«Aspiro a que cada texto hable interminablemente con un número limitado de palabras»Por Carmen de Eusebio

© Lisbeth Salas

 

Yuri Herrera (Actopan, México, 1970) es escritor, editor y profesor en la Universidad de Tulane (Nueva Orleans). Ha escrito ensayo, cuentos, literatura infantil y narrativa. Trabajos del reino (2003), su primera novela, fue galardonada con el premio Binancional de Novela Border of Words (2003) y el premio «Otras Voces, Otros Ámbitos» a la mejor novela en castellano de ese año. A ésta le han seguido, Señales que precederán el fin del mundo (2009); La transmigración de los cuerpos (2013); El incendio de la mina El Bordo (no ficción, 2018) y Diez Planetas (cuentos, 2019). Todas ellas publicadas en Periférica. Su obra novelística se ha traducido a diez idiomas y fue reconocida en Alemania con el premio Anna-Seghers en el 2016.

 

 

Diez planetas es un libro de ciencia ficción muy distinto de los que ha publicado anteriormente. ¿Cuál es su idea en la narrativa con el estatuto de la ficción?

Diría que es distinto a como han sido leídos, pero la ciencia ficción ha sido una de mis influencias más importantes desde que comencé a escribir. Hay algo que he tratado de aprender del género que creo que puede hallarse en los otros libros: el extrañamiento frente al mundo, concebir al lenguaje, aun cuando sea el mismo que han usado generaciones anteriores, como la herramienta para crear objetos nuevos para el lector; la idea de que cada personaje es tan extraordinario como un marciano, que cada situación precisa su propio planeta, y que cada amanecer debe ser visto con la fascinación con la que contemplamos las estrellas.

 

Aunque son cuentos donde los personajes son inverosímiles y los lugares que habitan son ajenos a la realidad, no nos distraen los temas, que son los que explora en anteriores obras suyas. ¿Cómo trabaja con esos dos planos en principio tan distantes?

Yo espero que sí sean verosímiles, no tienen que ser creíbles para ser verosímiles; justamente la verosimilitud no tiene que ver con que un hecho o un personaje sean probables, sino con la consistencia del mundo en el que se encuentran. Supongo que ése es el camino, encontrar maneras de que cada plano sea efectivamente una necesidad para la historia, para la sensibilidad de los personajes, para el escenario. Historia, escenario, personajes, todas estas son cosas que diferenciamos artificialmente, pero que si suceden simultáneamente en el texto la ficción es verosímil.

 

En Trabajos del reino el protagonista es un cantante de corridos que encuentra la posibilidad de una existencia más digna sirviendo al jefe del narco (el «Rey»), convirtiéndose en artista. Makina es la protagonista de Señales que precederán al fin del mundo, ella sale de su pueblo para buscar a su hermano, «El Terrícola» o «Los Objetos», y otros relatos de Diez Planetas se mueven en el mismo terreno de misterio, soledad, marginalidad, pero vistos desde enfoques distintos. ¿Podríamos acercarnos a su ficción entendiéndola como metáfora?

Prefiero no proveer de instructivos para leer mis cuentos o novelas. Los textos pueden ser una metáfora de algo, son siempre una metonimia, pero, sobre todo, son en sí mismos algo que no está terminado y que no admite una interpretación mecánica. Aspiro a que cada texto hable interminablemente con un número limitado de palabras, de manera no pragmática. Decir que algo es una metáfora de otra cosa específica y sólo eso, es una manera de limitar sus sentidos. Por lo demás, sí, a veces las historias son leídas naturalmente como metáforas, porque su punto de referencia son los elementos históricos con los que se componen las historias ficcionales.

 

El humor es una herramienta complicada de usar y en este libro fluye sutilmente ¿Cómo de difícil resulta trabajar con el humor sin caer en la frivolidad y debilitar la trama?

