«En una manifestación de izquierda de la segunda mitad de los ochenta, Lemebel leía el “Manifiesto”, provocando cierta novedosa incomodidad en los manifestantes de ese acto cultural, texto que se convertiría en su ars poetica»

POR JUAN PABLO SUTHERLAND

Fotografía de un mosaico/retrato de Pedro Lemebel. En la esquina de Tarapacá con Nataniel Cox, Estación de Metro Moneda. Fuente: wikicommons

«Lemebel se arriesga en el filo de la navaja entre el exceso
gratuito y la cursilería y la genuina prosa poética y el exceso necesario»

Carlos Monsiváis

Es el año 1995 y Pedro Lemebel me visita en la librería Mimesis, donde trabajaba en Santiago de Chile, me avisa que lleva la invitación para su primer libro. La invitación es la portada de La esquina es mi corazón, editado por la Editorial Cuarto Propio. Y la imagen es absolutamente excesiva, neobarroca y su figura aparece coronada con un abanico de jeringas que simulan o citan la sangre con el aura de la enfermedad y la epidemia. La fotografía es impactante, en tiempos en que el VIH/SIDA hacía estragos en las comunidades homosexuales en América Latina y el mundo. La fotografía se encuadra en un fondo negro que recorta a Lemebel con una luz saturada por la cámara. Una provocadora visualidad que ahí, en ese recorte, en esa imagen ya emblemática, fundaba una alianza estética para poner su escritura en escena, como si el solo hecho de exhibirla obligara al autor a convertirse en centro y figura para anunciar la performance a la que se acostumbrarían sus lectores. Un año antes, en Nueva York Lemebel se monta con la misma corona de jeringas caminando en tacos aguja para la conmemoración de Stonewall en pleno Manhattan, llevando consigo un cartel que señala escuetamente: «Chile devuelve el Sida» (1995). En esa ocasión la policía gringa le pide documentación pues el pánico de las jeringas, que ellos suponen «contaminadas», provocan nerviosismo mientras «lo vigilan o acompañan» en plena manifestación del orgullo gay. Lo detienen unas horas y Lemebel ya comienza a exhibir su desacato visual en sus singulares performances que, junto a su escritura, lo convertirán en un excepcional autor de la crónica latinoamericana. 

Durante la primera mitad de los años noventa, Chile vivía y padecía un complejo proceso de «ajuste democrático», luego que a finales de los ochenta la acumulación de fuerzas democráticas ya expresaba el cambio transformador en la protesta social contra la dictadura cívico-militar encabezada por Augusto Pinochet. En una manifestación de izquierda de la segunda mitad de los ochenta, Lemebel leía el «Manifiesto», provocando cierta novedosa incomodidad en los manifestantes de ese acto cultural, texto que se convertiría en su ars poetica:

No soy Pasolini pidiendo explicaciones 

No soy Ginsberg expulsado de Cuba

No soy un marica disfrazado de poeta

No necesito disfraz 

Aquí está mi cara 

Hablo por mi diferencia

Defiendo lo que soy

Y no soy tan raro «Manifiesto», fragmento 1986

Su manifiesto se transformó en la encarnación de su horizonte cultural crítico, que también incluía ese carnaval travesti y ceniciento de Las Yeguas del Apocalipsis. De alguna manera, el manifiesto fue la proa con que caminaron Lemebel y Pancho Casas; colectivo de arte homosexual que desordenó la escena cultural de ese tiempo, impregnando un fervor deseante y travesti, inédito en la tradición cultural de izquierda. Este pequeño recorte de época puede dar alguna pista de lo que comenzaba a significar la irrupción de la figura cultural de Lemebel en el Chile de mitad de los años ochenta y luego en la postdictadura.

La esquina es mi corazón es el primer libro de crónicas urbanas de Pedro Lemebel, publicado el año 1995 en la editorial Cuarto Propio, legendario proyecto cultural feminista que ya contaba con la energía crítica de las escrituras latinoamericanas, que incluía a escritoras, ensayistas y poetas como Diamela Eltit, Nelly Richard, Francine Massiello, Jean Franco y Carmen Berenguer, entre algunas. La esquina es mi corazón lo componen veinte crónicas y una de ellas da el título al libro. 

