Lorenzo de Padilla, cronista de Felipe II, en el capítulo v de su Crónica de Felipe I llamado el Hermoso hace mención del fortuito descubrimiento de América, gracias al apoyo de un cuñado de Colón.[xxiii] Una vez más, la familia política del «descubridor» vuelve a cobrar un protagonismo preponderante. Los genoveses, que habían ocupado el puesto de almirante por varios siglos, se vieron a partir de la dinastía de Avis relegados a cargos inferiores al almirantazgo, para que éste fuese ocupado exclusivamente por portugueses. Dicha medida podría explicar la negativa del rey Juan a prestar oídos a Colón y dar el cargo a un genovés. No ocurre así con los reyes castellanos, que sí concederán al genovés muchos más privilegios de los que hubiera podido conseguir en la corte vecina:

Reinando estos Príncipes un ginovés llamado Colon, estando en las islas Azores que son de la corona de Portugal, navegando cerca dellas este y cierto cuñado suyo se perdieron en un navío navegando la vuelta de poniente muchos días, á donde descubrieron ciertas islas y no tomaron tierra en ellas; sucediéndoles buen tiempo volvió a la isla de los Azores uno destos, y fue el cuñado: díjolo al Colon y la derrota por do habían navegado; y como Colon era hombre agudo, vínose a Portugal y díjolo al Rey D. Joan, el cual no le dio oidos y lo tuvo por burla; Colon se paso a Castilla, y teniendo el Rey y la Reina su Real sobre Granada, habló con un frayre Francisco, confesor de la Reina, sobre este negocio (Colección de documentos inéditos para la historia de España, tomo 8, cap. 5, 15-16).[xxiv]

 

José de Acosta (1510-1577?), en su Historia natural y moral de las Indias, recoge, al igual que los dos historiadores anteriores, la misma sospecha acerca del predescubrimiento: «Porque así sucedió en el descubrimiento de nuestros tiempos cuando aquel marinero (cuyo nombre aún no sabemos, para que negocio tan grande no se atribuye a otro autor sino a Dios) habiendo por un terrible e importuno temporal reconocido el Nuevo Mundo, dejó por paga del buen hospedaje a Cristóbal Colón la noticia de cosa tan grande» (Acosta, lib. 1, cap. 19, 108).[xxv] Acosta igualmente incluye a los cartagineses dentro de este negocio: «También cuentan que una nao de cartagineses del mar de Mauritania fue arrebatada de brisas hasta ponerse a vista del Nuevo Orbe» (Acosta, lib. 1, cap. 19, 109). El mismo padre Acosta, al narrar una victoria de los incas sobre los chancas, cita la presencia de hombres barbudos en el Perú mucho antes de la llegada de los españoles. El Inca Yupanqui declaró ante sus soldados que no habían sido ellos los que habían vencido, sino ciertos hombres barbudos que el Viracocha le había enviado y que nadie pudo verlos salvo él, «y pudo esta imaginación y ficción de aquel Inga tanto, que con ella alcanzó victorias muy notables» (libro 6, cap. 21, p. 422). En el capítulo 21 del libro 6 de los Comentarios reales del Inca Garcilaso de la Vega, volvemos a encontrar una conexión entre los barbudos prehispánicos y los españoles: «Y porque el Príncipe dijo que tenía barbas en la cara, a diferencia de los indios que generalmente son lampiños, y que traía el vestido hasta los pies, diferente hábito del que los indios traen, que no les llega más de hasta la rodilla, de aquí nació que llamaron Viracocha a los primeros españoles que entraron en el Perú, porque les vieron barbas y todo el cuerpo vestido» (libro 6, cap. 21, 255). Siguiendo con la misma imagen, la estatua que manda levantar el príncipe Viracocha en honor del dios Viracocha, llama la atención, además de por su barba, por su indumentaria. Así podemos leer el capítulo 22 del libro 5, de los Comentarios reales:

La estatua semejaba a las imágenes de nuestros bienaventurados apóstoles, y más propiamente a la del señor San Bartolomé, porque le pintan con el demonio atado a sus pies, como estaba la figura del Inca Viracocha con su animal no conocido. Los españoles, habiendo visto este templo y la estatua de la forma que se ha dicho, han querido decir que pudo ser que el apóstol San Bartolomé llegase hasta el Perú a predicar a aquellos gentiles, y que en memoria suya hubiesen hecho los indios la estatua y el templo (libro 5, cap. 22, 258).

