POR RAÚL MARRERO-FENTE
En 1571 el malagueño Bartolomé de Flores publicaba en la imprenta sevillana de Hernando Díaz Obra nuevamente compuesta…, considerada el único testimonio poético de la victoria de la expedición de Pedro Menéndez de Avilés sobre los hugonotes franceses en la Florida en 1565.[1] Compuesta de trescientos cuarenta y siete versos y un villancico es una relación de sucesos en verso que ofrece la primera descripción poética de la naturaleza y de los indígenas norteamericanos. El poema pertenece al género literario de las relaciones de sucesos en verso impresas en pliegos de cordel.[2] Estos poemas, obras breves con letra de imprenta escrita en una hoja de papel, doblada en cuatro partes en forma de pliego, cumplían la función de noticieros porque se leían en público o se recitaban en las plazas. De esta manera, la población de las villas y aldeas podía informarse de eventos lejanos y de otras noticias reales o fantásticas. Estos modestos ejemplos literarios, junto a otros géneros más prestigiosos, desempeñaron una función importante en la creación del imaginario cultural europeo.

La estructura del poema de Bartolomé de Flores tiene cuatro partes: invocación, proemio, veintidós actos o secciones y un villancico.[3] Es además el único texto impreso en el siglo XVI que relata el combate entre españoles y franceses en la Florida, ya que los otros testimonios conocidos aparecieron en siglos posteriores: el Memorial que hizo el doctor Gonzalo Solís de Merás de todas las jornadas y sucesos del adelantado Pedro Menéndez de Avilés, su cuñado, y de la conquista de la Florida y justicia que hizo en Juan Ribao y otros franceses (1565), la Vida y hechos de Pedro Menéndez de Avilés, caballero de la orden de Santiago, capitán general de la Florida de Bartolomé Barrientos, catedrático de latín en la universidad de Salamanca (1568) y la Relación de la jornada de Pedro Menéndez en la Florida de Francisco López de Mendoza Grajales (1565).[4]

Luego de narrar la victoria de las tropas de Menéndez de Avilés sobre los franceses, Bartolomé de Flores describe la flora y la población de la Florida.[5] Desde el punto de vista formal, el poema cumple la función de la literatura de avisos de las relaciones de sucesos, el tópico de la novedad de la gente y de la naturaleza floridanas y actualiza el motivo de «contar cosas nuevas» de las crónicas de la conquista. La naturaleza sirve para ofrecer una historia diferente, en la cual el poeta construye una imagen nueva para los lectores y oyentes del pliego. En el poema los motivos literarios están organizados conforme una estructura que responde a las normas del ornato, por medio de los procedimientos de la enumeración acumulativa y de las formas perifrásticas alusivas e hiperbólicas (Lara Garrido, 1994). La descripción del paraje ameno ocupa varias secciones que imitan la técnica homérica del catálogo arbóreo. Bartolomé de Flores emplea la descripción del elenco de árboles –de reconocido prestigio clásico– para destacar la importancia de los territorios de la Florida y, de esta manera, contribuir a elevar la figura de Pedro Menéndez de Avilés.

Bartolomé de Flores resalta la riqueza de la naturaleza americana por medio de un catálogo de diez árboles, una imitación simple del famoso elenco ovidiano. Esta enumeración extensa cumple, además, con la función de enfatizar la autenticidad de los hechos narrados. El poema de Flores combina la tradición literaria de representar la naturaleza y el verismo naturalista de las descripciones de las crónicas de Indias, especialmente del Sumario de Gonzalo Fernández de Oviedo y de los Naufragios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, que ofrecen más detalles botánicos y etnológicos que las obras de Bartolomé Barrientos y Gonzalo Solís. No obstante, no podemos descartar la presencia de otras fuentes en la composición de este poema, como el testimonio oral de marineros y soldados de la expedición de Menéndez de Avilés o algún otro manuscrito actualmente desconocido. El «estilo enumerativo» tiene como objetivo otorgar a la flora local un protagonismo poético nuevo. Bartolomé de Flores inicia la descripción del catálogo de árboles:

Aqui se tratan las grandezas de la rierra [sic] de la Florida. / Y por dar mejor auiso / quiero contar la grandeza / la hermosura y belleza / deste fertil parayso/ su gente y naturaleza, / Es vn nueuo mundo lleno / de deleytes y frescuras / con muy diuersas pinturas / prado florido y ameno / con aues de mil hechuras. // De vn Rio. / Animales diferentes / Tunas, Palmas, y Higueras, / Auellanos, y Nogueras, / cinco maneras de gentes / y frutas del mil maneras. / Ya segun mi pluma toca / de tan altas marauillas / son cosas dignas de oyllas / que ay vn rio que de boca / tiene quatrocientas millas.