No es posible entender la crónica urbana en Lemebel sin pensar en su cultura radial, que expresa la fuerte dimensión oral de sus textos que leía ante grandes audiencias. Una parte importante de las crónicas publicadas pasaron por el registro de la radiofonía (Radio Tierra, “Cancionero”, 1995). Esa pista es una huella importante que diferencia a Lemebel de otros escritores chilenos

Oralidad y cultura popular

No es posible entender la crónica urbana en Lemebel sin pensar en su cultura radial, que expresa la fuerte dimensión oral de sus textos que leía ante grandes audiencias. Una parte importante de las crónicas publicadas pasaron por el registro de la radiofonía (Radio Tierra, Cancionero, 1995). Esa pista es una huella importante que diferencia a Lemebel de otros escritores chilenos. De alguna manera, la voz de Lemebel gira al habla popular como guiño que funda su escritura, quizás por eso la crónica es su género por excelencia, en la idea de «recoger la basura de la calle y hacerla brillar», dice desafiante en sus primeras entrevistas televisivas (Show de libros, 2002). Carlos Monsiváis, el gran cronista latinoamericano, para la reedición de La esquina es mi corazón (Seix Barral, 2004) enfatiza esa oralidad al filo de lo cursi, pero que provoca un efecto excesivo y barroco en su escritura. Tanto Monsiváis como Lemebel escriben sobre la cultura popular, el bolero, la calle, el discurso televisivo, los radioteatros, el cine de divas de antaño tanto latinoamericanas como del cine hollywoodense repleto de fragmentos amorosos. Hay una traducción homosexual de esa tragedia del amor imposible en muchos textos latinoamericanos, como es el caso de El beso de la mujer araña (Puig, 1985) o la única novela de Lemebel, Tengo miedo torero (2002). En ese camino cotidiano de la cultura masiva, Lemebel es capaz de reintroducir, desde la cultura popular, muchos registros de la memoria social contingente que funcionan como archivo de denuncia de la dictadura en la «transición democrática». La crónica le sirve para dibujar el paisaje de la calle y los nuevos activismos que la literatura chilena contemporánea miraba con desdén (feminismos, diversidad sexual, derechos humanos). Es decir, evidencia un mundo que fue negado, donde la violencia política, social, sexual, son pan de cada día. Hay en este conjunto de crónicas cierto énfasis donde Lemebel deposita sus pulsiones y estrategias narrativas. Durante el siglo XX en la literatura chilena la mayoría de los cronistas pertenecen a las clases altas, entre ellos, el más destacado es Joaquín Edwards Bello, que describirá la élite chilena, revisando los guiños y mañas sociales de clases acomodadas, siendo el acompañante privilegiado o el paseante cercano para retratar a diplomáticos, excéntricos nobles que no son nobles y, así, vislumbrar el arribismo flâneur de una chilenidad que requiere el aura de la distinción a inicios del siglo XX. Lemebel realiza en sus crónicas un camino inverso, pero más incisivo en la medida en que reconstruye la ciudad neoliberal desde el tráfico popular. Logra poner en interdicción el lenguaje más mediático de la dictadura chilena (la televisión abierta), todavía presente en la «transición democrática». La esquina es mi corazón es una lúcida y furiosa cartografía urbana del deseo homosexual, pero a diferencia de muchos otros escritores, Lemebel es capaz de ser el voyeur que tuerce el lugar de enunciación, es capaz de entender los flujos y habitarlos, pues él mismo los masticó con rabia. Genealógicamente, se une, se acerca, se aproxima y contamina con Genet y su lengua delictual o con Pasolini en su exceso sexual de denuncia política. En Latinoamérica tiene sus rutas fronterizas con Perlongher, Osvaldo Lamborghini y Severo Sarduy. En Chile se cruzará con la estética travesti de El lugar sin límites (1967) de José Donoso, y con el esteticismo del lenguaje del poder, en Frente a un hombre armado (1984) de Mauricio Wacquez. Con estos escritores comparte no solo el mundo retratado, además del paisaje homosexual latinoamericano, sino que más bien propone una militancia estética que sobrepasa el nicho para instalar una visión de mundo. Podríamos decir que Lemebel, aunque se lea como un escritor de minorías, freak y excesivo como señala Monsiváis, es finalmente un cronista capaz de visitar críticamente su tiempo como una forma de resistir al capital globalizado y al neoliberalismo salvaje que se instaló en Chile luego del golpe cívico/militar a Salvador Allende en 1973. El próximo año se conmemoran en Chile cincuenta años del golpe de Estado, y no existe ningún escritor que haya sido capaz de releer críticamente a la izquierda desde lo cultural, con la derrota fatal del socialismo y con esa resistencia que se fuga en lo cotidiano con insolencia y utopía (Manifiesto). Lemebel se seduce con la esquina de la pobla, del barrio pobre latinoamericano, favelas, villas miserias, desde la periferia de la ciudad segregada que facilita inocular su escritura urbana. Sabemos además que sus referencias son bastante callejeras, pero que pasan por un ágora crítica del feminismo latinoamericano de los años ochenta. Lemebel leerá a partir de una diversidad de campos de referencias. La esquina es mi corazón está repleta y facturada de giros críticos, pero sin citarlos. Hay un telón de fondo de lecturas desde el bolero, el cine, la cultura popular, feminismos, la crónica latinoamericana y la cultura homosexual, que conforman las coordenadas predilectas que se perciben en sus crónicas. 

