Coordinado por Valerie Miles

Fotografías de Nina Subin, cedida por la autora y de Iván Repila

VALERIE MILES

Aparte de las «x» en vuestros nombres, compartís varias cosas: el euskera, el país vasco, la siempre insurrecta combinación de literatura y vida. Aunque, caveat emptor, Aixa, eres de Bilbao (es decir, del mismo centro) y escribes en español, y Katixa, eres de Vitoria Gasteiz y escribes en euskera. Pero Aixa, estás traduciendo la nueva novela de Katixa, y quisiera explorar eso: una realidad que se superpone en dos lenguas tan, tan distintas, una de las cuales es ancestral, una anomalía cuyo origen aún es un misterio, tan antigua, tan secreta, una lengua de palabras tan bellas como pinpilinpauxa, mariposa. Pero esa palabra comparte una constelación de casi cien otras formas de decir mariposa en euskera tximeleta, mixirika, kalaputxi. Y esta tradición tan arcaica, tan cercana al mundo natural, tiene una fuerte impronta matriarcal. Exploramos desde una correspondencia por escrito, a la antigua usanza, pausadamente, cómo se las arregla una escritora para proteger su espacio de creación artística e intelectual.


AIXA DE LA CRUZ

Qué extraño es esto de estar traduciéndote, tu novela, del euskera al castellano, tus palabras en mis dedos, teclear yo tus palabras, como un muñeco de ventrílocuo que de repente recuerda un idioma que pensaba que había olvidado. Siempre que leo en euskera me pasa lo mismo: al principio necesito el diccionario para todo, me siento tan insegura que consulto hasta los términos que ya me sé, por si acaso, por si han dejado de significar lo que significaban la última vez que nos pusimos al día, y de repente el ahogo remite y vuelvo a ser una hablante bilingüe y vuelvo a tener 15 años, porque el idioma en el que tú escribes es el idioma de mi adolescencia, se me ha quedado allí cristalizado, sin usos literarios, solo nostálgicos. 

Me preguntan mucho por qué no escribo en euskera y ahora puedo aducir incompetencia —explico que hace quince años que este idioma no existe en mi día a día y que esto no es como andar en bici, esto es como tocar un instrumento, que se oxida. Siempre que bebo cava acabo llorando por lo uno o por lo otro, quizás sean una misma cosa—, pero hubo una época, un instante crucial, cuando tuve que tomar una decisión, aunque no la sentí como tal. Para mí era obvio que debía escribir en castellano, porque había escrito desde niña y siempre lo había hecho en ese idioma. 

Solía achacarlo a mis lecturas, al idioma en el que yo había accedido al canon, pero ahora me doy cuenta de que es otra cosa, tiene que ver con que mis padres solo leían en castellano y yo escribía para ellos, ¿para quién si no? Creo que está mal visto, por algún motivo, reconocer que escribimos para alguien, pero siempre es así, ¿no crees? Ahora que me he hecho mayor, tengo muy claro que escribo para ti, para Iván, para Mónica Ojeda, yo qué sé: para las escritoras y amigas a las que admiro. Cuando termino una novela y vosotras me dais el OK, siento que el trabajo ya está hecho, que puedo pasar a lo siguiente. 

¿En quién piensas tú cuando escribes? ¿Cómo te sientes escribiendo en castellano? ¿Me piensas en castellano? ¿Me piensas, Katixa, ME PIENSAS? 

Ay, perdona el estallido. Ya sabes que te echo mucho en falta desde mi exilio cántabro. Contéstame, anda; enriquece el español de España con tu prosa vitoriana. 

Besos, besos,

Aixa

KATIXA AGIRRE

Querida mía, ene maitia,

¿Qué es eso de llorar bebiendo cava? No concibo ese tipo de llanto porque para mí el plop del corcho al liberarse es el puro sonido de la felicidad. Hace mucho ya desde la última vez que hicimos plop durante toda una noche. Creo que va siendo hora de repetirlo: te aseguro que no habrá llantos ni nostalgias si bebes conmigo.

