«En literatura el ritmo es la música»Por Nadal Suau

Fotografía de Ruben Mendoza

En cumplimiento de un contraste que suena a cliché o a norma casi inexcusable entre escritores asociados a un perfil público deliberadamente incómodo, Fernando Vallejo arrastra la fama lejana de resultar tan amable en el trato como desabrido en su escritura. Será. Sí, sí será, pues yo mismo he podido intuirlo. Sin embargo, los ecos de tal cantinela o rumor no iban a aquietar el nerviosismo que me invadió durante los días que transcurrieron entre la aceptación de la tarea de entrevistarlo para Cuadernos Hispanoamericanos y el primer correo electrónico que le dirigí. Soy adicto a la obra de Vallejo por cuatro razones: me hace reír a carcajadas, me horroriza hasta el abismo, juega con descaro a despreciarme o quizá me desprecie (a usted también, no crea) sin ambigüedad alguna, y despliega tremenda prosa, descomunal.

A la vista del tercer punto, aquella inquietud inicial mía se explica sola. Para un frecuentador de su literatura descreída, derrocadora de solemnidades, arrojadora de esperanzas al fango, negadora de lo humano, machacona con avaricia… para un lector como yo, digo, ¡qué fácil resultaba predecir el hastío que experimentaría Vallejo ante cada pregunta reiterativa o pretenciosa o fútil, porque algo de eso, estaba seguro, iban a parecerle todas sin excepción! ¡Qué fácil iba a ser para él jugar con ellas al gato y el ratón, apenas por esquivar un rato el aburrimiento o el asco de vivir o la servidumbre de promocionar libros, qué fácil torturarlas a base de respuestas ingeniosas o perezosas antes de arrojarlas hacia esa ridícula Nada que, a juicio sumarísimo vallejiano, devora cuanto somos y nos rodea!

Y miren qué cosas: si bien el resultado final de la entrevista confirma en cierto modo mis temores prematuros, resulta que gracias a ello se produce un efecto benéfico que no supe prever pese a que era bien previsible, la verdad, o quizá no, quizá mucho peor, no era previsible sino obvio, absurdo de tan obvio, humillante de tan obvio, a saber, el siguiente: la entrevista se convierte en una inconfundible entrevista a Fernando Vallejo, en un tipo de entrevista que únicamente Vallejo puede permitirse (e incluso concebir) conceder. Elusiva, repetitiva, agotadora y agotada, divertidísima, vituperante, sarcástica, desentendida, gruesa. Por eso me ha parecido necesario conservar algunas respuestas lacónicas, digresivas o hastiadas que normalmente habría podado durante la edición… ¿Qué hacer cuando tu interlocutor se empeña en reconducir un tema tras otro a las mismas tres o cuatro obsesiones? Fácil: si Vallejo te vacila, tú te callas y lo asimilas. Total, los lectores decidieron ya hace mucho si lo odian o lo aman.

Como insinué arriba, la conversación con el novelista transcurrió a distancia, mediante un intercambio de correos espaciados en varias semanas. Su trato fue impecable sin alentar confianzas. Respondió de inmediato y en pocas horas a cada batería de preguntas, tres en total. Le confesé dos veces el deseo de divertirlo siquiera un poco con ellas; no dio testimonio en ese sentido ni en el contrario. La literatura de Fernando Vallejo se impuso hace mucho un doble reto extenuante. Por un lado, perfora la paciencia lectora como una gota malaya que repite y repite y repite las mismas manías sin tregua, en mínimas variaciones grotescas, hiperbólicas. Por otro lado, hipnotiza o mesmeriza a sus lectores, nos inyecta una necesidad delirante de volver a leerle escribir lo mismo otra vez para comprobar que sí, que se atrevió de nuevo a repetirse, sin vergüenza ni reparo, y cuando volvemos a leerlo de nuevo vuelve a poseernos el estupor placentero, exuberante, de no dar crédito a tanta insolencia, a tanta libertad. Y está el estilo que arrastra, acumula, derriba. No sé si Vallejo se divirtió o no con esta entrevista. Sí sé que la impregnó de todo lo anterior. Favor que nos hizo.

¿Hay alguna pregunta que jamás le hayan hecho y le divertiría responder?

Me han hecho tantas entrevistas y he cambiado tanto de opinión, que no sé qué quede faltando.

Al buscar su nombre en Google, entre los primeros enlaces que aparecen destaca una propuesta pedagógica para «llevar a los colegios colombianos» La virgen de los sicarios… ¿Qué le parece semejante iniciativa?

