«Yo, sin saber cómo ni por qué, iba a un Congreso de Intelectuales Antifascistas, aunque yo no era anti nada, ni intelectual tampoco, solo era estudiante y coreógrafa universitaria»

POR  MARIANO DEL CUETO

Elena Garro es un referente de las letras mexicanas. Después de la poeta mexiquense Sor Juana Inés de la Cruz, es una de las escritoras que más apuntes han merecido por la crítica, divulgación y academia nacional y extranjera. Dos han sido las etapas de Garro que más atención han recibido: la primera, cuando aparece su novela Los recuerdos del porvenir —coincidente con el debut en otros géneros con una aprobación similar, como el cuento La culpa es de los tlaxcaltecas y la pieza teatral Un hogar sólido, a la postre seleccionada por Ocampo, Bioy y Borges en la reedición de la célebre antología de literatura fantástica—; y la segunda, cuando se celebraron los cien años de su nacimiento, en 2016, y hubo una relectura de su obra, junto a un interés editorial en el público hispanoamericano con los consecuentes comentarios, congresos, prólogos y demás. 

Elena Garro nació en Puebla y creció en Iguala, Guerrero, hija de asturiano y mexicana, en un hogar en que era común jugar, dar rienda suelta a la fantasía y leer. Lo dice en las primeras páginas de Memorias de España 1937: «En casa y en la Facultad de Filosofía y Letras estudiábamos a los griegos, a los romanos, a los franceses, a los románticos alemanes, a los clásicos españoles, a los mexicanos, pero a Marx, ¡no!». La infancia, para Garro, siempre fue un lugar idílico. Cuando ya siendo mayor y desdichada le preguntaron si creía en la felicidad, dijo que sí porque la experimentó de niña. Esta visión puede apreciarse parcialmente en sus primeras obras, Los recuerdos del porvenir y los cuentos de La semana de colores. Parte de ese impulso lúdico, de alguien que juega como si estuviera en su jardín cuando en realidad sobrevuelan aviones de batalla, es notorio en Memorias de España 1937, recuento de los días en que se celebró el segundo congreso de antifascistas en Valencia, Madrid y Barcelona, en un punto álgido de la guerra civil española. Elena Garro recrea a una joven de 21 años cuyos acompañantes la tildan de jovencita, de pequeñoburguesa, de insensata, de inmadura, de traidora. En la voz narrativa, se palpa una voluntad juguetona al tiempo que una tragedia inminente. Una voz que, en contraste con lo que observa, toma distancia de lo solemne y lo burocrático.

La inteligencia de Garro se disfraza de inocencia para hacer las preguntas pertinentes y después plasmar a los intelectuales comprometidos, no por sus actividades artísticas ni por sus vistosos ideales políticos, sino en ciertos casos, por la apostura de considerarse importantes

Una autora tan prolífica y con una obra desigual a la que se suma el misterio de su vida privada por haber errado en varios países y haber sido irreverente con personalidades literarias y políticas de carácter a veces totémico, tiene varias piezas que quizá no han merecido suficiente atención. Una de éstas corresponde a Memorias de España 1937, libro que resalta por al menos cuatro razones: a) por sostener una posición política poco encasillable de un momento con tanta connotación histórica para España y para el grupo de refugiados que llegó a México y que se vinculó, entre otras esferas, con el mundo editorial; b) por su carácter de pieza autobiográfica, pues hay un morbo en torno a la vida de Elena Garro, bien por sus llamativos y polémicos dichos, bien por la gente con la que trató, pero también porque ella misma podía dar más de una versión sobre el mismo hecho; c) por realizar la crónica a través de una narradora en primera persona, con saltos temporales de hasta cincuenta años, que presenta a personajes tiempo después exiliados cuyo destino en ocasiones adelanta; d) por los retratos irreverentes y divertidos, no de intelectuales marmóreos cuya obra habla por sí sino de personajes tiernos o irascibles, según el momento, que no bailan, que no se limpian las orejas, que no consiguen componer el encargo musical por agudas borracheras; figuras, tanto mexicanas como españolas, de algún modo protagonistas en el panorama cultural hispanoamericano del siglo XX: Silvestre Revueltas, Pablo Neruda, Luis Cernuda, Juan de la Cabada, Octavio Paz, David Alfaro Siqueiros, etc.

Los hechos ocurren en 1937 y el libro, aunque publicado en 1992, apareció por fragmentos desde trece años antes. Una de las primeras veces en que Elena Garro cuenta parte de su vida fue en Cuadernos Hispanoamericanos, en 1979, bajo el título de A mí me ha ocurrido todo al revés. La narradora viaja cincuenta años atrás y recrea la mentalidad de una joven que acaba de casarse y abandonar la universidad. De hecho, el viaje a España al que a Octavio Paz invitan como parte de la delegación mexicana de artistas comprometidos con la causa republicana es una razón para acelerar el matrimonio. Cuenta Garro que ella tenía examen de latín y que su futuro esposo y amigos la interceptaron para llevarla al registro civil y en trámite veloz terminar en unión. A los pocos días salen rumbo a Nueva York y de ahí, en barco, hacia España. De pronto, Elena percibe un ambiente en el que no es muy bienvenida: «Yo, sin saber cómo ni por qué, iba a un Congreso de Intelectuales Antifascistas, aunque yo no era anti nada, ni intelectual tampoco, solo era estudiante y coreógrafa universitaria».

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