Siempre que leo en euskera me pasa lo mismo: al principio necesito el diccionario para todo, me siento tan insegura que consulto hasta los términos que ya me sé, por si acaso, por si han dejado de significar lo que significaban la última vez que nos pusimos al día, y de repente el ahogo remite y vuelvo a ser una hablante bilingüe y vuelvo a tener 15 años

Me preguntas por la elección del idioma. Pero añado que lo contrario también puede suceder, y sucede: elegir el idioma en base a quién no va a poder leerte, y la libertad que da eso. Sé de escritoras euskaldunes que escriben libremente escenas de sexo porque saben que sus madres no las leerán. No es mi caso, dado que mis padres sí leen en ese idioma. (¿Es por eso que no me siento muy hábil escribiendo escenas eróticas?) Pero durante años me sentí libre del juicio de señores (sí, siempre hombres) precisamente por escribir en un idioma minúsculo. Aunque las razones son, en mi caso, muy variadas, no descartaría que escribir en euskera hace un poco de contrapeso ante el pánico que sentía a la exposición y la crítica. Solo me leerían unos pocos, y todos casi vecinos. Una de las primeras interacciones que tuvimos tú y yo fue precisamente a raíz de una petición tuya de un artículo al respecto para una revista digital bilingüe que por entonces dirigías. ¿La recuerdas? Escribí un texto que (estoy casi segura) titulé «Diglosia y libertad», pero ahora no lo encuentro, ni publicado, ni en el email, ni en Facebook. Hija mía, es que hasta tu perfil de Facebook ha desaparecido, y con él todos nuestros mensajes. Cuánto confiamos en la nube y que fácil es que la nube reviente y desaparezca, plop.

¿Que si te pienso? Pues claro, amiga, cómo no pensarte, estás traduciendo mi última novela. Quizá no debería decírtelo, pero te escogí con la secreta esperanza de que, a través de tu filtro, pudieras mejorar el texto. No nos educan para admirar a mujeres, quizá sí a grandes estrellas de Hollywood o cantantes pop, pero no a las amigas, y menos si son más jóvenes que una. Y, sin embargo, qué gran placer admirarte, chica. Así pues, sí, claro que te pienso. Tanto, que dos botellas de cava de mi nevera llevan tu nombre. Ven pronto, que si no, corren el peligro de desaparecer también. Plop.

Muxu handi bat

AIXA DE LA CRUZ

Perdona estos días de silencio. Decía Ursula K. Leguin que los bebés se comen los libros. Las niñas de casi 3 años sobre-excitadas porque se acerca su cumpleaños se comen alguna que otra carta. A mayor edad, menor ingesta de palabras, supongo. La cita de Leguin, en todo caso, termina diciendo que no es tan terrible (lo de que la maternidad nos aleje momentáneamente del oficio), y estoy de acuerdo. Dejar de escribir por los hijos me parece infinitamente más natural y positivo que dejar de escribir por (lo que opinen) los padres o los señores de los suplementos y, aun así, ahí está y ha estado siempre, el miedo. Yo lo recuerdo brutal. 

Cuando publiqué De música ligera, tenía 19 años y vivíamos el auge de los blogs de crítica, cuya sección de comentarios funcionaba como el forocoches del mundo literario. Aunque se publicara una reseña positiva, había lugares en los que no querías aparecer por nada del mundo, porque si eras mujer y joven, automáticamente te convertías en carnaza. Entraba a primera hora de la mañana a teclear mi nombre para ver si estaba siendo destripada en algún nuevo circo. Me he pasado a DuckDuckGo y ya los tiempos son otros. Aún no me dan miedo los patos. 

Te cuento esto porque llevo todo el fin de semana dándole vueltas a lo que me contabas sobre el euskera como protección frente a las fieras. Tu explicación sobre por qué elegiste escribir en el idioma chiquitito es más triste que la que yo barajaba, pero también es hermosa. El euskera como el drag que utilizaban las heroínas de las comedias de Shakespeare para adentrarse en el mundo de los hombres, como los seudónimos masculinos de las primeras escritoras. ¡Cuánto mejor un idioma que un alias o una capa! 

Y sabiendo esto, traducirte se me hace muy sexy, como estar desnudándote, qué quieres que te diga. Y es otra metáfora nueva. La traducción como destape. ¡Beso!