Será a este Inca Viracocha a quien se atribuya la profecía de que habría de llegar «gente nunca jamás vista» a conquistarles su imperio. Algo equivalente al Quetzalcoatl de los mexicas. Escribe Garcilaso: «A este Inca Viracocha dan los suyos el origen del pronóstico que los Reyes del Perú tuvieron que después que hubiese reinado cierto número de ellos había de ir a aquella tierra gente nunca jamás vista y les había de quitar la idolatría y el Imperio» (libro 5, cap. 38, 270). Por esa razón dieron los incas el nombre de Viracocha a los españoles, por haberse cumplido la profecía de su líder.

La compilación más importante de la historia del México precolombino, la Historia de la Cosas de la Nueva España, se debe al franciscano Bernardino de Sahagún (1499-1590). En ella, anota y transcribe toda la información que le proveen todos los sabios locales y ayudantes sobre las historias de sus antepasados, que recopila y cataloga durante varias décadas, logrando, sin duda, el trabajo más serio realizado sobre el tema. En algunas de las historias descritas aparecen personajes que nos podrían hacer recordar, ya sea por la mención de barbas o por el color de la piel, a habitantes del continente europeo o de algunas zonas del Mediterráneo. La leyenda del «rey blanco», de «hombres barbudos» y «hombres a caballo» aparecerá intermitentemente en diferentes narraciones tanto indígenas como españolas (Luis Ramírez, Cabeza de Vaca, Sahagún, etcétera) y a lo largo de toda la geografía americana. Sahagún nos proporciona el ejemplo más conocido y profético de todos esos «hombres barbudos»: «Quetzalcóatl fue estimado y tenido por dios y lo adoraban de tiempo antiguo en Tulla, y tenía un cu muy alto con muchas gradas, y muy angostas que no cabía un pie; y estaba siempre echada su estatua y cubierta de mantas, y la cara que tenía era muy fea, la cabeza larga y barbudo» (Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de la Nueva España, lib. 3, cap. 3, 195).

Algunos autores modernos han querido ver una relación entre la conquista de México y la figura de Quetzalcóatl. De acuerdo a esta teoría, han identificado al dios mexica con figuras como Santo Tomás o incluso con el propio Jesucristo.[xxvi] Los mormones han hecho una interpretación equivalente. Estas conexiones no son nada nuevas, ya que desde el comienzo de la conquista y a lo largo de los siglos xvii y xviii, laicos y misioneros de diferentes órdenes religiosas han trazado una conexión directa entre la predicación del Evangelio desde sus primeros tiempos y las Américas.[xxvii] Sahagún no se limita a mencionar a hombres barbudos sino que también hace referencias al color de su piel: «Todos los hombres y mujeres son blancos, de buenos rostros bien dispuestos, de buenas facciones: su lenguaje muy diferente de otros, aunque algunos de ellos hablaban el de los otomíes, y otros el de los nahuas o mexicanos; y otros hay que entienden la lengua guasteca. Y son curiosos y buenos oficiales de cantares; bailan con gracia y lindos meneos» (Sahagún, libro 10, cap. 39, párr. 7, frag. 81, 606-607). En la misma Historia General de las cosas de la Nueva España aparecen pasajes que pueden llevar a confusión, o que pueden interpretarse de diferentes maneras. En referencia a los primeros habitantes que poblaron México, los «panteca» o «panoteca», Sahagún cuenta que estos hombres llegaron con navíos que «pasaron aquella mar». La referencia puede ser ambigua, ya que la palabra «navío» puede sugerir diversas embarcaciones de diferentes dimensiones, lo mismo que «aquella mar» puede ser tanto la distancia que hay entre las islas del Caribe o el mismo océano Atlántico. Escribe Sahagún: