Coordinado por Valerie Miles

@Nina Subin, @Gonzalo Donoso y @Juan Renau

VALERIE MILES

Queridas Alejandra y Camila, 

Os invito a sondear en esta correspondencia, entre otras cosas, el cruce entre la dramaturgia y la narrativa. Alejandra, has escrito crítica y obra teatral, y algunos de tus textos han sido adaptados. Y tu viaje, Camila, ha sido a la inversa: comenzaste tu trayectoria como actriz y directora de teatro. ¿Qué impresión te ha causado, Alejandra, ver tu obra traducida a la representación escénica, cobrando tres dimensiones? ¿Produce un extrañamiento cuando otras personas interpretan y median en lo que has escrito, y lo convierten así en una forma de arte colaborativo? Camila, has ido del arte escénico y la colaboración a una forma en solitario, como la narrativa. ¿También produce extrañamiento? Exploramos, salgamos a pasear por dos países en transformación, Argentina y Chile, a ver qué correspondencias nos salen al paso.


Me gusta eso que decís al respecto de la puesta teatral o de la dramaturgia, ese hablar en el volumen del día a día. Es cierto que el teatro tiene ese aderezo: el sonido del presente. El trabajo de la dramaturgia parecería ser llegar a tal escucha diaria, a tal sensibilidad con el sonido que nos rodea, que podamos reproducirla en diálogos ficticios

ALEJANDRA COSTAMAGNA

En esta primera exploración aparecen las palabras «comienzos», «extrañamiento», «viajes» o «colaboración», y no puedo domar del todo los pensamientos que brotan en mi cabeza con esos términos. Vengo llegando de mi primer viaje a Valparaíso desde 2019. Ayer, cuando vi el mar por primera vez, me pareció tan brillante, tan recién hecho. Los surcos de los cerros al fondo, la luz de la primavera colándose entre las nubes, los adoquines de un gris tormenta. Arre, hermosa vida, habría dicho Hebe Uhart. Se ha movido tanto el piso a este lado de la cordillera con la revuelta social primero, con la pandemia después y con el proceso constituyente ahora (producto del estallido) que hay una sensación de extrañamiento constante. Y también de comienzo. Y de colaboración en ese proceso de escribir el libro que dictará nuevas formas de convivencia para todes. Estamos en un momento de redefiniciones; la forma de escribir, de leer, de hacer arte, de ser espectador o productor o curador han cambiado radicalmente. Disculpen que me vaya por las ramas, pero la escritura es eso también: desviarse, desbordarse, estar siempre un poquito en la frontera. 

El cuento, la novela, la crónica o la crítica teatral son espacios distintos, pero en todos está presente el deseo de hablar en el volumen del día a día, con el ojo atento en el detalle y en la recolección de retazos o restos que escapan a la noción del conflicto central como eje. Al teatro lo visito con más distancia, lo que me da ciertas libertades de observadora no protagónica. Cuando he visto obras escritas por mí, o adaptaciones de mis cuentos, me sitúo del lado del espectador y no busco reconocerme ahí. En el teatro la palabra es un elemento más que se une al movimiento, al sonido, a la iluminación, a la gestualidad: a la puesta en escena completa. Tal como volver a ver el mar, recién hace unas pocas semanas volví a ver teatro en vivo. Y fue remecedora la experiencia de sentir otra vez esa espontaneidad de lo efímero. Fue como balbucear una lengua olvidada.

CAMILA FABBRI

Qué lindo conocerte así, en esta correspondencia que nos fue encomendada y que de repente empezamos a naturalizar como viejas conocidas que necesitan hablarse. ¡Bienvenida esta vecindad de la carta y del apellido italiano! Tantas frases cortas y punzantes habré disparado en cartas y correos, cosas que sabía, que ni siquiera sabía que sabía. Como los animales, que saben –es un hecho– pero no saben que saben tanto.

Me gusta eso que decís al respecto de la puesta teatral o de la dramaturgia, ese hablar en el volumen del día a día. Es cierto que el teatro tiene ese aderezo: el sonido del presente. El trabajo de la dramaturgia parecería ser llegar a tal escucha diaria, a tal sensibilidad con el sonido que nos rodea, que podamos reproducirla en diálogos ficticios. Fingir que nuestros personajes hablan. Fingir que hay motivos que los mueven. Hacer que el vocabulario más ordinario y vacío esté conteniendo un mundo. En la escritura teatral, sobre todas las escrituras tal vez, lo que prevalece es el oído. La pesquisa está en lograr reproducir con total fidelidad la falla de lo coloquial, lo que está al margen. Construir ese diálogo diario tan ausente de pensamiento o arquitectura. En eso, que parecería un exceso de curiosidad o de espionaje callejero, a veces me encuentro yo. En los transportes públicos, en los locales de comidas, en las casas de amigos o familiares, el trabajo está en mantener el oído en lo alto. Eso que dicen todos esos extraños o extrañas que nos rodean, toda esa gente que pasa al lado nuestro y que no veremos nunca más, lanza frases al cosmos de maneras misteriosas. Esa forma que tienen de decir o de callar, con eso, creo yo, es que se escribe el teatro. De eso está hecha la dramaturgia. Eso que nombraste tan precisamente vos: el volumen del día a día, la captura del presente, the day´s catch.

Qué lindo saber que volviste al mar y que el mar seguía ahí. Mi última playa fue el verano pasado. Hace años que no entro al mar, siempre está tan fría la costa argentina. Parecería decir: mirame y no me toques. Y yo le hago caso. Pero me siento en una reposera y miro, miro mucho la frontera, como si esperara que de repente algo se irguiera ahí, un monstruo de tres cabezas, no sé, pero algo. Yo creo que ahí estamos escribiendo también. Cuando miramos fijo y simplemente dejamos que algo se desborde, como bien decías sobre la escritura, ese estar siempre un poquito en la frontera. También me fui por las ramas y creo que fui inconexa, ayer cumplí treinta y dos años y todavía no sé cómo se hace eso.

ALEJANDRA COSTAMAGNA

Feliz cumpleaños, querida Camila. Te digo «feliz cumpleaños» y «querida Camila» y es extraño porque a pesar de que nunca hemos hablado ni nos hemos visto ni hemos intercambiado correos, haberme sumergido en tus cuentos este fin de semana me hace experimentar una especie de familiaridad, algo que me acerca y me golpea y me atrapa y me envuelve en su vértigo y en su monstruosidad doméstica y en su sintaxis alterada y en sus palabras como cuchillitos filosos. Ese oído en alto del que hablas se respira todo el rato en lo que escribes. Tú dices que prevalece más en la dramaturgia, pero acá también está. Y aparece en convivencia con lo torcido, lo anómalo, lo levemente chiflado. Una nuca que es «pura tormenta eléctrica», la expresión de seriedad de alguien que es «como si le hubieran pisoteado la cara pero con cariño», la mujer que se vuelve espalda infinita. 

Cuando venía de vuelta de Valparaíso pensaba que en cualquier momento se me atravesaría un engendro por la carretera y yo lo recogería y lo metería entre mis ropas y esperaría hasta el fin de semana para ir donde mi madre y desparramarlo dentro de una fuente de comida. Mi madre, a la que nunca hice abuela, yo que nunca fui madre. Se me ocurre que algunos de tus personajes podrían ser parientes o amigos o habitar un mundo vecino al de los míos. Pienso justamente en la mujer que deposita a la criatura en el plato de tu «Carretera plena» y en la que se saca un hijo de la cabeza en mi «Cuadrar las cosas». O en el nieto que asiste a la agonía de su abuela en tu cuento «La mala muerte» y observa que ese cuerpo ya no es la abuela, «sino su cadáver o la forma que iría a ver dentro de un rato dentro de un mueble de madera», y la sobrina de mi cuento «Are you ready?», que asiste a la agonía del tío y observa que «de un minuto a otro dejan de ser personas y pasan a ser cuerpos». Imaginé que, en ese elenco, en el tuyo y en el mío, había gente que flotaba en la parte honda de una piscina, donde no hacía pie. Y pensé que para mí los personajes son pedacitos de personas a las que una estruja la pulpa y luego esculpe y amasa como si fuera arcilla. Los personajes son personas acrisoladas en la letra. Me gusta que coincidamos en la captura del presente y en esa suerte de atención quirúrgica de lo escuchado y observado. Y en las fisuras de aquello. 

Hay una pregunta que siempre aparece: ¿de dónde surgen las historias que escribimos? En mi caso suelen partir de una imagen. A veces esas imágenes vienen de una conversación interrumpida, de una escena vista en la calle, de una canción pegajosa, de un sueño que se desdibuja, de un recuerdo antiguo o de una lectura que ha quedado haciendo eco en alguna parte. Al sacarle las capas a esa imagen va apareciendo un mundo posible, que es y no es el original. Y lo que viene entonces es un péndulo entre ese impulso primario y la imaginación. Y lo que viene es la detención en la minucia, en la basurita, en lo que se sale de foco. Y lo que viene es la huida de esa especie de servidumbre de lo completo, de lo lineal y cerradito, de la flecha que parte acá y termina allá. 

Escribir cartas es habitar un tiempo paralelo. Es como cumplir años y descumplirlos caprichosamente. Bienvenida a los treinta-y-dos, querida Camila, aunque todavía no sepas cómo se hace eso. Abrazo transcordillerano.

CAMILA FABBRI

Alejandra, tu carta me dio muchas ganas de escribir (te). Me quedé perpleja por la velocidad con la que leíste mis cuentos, por todo lo que pudiste pensar en relación y por todos esos puntos en común que fuiste encontrando con tu escritura. Quisiera armar una bitácora sobre esas líneas que vas trazando, como si fuera un Google Maps de la verdadera importancia. Lo anómalo, lo levemente torcido, lo chiflado, esos adjetivos que hablan de la obra, pero también hablan de unx, ¿no tenés a veces ese temor? ¿De que todo eso que escribimos salga de la entraña más profunda y entonces así seamos también con algunas cosas? Yo intuyo algo de esto, por eso hago esfuerzos desmedidos por ser normal, tan normal, lo más normal que se pueda, pero me doy cuenta de que mis intentos son fallidos. 

Hay una pregunta que siempre aparece: ¿de dónde surgen las historias que escribimos? En mi caso suelen partir de una imagen. A veces esas imágenes vienen de una conversación interrumpida, de una escena vista en la calle, de una canción pegajosa, de un sueño que se desdibuja, de un recuerdo antiguo o de una lectura que ha quedado haciendo eco en alguna parte

Ayer tuve mi primera clase de canto. Es algo que pensé sería mi secreto, que no se lo contaría a nadie. Sobre todo, por el pudor que me da, por la timidez que me da haberme dado ese gusto. El profesor empezó a tocar escalas en el piano para probar hasta dónde llegaba mi voz. Y yo activé el oído, porque se canta con eso, así como se escribe, y se sorprendió de la amplitud que podía manejar. Me dio alegría eso. Después cantamos dos canciones, una de Charly García y otra de Gianluca Grignani, la famosa: Hay una cosa que yo no te he dicho aún, que mis problemas sabes que se llaman tú...Y en ese momento pasó algo muy anómalo, levemente torcido, algo chiflado, porque me di cuenta de que mientras cantaba también estaba gritando muchas cosas, por ejemplo, ese mantra que repite tu Victoria Melis en «La epidemia de Traiguén»: me has sacado, me has saqueado. Eso me hubiera gustado gritar también.Ese decir sin decir, ese hacer ruido para desocupar. Pero en cambio canté.

Las historias que escribimos, como decís, surgen de una imagen. El asunto es qué le agregamos a esa imagen, todo eso que traemos dentro, ese ruido raro, lindo, pero raro, pero también lindo. Es imposible no tener de dónde sacar imágenes para escribir. La pregunta correcta sería: ¿de dónde sacás la falta que te prohíba hacerlo? Los estímulos son permanentes. Una llamada que llega, una llamada que no, aquel chico que tomó un avión y desapareció en las nubes, toda esa gente que cruza la avenida al unísono, las chicas y los chicos que manejan sus bicis con toda esa liviandad, la mujer de pelo raro que entró en la heladería y se pidió un cuarto de helado. La anécdota es, en todo caso, qué cosas te pasan cuando no estás pudiendo escribir, porque escribir es el estado natural. Armar el Frankenstein en escala de menor a mayor de todas las cosas que pueden pasar en un solo día. Ahí ya hay un cuento. El problema es cuando no puedo escribir. La escritura es, también, la falta de escritura. Cuando puedo hacerlo estoy batallando contra todo ese tiempo que en realidad no pude. Por eso existe ese grado infinito de placer. 

En unas horas me toca salir al centro. Hace casi un año que no voy hasta ahí. Cerca de Casa Rosada, ahí donde está empezando a arder todo otra vez. Acá en Argentina, cuando termina la primavera, la agenda política también se pone anómala, torcida, levemente chiflada. Ojalá estemos bien. 

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