Quienes son los cuextecas, y toueyome y panteca o panoteca. A los mismos llamaban panteca o panoteca, que quiere decir hombres de lugar pasadero, los cuales fueron así llamados porque viven en la provincia de Pánuco, que propiamente se llama Pantlan o Panotlán, cuasi Panoayán es que dizque los primeros pobladores que vinieron a poblar a esta tierra de México, que se llama ahora India Occidental, llegaron a aquel puerto con navíos que pasaron aquella mar; y por llegar allí, y pasar de allí le pusieron nombre de Pantlán, y de antes le llamaban Panotlán, casi Panoayán, que quiere decir, como ya está dicho, lugar de donde pasan por el mar (Sahagún, libro 10, cap. 39, párr. 8, frag. 83, 607).

 

Bernal Díaz del Castillo narra igualmente, de forma muy sumaria, el diálogo que mantuvieron Moctezuma y Cortés, y cómo el primero ya sabía de la llegada de los españoles: «[Q]ue verdaderamente debe ser cierto que somos los que sus antecesores, muchos tiempos pasados, habían dicho que vendrían hombres de donde sale el sol a señorear estas tierras» (Díaz del Castillo, cap. 89, 163).

En la Historia de la conquista de Méjico de Antonio de Solís (1610-1686), el capítulo 11 del tratado tercero, nos narra de una forma más prolija el diálogo que mantiene Moctezuma con Cortés al ir a visitarle:

Quiero que sepáis antes de hablarme, que no se ignora entre nosotros, ni necesitamos de vuestra persuasión, para creer que el príncipe grande a quien obedecéis, es descendiente de nuestro antiguo Quezalcoal, señor de las siete cuevas de los Navatlacas, y rey legítimo de las siete naciones que dieron principio al imperio mejicano. Por una profecía suya, que veneramos como verdad infalible, y por la tradición de los siglos que se conserva en nuestros anales, sabemos que salió de estas regiones a conquistar nuevas tierras hacia la parte del Oriente, y dejó prometido, que andando el tiempo vendrían sus descendientes a moderar nuestras leyes, o poner en razón nuestro gobierno (Solis 182-183).[xxviii]

 

El franciscano Juan de Torquemada (1562-1624), en su Monarquía indiana, se plantea asimismo muchas preguntas sobre dichos predescubrimientos en su capítulo «De la Población de Tullan, y su Señorío», sin llegar a descartar la presencia cartaginesa en algún período de la historia mexicana precolombina:

Mas esta nacion [la mexicana], no se sabe de donde aya podido venir, porque no ay mas noticia desta, que la que al principio diximos, que vinieron a aportar a la Provincia de Panuco. Quieren dezir, que fueron algunos Romanos, o Cartaginefes, que con temporales siniestros pudieron venir a dar a alguna costa de las que caen debaxo de el Norte, y que como no tuvieron con que tornar a passar mar tan largo, se aventuraron a entrar la tierra adentro.[xxix]

 

Está claro que el asunto de la procedencia de los primeros habitantes americanos fue un tema candente desde el principio de la presencia española en el «recién descubierto» continente. El mismo autor también menciona la costumbre de la circuncisión: «Y la circuncision, no se uso mas que en una Provincia de esta Nueva España; (como decimos en otra parte) y esto, no fue aprendido de los Judios, pues por lo dicho parece claro, no averlos visto; sino, que el Demonio, les enseñaria aquella Ceremonia, como sabia, averla avido, en el Pueblo de Dios, y averse dado tanto antes, á Abrahan, y á los de su Linage».[xxx]

 

*

 

