La definición hegemónica que conocemos fue establecida por el Consejo Internacional de Museos (ICOM), fundado en 1946: «El museo es una institución sin fines lucrativos, permanente, al servicio de la sociedad y de su desarrollo, abierta al público, que adquiere, conserva, investiga, comunica y expone el patrimonio material e inmaterial de la humanidad y su medioambiente con fines de educación, estudio y recreo». El ICOM se vio forzado a modificarla y ampliarla a medida que más y diversas instituciones se fueron adhiriendo al término. Desde 1961 y hasta el 2007, también se consideraba como museos a otros espacios afines, entre ellos, acuarios, zoológicos, bibliotecas, yacimientos arqueológicos, parques naturales, etcétera. De esta manera, el término «museo» ha ido ensanchando sus fronteras, admitiendo a todo tipo de primos y familiares cercanos, al grado que la definición no es más un concepto operativo.
En la actualidad, presenciamos un momento de replanteamiento de las concepciones y definiciones. Hoy en día, el propio ICOM, a través de diversos comités, especialmente el Internacional para la Museología (ICOFOM), se ha dado a la tarea de discutir la definición. Dicha instancia impulsó la redacción del documento Définir le musée du XXIe siècle. Matériaux pour une discussion (Mairesse, 2017), un texto preparatorio para las mesas de debate que se llevaron a cabo en París del 9 al 11 de junio de 2017. Dicho texto recopila un panorama general, geográfico e histórico, de las definiciones de museos, los marcos legales nacionales, además de contribuciones de académicos que invitan a tener una mirada crítica. La discusión continúa en, al menos, dos reuniones específicas en el ámbito latinoamericano: en Río de Janeiro, Brasil, y en Avellaneda, Argentina.
Uno de los problemas que surgen en estas discusiones, cuando se trata de definir qué es un museo y qué tipo de instituciones califican en los registros ya mencionados, es que algunos espacios no encajan por completo, ya que no están permanentemente abiertos al público, porque son entidades con cierto grado de lucro o porque no cumplen con todas las funciones que se le atribuyen: adquirir, conservar, investigar, exponer y comunicar.
Ante esta disyuntiva el RMI adoptó una categoría superior para todos los espacios, la de «institución museal». Particularmente, he trabajado la idea de «espacio museal» como una categoría necesaria para entender una institución que ha mutado, con adaptaciones a un medio y a una sociedad cambiante, por lo que encuentro el término acertado. Si en sus primeros años los museos estaban fuertemente enfocados a la conservación, estudio y exhibición de los objetos —con la educación y la comunicación como tareas marginales—, en el presente las propuestas museísticas han llegado a la aparente paradoja de incluso carecer de colecciones. El término «museo» quedó corto para un fenómeno que desbordó los límites claros y las paredes de la arquitectura de cánones reconocidos. Dentro de esta proposición más amplia, el RMI incluye: colecciones museográficas, museos, museos comunitarios, museos con colecciones vivas, museos de territorio e incluso los museos virtuales. La consulta de la plataforma no deja claro lo que distingue a cada uno de ellos. Para encontrar estas fundamentaciones, el lector deberá dirigirse al documento Marco conceptual común (Observatorio Iberoamericano de Museos. Fernández Blanco, 2013), en donde encontramos también otras definiciones que tienden a paliar el problema. Una «colección museográfica» es «entendida como conjunto de bienes culturales, que, aun sin cumplir todas las características asociadas al concepto de museo, cuenta con un carácter expositivo permanente con condiciones asociadas de conservación y seguridad» (p. 28). Este tipo de institución museal no está presente en todos los países de la región. En España y en Portugal se emplea el término «colección visitable» con un significado equivalente. El RMI adoptó una salida operativa, pero conceptualmente no resolvió el dilema. ¿A qué se refiere el adjetivo «museal»? En mi propia definición, aún en desarrollo, «espacio museal» es un concepto más amplio que abarca la gran diversidad de lugares en los que algo especial se separa de lo cotidiano para comunicar por medio de un acto expositivo con propósitos específicos y en el que interactúan personas en un espacio público. En ellos suceden encuentros y desencuentros entre sujetos, objetos e ideas, en una forma que se aleja de la relación normal que guardamos con éstos. Cuando se musealiza un paisaje, la intención comunicativa y educativa, expresada en los senderos que se diseñan para su tránsito o la información de los textos, nos lleva a establecer una relación distinta con este espacio. Hasta antes de su puesta en marcha, como sitio patrimonial, era sólo un paisaje más, un ámbito geográfico que ahora ha pasado a ser un espacio museal.
En México no contamos con una definición legal de museo. Existen discusiones de si es o no necesario contar con una, si se impone o es un instrumento operativo de la política pública. En el cuerpo legal de los dos institutos, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), que históricamente han regido la política cultural en materia de arte y patrimonio, tampoco la encontramos. Sí se recoge, en cambio, en el Observatorio Iberoamericano de Museos: «Dada la riqueza cultural y patrimonial de un país como México, hemos adherido algunos estándares internacionales como ICOM e Ibermuseos para conceptualizar la definición de “museo”. Para el Gobierno mexicano los museos son concebidos como una institución permanente, sin fines de lucro, al servicio de la sociedad y abierta al público, que adquiere, conserva, estudia, expone y difunde el patrimonio material e inmaterial de México y sus grupos sociales y su riqueza patrimonial con fines de estudio, educación y goce».
