Coordinado por Valerie Miles

Fotografía de Nina Subin, fotografía cedida por el autor y fotografía de Marco Senesi

VALERIE MILES

Ramón, como poeta y músico, en tu obra ensayística sondeas el pensamiento desde la perspectiva del lenguaje musical. También eres estudioso en las humanidades, como ahora Berta Ares, y dedicáis una parte importante de vuestro tiempo a analizar, describir y contextualizar la vida y la obra de artistas de otras épocas. La historia como espejo, la antigüedad como fuente, la modernidad como ¿consecuencia? ¿Hay retorno posible? Ramón, has aportado obras sobre Johann Sebastian Bach, Claudio Monteverdi, o más recientemente, Josquin des Prez. Berta, examinas desde la hermenéutica y el lenguaje la tradición hebrea en la obra de Joseph Roth. Exploramos ideas del tiempo, del paisaje tanto físico como mental en vuestras indagaciones en el arte y la historia. ¿Qué nos queda si el paraíso no existe?


BERTA ARES

Querido Ramón: ¿Cómo estás? He comenzado a leer tu último trabajo, que dedicas al compositor renacentista Josquin; un «príncipe de los músicos» que había caído en el olvido y ahora muchos conoceremos gracias a ti. Hace años que leo y sigo tu obra de cerca y advierto lo mucho que te dejas envolver por el paisaje de Elizondo desde que has regresado a tu Navarra natal, cómo este paisaje se ha incorporado a tu escritura. Te veo en la cubierta del libro, tras Josquin. Caminas entre piedras y charcas en un reconocer los pasos de lo que ha sido antes, sigues las huellas de quien ya ha transcurrido el camino. A una distancia cuyas cuestas y recodos, dices, son los siglos. Pero el tiempo no se disuelve, escribes, ya que es uno y el mismo siempre. Me ha venido a la mente, leyéndote, una carta que Carl Jakob Buckhardt escribe a Hugo von Hofmannsthal. En ella explica que el hombre clásico piensa espacialmente el tiempo. Pasado, presente, futuro contenidos en un gran espacio sobre cuya bóveda el espíritu humano se mueve, como un sol, en un círculo seguro y el tiempo se vive en una eternidad clásicamente ordenada. Luego está el hombre romántico, completamente a merced del tiempo, de su miedo, de su melancolía, de sus enfermizas esperanzas en el futuro y en un precipitarse siempre hacia adelante, siempre inclinado a dejarse llevar. Se lamenta, promete y toca la cuerda de la piedad sentimental. Este es el camino de Joseph Roth. Lo he seguido durante años. Aun lo hago. El camino de Roth es el desierto. No hay nada trazado. Toda huella es inmediatamente borrada. Para tener referencias hay que mirar arriba, al arco celeste, a partir de que sale la primera estrella y ya solo queda detener los pasos y montar la tienda. La noche y el desierto se convierten en espacios abiertos a la imaginación y a la facultad creadora a través de la palabra y el silencio. La palabra percute en el silencio y el silencio sostiene la narración. Cada noche es lo mismo y es diferente. Comencé a leer a Roth por el final, por La leyenda del santo bebedor. Me impactó. Al principio no me interesaba el autor, solo quería comprender qué tradición sostiene esa extrañeza que provoca el texto. Luego observé que es la tradición de aquellos que cruzan un desierto y a la vez anhelan esa eternidad ordenada y sosegada del clásico. Miro la cubierta de tu libro. Atardece y sin embargo llevas la cabeza tocada con un sombrero, supongo que en homenaje a Josquin y a su toca de viaje con la que siempre sale retratado. Te veo siguiéndole. Al fondo un árbol, ¿quizá una referencia a tu último libro de poesías? Dices que el tiempo es uno, y, sin embargo, fragmentas tu texto a modo de diario a partir del cual trazas un camino hecho de innumerables referencias. ¿Cómo comenzaste a trazarlo, a tientas, o algo te marcó el sendero?

RAMÓN ANDRÉS

Querida Berta: ¿Cómo estás? Es cierto lo que comentas. El haber pensado espacialmente el tiempo fue el modo, desde la Antigüedad, de situarnos, de reconocernos en un punto determinado, en un espacio y un tiempo finitos. Pero bien sabes que en el pensamiento antiguo no cabía la posibilidad de lo infinito. Descubrir que no hay un centro, que no sólo el geocentrismo, sino que el heliocentrismo es también una ilusión, descubrir que por lo tanto fluimos en el infinito, como defendió Bruno ya en el XVI, ha hecho que seamos una especie en continua búsqueda de hogar, si me lo permites decir así. Imploramos un lugar. Creo que fue, al menos en parte, lo que le ocurrió a Roth. Leyendo tu libro, he vuelto a percibir en él esa añoranza, incluso esa nostalgia del país en el que no se ha estado nunca. He de decirte que, por razones de mi biografía, mi vida se ha parecido a la del desplazado que va en busca de una casa. A saber dónde está. Por eso entiendo bien lo que dice Roth, lo que persigue. Qué oportuno es que menciones a Hofmannsthal, él sabía que los que van en pos de un hogar, los errantes sin remedio, son el telón de fondo de la memoria del mundo. No sé si viene a cuento, pero recuerdo un relato de Hofmannsthal en el que cuenta que en la biblioteca de un presidio los libros más consultados eran los de geografía… No creas, no es un atardecer el de la fotografía de la cubierta de mi libro, al contrario, eran las ocho menos cuarto de la mañana, en un caminito de Lekaroz, a dos kilómetros de mi casa. La luz era extraordinaria a esa hora, aunque en la cubierta se pierde. Y ya que hemos hablado de caminos, se me ocurrió emprender el de Josquin Desprez, ese gran compositor que, pese a no tener jamás un hogar (él tampoco), escribió una música arquitectónica, llena de resonancias y contrapuntos que nos albergan, que ofrecen un rincón para nuestra tregua.

Pero bien sabes que en el pensamiento antiguo no cabía la posibilidad de lo infinito. Descubrir que no hay un centro, que no sólo el geocentrismo, sino que el heliocentrismo es también una ilusión, descubrir que por lo tanto fluimos en el infinito, como defendió Bruno ya en el XVI, ha hecho que seamos una especie en continua búsqueda de hogar, si me lo permites decir así

BERTA ARES

¡Cuánta belleza somos capaces de crear para acompañar nuestra finitud! Tus palabras me llevan a una conversación que tuve hace años con el escritor de origen libanés Amin Maalouf. Hablábamos de una afirmación que encontré en su libro Los desorientados, decía algo así como que, a largo plazo, todos los hijos de Adán y Eva son niños perdidos. Yo entonces le preguntaba si esos hijos que hoy conformamos la humanidad no habremos creado relatos y mitos para suplir la falta de respuestas y también le preguntaba si comenzar por el paraíso (el Gan Eden o jardín del Edén) no fue quizá un error de partida de nuestra narración. Me dijo que no, que esa edad de oro es importante para el futuro, y que el sentido de futuro es precisamente recuperarla. Hay mucho de sabiduría mística en su respuesta, me parece ahora. Esa necesidad de desandar el camino para ir al comienzo, donde todo empezó. El comienzo como un lugar-tiempo ordenado. Escribió un sabio medieval, Nahmánides (rabino, talmudista, filósofo, médico, poeta, místico y cabalista) que sólo aquel que se adentre en la sabiduría de los antiguos beberá el vino puro. De ese vino bebe Roth, no solo absenta Pernod. En su trabajo descubro sedimentos de antiguas culturas: Egipto, Mesopotamia, Grecia clásica, están ahí. Culturas que crearon monumentos a la imaginación cuyas imágenes y figuras todavía nos interpelan. Tú también te has hecho con buenos odres de sabiduría, Ramón, has hecho numerosas incursiones a esas fuentes de saber. A veces, leyéndote, me pregunto si no tendrás también en tu biblioteca carpetas llenas de mapas del tesoro. Cada cruz, una fuente.

RAMÓN ANDRÉS

Buenos días, casi buenas tardes. Entiendo bien lo que dices, también lo que refiere Maalouf. Sin embargo, quizá yo viva menos convencido de las cosas, sobre todo acerca de lo que comentas del paraíso. Siento que todo lo que hemos fabulado es un conjuro contra la muerte, todo lo que hacemos, lo que proyectamos. La finitud es algo que el ser humano no resuelve ni puede resolver. La muerte es el núcleo del conflicto, es lo que nos lleva a fabular, a crear, a arrancarle al tiempo un poco de su devastación en cada poema, en cada composición, en cada obra de arte. Los ideales, la tecnología, los sueños y las utopías, las creencias, la necesidad de producción y de llenar la nada, son un descargo y una necesidad de refutar el final. Más que el entusiasmo, lo que mueve a la humanidad es el miedo, por eso somos tan violentos. Niños perdidos. Lo somos. Al menos yo me vivo así, y cuanto más aprendo más desasido estoy, más intempestivo en el devenir del mundo. Y, sin duda, no te equivocas cuando adviertes en Roth esa lejanísima herencia de las civilizaciones pasadas. Todo espiritual encarna una puesta al día del pasado, porque, lo decía Job: «Somos de ayer». Lo demás es una huida hacia adelante, una fuga que, en la escapada, ha dado pie a extraordinarias creaciones, es verdad, pero debemos saber que nunca nos llevará al paraíso.

BERTA ARES

Buenas tardes, después de haber alimentado a un batallón. Es sólo un adolescente, pero cuánta tierra sembrada y animales sacrificados para que un solo guerrero cumpla sus días.  «Muera el día en que nací», exclama el Job veterotestamentario. Qué gran respuesta a la pregunta sobre el mal y la injusticia. Una pregunta que ya se hicieron otros hombres y mujeres siglos atrás, entre el Éufrates y el Tigris, en ese Oriente hoy devastado y bombardeado. Job es, como Eva, Edipo y Yocasta, hijo del (re)conocimiento, de ese acontecimiento del juicio. De repente, saber. De repente, recordar lo que un día se supo o de repente dar sentido a lo que un día se supo. Cuando estoy ante una pieza artística o ensayística me gusta descubrir si lo que hay tras ella es el impulso de reconocimiento de ese semper dolens (sobre el que tú tanto has escrito), o del autoengaño. De alguna manera los dos son modos de expresar la tragedia, para mí. Yo me resisto a quedarme en el absurdo, querido Ramón, por eso admiro la rebeldía y la ironía, lo imprevisible, lo que nos aparta del camino trazado, busco la belleza, las flores del mal.

RAMÓN ANDRÉS

¿Qué tal estás? A tenor de lo que te he escrito puedo parecer un nihilista, alguien atenazado por la oscuridad irremediable. No, no, créeme, todo lo contrario, yo también estoy del lado de la rebeldía y de esas flores del mal que mencionas, si es necesario. Sólo quería decirte que trato de huir de todo atisbo de espejismo y de las construcciones ilusorias que nos hacen vivir como si nada ocurriera. Los paraísos, las grandes causas, las luces utópicas, no son para mí. Me gusta mirar a los ojos de la vida y pedirle que me mienta lo menos posible, y aunque sé que eso no es del todo real, por lo menos intento no esconderle mis dudas. Me doy cuenta de que he empleado mi existencia en desarticular el tiempo en la medida que me ha sido posible, y eso significa estar fuera de lugar, ser intempestivo, en el sentido que lo empleaba Nietzsche. Siempre cerca de Oriente en lo espiritual, no creo en casi nada, sólo en la humildad y en la inteligencia crítica, en la honestidad y la fuerza de saber vivir con pocas cosas. Berta, que no te aburran estos correos. Cualquier día hablamos de Roth y de su afición a la música.

BERTA ARES

Mi querido Ramón. Un amigo íntimo de Roth, para hacerle rabiar, le dijo, poco tiempo antes de su colapso y mientras escuchaban juntos música klezmer, que las canciones tristes siempre hacen llorar a los malos de corazón. Ya ves. A mí también, a veces, la música me provoca el llanto. ¿Has escuchado la canción de Menuchim, la pieza que el compositor austriaco Eric Zeisl dedica a su libro Job. Historia de un hombre sencillo? Tu trabajo Filosofía y consuelo de la música me hizo comprender el final redentor del relato por el cual el alma torturada de Mendel Singer, el piadoso protagonista, se entrega al alma elevada y musical de su hijo, el otrora tullido Menuchim. La salvación a través de la música humilde y espiritual del shtetl, del klezmer. La música, sostienes en este libro que de ninguna manera puede ser obra de un nihilista, es un modo de enraizarse en el pasado, es el medio de rememoración de lo que no debe desaparecer. Ahí comprendí. Ese amigo, diré ahora su nombre, Morgenstern, había ayudado a Roth a interpretar una alabanza cantada titulada A dudele far Got: «Señor del Universo. Cantaré una canción para ti. ¿Dónde te encontraré? ¿Dónde no te encontraré? ¿Dónde puedo encontrarte? ¿Dónde no puedo encontrarte? Tú». Esa tenacidad de diálogo con su dios y el énfasis místico del canto oriental son consuelo para Roth poco antes de morir. La pieza lleva en su nombre la palabra dudele en un doble sentido, en parte en referencia al tuteo con su dios, pero también para referirse a la dudka o flauta de origen ucraniano que se empleaba para el klezmer. Ya ves, la música para tutearse con la divinidad. Vuelvo a tu libro dedicado a Josquin: cantar, escribes, es en cierto modo conceder que tuvimos un paisaje, una región que, sin darnos cuenta, hemos perdido. Cuántos itinerarios posibles me abres con este pensamiento si lo pongo en relación con el dudele cantado que escucha Roth, una y otra vez, el día de su colapso. Pero cambio de tercio, en una parte de tu libro le preguntas al maestro: ¿qué hay más allá de la música? Y él: —Mundo e impaciencia. Querido Ramón, me haces pensar que la música no necesita argumentos para darnos consuelo. Es fuente de redención y salvación. Me pregunto de qué está hecha.