KATIXA AGIRRE

No hace falta que me hables de bebés que comen libros. Dejar de escribir por cuidar de criaturas es una de las mejores razones para dejar de escribir. Los parones que nos exigen los bebés son el mejor filtro para lo que escribimos. Yo he dejado a medias sendas novelas para parir y criar dos bebés, y una vez llegados estos a la edad de la guardería, las he retomado y terminado. Para mí es una señal de que tenía que escribir esos libros, de que era necesario (no para el mundo, no me entiendas mal, sino para mí). Sin parones, habría escrito más de lo necesario. Al fin y al cabo, ¿qué es mejor? ¿Escribir pocos libros, pero en los que te hayas implicado totalmente, sorteando todas las dificultades, o escribir muchos porque tu estilo de vida lo permite, pero consiguiendo que solo algunos pocos brillen? Cualquier escritor elegiría la primera opción, y sin embargo a algunos les puede la incontinencia. Pues bien, para eso están los niños, las enfermedades y los naufragios de la vida: para hacernos escribir solo lo importante.

Y ¿qué me dices de dejar de escribir a secas? ¿Lo concibes? ¿Llegará algún momento en tu vida en que esta pulsión se apague? Yo pienso que es posible. Lo que no sé es cómo me hará sentir: ¿será un duelo o una liberación? Por un lado, ¡qué pena! Por otro, ¡cuántas horas para hacer cosas más descansadas y hedonistas! Me asaltan las mismas dudas con la menopausia. ¿Depresión y decadencia, o maratones de sexo sin miedo al embarazo? Perdona que mencione la menopausia. Sabes que me gusta hacer notar los años que nos separan, que son exactamente seis y medio, aunque tú generosamente sueles pasar esta brecha por alto. 

Te dejo, no obstante, que sigas desnudándome en la imaginación. Por lo menos hasta la próxima vez que nos veamos. Besos y abrazos, y mimitos para la pequeña.

AIXA DE LA CRUZ

Qué buenas preguntas me haces. Esta última me dio un poco de insomnio anoche. A ver. En El perro de Sigrid Nunez, la narradora cuenta una anécdota que, cuando leí el libro desde mi confinamiento campestre, en esa época tan extraña de microdosis de LSD, yoga y fantasmas, me inquietó bastante. Yo había descubierto que donde mejor se está es sobre el cojín de meditación y Nunez hablaba de una amiga que había querido ser escritora de joven, pero había perdido su interés por lo literario al abrazar una espiritualidad budista. Es decir: se había desprendido del ego, y hace falta un ego occidental para el circo de la literatura. 

Tan solo me gustaría desprenderme de la competición y del nombre, dejar a un lado la autoría. Quiero pensar que lo que a la amiga de Sigrid Nunez le resultaba incompatible con el vaciamiento contemplativo no era la escritura en sí, sino la publicación

Fue entonces cuando me planteé la posibilidad de dejar de escribir, porque el deseo es muy cansado y hay que desear mucho, a lo grande, para terminar una novela: si no la fama, sí al menos la excelencia; ser mejor que alguien, mejor que una misma. Ahora, guiada por tu pregunta, creo que mi respuesta es no, que nunca dejaré de escribir, porque disfruto haciéndolo y me resulta, además, necesario. Tan solo me gustaría desprenderme de la competición y del nombre, dejar a un lado la autoría. Quiero pensar que lo que a la amiga de Sigrid Nunez le resultaba incompatible con el vaciamiento contemplativo no era la escritura en sí, sino la publicación. Me gusta imaginar que si sigo pensando en palabras, querré dejarlas por escrito, no para la posteridad, sino para entender el sentido de lo que pienso, para sentir que algo tiene sentido. La literatura es mi tecnología de lo sagrado, supongo. Por encima del yoga y las drogas chamánicas. Y quiero seguir teniendo visiones siempre. 

Cambiando de tema, qué tierno que hayas dejado por escrito esta obsesión que tienes por recalcar los años que nos llevamos. Cuando nos conocimos, negabas siquiera que perteneciéramos a una misma generación, pero aún no he escrito una sola novela que no se solape en algún tema con la novela que tú estabas escribiendo simultáneamente y, ¿no es eso zeitgeist en estado puro? ¿Crees en el concepto generacional? ¿Es una cuestión de edad o de sincronía?

KATIXA AGIRRE

Te confesaré, amiga querida, que no dedico mucho tiempo a reflexionar en torno a las generaciones. Que se ocupen de dilucidarlo los periodistas, los expertos del marketing editorial y los profesores universitarios, ¿no te parece? ¿Que nos preocupan los mismos temas? ¿Que recurrimos a los mismos tropos? (A ver, si tú has escrito zeitgeist yo no voy a ser menos.) Te concedo eso. Pero habitamos el mismo tiempo y (casi) el mismo espacio, nuestras biografías no difieren tanto, compartimos ambiente, aficiones y amistades. Lo raro sería que no se diera esa sincronía, ¿no? 

