«Fue al ver que empezaban a publicar libros escritoras de mi edad cuando comencé a sentirme autorizada para intentarlo a mi vez»

Marta Barrio García-Agulló (New Haven, 1986) es una editora madrileña. Licenciada en Filología Hispánica y en Estudios de Asia Oriental por la Universidad Autónoma de Madrid, cursó un Máster en Edición en la Universidad de Salamanca-Santillana en 2010, y desde entonces trabaja en Alianza Editorial como editora y responsable de redes sociales. Actualmente está al frente de la colección Alianza Literaturas. Los gatos salvajes de Kerguelen, su debut, fue finalista del Premio Memorial Silverio Cañada en la Semana Negra de Gijón a la mejor primera novela en género negro publicada en castellano en 2020 y será traducida al italiano. Con Leña menuda (2021), su segunda novela, se ha convertido en la ganadora más joven de la historia del Premio Tusquets, uno de los galardones de mayor prestigio de las letras hispanas. Según el fallo del jurado del Premio Tusquets, presidido por Almudena Grandes, se trata de una «una nueva voz con todo un futuro por delante». 


¿Cuándo y por qué empezaste a escribir?

Cuando era niña, me encantaban los cuentos. Tanto, que cuando me portaba mal me castigaban sin leer. Mis padres unas Navidades me regalaron un programa informático de escritura creativa con el que empecé a escribir mis primeros cuentos, eran cosas de osos que cantaban y les tiraban tomates pero no pasaba nada porque se los comían y estaban riquísimos. En la adolescencia, participé en un par de concursos de poesía en el colegio, siendo premiada en ambas ocasiones, y luego vino un larguísimo periodo de tiempo sin acercarme a la escritura, porque descubrí el canon, y eso me paralizó. Temí que lo escrito no estuviera nunca a la altura de lo leído, no poder llegar al nivel de los grandes autores a los que se veneraba, ser mediocre, en suma. Me dediqué al estudio de la literatura, y más tarde a la edición, y eso me alejó todavía más del deseo de escribir, hasta que de un día para otro eso cambió. Quizás, pensándolo a posteriori, fuese al ver que empezaban a publicar libros escritoras de mi edad cuando comencé a sentirme autorizada para intentarlo a mi vez.

¿Cuáles son tus preocupaciones temáticas?

Creo en la literatura como acción de cambio, y me preocupan la ecología y el feminismo. Me aterroriza la amenaza creciente del cambio climático, como un crimen perfecto que se perpetra sin que nadie pueda impedirlo y que nos acabará alcanzando por mucho que los políticos se empeñen en mirar hacia otro lado y no darle la prioridad necesaria en sus agendas. También me inquieta el retroceso de mentalidades que se está dando en la cuestión de los derechos de la mujer, y en el aborto en particular, pienso en la nueva legislación al respecto de Texas y me entran escalofríos. Hemos vuelto a los tiempos de la delación, de los vecinos inquisidores que se pueden lucrar con el dolor ajeno. 

¿Cuáles son los autores de cabecera: quiénes te influyeron más en tus comienzos?

Soy una lectora muy ecléctica, pero Patricia Highsmith y Marguerite Duras (de quien tuve la inmensa suerte de editar El dolor con traducción de la inigualable Clara Janés) son mis autoras de cabecera sin duda alguna. También me influenciaron mucho Estupor y temblores de Amélie Nothomb, Las primas de Aurora Venturini, El gran cuaderno de Agota Kristof, El cielo de Lima, de Juan Gómez Bárcena, El gourmet de Lu Wenfu, Alexis o el tiro de gracia de Marguerite Yourcenar, La casa de las bellas durmientes de Yasunari Kawabata, Caperucita en Manhattan de Carmen Martín Gaite, El peso falso, de Joseph Roth, La cámara sangrienta de Angela Carter, los Relatos de Bernhard y Nada de Carmen Laforet. 

Como autora de narrativa, ¿qué innovaciones encuentras en los libros editados en los últimos años: qué tendencias te interesan más?

Me interesa mucho la cultura material, esa indagación en la memoria de un país y de una sociedad a partir de lo cotidiano. Siempre hay tejidos en mis libros secretos familiares y anécdotas cercanas. Trabajo mucho lo fragmentario, también por una imposición estructural, digamos, al escribir robándole horas al sueño mientras mi hija duerme por las noches, y tener que concebir la escritura necesariamente como una labor de a ratitos sueltos. La intertextualidad y los juegos con la escritura encontrada de los poemas de Mary Ruefle también me parecen una fuente prodigiosa de inspiración. 

¿En qué época y país te hubiera gustado ser escritora? 

Soy francófila y francófona, y creo que de ese lado de los Pirineos es más factible vivir de la literatura de una forma menos precaria. Me hubiese gustado coincidir un poco al menos con Marguerite Duras, y poder dialogar con una mente como la suya, pero sin tener que vivir la guerra mundial, eso sí. 

Si tienes algún proyecto entre manos, ¿podrías hacer un avance de lo que estás escribiendo?

Estoy escribiendo sobre una niña que reconstruye la historia de su familia a partir de unas cartas de amor fechadas entre 1949 y 1955, y decide hacerlo de manera retrospectiva, partiendo del final para llegar a la génesis, al encuentro inicial que lo cambiaría todo, al tiempo que su abuela, que tiene Alzheimer, va olvidando esos mismos recuerdos que ella desentierra en las cartas. Es el verano del fin de la infancia, en que la niña deja de serlo al conocer por primera vez la enfermedad y la muerte, y el significado de la nostalgia.

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