Pero cambio de tercio, en una parte de tu libro le preguntas al maestro: ¿qué hay más allá de la música? Y él: —Mundo e impaciencia. Querido Ramón, me haces pensar que la música no necesita argumentos para darnos consuelo. Es fuente de redención y salvación. Me pregunto de qué está hecha

RAMÓN ANDRÉS

Buenas noches. La música ¿de qué está hecha?, me preguntas. En el libro de Josquin digo que la música es una forma de ser del aire, y es verdad. Es su medio, su materia prima también. Soplo, aliento, pneuma. Desmiente casi todo lo que hacemos y pensamos, impulsados, sin darnos cuenta, por el determinismo. Pero ella lo rebate, va más allá, se anticipa al error, lo revierte, nos salva de lo que creíamos irremediable. Es el arte más poderoso, el más rápido en incidir en nuestro interior. Un primer compás, según su carácter, puede elevarnos o, por el contrario, recluirnos en la melancolía. Qué sería de nosotros si no tuviéramos la posibilidad de cantar. La música demuestra el origen aéreo de las cosas. Lo suplantamos todo con el lenguaje, pero ella dice la existencia y la realidad de otro modo, sin determinar, sin apresar como lo hace la palabra. Y es un alegato contra el tiempo, porque lo centra todo en el instante, y ese instante tiene a menudo visos de eternidad, tal como la pensaba Hölderlin, que quiso ser músico. Que un motete de Josquin Desprez y un cuarteto de György Ligeti formen parte de un único flujo temporal y trabajen con la misma materia, resulta extraordinario. Por otra parte, hay que decir que la metafísica, hoy rechazada por la filosofía, todavía encuentra muchos argumentos en la música. Eso debería hacernos pensar. En fin, podríamos hablar mucho sobre este asunto, tan grato. Querida Berta, buenas noches.

Muxus+besiños

BERTA ARES

Querido y admirado Ramón: Muy buenos días. ¿Cómo estás? ¿Cómo amanece el día en Elizondo? Después de leer varias veces tu último mensaje, después de leer de arriba abajo nuestra correspondencia, no sé qué escribir, Ramón. Escribo y borro, así muchas veces, porque después de tus últimas palabras qué puedo decir yo. Ya sólo quiero seguir leyendo tu Josquin y escuchar su música. Llega el momento también de despedirse. Por mi parte, lo haré trayendo a esta correspondencia a nuestra querida Hélène Cixous. Estos días estoy trabajando en la crónica de su magnífica intervención junto con Marta Segarra durante Los Encuentros de Pamplona, que los dos tuvimos la suerte de vivenciar. Su conferencia se tituló «Éxodos». Habló del éxodo como liberación, escape, fuga guiada. Mientras que el exilio es algo con lo que no nos podemos reconciliar, es expulsión, implica trauma. Luego recordó los enormes incendios del verano 2022 en el sur de Francia y cómo algunos vecinos y vecinas debieron abandonar sus casas en quince minutos. En sólo quince minutos debían pensar qué salvar, qué llevarse; todo lo demás quedaría atrás, arrasado por el fuego. Hablaba Cixous de los grandes movimientos a lo largo de toda la historia de una humanidad en errancia. De cómo ella, al verse impelida a abandonar su casa por ese incendio (un exilo urgente que hoy llamamos evacuación; también los ucranianos han sido evacuados de algunas de sus ciudades y poblaciones) salva a sus dos gatos y se lleva una pequeña mochila. Para ella, partir es una manera de nacer. Siempre «partimos de» y por tanto ese lugar del que partimos no nos abandona nunca; y a la vez siempre «partimos hacia», hacia otra vida, hacia otra forma, hacia otro nacimiento. Somos, por tanto, polinativos, polinacientes. La partida como forma de pluralidad. Hablabas de la metafísica y de su estrecha relación, si no dependencia, con la música. Yo aún me aferro a la filosofía de la natalidad que Hannah Arendt trae a nuestro presente, pero que ya encuentra raíces en Agustín y también en el famoso rabino Rashi (siglo XI). Me aferro a la palabra y a su infinita interpretación. La natalidad insiste en una visión de lo porvenir como producción siempre imprevista de lo nuevo, también de nuevos significados. Cada nacimiento como acontecimiento altamente aleatorio, abierto a un porvenir radicalmente imprevisible. Ahí radicaría una marca radical de infinitud. Créeme, no lo entiendo como una utopía sino como acto de piedad. Querido Ramón. ¿Qué salvarías tú, qué te llevarías?

Besiños + muxus

PS. Es de madrugada. Escribo mientras escucho música de Josquin. Este mochuelo se va a su olivo, deseando leer mañana tu última respuesta a esta correspondencia. Laila tov! Bona nit! Boas noites!

RAMÓN ANDRÉS

¿Cómo estás? Ya vamos terminando estas cartas, escritas a bocajarro, como te he dicho. Es verdad, no somos solo de un lugar. En cualquier caso descendemos, como dice Bachelard, de los que no han tocado tierra. Siempre he pensado que somos las semillas celestes de las que hablaba Lucrecio, y eso me tranquiliza. Siento menos responsabilidad. Me entiendo mejor con el aire que con el barro. Y me preguntas: ¿qué me llevaría? Salvo a mi podenca, seguramente nada. Manos en los bolsillos. Hace años te hubiera dicho: «tal libro, tal música…». La edad te lleva a asimilarlo todo, quiero decir, que todo lo aprendido va para siempre con uno. Soltar lastre me ayuda a respirar mejor. Y en cuanto a lo que dice Cixous acerca del exilio es verdad. No sé si recuerdas en el Éxodo que, desanimados, los músicos dejan de tocar y cuelgan los instrumentos en las ramas de los árboles. Eso significa la mayor rendición, renunciar al canto. También me preguntas cómo ha amanecido Elizondo: muy frío, estaba todo mojado a causa del relente, un cielo gris con un sol muy tibio, otoño puro.


Valerie Miles. Nacida en Estados Unidos y radicada en Barcelona, Valerie Miles es escritora, editora, y traductora. Dirige Granta en español desde 2003 y fundó la colección de clásicos contemporáneos en español de The New York Review of Books durante su periodo como subdirectora de Alfaguara. Es colaboradora de The New Yorker, The New York Times, El PaísThe Paris Review, y Fellow del Fondo Nacional de las Artes de Estados Unidos, por su traducción de Crematorio de Rafael Chirbes. Fue comisaria de la exposición Archivo Bolaño, 1977-2003, con el equipo del CCCB de Barcelona, fruto de una larga investigación en los archivos privados del escritor. Su primer libro, Mil bosques en una bellota, fue publicado con el título A Thousand Forests in One Acorn en inglés. 

Ramón Andrés. Ramón Andrés (Pamplona, 1955) es ensayista, poeta y estudioso de la música. Ha publicado numerosos libros y ha sido galardonado con el Premio Príncipe de Viana de la Cultura (2015), el Premio Nacional de la Crítica por el libro de poemas Los árboles que nos quedan (2020), y el Premio Nacional de Ensayo por Filosofía y consuelo de la música (2021). En 2005 obtuvo el Premio Ciudad de Barcelona por Johann Sebastian Bach. Los días, las ideas y los libros, y en 1994 el Premio Hiperión-Ciudad de Córdoba por el poemario La línea de las cosas.

Berta Ares. Periodista e investigadora cultural. Premio Extraordinario de Doctorado UPF en Humanidades. Autora del libro “La leyenda del santo bebedor”, legado y testamento de Josep Roth (Acantilado, 2022). Colabora en diversos medios como Jot DownLetras LibresMercurioRevista de Letras, El Cultural, El País Canal Europa, y con instituciones públicas y privadas del ámbito de la cultura. 

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