Las tormentas, tempestades y temporales fueron, sin duda, una de las razones principales del trasvase de culturas atlánticas de este a oeste y viceversa, algo que quedará registrado en la bibliografía desde los inicios del «descubrimiento oficial» de las Américas. Como hemos visto, en los siglos xvi y xvii la mayoría de los historiadores españoles se posicionarán sobre ello. En el siglo xviii, será el jesuita francés Joseph François Lafitau quien ofrezca un compendio de los trabajos realizados anteriormente por cronistas españoles, añadiendo su propia investigación y experiencia sobre el tema. En el siglo xix, Marcos Jiménez de la Espada y, de manera tangencial, Alexander Von Humboldt presentarán nuevas perspectivas. En los siglos xx y xxi, la teoría de que Cristóbal Colón, sin quitar el mérito que esta figura merece, fuese el descubridor de tierras americanas empezará a «hacer aguas», convirtiéndose la teoría del predescubrimiento en algo más que una simple conjetura. Como escribía Cesáreo Fernández Duro, «La resolución con que una vez registrada la isla Española puso el Almirante la proa en el Norte y sin vacilar se vino por tan extraño modo trazando desde la primera vez derrota que, como él, trajeron, Pinzón, Antonio Torres, Pero Alonso Niño, Ojeda, sin ensayar nunca el camino trillado; la resolución que hoy mismo marcan los progresos de la náutica, tenía que obedecer á disciplina anticipada; al descubrimiento de ese Alonso Sánchez, á menos que se acepte la intuición sobrenatural ó el señalamiento de los rumbos en la carta de Colón por inspiración de la Providencia» (Fernández Duro, 51). Más que providencia e intuición natural, fueron muchos intentos fallidos y accidentes provocados por la meteorología los que hicieron que don Cristóbal Colón, con su tesón e inteligencia, lograse finalmente sacar partido de todas esas experiencias.

 

[i] Una de las más tempranas y escasas menciones de llegadas de indígenas americanos a tierras europeas en época precolombina.

[ii] Véase también del mismo autor Colón y su secreto, el predescubrimiento, Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica, 1989. Aunque el tema del predescubrimiento de América haya sido tratado por la mayor parte de los cronistas de Indias de los siglos xvi y xvii, así como por autores modernos como Césareo Cernández Duro, Demetrio Ramos o Juan Manzano Manzano, entre otros, en este artículo he añadido información de archivo sobre naves llegadas a las islas del Caribe de forma fortuita ya en el siglo xvi.

[iii] Archivo General de Indias [a partir de ahora AGI], Real Cédula, Santo Domingo, 899, L.1, F.33. Valladolid: 10 de noviembre de 1556. Encontramos varios casos similares: «Que dicen los oficiales reales por carta que escriben que de dos años a esta parte han ido a esa ciudad algunas carabelas y navios del rey de Portugal con gente portuguesa y que han llevado algunos vinos y otros mantenimientos en poca cantidad; de los cuales los mas de ellos han aportado a la isla de la Margarita y Burburnate [sic] y a la isla de San Juan de Puerto Rico y prueban que iban al Brasil y a Santo Tomé y otras partes y que con tormenta y caso fortinito [¿fortuito?] arriban a esos puertos» (AGI, Santo Domingo, 899, L.1, F.124V-127V, 19 de diciembre de 1558. Gaspar Frutuoso afirma en sus Saudades da Terra, que João Vaz Corte Real em 1474, aportou à ilha Terceira vindo da «Terra dos bacalhaos», Terra Nova. Frutuoso, libro 6, cap. 9, 36).

[iv] En la nota «204» del volumen 1 de Saudades da Terra, de Gaspar Frutuoso, se nos dice que este «Machim» era vizcaíno y no inglés como aparece en el texto: «A historia deste Machim, biscainho e não inglês, foi esclarecida recentemente por J. Alvarez Delgado no Anuario de Estudos Canarios, vii, 1961» (Frutuoso, nota 204, p. 142).

[v] El padre Las Casas repite una versión de esta historia: «Esta isla de las Siete Ciudades, dicen, según se suena, los portogueses [sic], que fue poblada dellos al tiempo que se perdió España reinando el rey D. Rodrigo; y dicen que por huir de aquella persecución se embarcaron siete Obispos y mucha gente, y con sus navíos fueron á aportar á la dicha isla, donde cada uno hizo su pueblo, y porque la gente no pensase tornar, pusieron fuego á los navíos, y dícese que en tiempo del Infante D. Enrique de Portugal, con tormenta, corrió un navío que había salido del puerto de Portogal y no paró hasta dar en ella, y, saltando en tierra, los de la isla los llevaron á la iglesia por ver si eran cristianos y hacían las cerimonias [sic] romanas, y visto que lo eran, rogáronles que estuviesen allí hasta que viniese su señor que estaba de allí apartado; pero los marineros, temiendo no les quemasen el navío y los detuviesen allí, sospechando que no querían ser sabidos de nadie, volviéronse á Portugal muy alegres esperando recibir mercedes del Infante; á los cuales diz que maltrató y mandó que volviesen, pero el maestre y ellos no lo osaron hacer, por cuya causa del reino salidos, nunca más á él volvieron» (Casas, lib. 1, cap. 13, 100).

[vi] Lo mismo hace el padre Las Casas en su Historia de las Indias, lib. 1, cap. 13.

[vii] En el siglo xviii contamos con el jesuita francés, Joseph François Lafitau, que ofrece un compendio de los trabajos realizados anteriormente por cronistas españoles, añadiendo su propia investigación y experiencia sobre el tema. En el siglo xix, igualmente, contamos con Marcos Jiménez de la Espada y de manera tangencial, Alexander Von Humboldt que presentarán nuevas perspectivas. Véanse, Joseph François Lafitau, Customs of the American Indians. 2 vols. Transl. by Fenton and Moore (Toronto, The Champlain Society), 1974, Marcos Jiménez de la Espada, Del hombre blanco y signo de la cruz precolombiano. (Bruselas, Imprenta de Ad. Mertens, 1887), y Alejandro de Humboldt, Cristóbal Colón y el Descubrimiento de América, trad. Luis Navarro y Calvo. vol. 2. (Madrid, Librería de los sucesores de Hernando, 1914).

[viii] Véase, Juan Manzano Manzano, Colón y su secreto (Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1976), 440. Mártir de Anglería habla de indios con túnicas blancas, indios que los españoles confunden con frailes mercedarios (Pedro Mártir Anglería, Décadas del Nuevo Mundo (Buenos Aires, Bajel, 1944), década 1, lib. 3, cap. 6, 38-39. Dicha información es similar a la que proporciona Hernando Colón: «Refirió el marinero que entre estos había visto uno con una ropa blanca que le llegaba a las rodillas, y dos que la llevaban hasta los pies; los tres eran blancos como nosotros, pero que no había llegado a conversar con ellos, porque, temiendo de tanta gente, comenzó a gritar llamando a sus compañeros; los indios huyeron y no volvieron más» (Hernando Colón, Historia del almirante, Madrid, Tomás Minuesa, 1892), cap. 56, 251. Estas descripciones también concuerdan, en cierta forma, con la que ofrece Colón en su primer viaje (Domingo 16 de diciembre): «Este rey y todos los otros andaban desnudos como sus madres los parieron, y así las mujeres, sin algún empacho, y son los más hermosos hombres y mujeres que hasta allí hobieron hallado: harto blancos, que si vestidos anduviesen y guardasen del sol y del aire, serían cuasi tan blancos como en España» (Cristóbal Colón, Los cuatro viajes del almirante. Edición Ignacio Anzoátegui, décima edición. Madrid, Espasa-Calpe, 1964), 91.

[ix] José María Blázquez, M.J. Alvar y C. González Wagner. Fenicios y cartagineses en el Mediterráneo, (Madrid, Cátedra, 1999), 38.

