de la inspiración de la que partí, y ha pasado, una vez más, que he vuelto a topar con el único argumento de mis obras: alguien que, aun sabiendo que todo está escrito, trata de ir más allá, y esa misión que él mismo se ha impuesto termina por hacerle ver que lo que persigue como la esencia de lo que ama y querría apasionadamente descubrir es en realidad la no literatura.

MIGUEL ANGEL HERNÁNDEZ

19-20 de febrero de 2023

Querido Enrique: Espero que el calentador continúe funcionando y el calor de la casa no se disipe. Estamos teniendo unos días gélidos que ya comienzan a cansar. Entre lluvias, brumas y frío, incluso Murcia parece Londres. Quizá por eso me tomé como una aventura salir de casa ayer sábado para acercarme a la presentación del último libro de relatos de Javier Moreno, Magnífica desolación, publicado por Candaya –con una elogiosa frase tuya, por cierto, en la contracubierta–. Fue también un emotivo homenaje a Paco Robles, editor querido y persona generosa, cuya partida nos sumió en la tristeza hace unas semanas.

Tengo ahora el libro sobre la mesa y me voy a sumergir ahí dentro en cuanto acabe esta carta. Pero llevo toda la tarde preocupado y no sé si también algo afantasmado –cómo me intriga ese adjetivo– por algo que escuché durante la presentación y que no me quito de la cabeza. En uno de los cuentos del libro, Javier relata la historia de un escritor que viaja a Chicago en busca de las huellas de la posible –pero nunca corroborada– relación entre dos artistas marginales: el creador Henry Darger, que vivió como un mendigo, y la fotógrafa Vivian Maier, cuyos miles de negativos fueron descubiertos tras su muerte en varias maletas abandonadas. Todo lo que se contó sobre el relato me sedujo. Pero la intriga llegó después: al terminar la presentación, alguien del público preguntó al autor si el cuento estaba inspirado en la polémica afirmación de Joan Fontcuberta de que Vivian Mier es una invención suya.

Javier afirmó no saber nada de la polémica. Pero el misterio, de repente, inundó toda la librería. Al llegar a casa, lo primero que hice fue entrar a internet y rápidamente encontré una conferencia en la que Fontcuberta reivindicaba como suya la creación de la figura de Maier. «Vivian Maier es fake news». Incluso explicaba su método para inventar fotógrafos, utilizado también para crear a Ximo Berenguer. He recorrido varias páginas webs y llevo desde ayer inquieto. Aunque, claramente, me parece que se trata de un «metafake», reivindicar como ficción una verdad. Y sobre todo sembrar dudas sobre la construcción de la realidad.

Por alguna razón, esta singular performance, me condujo una vez a tus libros y a tu procedimiento: el cuestionamiento constante de lo ya dado, de lo supuestamente cierto. La obra de arte devolviendo la ficción hacia la vida. Por otro lado, todo esto me hace pensar en el asunto de la verdad, pero también en esa frontera tan artificial entre el arte y la vida y en esa pregunta que tantas veces te habrán hecho y habrás respondido cansado: si hay que elegir entre vivir o escribir.

En las obras de estos creadores (Maier o Dager), esa cuestión está clara: no hay frontera. Vivir y crear son la misma cosa. El arte, la escritura, la fotografía… son la herramienta de contacto con el mundo. Una forma de habitarlo. Y quizá ahí puede estar una probable respuesta a por qué seguimos escribiendo o pintando cuando ya está todo dicho. Por qué uno se empeña en ir más allá y cruzar puertas, como tú sigues haciendo de modo tan hipnótico en Montevideo. Tal vez ahí también esté ese «sigo buscando». Y quizá no haya otra cosa, un destino al final, sino tan solo un camino. ¡Pero vaya camino! El viaje, el proceso, la alegría y la inquietud de intuir que se va a algún lado, aunque detrás de cada puerta, como ya lo entrevió Kafka, siempre haya otra puerta. Pero un poquito más lejos. En un más allá a veces imperceptible.

Acabo de escribir esta carta, supongo que será la última –qué delicia de conversación, por cierto–, mientras miro de reojo la maleta a medio hacer en una esquina de la habitación. Mañana salgo hacia Madrid para visitar ARCO y tratar de escribir algo sobre lo que voy a encontrarme allí. Intuyo que todo será nuevo y a la vez ya dicho. Y también supongo que, como en otras ocasiones, terminaré cruzando a toda prisa los pabellones de IFEMA. Pero no solo para encerrarme rápidamente a escribir, sino especialmente para escapar de los saludos y las conversaciones de todos los conocidos que, a buen seguro, me voy a tropezar allí. Será, como siempre ha sido, un eslalon gigantesco. La vida, siempre, y, a fin de cuentas, en medio de todas las cosas.

Un abrazo afantasmado y feliz, M.