La esquina es mi corazón reconstruye cierta heterotopía espacial, posa su mirada en cuarteles, baños turcos, la cárcel, discotecas porteñas, la periferia de la ciudad, masculinidades homoeróticas, las locas y su deambular. Se desplaza por aquellos espacios caracterizados desde un confinamiento identitario arraigado en la cultura urbana, peluquerías regidas por locas y el circo popular, que en Chile tiene una versión travesti. A diferencia de otras escrituras ya instaladas en las políticas globales de identidad sexual, Lemebel en su primer libro expone la intemperie donde actúa la violencia masculina urbana, evidenciando un closet inexistente para las locas. Sus personajes callejean la ciudad sin la ecuación público/privado, pues todo es público cuando no hay nada que proteger ni lugar donde acampar. En su crónica «La música y las luces nunca se apagaron», el cronista narra el incendio intencionado de una discoteca gay en el puerto de Valparaíso, evento fatídico que nunca se aclaró para la sociedad chilena y tampoco para los amigos, familias y cómplices de los afectados. «Como cualquier sábado que pica la calle por darse un reviente, un pequeño placer de baile, música y alcohol. Por si aparece un corazón fugitivo reflejado en los espejos de la disco gay. Cuando todavía es temprano para una noche porteña, pero el loquerío está que arde en la Divine, batiendo las caderas al son fatal de la Grace Jones (fragmento). La crónica es un monumental recorrido por esa noche del atentado. En su versión de performance radial, Lemebel leía el texto acompañado de la canción La vie in rose interpretada por Grace Jones como telón de fondo, el impacto que causaba a su audiencia era provocador, paródico, triste y de denuncia. Mezcla de paisajes del horror encendido por el fuego, el sexo, giros verbales del gueto, humo y calor imbricados. Una etnografía delirante de las locas en su última noche de disco. El tiempo de lectura del texto corre paralelo al tiempo y a las pausas de la canción de Grace Jones, diva indiscutible del mundo gay en los ochenta y pie de referencia para hablar de la fantasía arribista de soñarse en Saint-Tropez. Lemebel ajusta su lectura mientras se escucha a Grace Jones de fondo y las locas corren entre el andamiaje del fuego por sus vidas. Las ocasiones en que el autor realiza su lectura transforman su performance en una pequeña pieza de radioteatro que también expresa la devoción de Lemebel por la puesta al aire de su voz de cronista y su activismo cultural público. Una escritura sin closet, eternamente pública, que devela el oído del cronista recogiendo el paisaje despreciado de la calle para adornar hasta el éxtasis. 

¿Se puede ser escritor y militante? Pregunta Carlos Monsiváis pensando en la escritura lemebeliana y sus efectos políticos en el habla. «En el caso de Lemebel la respuesta viene del hecho prosístico: su militancia es indistinguible de la forma en que la expresa, no sólo es ‘comer rabia para no matar a todo el mundo». Monsiváis acierta al afirmar que la escritura de Lemebel no necesita declarar nada. Su oído callejero conoce ese mundo, pero «lo reinventa» con una atención excepcional. «Los parques de noche florecen en rocío de perlas solitarias, en lluvia de arroz que derraman los círculos de manuelas, como ecología pasional que circunda a la pareja. Masturbaciones colectivas reciclan en maniobras desesperadas los juegos de infancia; el tobogán, el columpio, el balancín, la escondida apenumbrada en cofradías de hombres, que, con el timón enhiesto, se aglutinan por la sumatoria de sus cartílagos. Así pene a mano, mano a mano y pene ajeno, forman una rueda que colectiviza el gesto negado en un carrusel de manoseos, en un ‘corre que te pillo’ de toqueteo y agarrón» (1995). La esquina es mi corazón funda una lengua popular con alevosía en la literatura chilena. Exhibe con quirúrgica insolencia el desplazamiento de su atento ojo de cronista urbano por la ciudad neoliberal. Una mixtura de giros, voces, señas, semióticas del borde y de la periferia que constituyen su sello. Su primer libro anunciaba el recorrido de veintisiete años de escritura hasta su muerte el año 2015, con una gran cantidad de textos que ya son parte del imaginario de la crónica urbana. Las crónicas iniciales de este primer libro pueden leerse como una hoja de ruta de las pulsiones más radicales que Lemebel nos propone en su despliegue cultural, una voz convertida en escritura que ha quedado pulsando en la esquina urbana de la ciudad latinoamericana.

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