Déjame sacarte algo al hilo. ¿Qué es el tema en literatura? Me parece una cuestión capital, y cada vez más confuso. Como dice un buen amigo mío, el tema de El viejo y el mar no es la pesca, igual que el tema de la película Titanic no son los icebergs. El mar y sus icebergs serán en todo caso metáforas, marcos, excusas narrativas o estilísticas. Los temas, por el contrario, hay que buscarlos en las profundidades abisales, y a menudo son ambivalentes y abiertos a la interpretación.

Sin embargo, nos venden un libro como la novela como la definitiva sobre «la maternidad», «la masculinidad» o la «España rural». La gente que quiere saber más, debe leer ese libro. Sospecho que hay un ansia productivista también en esto: la novela me va a enseñar algo en lo que estoy interesada, le voy a sacar provecho, voy a aprender. Porque menuda pérdida de tiempo eso de leer solo por placer, ¿no? ¿Y el gusto que da leer un novelón que, a priori, no te interesa lo más mínimo? ¿No es maravilloso leer sobre, qué se yo, ciclismo, y sentir que esos personajes pedalean y sufren junto a ti, y que estás descubriendo una verdad eterna cuando llegas junto a ellos a la cumbre?

PS. Se me acaba de ocurrir, que, igual que yo subrayo los años que nos separan, a ti te gusta marcar mi ciudad de nacimiento, Vitoria, contraponiéndola jocosamente a la tuya, Bilbao. ¿Podrías explicar por qué?

AIXA DE LA CRUZ

Te aviso que estoy de resaca, prácticamente sonámbula, sleepwriting, por lo que tendrás que disculpar los deslices que hubiere. En relación al asunto generacional que tan poco te interesa, yo sé que tus argumentos son los buenos, que sí, que son etiquetas de marketing, ¿pero rechazarlas no es como quedarse sin equipo de fútbol? Para mí, pertenecen a mi generación aquellas escritoras cuyos éxitos celebro como si fueran propios. Cuando Cristina Morales ganó el Premio Nacional, solo faltaron las fanfarrias. En mi casa aún bilbaína parecía que el Athletic hubiera ganado algo, imagínate. El fútbol me genera muchos más problemas ideológicos que este asunto de las generaciones literarias, así que me he desintoxicado de lo uno y me aferro a lo otro en busca del plural mayestático, por la celebración de victorias colectivas, solo por eso. 

La gente que quiere saber más, debe leer ese libro. Sospecho que hay un ansia productivista también en esto: la novela me va a enseñar algo en lo que estoy interesada, le voy a sacar provecho, voy a aprender

Me gusta lo que dices sobre la mala prensa que tiene «leer solo por placer», y siento, además, que yo no he vuelto a leer así desde que me dedico a lo literario (sobre todo desde que soy profesora de escritura creativa: el tic de leer con el bolígrafo rojo, atenta al error de estructura, al vicio estilístico, me ha estropeado los ojos), y cómo extraño aquel asombro hipnótico de cuando era cría, las sesiones maratonianas de lectura en verano, con un clásico ruso o con una novela policiaca; y las valoraciones menos pretenciosas: esto me gusta o no me gusta; me descubre un nuevo mundo o solo repite lo que dice cualquier adulto de sobremesa. 

Intento volver a eso, a una crítica literaria que se fundamente en lo emocional. Me inquieta o me duerme. Me lleva a hablar durante horas o se me olvida antes de haberlo regresado a la estantería. Es algo que me han enseñado mis señoras de los talleres de lectura; a juzgar con las tripas, que también se educan. Los mejores libros son y siempre han sido los que se parecen a tus cartas. Los que interpelan a un público, pero que, en el fondo, sabes que solo están dirigidos a ti. Igual no estás al corriente, pero Emily Brontë me escribió Cumbres borrascosas. El Retrato de una dama de Henry James lleva mi nombre en algún sitio. Y aunque no sea por temas, sino por ese algo abisal y ambivalente que mencionas, algún día se leerá nuestra obra, tus libros y los míos, como la sublimación de esta breve correspondencia que tiende puentes entre Bilbao y Gasteiz, esa ciudad tan triste que, hasta ahora, solo tenía rotondas.