[x] Alejandro de Humboldt, Cristóbal Colón y el Descubrimiento de América, trad. Luis Navarro y Calvo. vol. 2. (Madrid, Librería de los sucesores de Hernando, 1914), dedica un copioso apéndice donde incluye a autores clásicos como Plutarco, Estrabón, Herodoto, Sileno, Séneca, incluso Isidoro de Sevilla, entre otros, especulando sobre la posibilidad de que en ellos existan «indicios de América» (359). Pero probablemente sea la cita de la obra de Aristóteles (384 a. C.- 322 a. C.) Admirabiles Auscultationes (capítulo 84, p. 836) donde dice que «en el mar que se extiende más allá de las Columnas de Hércules fue descubierta por los cartagineses una isla, hoy desierta, que tanto abunda en selvas, como en ríos aptos para la navegación, y está hermoseada con toda suerte de frutos, la cual dista del Continente una navegación de muchos días», la que más nos interese (303). Por su parte, Diodoro atribuye el descubrimiento de la isla a los fenicios ([Apéndice II] 304).

[xi] Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés. Historia General y Natural de las Indias, Islas y Tierra Firme del Mar Océano (14, tomo 1, lib. 2, cap. 3). El portugués Frutuoso recoge la misma historia: «E no ano de trezentos e noventa e seis se puseram tréguas antre Cartago e Dionízio por trinta anos, não cessando os contratos e comércios antre Espanha e Cartago, cujos moradores, desejando descobrir novas terras no oceano do Ponente, navegaram tanto perto do ano de trezentos e noventa e dois, que acharam uma grande ilha que se suspeita ser a que agora se diz Espanhola, que por outro nome chamam de Santo Domingo, como adiante contarei» (120, vol. 1).

[xii] Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés. Historia General y Natural de las Indias, Islas y Tierra Firme del Mar Océano (14, tomo 1, lib. 2, cap. 3).

[xiii] Bartolomé de las Casas, Historia de las Indias. 5 vols. (Madrid: Imprenta de Miguel Ginesta, 1875, (lib. 1, cap. 15, 117). Es importante ver la doble actitud del padre Las Casas. Por un lado, defiende a todos los indígenas destacando sus cualidades humanas, cuasi infantiles añadiría yo, y por otro es un feroz y despiadado contrincante contra aquel que le lleve la contraria, sea el tema que sea.

[xiv] Ibid., lib. 1, cap. 15, 115. «Hespérides», tierra mítica de la que decía Bartolomé de Las Casas en su Historia de las Indias lo siguiente: «Plinio también en su lib. ii cap. iii, dice que el Océano cerca toda la tierra y que su longitud de Oriente a Poniente se cuenta desde la India hasta Cádiz, y en lib. 6, cap 31, dice con Solino en su Polistor, cap. 68. Estacio Seboso afirma que de las islas Gorgonas, que algunos creen ser las de Cabo Verde, aunque yo dudo mucho dello, como abajo parecerá, hay navegación de cuarenta días por el mar Atlántico hasta las islas Hespérides, que Cristóbal Colón tuvo por cierto que fueron estas Indias», Ibid., lib. 1, cap. 9. 81.

[xv] Sobre este tema, véase el artículo de Julio Izquierdo Labrado, «Análisis de diversas perspectivas sobre el descubrimiento de América», 42.

[xvi] En el original figura como fol. 2r., pero también aparece una nota que dice que faltan páginas. El siguiente folio también está numerado con el número 2r., a partir de ahí la numeración es contigua. El códice se conserva en dicha academia con la signatura «9/5908(3)» y su transcripción con la signatura «9/5908(4)».

[xvii] Otra de las versiones del protonauta es la que da el historiador portugués doctorado en la Universidad de Salamanca, Gaspar Frutuoso (1522-1591), en su obra Saudades da Terra. Como se observará cada versión de esta historia tiene sus diferencias y particularidades. «Um homem de nação italiano, genoês, chamado Cristóvam Colon, natural de Cugurco, ou Narvi, aldeia de Génoa, de poucas casas, avisado e prático na arte da navegação, vindo de sua terra à ilha da Madeira, se casou nela, vivendo ali de fazer cartas de marear. Aonde, antes do ano de mil e quatrocentos e oitenta e seis, veio aportar uma nau biscainha, ou (segundo outros) andalusa, ou portuguesa, havendo com tormentas e tempos contrários descoberto parte das terras que agora chamamos Índias Ocidentais ou Novo Mundo. O piloto, cujo nome se não sabe, nem de que nação era (somente têm alguns que era português e carpinteiro), e três ou quatro companheiros, que com ele vinham, sem ninguém saber até agora que viagem levavam, senão somente que andavam pelo mar oceano do ponente, tendo um tempo rijo e tormenta grande, a qual os levou perdidos pela profundeza e largura do espaçoso mar até os pôr fora de toda conversação e notícia que os experimentados marinheiros e sábios pilotos sabiam e alcançavam por ciência e longa experiência, onde viram pelos olhos terras nunca vistas nem ouvidas. Com a mesma tormenta que os levou a vê-las, ou com outra contrária, se tornaram pera Espanha, tão perdidos e destroçados, que, de muitos marinheiros que deviam ser, somente escapou o piloto que digo, com três ou quatro companheiros, os quais, chegando à ilha da Madeira, onde Cristóvam Colon morava, acaso se agasalharam e pousaram em sua casa, onde foram bem hospedados; mas não aproveitou isso pera poderem cobrar forças e saúde, porque vinham tão perdidos e destroçados, tão pobres e famintos, tão fracos e enfermos, que não puderam escapar com a vida, não tardando em morrer. E, não tendo o piloto na morte outra cousa melhor que deixar a seu hóspede, em pago da boa obra (que, ainda que feita a pobre gente, não perde seu prémio, antes, a quanto maior pobre se faz, alcança maior galardão) deu-lhe certos papéis e cartas de marear e relação mui particular do que em aquele naufrágio tinha visto e entendido. Recebeu isto Cristóvam Colon de mui boa vontade, porque seu principal ofício era tratar em cousas do mar e fazia muito a caso de sua arte o aviso deste piloto e de seus companheiros. Mortos eles, começou Cristóvam Colon a levantar os pensamentos e a imaginar que, se por ventura ele descobrisse aquelas novas terras, não era possível senão que nelas acharia grandes riquezas e que seria pera ele cousa de muita honra e proveitosa» (81, vol. 1).

[xviii] Véase mi trabajo «El predescubrimiento de América en la historiografía española del siglo xvi: El borrador y las copias de Pedro Barrantes Maldonado» en Gestación, perspectivas e historiografía sobre el descubrimiento de América. David González Cruz (dir.). Madrid, Editorial Sílex, 2018, pp. 9-26.

[xix] Pascual de Gayangos, en el siglo pasado, ya tenía noticia de otra copia existente más cuidada, cuyo paradero no pudo encontrar pese a los esfuerzos realizados para localizarla. Me estoy refiriendo las posibles copias conservadas actualmente en la Biblioteca de Salamanca, en la Biblioteca Colombina o la del Archivo Ducal de Medina Sidonia (de esta última di noticia en su día en CLAHR). Véase, Pedro Barrantes Maldonado, Ilustraciones de la Casa de Niebla. Memorial Histórico Español: Colección de documentos opúsculos y antigüedades, tomo ix y x. Edición de Pascual Gayangos. Madrid, Real Academia de la Historia, 1857, p. 397, vol. 9, p. iii.

[xx] Pedro Márir de Anglería también habla de hombres rubios en su Décadas II, 594-597. En la Relación de Alarcón (1540), se menciona a un indígena que, cuando es preguntado por los españoles si habían visto allí hombres como ellos, responde que sabía por los mayores que muy lejos de alli, en la Baja California, había hombres blancos y barbados como ellos. Unas líneas más adelante cuenta cómo uno de los líderes mayores, dirigiéndose a su gente, decía refiriéndose a Alarcón: «This is our lord. You know how long ago we heard our ancestors say there were bearded, white people in the world. [And you know that] we made fun of them about this. I and others who are old have never seen any other people like these […]» (Flint 193).

