Un espesor semejante parece tener la memoria que se deja filtrar en la escritura de Esther Ramón, de manera más evidente en libros como Grisú (2009) o Reses (2008). En su caso, se trasluce asimismo una memoria de las cosas, de la propia materia, evocación que puede hacer pensar en ecos valentianos, pero que se plantean desde una poética inequívocamente original. La escritura de Ramón revela una pertinaz fidelidad terrestre, un empeño tenaz en no renunciar a la inmanencia del mundo y del lenguaje, que parece condición necesaria para elevar el vuelo. Así, al menos podría leerse su título más reciente, En flecha (2017). Las resonancias míticas que encontramos en poetas como Ramón, Mestre o Curieses nos recuerdan que en ocasiones la forma más eficaz de combatir la sugestión del mito y su violencia tal vez consista en emplear sus propias armas, sin desdeñar la importancia de la imaginación y sus mundos posibles, ya descubran éstos el horror latente en lo cotidiano o el débil rastro de una esperanza.

De cualquier modo, la crítica del presente no parece separable de la crítica del lenguaje, de un estado especialmente alerta ante sus trampas y sus inercias, una precaución que se observa asimismo en la obra del ya citado Méndez Rubio. Si a menudo se reprocha a la poesía su falta de transparencia, como si la comunicación fuera ya algo disponible sin más, sin ruido y sin coacciones, este autor despliega lo que podríamos denominar una poética de resistencia, en la que (como sugiere Celan en su célebre poema sobre Hölderlin) sólo queda partir del balbuceo, del ser consciente de que no se sabe hablar, en un gesto que pone entre paréntesis el lenguaje para abrir una fragilísima posibilidad de utopía, posibilidad que nace como el rechazo a callarse pero también a pronunciarse demasiado pronto: «Anochece. / Rosas, alambres / por abrasarse aún. / Se aprende —cómo no— a / tener / que / hablar» (2015, 148).

Cartografiar un lugar que no existe parece ser, en suma, la vocación ciertamente sospechosa de quien intenta señalar algunas rutas posibles en la poesía española contemporánea. Unas veces desde una visibilidad ocasional y siempre amenazada, otras de manera casi subterránea o clandestina, la escritura poética explora esa misma dificultad de ubicación. Se trata de una perplejidad que, aunque pareciera a menudo poner en cuestión su misma razón de ser, supone en sí misma un cuestionamiento de ese afán por marcar territorios cerrados y trazar unas señas estables de identidad que, sorprendentemente, después de tantas proclamas posmodernas, se está convirtiendo en un signo de los tiempos. En efecto (¡quién lo hubiera pensado!), las identidades reclaman sus derechos, aunque sea bajo formas «líquidas» como las pautas de consumo o las rutas, sólo en apariencia borrosas, que se trazan día a día en las redes sociales y otros espacios que prometen una ilusoria democracia digital. Si hay un lugar para la poesía hoy es el de la periferia. Pero quizá sea necesario insistir en esas afueras como puesta entre paréntesis de un «dentro» que, tanto en el nivel macropolítico como en el de esa paradójica intimidad pública de nuestros días, amenaza con cerrarse cada vez más sobre sí mismo. Quizá, por ello, haya que insistir con Jorge Riechmann en la necesidad de oponerse a toda «clausura del sentido» (17) desde una poesía con vocación de «interrogación infinita del mundo entre lo edificado y lo compartido» (ibídem). Ese imperativo de no cerrar las puertas resulta, como poco, incómodo. Y, sin embargo, la poesía, si algo nos enseña, es a soportar la intemperie. Si queda algún rastro de la lengua sagrada (ésa que nos permite hablar con lo otro, con lo no-humano, también con lo ya-no-humano, es decir, con los muertos) difícilmente puede hallarse hoy en otro lado que en ciertos territorios del arte o de la lírica. Pero es una lengua que no permite certezas, que tan sólo convoca dioses efímeros. «Escribir es defender la soledad en que se está», señala María Zambrano (2016, 444). Una experiencia de la soledad que, como la del silencio, resulta cada vez más difícil de tolerar y que es el único espacio posible de la palabra poética.

 

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BIBLIOGRAFÍA

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· Riechmann, Jorge (2006). Resistencia de materiales. Ensayos sobre el mundo y la poesía y el mundo (1998-2004), Barcelona: Montesinos.

· Rodríguez-Gaona, Martín (2018). «Internet y la crisis de la ciudad letrada», Cuadernos Hispanoamericanos, 822, diciembre, 102-109.

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· Valente, José Ángel (2006). Obras completas I. Poesía y prosa, Barcelona: Galaxia Gutenberg.

· Zambrano, María (2016). Obras completas II, Barcelona: Galaxia Gutenberg.

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