El investigador Juan Manzano cuenta que en la tierra firme donde Cristóbal Colón situaba el paraíso terrenal, se encontró a muchos «indios blancos» o «casi tan blancos» como los españoles, prueba evidente —según Manzano— de que años antes llegaron a ese lugar gentes de Europa.[viii]

Sería tarea imposible incluir en este estudio todas las aportaciones sobre la actividad de fenicios o cartagineses en América. Lo cierto es que dicha presencia ha estado documentada desde siempre, aunque es ahora cuando está saliendo a la luz. José María Blázquez Martínez destaca que la navegación a las islas del Atlántico, Madeira o Canarias está confirmada por un texto del Pseudo Aristóteles, en su tratado Perithaumasion akousmata, 84, 1, que posiblemente tome como referencia a Timeo, historiador griego del siglo iii a. C, y a Diodoro Sículo, historiador siracusano contemporáneo de Augusto. Estos hechos, según Blázquez, podrían remontarse al siglo vi a. C., o incluso antes. El párrafo de Diodoro Sículo es el siguiente:

Los fenicios, por las razones antes dichas, exploraron las costas sitas más allá de las Columnas navegando a lo largo de las costas de Libia, fueron arrastrados por los vientos hasta parajes de larga navegación en el Océano. Cuando muchos días después cesó la tormenta arribaron a la isla mencionada, cuya felicidad y naturaleza reconocieron, comunicando la noticia a todos. Por esto los etruscos, que entonces poseían el dominio del mar proyectaron enviar allí una colonia, pero los cartagineses se lo impidieron, pues temían que, a causa de las excelencias de la isla, muchos cartagineses se estableciesen en ella; al mismo tiempo querían reservarse un refugio para el caso de un revés de fortuna, si sobrevenía algún acontecimiento ruinoso para Cartago, ya que dueños del mar, podrían huir con sus familias a dicha isla ignorada de sus vencedores.[ix]

 

Por su parte, en su Historia general y natural de las Indias, Oviedo afirma que el llamado Nuevo Mundo no lo era tanto ya que, según Aristóteles, estas tierras eran conocidas desde la época de los cartagineses.[x] Haciendo referencia a una isla apartada «a muchos días de navegación», Oviedo escribe: «A la qual, como llegassen algunos mercaderes de Cartago, como por ventura movidos por la fertilidad de la tierra é por la clemencia del ayre, comenzaron allí a poblar é assentar sus sillas, o pueblos é lugares».[xi] También cuenta que, bajo pena de muerte, ninguno debía pregonar ni osar navegar por esas aguas y que aquellos que se hubiesen atrevido, debían morir para que el conocimiento de aquellas tierras no pasase a otras naciones. Lo más destacado del testimonio de Oviedo es lo que nos cuenta sobre el propio Cristóbal Colón, al que siempre ensalza pese a no darle el crédito de haber sido el primer descubridor de América:

Agora quiero yo decir lo que tengo creydo desto, é cómo a paresçer Christóbal Colom se movió, como sabio é docto é osado varón, á emprender una cosa como esta, de que tanta memoria dexó a los presentes é venideros; porque conosçió, y es verdad, que estas tierras estaban olvidadas. Pero hallólas escriptas, é para mí no dudo averse sabido é poseydo antiguamente por los reyes de España. E quiero deçir lo que en este caso escribió Aristótiles [sic], el qual diçe que después de aver salido por el estrecho de Gibraltar haçia el mar Atlántico, se diçe que se halló por los cartaginenses, mercaderes, una grande isla que nunca avia seydo descubierta ni habitada de nadie, sino de fieras é otras bestias; por lo qual ella estaba toda silvestre y llena de grandes árboles é rios maravillosos é aparejados para navegar por ellos […] Por lo qual movidos los cartaginenses é su Senado, mandaron pregonar só pena de muerte, que ninguno de ahy adelante á aquella tierra ossase navegar; é que á los que avian ydo á ella los matassen, por razon que era tanta la fama de aquella isla é tierra que si esta passasse á otras nasçiones que la sojuzgassen ó á otro de mas imperio que los cartaginenses, reçelaban que les seria muy gran contrario é inconveniente contra ellos é contra su libertad.[xii]

 

Estas opiniones llevarían al padre Las Casas (1484-1566) a acusar a Oviedo, de forma poco caritativa, de «vender a los reyes dellas las cosas que nunca fueron, por haber sido, afirmar y boquear que en los siglos pasados estas Indias o islas hobiesen a España».[xiii] No debemos olvidar la animosidad que existía entre estos dos documentados historiadores. Según Las Casas, que dedica dos capítulos de su Historia a este asunto, Oviedo, al no poder comprender la lengua latina, cometía errores como el de afirmar, basándose en autores antiguos, que las Hespérides ya pertenecían a los reyes de España.[xiv] A pesar de todo, el padre Las Casas acepta o, mejor dicho, no descarta, la llegada de embarcaciones de hombres blancos a Cuba antes de Colón (Casas, Historia, lib. 1, cap. 13, 98): «Que el dicho navío pudiese con tormenta deshecha (como llaman los marineros y las suele hacer por estos mares) llegar a esta isla sin tardar mucho tiempo y sin faltarles las viandas y sin otra dificultad, fuera del peligro que llevaban de poderse finalmente perder, nadie se maraville, porque un navío con grande tormenta corre cien leguas, por pocas y bajas velas que lleve» (Las Casas, Historia, lib. 1, cap. 13, 98). Las Casas también es el que más espacio dedica a la historia del protonauta que presuntamente pasó sus secretos a Colón y a la sospechosa desenvoltura y seguridad que éste mostraba a la hora de negociar con los reyes de Portugal o de Castilla (Casas, Historia, lib. 1, cap. 13, 99). Sin embargo, el prolífico y preciso académico Cesáreo Fernández Duro destaca la existencia de un códice en la Academia de la Historia en el que el monje jerónimo fray Antonio de Aspa consigna esta historia veinticinco años antes (Fernández Duro, 40).[xv] El fragmento de dicho documento que más nos interesa es el siguiente: