«Me interesa mucho esta especie de revival del estilo: de la originalidad, de la excentricidad narrativa»

Marina Closs nació en Aristóbulo del Valle, Misiones en 1990. Es Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires. En el 2018 ganó el primer premio del concurso de cuentos del Fondo Nacional de las Artes por Tres truenos; y el premio Angélica Gorodischer por la novela Álvar Núñez: trabajos de sed y de hambre. Ambos libros fueron publicados durante el 2019 en Argentina. En 2021 se publicaron además los conjuntos de relatos Tascá Skromeda y Monchi Mesa en Argentina y Tres truenos fue reeditado en España y México.


¿Cuándo y por qué empezaste a escribir?

Empecé porque me gustaba mucho leer y siempre quería inventarles finales distintos o partes nuevas a lo que leía. También me gustaba agregar personajes. Empecé de muy chica y como un juego: a mí me resultaba totalmente entretenido, entonces a veces hasta ponía a mis amigas y amigos a escribir. Lo cual me hacía muy impopular, claro. Siempre escribí pensando que no basta el mundo tal y como es, que está incompleto y que escribir es una manera de repararlo.

¿Cuáles son tus preocupaciones temáticas?

No sé si son preocupaciones. No escribo preocupada. De hecho, si estuviese realmente preocupada, me parecería un poco ridículo ponerme a escribir. Creo que, en el fondo, escribir es como llorar: se hace solo por desesperación y más bien no sirve para nada. Así que escribo despreocupada y desesperando. O quizá sí me preocupo, una vez que escribo. Pero lo que escribo es lo que me preocupa, antes que algo exterior. Hay temas que me convocan más, creo que por cuestiones biográficas, quizá a veces hasta un poco circunstanciales. Algo no circunstancial, en todo caso, es una especie de limitación que tengo: solo puedo escribir sobre excéntricos, locos, marginados, excluidos, seres fantásticos, mutantes. La normalidad me resulta muy incómoda, casi inenarrable. 

¿Cuáles son los autores de cabecera: quiénes te influyeron más en tus comienzos?

Nadie más que Kafka. Que no llegó tan al comienzo, porque escribo desde muy chica, pero que a partir de que llegó, nunca se fue. Me gustan sus muchas facetas y esa cosa retorcida hasta el infinito que reaparece en todas. Su melancolía y su alegría siempre un poco ahogada. Por otra parte, me acuerdo de haber leído por primera vez la obra de Marosa Di Giorgio y de haber sentido como si me la arrancaran: fue casi encontrarme con lo que siempre quise escribir, ya hecho. Esa fue siempre una influencia dolorosa: un non plus ultra. Después, por mucho tiempo (y creo que para siempre también), fui muy maniática de Flaubert. Muy maniática de Guimarães Rosa, de Francisco Madariaga. De Marina Tsvietáieva que tiene también algo irresistible, imposible de no (intentar) emular. Últimamente, le encontré también la vuelta a Clarice Lispector, que no me gustaba tanto, pero que en sus cuentos me convenció de que no se puede escribir igual después de ella.

Como autora de narrativa, ¿qué innovaciones encuentras en los libros editados en los últimos años: qué tendencias te interesan más?

Me interesa mucho esta especie de revival del estilo: de la originalidad, de la excentricidad narrativa. Aparece en autores bien jóvenes como en Andrea Abreu, en Mónica Ojeda, en Argentina en Emilio Jurado Naón, Marina Berri o Ana Ojeda. Quiero que este fenómeno se quede. Que la experimentación desvergonzada se quede. Creo que por mucho tiempo la prosa estaba totalmente entregada a los prosistas, y a todos los seres extraños nos mandaban a escribir poesía. En Argentina, Elvira Orphée, Ricardo Zelarayán casi desaparecieron de tan marginales. Sara Gallardo, por ejemplo, era conocida por sus obras más “clásicas” como Los galgos, cuando la revolución sucede en Eisejuaz. Y en el podio, Piglia, Fogwill, prosa y pura prosa. Puta prosa. Ahora es nuestra venganza. 

¿En qué época y país te hubiera gustado ser escritora? 

Me hubiera gustado batirme a duelo con un crítico y escribir con seudónimo de varón. Me encanta el Siglo XIX por lo remilgado y lo apasionado, lo desaforado. Lo ridículo. O la desazón de principios del Siglo XX en Rusia, esas vidas totalmente horribles que solo servían para hacer literatura. Creo que me hubiera gustado probar suerte ahí. Los tiempos en que la literatura importaba tanto que a los escritores la vida se les derrumbaba alrededor y ellos seguían escribiendo como condenados. Esa hora de los héroes, no sé, era hermosa.

Si tienes algún proyecto entre manos, ¿podrías hacer un avance de lo que estás escribiendo?

Estoy corrigiendo una novela histórica y absurda al mismo tiempo, se llama La despoblación. Es un intento de escribir perfecto, de ir de una frase a otra con la música justa. Todo en tercera persona, con la correspondiente ironía y distancia. No sé, es un ejercicio: sacarme la máscara de salvaje pajuerana. Estoy harta de lo que escribí, ese yo asociado a lo caótico, a lo primitivo creo que se está repitiendo mucho. Y hay como una construcción muy mercantilizada de la mujer, lo salvaje, lo americano de la que no quiero participar. Me sumé a eso sin querer, pero ya me bajo. 

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