BREVE SEMBLANZA HISTÓRICA
Más de mil museos, en todo el territorio, no es un número menor. A nivel iberoamericano, México ocupa el tercer lugar, después de Brasil con tres mil noventa y cinco espacios y de España con mil seiscientos treinta y dos. Los mil doscientos ochenta y seis museos en México son una oferta para los 112 336 538 habitantes del país, pero ¿cómo llegamos aquí? Mostrar un panorama de los museos actuales en México también nos exige un poco de historia.
Nuestro sistema de museos tiene un largo y complejo devenir. El pensamiento ilustrado dio pie al desarrollo de diversas colecciones durante los años del Virreinato (1535-1821). Aunque en ese periodo existieron capítulos de saqueo y destrucción, «no fue hasta que intereses ilustrados de estudio científico se conjugaron con los objetivos políticos de criollos y mestizos que se buscó explícitamente rescatar, revalorar e insertar la historia prehispánica en la historia universal y fundamentar la mexicanidad» (Rosas Mantecón y Schmilchuk, 2010, p. 148). Para ello, fundaron el primer Museo Nacional en 1825, pocos años después de la consumación de la Independencia en 1821. Las colecciones en ese tiempo estuvieron dominadas por el patrimonio arqueológico y natural, con la paulatina incorporación de colecciones etnográficas. El Museo Nacional en sus inicios tuvo un carácter de espacio de almacenamiento, que poco a poco tomó la forma de un centro de estudios, exhibición y enseñanza de las disciplinas antropológicas y museísticas. Ubicado en la universidad durante los primeros años, en 1865, durante el régimen de Maximiliano de Habsburgo, el museo cambió de establecimiento para ocupar el edificio de la antigua Casa de Moneda, contigua al Palacio Nacional. Ya en esa sede, en 1887, se inauguró la Galería de Monolitos, en donde se exhibieron con orgullo los mejores ejemplares de la escultura monumental mexica, entre ellos, la Piedra del Sol y la Coatlicue. Morales Moreno (2011) ha caracterizado a este evento como el inicio de la musealización de la patria.
Para conocer el panorama de los museos actuales en México, el siglo xix resulta de interés por ser cuando se conformaron las bases de la identidad nacional, el centralismo que caracterizó las épocas posteriores y el «mexicacentrismo». En materia de conceptualización museológica, esto tiene su culminación en las instalaciones del actual Museo Nacional de Antropología, en el cual la sala mexica es, precisamente, la que ocupa el lugar central del recinto, en forma de altar a la patria. La configuración de esta identidad en el siglo xix también permite explicar por qué, durante el desarrollo de los museos regionales en todos los estados del país, se repitió una misma historia oficial centrada en el relato del origen mítico mexica, subsumiendo cualquier otra posibilidad de diversidad y relato regional.
Al iniciar el siglo xx, en México existían dos museos: el Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología (heredero de aquel primer Museo Nacional) y el Museo Regional de Michoacán Dr. Nicolás León Calderón. Contábamos con una élite experimentada en el manejo de la cultura, impulsada por el régimen de Porfirio Díaz (1877-1910), quien, con propósitos de una política orientada a la apertura de fronteras y obtención de prestigio, llevó a México a participar en diversas exposiciones internacionales (Rosas Mantecón y Schmilchuk, 2010). Las fiestas del Centenario de la Independencia Mexicana, en 1910, cerraron con broche de oro este episodio, para dar paso a un momento de reconfiguración de gran importancia en la historia de México, la Revolución mexicana.
En el periodo posrevolucionario (1917-1940), la política cultural se basó en el nacionalismo indígena y una recuperación y relectura de las raíces prehispánicas. Así, tomó forma el sistema cultural que conocimos durante todo el siglo xx. El Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) fue fundado en 1939 para investigar, proteger y difundir el patrimonio arqueológico, paleontológico e histórico. El Museo Nacional había experimentado, desde décadas anteriores, una serie de cambios tendentes a la especialización. En 1909, salieron de este recinto las colecciones de historia natural para conformar un museo dedicado a tal tema y, en 1939, al quedar asimilado al recién fundado INAH, pierde otra parte de sus colecciones, las coloniales y las decimonónicas. Su transformación, hasta lo que hoy conocemos, culminó en 1941, cuando finalmente los objetos de orden histórico se trasladaron al Museo Nacional de Historia Castillo de Chapultepec, para ilustrar la historia patria oficial, ya construida a manera de un libro de texto. Durante el cardenismo (1934-1940), se impulsó la educación popular. Los museos y su potencial pedagógico «promovieron concepciones museográficas inspiradas en el trabajo de Otto Neurath, que consistían en el diseño de elementos visuales que formaban parte del código internacional y que fueron adecuados a la tradición gráfica nacional» (Reyes Palma, 1987, p. 27). En esa época existieron iniciativas en pro de la participación y de la conformación de los primeros museos escolares.
En 1947, en el ámbito del patrimonio artístico, se creó el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), que también tomó protagonismo en cuanto al establecimiento de museos. Si bien desde 1934 se fundó un museo de artes plásticas en el Palacio de Bellas Artes, de manera similar que en el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), éste quedaría asimilado al instituto correspondiente a partir de su creación y las colecciones que lo integraron, a la postre, darían lugar a la formación del Museo de Arte Moderno (1964). El INBA incursionó en la educación popular cuando, en 1951, fundó la Galería de Arte José María Velasco, que existe hasta la fecha en Tepito, uno de los barrios más populares de la Ciudad de México.