ENRIQUE VILA-MATAS

23 de febrero de 2023

Querido Miguel: A la misma hora en la que salías de Murcia hacia Madrid para visitar ARCO y tratar de escribir algo «sobre lo que fueras a encontrarte allí», yo obraba de forma idéntica y dejaba Barcelona para irme a Madrid, en mi caso para visitar una galería de la calle Barquillo, la Albarrán & Bourdois, con stand en ARCO. En esa galería daban un cocktail de presentación de un espectacular diorama, un collage de mi amiga Dominique Gonzalez-Foerster hecho con Photoshop y basado en un texto, Farmacias distantes (http://enriquevilamatas.com/textos/textfarmacias.html), que escribí para ella y donde la ponía al corriente de una historia de mi infancia. En ese texto hablaba de cuando, con ocho años, acompañaba a mi padre en su trabajo por las calles de la parte alta de Barcelona, donde medía con una cinta métrica la longitud de las aceras y la distancia que había entre farmacia y farmacia, ya que la ley exigía una cifra muy concreta de metros para autorizar una nueva. Mi recuerdo más angustioso y más tierno a la vez de todo aquello estriba en que marchábamos padre e hijo encogidos, prácticamente arrodillados a veces, siempre cerca del suelo, especialmente mi padre con su cinta métrica.

A Dominique le fascinaron lo que podríamos llamar tambores lejanos de mis farmacias distantes. De hecho, partió del «épico» episodio (con sus puntos en común con el padre y el hijo de Ladrón de bicicletas, de Vittorio de Sica, precisamente una de las películas favoritas de mi padre), para construir el diorama a tres caras que retrata una alucinada farmacia-bar en la que se han refugiado personajes como –santa casualidad– la fotógrafa Vivian Maier, que parece estar ahí para desmentir la metafake de Fontcuberta y, cuando uno menos podía esperarlo, devolver la ficción hacia la vida.

Otros de los refugiados en la farmacia, donde predominan vasos con aspirinas efervescentes (Dominique me vio una vez confundir una farmacia de Zúrich con un bar cuando, en plena y dura resaca de la noche anterior, me sirvieron una aspirina efervescente en el mostrador), son Isak Dinesen, Marilyn Monroe, el psiquiatra Francesc Tosquelles, Klaus Kinski, Franz Kafka (en el Collège de France, con sombrero y de espaldas, casi irreconocible), y hasta yo mismo, en varias edades distintas.

La vida, siempre.

En la presentación del alucinante diorama lúdico-farmacéutico apareció, como si hubiera inconscientemente aspirado a ser el sello de todas las cartas de nuestra correspondencia, nuestro común amigo Fernando Castro Flórez. Hubo una sonrisa de entrada, por su parte, como un eco de anteriores risas vividas por los tres en los más insólitos lugares. Y reconoció enseguida, en el extremo izquierda del panel, a Vivien Maier y, más abajo de ella, como súbditas de la propia VM, las infinitas reproducciones de su autorretrato. Con Fernando hablamos, como cabía esperar, de ti y del homenaje nada velado de Dominique a todas esas farmacias que, durante la pandemia, se convirtieron en puntos de encuentro, en epicentros de salvación, en expendedoras de esperanza. Y también de mi imagen de juventud en el diorama, extraída del film underground de 1974 Tam-Tam, de Ado Arrietta. Y también de mi impresión de que, a ciertas horas, no había nadie caminando por la calle Alcalá a la altura del número 66.

Cuando Fernando se fue, por un momento imaginé que, sin nadie que lo oyera, sonaba el órgano de la catedral de Murcia, el mismo que a veces parece organizar con sigilo nuestras vidas.

Nuestras vidas, sí.

Cerrando esta correspondencia, pero abriendo aún más la visión del gran diorama, quiero decirte que, desde tu última carta, no dejo de alegrarme de que permanezca vigente la más admirable pulsión del modernismo literario, aquella que nada menos nos recuerda que la escritura parece estar ahí para aplazar su propia desaparición.


Valerie Miles. Nacida en Estados Unidos y radicada en Barcelona, Valerie Miles es escritora, editora, y traductora. Dirige Granta en español desde 2003 y fundó la colección de clásicos contemporáneos en español de The New York Review of Books durante su periodo como subdirectora de Alfaguara. Es colaboradora de The New Yorker, The New York Times, El PaísThe Paris Review, y Fellow del Fondo Nacional de las Artes de Estados Unidos, por su traducción de Crematorio de Rafael Chirbes. Fue comisaria de la exposición Archivo Bolaño, 1977-2003, con el equipo del CCCB de Barcelona, fruto de una larga investigación en los archivos privados del escritor. Su primer libro, Mil bosques en una bellota, fue publicado con el título A Thousand Forests in One Acorn en inglés. 

Enrique Vila-Matas. Barcelona 1948. De su obra narrativa destacan Historia abreviada de la literatura portátil, Bartleby y compañía, El mal de Montano, París no se acaba nunca, Kassel no invita a la lógica, Marienbad eléctrico, y Montevideo. Chevalier de la Legión de Honor francesa. Prix Médicis-Étranger, Premio de la FIL de Guadalajara (México) y premio Rómulo Gallegos (Venezuela). Pertenece a la convulsa Orden de Caballeros del Finnegans, y es destacado miembro de la Sociedad de Refractarios a la Imbecilidad General (con sede en Nantes).

Miguel Ángel Hernández . (Murcia, 1977) es profesor de Historia del Arte en la Universidad de Murcia. Ha sido director del CENDEAC, Research Fellow del Clark Art Institute (Williamstown, Massachusetts) y Society Fellow de la Society for the Humanities (Cornell University). Ha publicado las novelas Intento de escapada (Premio Ciudad Alcalá de Narrativa, traducida a cinco idiomas); El instante de peligro (finalista del XXXIII Premio Herralde de Novela); El dolor de los demás (Premio Libro Murciano del Año); y Anoxia. También es autor del ensayo El don de la siesta y de los dietarios Presente continuo, Diario de Ithaca y Aquí y ahora. 

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