Bueno, yo creo que se puede caer en la frivolidad desde cualquier lugar. Estamos inundados de libros, series y películas que se ocupan con una frivolidad insultante de la violencia, por ejemplo. No creo que el humor sea más susceptible de caer en ello. Es tan molesto un mal chiste como una escena erótica impostada o un diálogo melodramático trillado. Para mí algo importante a la hora de estar escribiendo en cualquiera de estos registros es estar consciente de cómo se ha hecho antes y no caer en una repetición vulgar. La dificultad específica del humor es que éste es, en primer lugar, una manifestación de escepticismo frente a la manera en que entendemos las reglas, el lenguaje, nuestras emociones; es un ejercicio de crítica y es un juego que pone en tela de juicio cómo entendemos eso que llaman normalidad (social, lingüística, sexual, etcétera). En ese sentido, de lo que se trata es de no sólo mirar críticamente eso de lo que nos estamos burlando o con lo que estamos jugando, sino de hacer esa investigación en nosotros mismos, averiguar qué solemnidades nos habitan y utilizarlas como materia para el juego.

 

Algunos personajes aparecen en varias ocasiones, el desarrollo en el tiempo y el espacio nos hacen pensar que los ha pensado unitariamente. ¿Pensó en algún momento en hacer un relato unitario?

Sí, pero no una novela, sino ubicar las historias en tres grandes eras, por llamarlas de algún modo: el abandono del hogar, la exploración del universo, la adaptación al nuevo hogar. Aunque, de manera general, diría que esos tres grandes espacios temporales siguen ahí (y hay personajes que aparecen en más de uno, justamente porque es lo que permite este género, jugar con cómo se suceden los hechos en el tiempo), hay otros que no tienen nada que ver con esa idea original; o quizá sí, como una manera de subrayar todo eso que sucede sin nuestro concurso.

 

El lenguaje que utiliza en sus libros es un logro muy reseñado y elogiado por la crítica. Imagino que como lector también lo es de ciertos autores para los que el lenguaje no es algo dado sino un desafío sin lo cual no hay historia. ¿Puede hablarnos de su relación con el lenguaje literario?

Justamente ése es para mí el punto de partida, que el lenguaje no está ahí como algo terminado, sino que está fluyendo permanentemente, con frecuencia empujado por la literatura, que, por un lado, está insertada en cierta tradición (consciente o no, es un diálogo inevitable, a veces de manera reverencial, a veces a los gritos y escupitajos, pero inevitable); y, por otro, está respondiendo al azoro de que todo está sucediendo por primera vez en la historia; encontrar esa manera nueva de hablar (y las claves de esas maneras nuevas a veces están en el pasado remoto) es la dificultad y el gozo de la escritura.

 

Se desprende de la lectura de sus libros un gran respeto hacia el lector al no tratar de explicarse ni desvelar el significado de algunas palabras. La pregunta más tópica no es menos real: ¿hay un lector al que usted se dirige?

No, no tengo un lector específico al cual me dirija; es decir, a veces, a la hora de escribir algunos pasajes, sí me imagino que estoy conversando con algún amigo con quien he hablado sobre el tema, pero eso se desvanece rápido dentro del ritmo propio del relato. Es ahí, en su consistencia interna, donde se crea un narrador implícito que se corresponde con el texto, que es parte del texto porque de algún modo lo organiza, es su horizonte de inteligibilidad, pero no es una persona que exista fuera de él. Dicho esto, algo que siempre tengo claro es que ésa es sólo la primera vida del texto, que una vez que éste llega a los lectores se convierte en algo distinto con cada cerebro con el que tiene contacto. Los libros son objetos ergonómicos, se transforman con cada lector de la misma manera en que nadie lee un libro de la misma manera.

 

El realismo ha desdeñado la literatura fantástica, de ciencia ficción, desplazándola a un único lugar, el del entretenimiento. Sin embargo, se les pasó por alto el gran valor de la imaginación. ¿Qué significa para usted testimoniar e imaginar?

Yo no creo que testimonio e imaginación puedan separarse tajantemente. La representación de la realidad no es algo que suceda de manera natural, o como una simple transcripción del mundo de los sentidos, que es la afirmación ingenua o perezosa de algunos que se autodenominan realistas. Frecuentemente la escritura «realista» hace pasar como objetividad o, peor, autenticidad, hablar del mundo en términos que han sido canonizados como «confiables» en textos previos, es decir, asume que hay una manera legítima de hablar de la realidad, y que lo que se desvía de eso es subjetivo, como si la subjetividad no fuera parte de nuestra experiencia del mundo, como si no tuviéramos siempre una relación emotiva con los hechos del mundo. El testimonio requiere imaginación en el sentido de que es necesario generar constantemente maneras más precisas de hablar de lo que nos acontece. Y la escritura que presume de estar basada en la imaginación toma como punto de partida los elementos históricos del momento y lleva esos elementos a su extremo para construir un mundo que parece ajeno pero que se deriva del nuestro.

 

Estamos asistiendo a cambios muy profundos en las últimas décadas, entre otros, la destrucción de la naturaleza, que cada vez es más incuestionable, el éxodo de millones de personas y la reciente aparición de un nuevo virus (COVID-19). Todo esto nos hacer sentir que vivimos entre dos mundos, uno que se extingue y otro que aún no acertamos a vislumbrar. Un tiempo donde lo inimaginable se hace realidad. Ursula K. Le Guin, en el discurso que dio cuando recogió el National Book Award, en 2014, dijo: «Para los tiempos que vienen, necesitaremos realistas de otra realidad, creadores que puedan pensar en nuevos futuros». ¿Qué nuevos puntos de vistas nos puede aportar la ciencia ficción? ¿La imaginación se puede ejercitar o es algo que se tiene?

La imaginación es una facultad innata pero que tiene que cultivarse, se le debe dar volumen, espacio para dilatarse. Siempre habrá poderes fácticos que quieran hacer creer que lo sensato y seguro es aceptar una sola manera de entender la vida: monarcas, militares, un partido u otro, «los mercados». Por eso, parecería que para muchos es más fácil aceptar la destrucción total que la transformación del mundo. Ésa es una de las razones por las que la literatura es importante, porque apuesta a que es posible imaginar otras maneras de relacionarnos, otras victorias. La literatura no da soluciones, pero sí ayuda a ejercitar el órgano que imagina nuevas soluciones.

 

¿Cree que el género está bien representado en la actualidad? ¿Nos podría decir algunas de sus lecturas?

No podría hablar del estado del género en todas partes, pero en México están sucediendo cosas muy interesantes. Por ejemplo, la escritora y editora Libia Brenda ha editado dos antologías de ciencia ficción reciente que me parece que se convertirán en puntos de referencia del canon literario mexicano (y ya planea, junto con otras compañeras, hacer una antología de ciencia ficción escrita por mujeres desde hace décadas hasta el día de hoy). No estoy al tanto de las novedades del género; sí leí la trilogía de Liu Cixin, El problema de los tres cuerpos, una obra ambiciosísima y brillante (aunque derrape en algunos momentos, cuando se pone a hablar, así sea tangencialmente, de cosas de las que es obvio que no sabe nada, como América Latina). Y he aprovechado para releer libros que fueron muy importantes para mí en otra época pero que siento que no leí con la atención suficiente; de entre la lista están los Cuentos completos de Inés Arredondo y Palinuro de México, de Fernando del Paso. Si tuviera acceso a una biblioteca en este momento, me gustaría volver a leer El sol desnudo, de Isaac Asimov, que, entre otras cosas, es sobre una época en la que los seres humanos ya no soportan estar cerca unos de otros y sólo se comunican a través de pantallas; recuerdo haberla leído en una edición de editorial Progreso, no sé si todavía se encuentre.

 

Normalmente termino las entrevistas con una pregunta que nos dé una pista de cuándo y con quién empezó el camino de escritor. ¿Cómo fue ese momento en el que decidió ser escritor y quiénes han sido sus maestros?

No sabría decir cuál fue el momento exacto, porque la manera en que me cuento las cosas es que desde que aprendí a leer y escribir descubrí que quería seguir haciéndolo siempre que pudiera; aún tengo algunos cuentos de cuando era niño. Y maestros nunca me faltaron: mi tío Polo, que vivía con nosotros, un sabio autodidacta; mi abuela Nina, partera, enfermera, trabajadora social y que leía un libro tras otro; en general, en mi familia los libros siempre fueron un bien codiciado. Después, cuando ya tenía claro que, me ganara la vida de lo que me la ganara, a esto me iba a dedicar, tuve la suerte de cruzarme con gente que llevaba mucho tiempo haciéndolo y haciéndolo muy bien, Elena Poniatowska, Luis Arturo Ramos.

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