Recomendados por Picasso, Rafael Alberti y su mujer María Teresa León trabajaron como locutores en las emisiones nocturnas en español de Paris-Mondiale, donde el poeta hallaba tiempo para escribir los primeros poemas de Entre el clavel y la espada y traducir Britannicus de Racine para una compañía de teatro. En Confieso que he vivido Pablo Neruda se deleita evocando el apartamento que en esos meses compartió con Delia del Carril, María Teresa León y Alberti en el Quai de l´Horloge y, sobre todo, la belleza y tranquilidad de los alrededores (el Pont Neuf, la estatua de Enrique IV, los pescadores, la panorámica del Sena hasta el reloj dorado de la Conciergerie). A sus espaldas, la plaza Dauphine, «nervaliana, con olor a follaje y restaurant», donde, según Alberti, un día encontraron a Azorín ensimismado en un banco y no le quisieron dirigir la palabra por su creciente adhesión a los «nacionales». (A su vez Baroja fingió no conocer a los Alberti en los estudios de la radio y en una oficina donde se tramitaban los permisos de residencia).

 

Por presión diplomática del nuevo régimen español el matrimonio Alberti corría el peligro de perder su trabajo y, al romper los alemanes la línea Maginot, decidieron marchar a Argentina, saliendo de Marsella el 10 de febrero de 1940. Fruto de su casi año parisino es Vida bilingüe de un refugiado español en Francia (1939-1940), que, más que un libro, viene a ser un largo poema que avanza a saltos, a fogonazos, un poco a la manera de los de Cendrars. Este ritmo entrecortado y frenético se debe al «desorden impuesto», a «esta prisa», a «esta urgente gramática necesaria en que vivo», como luego declararía el poeta mismo en Entre el clavel y la espada. Pues se trata de una acumulación de instantáneas desordenadas, tanto del presente francés como del inmediato pasado de la guerra y la huida: «Como soy andaluz / y de los finos, / quiero mezclarlo todo», explica.

Allí encontramos, por una parte, la difícil vida del refugiado en Francia, siempre expuesto a los controles policiales y a la amenaza de expulsión; las palabras francesas más necesarias para sobrevivir; las escaleras y la publicidad del metro; las fugaces apariciones de los hispanistas Bataillon y Cassou. Todo ello entremezclado con el Quinto Regimiento, el sitio de Madrid, el abandono de la casa del paseo de Rosales, el salvamento de los cuadros del Prado, Andalucía y la muerte de Lorca (evocados desde la mezquita de París), el terrible campo de Argelès. Al pasar el barco el Estrecho y alejarse las inaccesibles costas andaluzas, los versos oscilan entre el desgarro y la esperanza en una nueva vida americana. Mucho después, en un día neblinoso de Argentina, Alberti recordará su barrio parisino: «Bruma y llovizna en el Sena. / […] / Puentes de París y orillas / de álamos. / Por un Paraná de bruma / hoy vuelvo a Francia a caballo» (Baladas y canciones del Paraná, «Canción 44»).

En febrero de 1939 y a consecuencia de la caída de Cataluña al ejército «nacional», José Herrera Petere cruza la frontera francesa. Es internado en el campo de concentración de Saint-Cyprien, de donde pronto lo rescata Picasso, y se reúne con su familia en París, con la que emigrará a México en mayo del mismo año. Allí en 1940 José Bergamín, en la colección «Lucero» de la editorial Séneca, le publica Niebla de cuernos (Entreacto en Europa), una novela inspirada en su paso por París. Se trata del testimonio de un refugiado español que, obsesionado con los terribles recuerdos de la guerra y del campo de concentración, se mueve como un sonámbulo en un nuevo entorno que se obstina en ignorarlo. Pues, si en sus poemas Alberti acusaba a Francia de maltrato práctico a los refugiados, Herrera Petere, además, denuncia el egoísmo de gran parte de una sociedad que se niega a ver la gravedad de lo que amenaza su modo de vida hedonista y refinado: «Entonces comprendí como nunca que Francia vivía del cuento y que temía enormemente perder esa fina cascarilla de polvo de los siglos, que tan cara tienen que pagar algunos pueblos del mundo. Esta es la razón de su crueldad».

El perspicaz Manuel Chaves Nogales, que había vivido en París desde noviembre de 1936 hasta poco antes de la entrada de las tropas alemanas, publicó en Montevideo en 1941 La agonía de Francia. En este libro, a partir de la subida al poder de Pétain en junio de 1940 y apoyándose en la actitud de las distintas clases sociales y de sus políticos durante los primeros meses de la guerra y en los años precedentes, Chaves Nogales lleva a cabo un extraordinario, detallado y matizado análisis de esa cobardía moral que Herrera Petere detectaba en la población francesa y que, según Chaves, había conducido a la derrota: «La caída de Francia no es, sin embargo, el drama lamentable de un pueblo cobarde que no ha querido batirse. No. Francia, durante los meses de la guerra, que han sido su agonía, lucha, no contra el enemigo exterior, sino consigo misma. […] Esta lucha interior que se desarrolla entre su conciencia de pueblo culto, ni un solo momento adormecida, y la fascinación que sobre él han ejercido las fuerzas de destrucción puestas en juego para aniquilarle, es lo que provoca el patético desgarramiento interior en el que Francia sucumbe».