La tuna (Opuntia sp.) es una cactácea endémica de las Américas y fue descrita en las obras de Gonzalo Fernández de Oviedo, Bartolomé de las Casas y Álvar Núñez Cabeza de Vaca, entre otros. El botánico Daniel Austin (1980, p. 26) clasifica esta planta como la Opuntia stricta (Haw) Haw var. dilleni (Ker.) L. Benson (Cactaceae), los frutos de la misma eran parte importante de la comida de los indígenas floridanos. Como señalan los historiadores José Pardo Tomás y María Luz López Terrada (1993, p. 251), «dentro de las cactáceas, […] era una familia de plantas totalmente nueva a los ojos de los europeos, las Opuntia son un género específico, que se halla ampliamente representado en todo el continente e islas de América». En 1526, Oviedo (2010, p. 319) es el primero que les asigna el nombre de tuna desde el Sumario y resalta la propiedad de las mismas como un alimento importante: «Llámanse tunas y nacen de unos cardos muy espinosos y echan esta fruta que llaman tunas […] y tienen unas coronillas como las níspolas, y de dentro son muy coloradas y tienen granillos de la manera que los higos; y así, es la corteza dellas como la del higo y son de buen gusto y hay los campos llenos en muchas partes». Esta misma propiedad nutritiva llamó la atención de Cabeza de Vaca (1989, XIX, p. 149), que describe su aprovechamiento por los indígenas norteamericanos:

Para ellos el mejor tiempo que estos tienen es cuando comen las tunas, porque entonces no tienen hambre, y todo el tiempo se les pasa en bailar, y comen de ellas de noche y de día; todo el tiempo que les duran exprímenlas y ábrenlas y pónenlas a secar, y después de secas pónenlas en unas seras, como higos, y guárdanlas para comer por el camino cuando vuelven, y las cáscaras de ellas muélenlas y hácenlas polvo. En todo el tiempo que comíamos las tunas teníamos sed y para remedio desto beuíamos el çumo de las tunas… Es dulce y de color de arrope.

La segunda especie mencionada por Bartolomé de Flores son las palmas, pero es necesario aclarar que las mismas eran diferentes a las tres variedades de palmáceas conocidas por los europeos. Estas palmas americanas fueron descritas por Oviedo, Cabeza de Vaca y muchos otros cronistas, por lo que resulta difícil precisar la especie del poema. Luego incluye Flores la higuera (Ficus carica L.), una planta no endémica de las Américas. Posiblemente se refiera a un árbol oriundo de Asia y aclimatado en España que era considerado un alimento importante porque se aprovechaba como fruto seco por los marineros, especialmente en las largas travesías (Morales Valverde, 2005, p. 46). Aunque no podemos descartar que aluda al Ficus aurea Nutt (Moraceae), una especie americana (Austin, 1980, p. 21). El cuarto árbol del elenco poético es la avellana. En este caso, tampoco podemos afirmar con seguridad si es la avellana europea (Corylus avellana) o la avellana de Florida o americana (Corylus americana), un arbusto mediano, nativo del Este de los Estados Unidos, que produce pequeños frutos comestibles. Tampoco puede descartarse que tenga en mente la avellana purgativa descrita por Oviedo en el Sumario (Pardo Tomás y López Terrada, 1993, p. 266) y por Nicolás Monardes en Dos libros, el uno que trata de todas las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales, que sirven al uso de la medicina, y el otro que trata de la piedra bezaar, y de la yerva escuerçonera (Sevilla, Hernando Díaz, 1569). Fue precisamente esta obra una de las fuentes principales de nuestro poema. Tanto el tratado de Nicolás Monardes como el pliego de Flores fueron publicados por el mismo editor sevillano, Hernando Díaz, famoso por dar a conocer otros libros sobre América.