POR JUAN FRANCISCO MAURA

«No anno de 1353, em tempo do Emperador Federico Barba Roxa, diz que foy ter a Lubres Cidade Dalemanha huma nao com certos Indios em huma canoa, que são navios de remo, parecemse a os tones de Cochim: porém esta canoa devia de ser da Costa da Florida Bacalhãos, e aquella terra, por estar n mesma altura Dalemanha: de que os Tudescos ficaraõ espantados do tal navio, e gente, por não saberem donde erão, nem entenderem sua linguagem, nem terem noticia daquella terra, como agora, porque bem os podia alli levar o vento, e agoa, como vemos que trazem as almadias de Quiloa, Moçambique, Sofala, a Ilha de Santa Elena, que he hum ponto de terra, que está naquelle graõ mar daquella Costa, e Cabo de Boa Esperança taõ separada».

Antonio Galvaõ, Tratado dos Descobrimentos, 18[i]

La presente investigación se centrará en la documentación existente sobre navegaciones que, debido a causas externas como temporales, tormentas o tempestades, tuvieron como resultado el desplazamiento de navíos entre continentes. En algunos casos, estos viajes se llevaron a cabo presuntamente antes de 1492 por parte de protonautas, entre los que podríamos incluir al mismo Cristóbal Colón. Como decía Juan Manzano el 10 de diciembre de 1975 durante una conferencia que ofreció en Canarias, unos meses antes de la publicación de su conocido libro Colón y su secreto: «Trato de probar que Colón conocía la existencia de estas tierras de la orilla opuesta del Atlántico por los informes que un piloto, probablemente portugués, acaso castellano, cuando regresaba de un viaje a Guinea, los alisios y la corriente ecuatorial del norte lo desviaron hacia las actuales Antillas Menores descubriendo por Guadalupe, Dominica y todo ese medio arco hasta la Española, la isla de Jamaica y la costa norte de América del Sur, la actual Venezuela» (Manzano).[ii] Desde la más remota antigüedad tuvieron lugar accidentes de navegación debidos a diferentes causas naturales, como son las corrientes marinas y las tormentas. Unos de los más frecuentes fueron los sufridos por las embarcaciones, portuguesas o castellanas que, de regreso a la península desde el Golfo de Guinea, las islas de Cabo Verde, Madeira, las Canarias y, en algún caso, desde Inglaterra, se vieron arrastradas involuntariamente hasta la costa del Brasil o las islas del Caribe. Son esos vientos alisios los que, a causa del movimiento de rotación de la tierra, se desvían hacia occidente, soplando del noreste al suroeste en el hemisferio norte y del sureste hacia el noroeste en el hemisferio sur. Y será en el hemisferio sur donde los veleros se verán involuntariamente desplazados hacia las costas del Brasil, Venezuela o el Caribe. Lo mismo ocurre con la corriente ecuatorial, que desplaza la superficie del agua hacia el oeste. En palabras de Jaime Cortesão: «Podemos calcular que até à data da primeira viagem de Colombo à América os navios portugueses cruzaram por 4000 ou 5000 vezes as paragens em que podiam ser impelidos pela força anormal o normal dos ventos e das correntes para as costas americanas» (138).

Real Cédula a la audiencia de la isla Española; que Francisco Carnero, secretario del rey de Portugal y de su consejo y su gobernador de la isla del Principe, ha hecho relacion que una nao suya nombrada Santantonio que partió de la dicha isla cargada de esclavos, azucares, marfil y otras mercaderias y fué a acabar de cargar a la isla de Santo Tomé, partiendo de allí para Lisboa, en el paraje de Cabo Verde le dió una tormenta con la cual fué a dar a Santo Domingo donde por la justicia y oficiales fué determinado que la nao y su carga habia caido en pena, y porque el piloto Nicolla Alvarez quiso dar carena a la nao para venirse con los esclavos y mercaderias y tambien porque no quería vender todo ello en esa isla lo prendieron.[iii]

 

Ésta es la razón de que encontremos documentación de archivo española sobre navíos portugueses que en diferentes ocasiones se vieron desviados de su ruta, como en el ejemplo anteriormente citado de 1558.

 

I

Ya no hay ninguno que saliendo deste bosque entre en aquella montaña, y de allí pise una estéril y desierta playa del mar, las más veces proceloso y alterado, y hallando en ella y en su orilla un pequeño batel sin remos, vela, mástil ni jarcia alguna, con intrépido corazón se arroje en él, entregándose a las implacables olas del mar profundo, que ya le suben al cielo, y ya le bajan al abismo; y él, puesto el pecho a la incontrastable borrasca, cuando menos se cata, se halla tres mil y más leguas distante del lugar donde se embarcó, y saltando en tierra remota y no conocida, le suceden cosas dignas de estar escritas, no en pergaminos, sino en bronces.

Miguel de Cervantes, Don Quijote, lib. 2, cap. 1

Como escribe el capitán António Galvão (1490-1557) en su Tratado dos Descobrimentos, la isla de Madeira fue casualmente descubierta cuando un vasco llamado Machín, volviendo de Inglaterra a España con una mujer a la que, según el texto, había raptado, empujado por una tormenta llegó a un puerto de la isla de Madeira que todavía hoy se llama Machico en su recuerdo. La mujer no sobrevivió al viaje y Machín, que la amaba, levantó una ermita grabando en una piedra su nombre. Tras construir una canoa con un tronco de árbol, logró llegar a la costa africana sin ayuda de velas ni remos. Los moros, al descubrir a los supervivientes, lo tuvieron por cosa milagrosa y los presentaron al señor de su tierra, que los envió ante el que era entonces rey de Castilla, Enrique III. Fue a raíz de la información dada por Machín que muchos franceses y castellanos se interesaron por descubrir nuevos territorios, llegando a las islas Canarias: «Principalmente Andaluces, Biscainhos, Lepuzcos [guipuzcuanos]» (Galvão 19). El humanista portugués Gaspar Frutuoso recoge la misma información: «[R]einando em Castela este mesmo Rei D. Henrique terceiro, no ano de mil e trezentos e noventa e três se moveram muitos de França e Castela a irem descobri-la e a Gram Canária, principalmente andaluzes, biscainhos, lepuscanos» (Frutuoso, lib. 1, p. 31).[iv] El mismo Galvão nos cuenta que en el año 1447 una nao portuguesa se vio desplazada a causa de una tormenta «muito mais do que quizera», hasta llegar a una isla donde había siete ciudades donde «falavaõ nossa lingoa» y en la que les preguntaron si todavía tenían los moros ocupada España, de la que habían huido por la pérdida del rey don Rodrigo: «E alguns querem que estas terras, e Ilhas que os Portuguezes tocaraõ, sejaõ aquellas que se agora chamaõ as Antillas, e nova Espanha, e allegaõ muitas razoens pera isto» (Galvão 24). Sin duda, se trata de una de las primeras menciones de las «siete ciudades», uno de los mitos-fábulas más recurrentes en la Edad Media y el Renacimiento.[v]