No soy partidario de poner a los niños ni a los muchachos a leer libros. Que lleguen a ellos por su propia iniciativa. Y que el que no quiera leer, que no lea. Pero eso sí: que no vean partidos de fútbol ni vayan a misa porque se estupidizan.

Su obra es una inagotable inventiva contra su país. Sin embargo, ¿a Colombia no podría salvarla por el idioma? ¿Sería erróneo creer que el vínculo entre usted y Colombia se refugia en el idioma con que trama sus libros?

No, no es erróneo. Mi vínculo con la humanidad entera, no solo con Colombia, es mi idioma, la lengua castellana o española: la de ayer, la de hoy, la de siempre, mientras dure. Quiero decir mientras dure yo. Mientras yo viva no haré nada para que se acabe. Trataré siempre de ennoblecerla, nunca de envilecerla ni de mancillarla.

Permítame reformular: ¿no hay algo específicamente colombiano en su prosa? ¿Algo parecido incluso, glups, a una deuda mutua?

Yo escribo en prosa literaria vivificada por la lengua coloquial de Colombia, y a veces, en menor medida, por la de México, los dos países en que ha transcurrido mi vida.

Y es que no hay más forma de apresar y abarcar la realidad que el lenguaje, y básicamente el escrito, que son justamente todos los géneros de la literatura: la poesía y la novela, ya muertos; y la biografía, la autobiografía, las memorias, el ensayo y la historia, que son géneros menores, insignificantes, despreciables. No queda para dónde mirar

En La conjura contra Porky solo salva a dos tipos de personas: los protectores de los animales y los lectores de Fernando Vallejo. Ahora bien, el segundo colectivo engloba a quienes lo leemos celebrando cada línea y a quienes, por el contrario, lo hacen indignándose con ellas. ¿Nos aprecia por igual? ¿Juzga compatibles ambas actitudes con la inteligencia?

Conmigo el problema no es de inteligencia sino de moral porque la mayoría de la humanidad no comparte conmigo la mía, que es la única posible y que tiene solo dos mandamientos, no diez como la tonta ley de Moisés. Dos a saber: «No te reproduzcas que no tienes derecho a imponerle a quien está en la paz de la nada, y a la que deberá regresar, el horror de la vida y el horror de la muerte». Y el otro es: «Entiende, por favor, carajo, que los animales que tienen un sistema complejo como el nuestro y por el que sienten como nosotros la sed, el hambre, el miedo, la angustia, también son nuestro prójimo y no solo los sucios bípedos humanos, como pretendía el loco Cristo, quien jamás quiso a un animal: les predicaba sus pretensiones de Hijo de Dios a los reyes de la creación, a los bípedos pensantes». ¡Qué van a poder pensar estos asquerosos!

¿Le interesan los recientes intentos filosóficos por construir un discurso y un marco ético trans-especistas?

No me gusta la palabra «ética» porque es un término filosófico, técnico. Prefiero la palabra «moral», que no es pretensiosa y vale para todos, católicos o protestantes, judíos o musulmanes, futboleros o no. Me dedico a hablar de moral. Soy un predicador, como el loco Cristo.

Pero mejor que él, ¿no? Menos hipócrita… ¡Y real!

Tú lo has dicho, como contestó en los Evangelios el loco Cristo cuando le preguntaron algo parecido. Pero sin el «menos»: no soy hipócrita. soy veraz. O más exactamente, irreal. Soy una especie de entelequia mística, a la que le atribuyen dos mandamientos: «No te reproduzcas» y «Respeta a tú prójimo, los animales». En cuanto a los humbres (palabra en la que incluyo a las monstruosas mujeres), no son tu prójimo, son tus enemigos.

Es notorio el desprecio que le merece Dios; en cambio, tengo la sensación de que las menciones al Diablo han ido disminuyendo desde aquel exorcismo en Años de indulgencia. ¿Qué consideración le merece este otro personaje bíblico?

Es un personaje teológico: la personificación de la rebelión contra Dios. Puesto que Dios no existe, el Diablo resulta siendo una rebelión inexistente. De todos modos es mejor llenar la vida con la teología y no con el fútbol, que es la imbecilización de media humanidad. Queda faltando por imbecilizar la otra media. La guerra nuclear no va a dar tiempo para ello.

«Si uno ve la verdad escueta, se pega un tiro», declara el narrador de La virgen de los sicarios. Dado que usted se caracteriza por exhibir hasta el último resquicio de lo que ácidamente señala como «la verdad», ¿cabe interpretar sus libros como una amable invitación al suicidio?

Sí. Solo que yo no me puedo suicidar mientras viva mi perra Brusca a quien quiero tanto. No puedo dejarla huérfana. Huérfana de un esclavo diurno y nocturno que la quiere mucho, y sin exigirle reciprocidad a ella, sin pedirle que me dé a cambio del mío su amor. Me da la idea de que poco más me quiere.

La alusión a La virgen de los sicarios me recuerda su faceta de cineasta. ¿Alguna vez volverá a embarcarse en un proyecto cinematográfico?

Desde hace décadas me dejó de interesar el cine, ese embeleco del siglo XX que está durando más de la cuenta. No tengo ningún proyecto cinematográfico pero sí uno literario: poner patas arriba la literatura, que la omnisciencia y los diálogos de las novelas han convertido en un arte miserable. Trato de escribir, sin lograrlo, un libro sobre mi amor por los animales y odio a la horda paridora que llaman «la humanidad». Y no consigo escribirlo, tal vez porque en el solo título queda dicho todo y el resto del libro sale sobrando: Mi doliente amor por los animales y odio al puto género humano.

Italo Calvino escribió que la literatura pervivirá mientras haya cosas que pueda decir solo ella o formas de decirlas que le sean exclusivas. ¿Cuáles podrían ser esas «cosas»?

A juzgar por esa idea que me dices Italo Calvino no es que fuera muy lúcido. Y es que no hay más forma de apresar y abarcar la realidad que el lenguaje, y básicamente el escrito, que son justamente todos los géneros de la literatura: la poesía y la novela, ya muertos; y la biografía, la autobiografía, las memorias, el ensayo y la historia, que son géneros menores, insignificantes, despreciables. No queda para dónde mirar.

Su obra me gusta más cuanto mayor es usted, contra el reproche de cierta crítica sobre una tendencia a repetirse. Yo no niego tal repetición, sino que la reivindico. Me divierte mucho, porque detecto una burla cada vez mayor a costa del género «novela» y porque invita a especular acerca de su sentido: ¿desafío al público, genuina indiferencia a la recepción…?

Exactamente. No tengo ni una sola palabra que agregar a lo que dices.

Fotografía de Randy Ayazo

Entonces, ¿me quedaré sin aclarar si es desafío o indiferencia?

Ambas cosas. «Ni bueno ni malo, sino todo lo contrario», como habría contestado Luis Echeverría, el que fue presidente de México. Un ex, o sea que ya no es. Un expresidente es menos que un escupitajo en una bacinica (de las que ponían en Colombia a un lado de las camas para orinar en ellas en la noche, no sé si también en España), o dicho más exactamente en una escupidera (de las que hacen falta muchos millones en China, un país de escupidores).

¿Servimos de algo los críticos? ¿Puede señalar alguna aportación nuestra al idioma, a la literatura? Y en su caso particular, ¿alguna vez le fue de utilidad alguna reseña?

Nada, nada y nada. Tres nadas a tus tres preguntas.

El sarcasmo del asunto reside en que un día usted ya no estará y los críticos seguiremos especulando solemnemente sobre la identidad, la ironía, la crónica, la nación o lo grotesco en «La-obra-de-Fernando-Vallejo»… ¿Preferiría que callásemos?

Lo que pase después de que me muera me tiene sin cuidado. Y ya me doy por muerto.

Ha declarado que lo único que puede desearle a Colombia es que muera, sin más, para que acabe su agonía…

Colombia es mala, muy mala. Lo que quiero es que siga viviendo (y pariendo) para que siga sufriendo.

¿Y a México, qué le desea?

¡Pobre México! Después de que murió José Alfredo Jiménez quedó sobrando.

Aún así, en la última Feria Internacional del Libro de Bogotá, frente a un millar de asistentes, usted dijo: «Vine a desenmascarar hampones». Se refería a los políticos, esos «mafiosos» y «parásitos». Disculpe la osadía, pero… el gesto de subir a tribuna y el decisionismo implícito en la perífrasis, ¿no delatan la asunción de una responsabilidad pública, de un (ejem) «compromiso»?

A veces hablo en público por desocupación y por ociosidad, porque no sé qué hacer con mi vida. Mi único compromiso, sartriano, es con los animales: les juré amor eterno.

¿Alguna vez sus opiniones le han acarreado amenazas lo bastante verosímiles como para inquietarlo?

Nunca. Por fortuna no me toman en cuenta.

«No quieras volver a Medellín porque no encontrarás nada de lo que dejaste. Muertos, muertos y muertos», escribió en Entre fantasmas. Pero volvió. ¿Por qué? ¿Qué representa la ciudad en su literatura?

Volví a Medellín, de México, hace seis años y encontré lo que tanto tiempo atrás había anunciado, pero en grande: muertos y más muertos y más muertos. No hay posibilidad de volver a lo que uno dejó y todos los vivos se mueren, con una falta de originalidad muy desagradable. No nos hagamos ilusiones con la literatura, ni con la religión, ni con la inteligencia artificial, ni con el fútbol, ni con la ciencia, ni con el rap, ni con el reguetón, ni con nada. Todo termina en nada.

¿Cómo hay que reírse de la muerte? Iba a preguntar si «podemos» hacerlo, pero intuyo cuál sería la respuesta…

Coincido con tu intuición, la adivino perfectamente, me da mucha risa la Muerte. ¡Pobre mujer, a mí me tiene miedo, conmigo no se mete!

En La conjura contra Porky, el Yo narrador se confunde con el espacio, el tiempo, el Universo… Siendo así, su muerte será el final de un mundo irrepetible. ¿Tampoco debe entristecernos eso?

Muchísimo. Debe entristecerles muchísimo. La humanidad va a perder muchisisísimo con semejante catástrofe cósmica.

Para usted, la reproducción constituye el mayor pecado, y uno de sus mandamientos (leemos en Peroratas) reza: «No te reproduzcas». Solo por jugar: ¿se anima a señalar una persona a quien consideraría un acto benéfico eximir de esa norma?

Sí. Uno al menos: Sartre, un mal escritor y una fea persona, pero genio de una sola frase: L’enfer c’est les autres (El infierno son los demás).

¿Le complace la comparación constante con Thomas Bernhard? A mí me parece acertada: me río muchísimo con ambos.

Yo en cambio no puedo reírme de Bernhard porque nunca lo he leído, no tengo tiempo, me quitan mucho tiempo los artículos de la Wikipedia: quiero metérmela toda en la cabeza. Estoy seguro de que si la mencionada Señora Muerte me da tiempo suficiente, me la meto.

«El que no se niegue a sí mismo en el Quijote no existe. Negarse allí es el precio de existir», escribió en una ocasión. ¿Y si al final resulta que a quien se parece usted es a Cervantes?

¡Ojalá! Cervantes era un hombre bueno, de alma grande: yo soy malo y de alma chiquita. Pero Cervantes no quería a los animales y yo sí.

¿Ha leído por cuarta vez el Quijote en los últimos ocho o diez años? Y, si es así, ¿qué nuevos aspectos ha descubierto?

Sí, en los últimos dos años y he descubierto muchas cosas: que es una obra de teatro, un largo diálogo a caballo entre don Quijote y Sancho. Los episodios de los molinos de viento, de los encuentros con Ginés de Pasamonte y los galeotes, o con los del Santo Oficio, o el de las odres de vino, etcétera, y que son los que ilustraron tantos (entre los cuales Doré) solo ocupan una pocas páginas. Que don Quijote y Sancho son los personajes que más peso tienen en la literatura universal, dicen los cervantistas. ¡Claro, porque son los que más han hablado! ¡Qué verborrea tan aburrida e imparable! Pero no me voy a pelear con los cervantistas porque ya ni existen. Cuando yo nací eran «especie en extinción»: hoy son especie extinguida (para que la estudien los paleontólogos, o mejor dicho, los paleógrafos).

En un ensayo reciente, Mester de batería, Ce Santiago hermana música y literatura a través del ritmo, eje central compartido por ambas que, además, las conecta con el cuerpo. ¿Cómo de importantes son ritmo, musicalidad y cuerpo en su escritura?

En literatura el ritmo es la música. El primer libro que escribí se titula Logoi. Una gramática del lenguaje literario. Hoy detesto ese título doble, me imagino que copiado de la manía de los gringos de ponerles a los libros de ensayos dos títulos, y mejor la llamaría Sintaxis de la prosa española. El problema es que Logoi sostiene la tesis de que la lengua literaria tiene una sintaxis bastante distinta a la que es propia de la lengua hablada, y que esas fórmulas o estructuras sintácticas son comunes a todas las lenguas literarias europeas pues todas vienen de la misma fuente, la griega, que empieza con la Ilíada y la Odisea. Y entonces Logoi está lleno de ejemplos que tomo de varios idiomas, de los que medio conozco, y no solo del español. Tiene un capítulo sobre el ritmo, sobre el ritmo ternario, que da cuenta de un único procedimiento rítmico común a la prosa española, francesa, inglesa, italiana, de las que tomo ejemplos. Pero yo no puedo dar cuenta de la infinita complejidad del ritmo en todos esos idiomas que no son el mío, el español, que es el que tengo en el alma, con el que pienso y existo. En los otros no. Yo soy en español y no puedo ser en otro idioma. Tal vez pudiera escribir hoy un libro titulado El ritmo en la prosa española. Pero no lo voy a hacer. No soy tan ocioso. Conclusión: no pierdas el tiempo leyendo Logoi.