[xxi] El historiador Martín Fernández de Navarrete (1765-1844), dos siglos después, califica esta noticia de «fábula», diciendo que se la oyó contar el Inca Garcilaso a su padre que sirvió a los Reyes Católicos y a los contemporáneos de los primeros descubridores y conquistadores (t. 1: 50).

[xxii] Entre otras muchas cosas, algunos de estos autores nos confirman que además del «ansia de oro» había otras razones que motivaron a estos hombres para cruzar océanos y selvas. Escribe Unamuno: «El ansia de enriquecerse sin trabajo, sin trabajo regular, constante, metódico, aunque haya para ello que pasar hartos trabajos; es el amor no sólo al lucro, sino a la aventura, a la emoción violenta, a las impresiones que el azar nos procura. ¿Quién puede negar que en el alma de aquellos conquistadores, así como en estos jugadores [de los casinos extremeños], no hay más que sed de oro, que afán de lucro?» (Unamuno, Por tierras de Portugal y España, 367). El cruzar mares prohibidos tenía también sus consecuencias. Alonso de Palencia (1520) acusa a los portugueses de cortar pies y manos a los transgresores que cruzaban por rutas portuguesas antes de matarlos (Crónica de Enrique IV, década iii, lib. 5, cap. 4). Se recordará que este castigo fue utilizado también por Julio César o por Hernando de Soto con los indios de la Florida.

[xxiii] Jiménez de la Espada, en una nota de su libro La Guerra del moro a finales del siglo xv, dice lo siguiente sobre el cronista Lorenzo Padilla: «De este Lorenzo de Padilla sólo he podido averiguar que era jerezano, sexto hijo del veinticuatro García Dávila, el de la Jura; que asistió con otros hermanos suyos en la jornada de Azamor dirigida por el alcaide de Rota Juan Sánchez (V. nota 6); que casó con doña María de Vera, hija de Gonzalo Pérez de Gallegos, uno de los tres del desafío de Arzilla (V. nota 13), y de Beatriz de Vera, y que en ella hubo á Fernando de Padilla, distinguido capitán del Emperador D. Carlos» (Gutiérrez, Hist. de Jerez).

[xxiv] Cuenta Damião de Gois en su Chronica do Prinçipe Dom Ioam que cuando se descubrió la más occidental de las Azores, la isla del Cuervo, se encontró una estatua ecuestre que apuntaba con el brazo hacia el suroeste de América. Esta estatua tenía unas letras en su base que eran tan antiguas que no las pudieron descifrar (Goes, 28, cap. 9). Según Frutuoso, los creadores de dicha estatua, fenicios, cartagineses o piratas, la construyeron en su escala de vuelta de América: «Ao que eu acrescento que possível será aqueles cossairos, esgarrados com tormenta, irem ter às Antilhas, ou costa da terra firme ocidental, que agora chamamos Índias de Castela, e, da tornada, virem ter à ilha ou ilhéu do Corvo, em que poriam aquela estátua apontando pera o Ponente, onde a terra lá descoberta lhe ficava e demorava» (132, vol. 1).

[xxv] Esta historia también es recogida por Esteban de Garibay y Zamalloa (1533-1599) en su Compendio Historial: «Siendo Christoval Colon hombre avisado y pratico en el arte de la navegacion y viniendo de hacer cartas de navegar, casó en la Isla de Madera, adonde una nao Vizcayna, o segun otros Andaluza, o Portuguesa avia los años passados aportado, aviendo tormenta y tiempos contrarios descubierto parte de las tierras, que agora dezimos Indias Occidentales o Nuevo mundo» (Garibay, 650, tomo 2, lib. 28).