Un beso y una flor.

KATIXA AGIRRE

De acuerdo, te voy a dar la razón. Es fantástico tener equipo de fútbol, sentirse parte de una generación literaria. ¡Oeee, oe, oe, oe! Pero ya que estamos de acuerdo en que esto de las generaciones son artificios, diseñemos bien el artificio. Entendamos la generación como empresa cooperativa. Desterremos la envidia y la competitividad absurda. Escribamos juntas. Conversemos. Contestémonos. Cada una que escriba lo que quiera, claro, pero que lo que cada una escriba inspire a las demás, y las motive para escribir cada vez mejor. No para competir, sino por el gusto de saber que estamos aportando algo sobre lo que ya otra escribió, y que luego vendrá otra más y aportará sobre lo ya escrito, y así avancemos juntas. Nunca la creación debería entenderse de otra manera. 

La historia nos demuestra que allí donde el arte más ha florecido es donde se ha dado el grupo unido, el ambiente solidario y cómplice: lo que en euskera se llama el auzolan (el trabajo comunal, de todos los vecinos). Mi amiga Irati Jiménez siempre pone como ejemplo a los cocineros vascos que, en los años 70, decidieron conjuntamente innovar, aunando la tradición y lo que juntos aprendieron en Francia y el resultado es, bueno, básicamente la mayor concentración per cápita del mundo de estrellas Michelin. Esto no habría sido posible sin la cooperación y el todos a una de estos chefs. Pero no hace falta irse a la cocina (para decir algo remarcable del País Vasco es casi inevitable, perdón), la historia de la literatura también está llena de generaciones que, juntas y unidas, han conseguido exprimir lo mejor de cada creador.

Así pues, querida, reitero, aunque no haga falta, que yo siempre estaré en tu equipo, y tu próximo premio por supuesto que se celebrará por las calles, con mucho champán y bufandas bicolores, con jolgorio y mucho hooligan letraherido. Por ti y por todas mis compañeras.

Ha sido un verdadero placer epistolar. Espero ahora uno más de carne y hueso y brindis y besos.


Valerie Miles. Nacida en Estados Unidos y radicada en Barcelona, Valerie Miles es escritora, editora, y traductora. Dirige Granta en español desde 2003 y fundó la colección de clásicos contemporáneos en español de The New York Review of Books durante su periodo como subdirectora de Alfaguara. Es colaboradora de The New Yorker, The New York Times, El PaísThe Paris Review, y Fellow del Fondo Nacional de las Artes de Estados Unidos, por su traducción de Crematorio de Rafael Chirbes. Fue comisaria de la exposición Archivo Bolaño, 1977-2003, con el equipo del CCCB de Barcelona, fruto de una larga investigación en los archivos privados del escritor. Su primer libro, Mil bosques en una bellota, fue publicado con el título A Thousand Forests in One Acorn en inglés. 

Katixa Agirre. Debutó en las letras vascas con el libro de relatos Sua falta zaigu (Elkar, 2007), al que le siguió Habitat (Elkar, 2009), libro por el que recibió la beca Igartza para jóvenes autores. Tras numerosos títulos para el público infantil y juvenil, en 2015 publicó su primera novela, Atertu arte Itxaron (Elkar, 2015), una road novel merecedora del premio 111 Akademia, traducida al castellano como Los Turistas Desganados (Pre-textos, 2017) y a idiomas como el danés y el búlgaro. En octubre de 2018, y gracias a la beca Augustin Zubikarai, publicó su última novela: Amek ez dute (Elkar), traducida como Las madres no (Tránsito, 2019). Es doctora en Comunicación Audiovisual y profesora en la Universidad del País Vasco.

Aixa de la Cruz. Aixa de la Cruz es doctora en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, y escritora. Ha publicado las novelas De música ligera (451 Editores, 2009) y La línea del frente (Salto de Página, 2017), el libro de cuentos Modelos animales (Salto de Página, 2015) y el ensayo Diccionario en guerra (La Caja Books, 2018). Cambiar de idea (Caballo de Troya, 2019) es su libro más reciente. Escribe mensualmente sobre feminismo y género en el Periódico Bilbao y, bimensualmente, en La Marea.. 

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