¿Qué futuro le espera a la sintaxis del español?

El desastre. Pero no solo a la sintaxis. También a la morfología, a la pronunciación, al léxico, ¡y al alma! La lengua española es otra especie en vías de extinción.

Pero yo no puedo dar cuenta de la infinita complejidad del ritmo en todos esos idiomas que no son el mío, el español, que es el que tengo en el alma, con el que pienso y existo. En los otros no. Yo soy en español y no puedo ser en otro idioma. Tal vez pudiera escribir hoy un libro titulado El ritmo en la prosa española. Pero no lo voy a hacer. No soy tan ocioso. Conclusión: no pierdas el tiempo leyendo Logoi

Su segundo libro fue la biografía del poeta Barba Jacob, que publicó en 1984 y recuperó en 1991, sometida a grandes cambios. ¿Qué le llevó a afrontar esa tarea inusual de reescritura?

La investigación para esa biografía me tomó diez años y la escribí dos veces y sobre el mismo material que había juntado durante ese tiempo en los muchos países por donde él anduvo (Colombia, México, Cuba, los de Centro América, Perú, los Estados Unidos) y con el mismo título, Barba Jacob mensajero, pero los dos libros son muy distintos: el primero es la vida de Barba Jacob y está escrito por un biógrafo que habla en tercera persona; y el segundo es mi búsqueda de Barba Jacob y yo hablo en primera persona, en una carrera contra la muerte, buscando su huella espiritual en quienes lo conocieron aquí y allá, y de los que a algunos de los que buscaba no alcancé a conocer y a entrevistar, uno por un mes, otro por una semana, y dos el mismo día, en la misma noche. Pero ni uno ni otro libro son biografías noveladas. Son biografías estrictas y todo cuanto digo de Barba Jacob lo justifico citando mi fuente en el texto mismo, no en una bibliografía o en notas de pie de página, pues en el género biográfico, según mi descubrimiento (que no es la norma), es tan importante lo que el biógrafo cuenta de su biografiado como la forma en que llegó a saberlo. De todos modos la biografía, la estricta, es un género menor de la literatura; pero la biografía novelada (como la del tirano de la República Dominicana Rafael Leonidas Trujillo en La fiesta del chivo, por ejemplo) es despreciable.

Su obra incide en el sexo hetero y homo, la violencia, el parto, los instintos las edades del ser humano y otros asuntos orgánicos… El cuerpo de cada uno de nosotros, ¿es nuestro amigo o nuestro enemigo?

Las neuronas del cerebro son las que producen el alma, el yo. Y nadie es amigo ni enemigo de sí mismo. Somos, existimos, ¡qué desastre!

¿Cómo experimenta usted la escritura? ¿Lo agota, excita, aturde, relaja…?

Me entretiene. Estoy vacío. No estoy en el presupuesto público como Sánchez. No tengo nada que hacer. Soy un desastre ontológico. Tampoco estoy en la RAE. Ni en la Iglesia. Y la Iglesia no me excomulga… Quiero darle una probadita al infierno, a ver a qué sabe.

En efecto, juzgo síntoma de severa decadencia institucional que la Iglesia Católica no excomulgue al autor de La puta de Babilonia… ¡Y un papa latinoamericano representa una oportunidad inmejorable!

La Iglesia Católica está en bancarrota, gracias a Dios. No vale la pena mencionarla.

Pues a mí, en resumen, me parece que usted es, sobre todo, un antimoderno… ¿Le ve sentido al calificativo?

Tiene mucho sentido, pero precisándolo: me siento un antimoderno antihumano.

Para terminar: ¿está valiendo la pena vivir siendo escritor?

No. Sigo viviendo porque no puedo dejar huérfana a mi perra Brusca. Le pido a la Muerte que venga de noche por nosotros dos, mientras estemos dormidos, abrazaditos.

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