[xxvi] Véase, Donald W. Hemingway and David W. Hemingway, The Bearded White God of Ancient America: The Legend of Quetzalcoatl, de los mismos autores, Ancient America Rediscovered. Igualmente, Graham, Hancoc, Fingerprints of the Gods: The Evidence of Earth’s Lost Civilization. Bochica, en la cultura muisca del Altiplano Cundiboyacense, es también una figura religiosa barbada que vino del este según la cultura de los chibchas. Véase sobre este tema a Juan de Betanzos y Pedro Sarmiento de Gamboa.

[xxvii] Véase, Fernandez de Echeverria y Veiytia, Mariano. Historia Antigua de México. México, 1820.

[xxviii] No terminan aquí las coincidencias, ya que Bernal Díaz del Castillo nos cuenta cómo uno de los emisarios de Montezuma, al ver el casco que brillaba al sol de uno de los soldados de Cortés, pidió observarlo de cerca porque se parecía a otro de sus antepasados: «Y parece ser que un soldado tenía un casco medio dorado, y aunque mohoso; y vio el Tendile, que era más entremetido [sic] indio que el otro, y dijo que le quería ver, que parecía a uno que ellos tenían que les habían dejado sus antepasados y linaje de donde venían, lo cual tenían puesto a sus dioses Huychilobos y que su señor Montezuma se holgaría de verlo» (cap. 38, 65). En el mismo capítulo se nos informa que Moctezuma mandó también a un cacique con regalos, pero que este cacique llamado Quintalbor fue realmente enviado para que Cortés viese que en su imperio también tenía a individuos parecidos a él: «[Y] venía con ellos un gran cacique mexicano, y en el rostro y facciones y cuerpo se parecía al capitán Cortés» (cap. 39, 66). Esta información nos viene dada por un cronista que suele ofrecer una información bastante fiable, lo cual invita a pensar dos cosas: que en el pasado llegaron hombres con cascos relucientes a esas latitudes y que algún rastro genético quedaba de dichas visitas en los habitantes del México de Moctezuma.

[xxix] Juan de Torquemada, Monarquía Indiana. Edición de Miguel de León Portilla, (México, Universidad Autónoma de México —Instituto de Investigaciones Históricas—, 1975-83), primera parte, lib. 3, cap. 7, 278. Por su parte, el padre Gregorio García, traduciendo del latín y citando a Marineo, nos habla de una moneda con la imagen de Julio César: «El tercero fundamento es lo que refiere Marineo [Lucio Marineo Siculo, De rebus Hispaniae memorabilibus, lib. 19, cap. 16 (compluti 1533, f. 106v)], que por ser de tanta fuerza para esta opinión quiero referirlo aquí traducido del latín que pone de este autor el padre maestro Malvenda [Tomás de Malvenda, De anticristo, lib. 3, cap. 16, p. 150, col. 2], que es lo siguiente: “No pasaré en silencio en este lugar una cosa que es muy memorable y digna de que se sepa, mayormente por haber sido, según pienso, pasado por alto de otros que han escrito. En cierta parte, que se dice ser de la tierra firme de América, de do era obispo fray Juan Quevedo, de la Orden de San Francisco, hallaron unos hombres mineros, estando cavando y desmontando una mina de oro, una moneda con la imagen y nombre de César Augusto. La cual, habiendo venido a manos de don Juan Rufo, arzobispo consentino, fue enviada como cosa admirable al Sumo Pontífice. Cosa es esta que quitó la gloria y honra a los que navegan en nuestro tiempo, los cuales se gloriaban haber ido al Nuevo Mundo antes que otros, pues con el argumento de esta moneda parece claro que fueron a las Indias mucho tiempo ha los romanos”. Hasta aquí es de Marineo, que bastaba por argumento para esta opinión» García, lib. 4, cap. 19, 283-284.

[xxx] Torquemada, Monarquía indiana, lib. 1, cap. 9, 27.

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