«Ese viaje será, dijo Alma Guillermoprieto muchos años después, no tanto un viaje de descubrimiento como de desdescubrimiento. Lo que ella pensaba que era su vida: la danza, dejó de serlo. Al otro lado se abrió un vacío que tardaría mucho en llenar.
El reporterismo ocuparía ese espacio inmenso»

POR NOEMÍ SABUGAL

No lo supo entonces, no tenía manera de saberlo, pero fue en Cuba que los pies de la bailarina empezaron a detenerse. Esos pies seguían memorizando las coreografías de Merce Cunningham, que parecían azarosas como los movimientos de las hojas en los árboles y no lo eran jamás, o buscaban el equilibrio en la técnica de Martha Graham, pero en realidad esos pies se preparaban para ir a Nicaragua y seguir la revolución sandinista, y para los senderos de las aldeas salvadoreñas de El Mozote, La Joya y Los Toriles, desde donde contar la tortura y masacre de cientos de sus habitantes. No lo supo entonces, no tenía manera de saberlo, pero en las próximas décadas esos pies descubrirían cientos de caminos en Colombia, en Perú, en Argentina, en Bolivia y muchos otros en su propio país, México. 

En Cuba, los pies de la bailarina empezaron a convertirse en los pies de la reportera que escribiría al borde de todos los volcanes latinoamericanos.

Principios de la técnica Graham: CONTRACCIÓN (exhalación)

Fue el propio Merce Cunningham quien, en su estudio de Nueva York, le dijo que había dos ofertas para dar clases de danza moderna. Una en Caracas, con una nueva compañía, y la otra en La Habana, en una escuela del gobierno.

Alma Guillermoprieto recibió un golpe. Uno muy duro, decisivo. Estaba claro que Cunningham no la quería para su compañía porque la enviaba lejos, a miles de kilómetros. La bailarina le preguntó a otra coreógrafa con la que trabajaba, Twyla Tharp, qué le parecía la propuesta. «Yo que tú, aceptaba», le dijo, «no vas a lograr nada quedándote por acá». Así que Tharp tampoco la quería. Alma Guillermoprieto tenía diecinueve años y, como otras bailarinas, era la joven más vieja del mundo.

De repente el universo se había contraído, sus posibilidades en Nueva York se cerraban.

Guillermoprieto eligió ir a La Habana. No conocía el país, no entendía bien eso de la Revolución y Fidel, pero todos los relatos que le llegaban de Cuba «estaban llenos de emoción y romance».

Ese viaje será, dijo Alma Guillermoprieto muchos años después, no tanto un viaje de descubrimiento como de desdescubrimiento. Lo que ella pensaba que era su vida: la danza, dejó de serlo. Al otro lado se abrió un vacío que tardaría mucho en llenar. 

El reporterismo ocuparía ese espacio inmenso. 

«Fue descubrir una manera no sólo de ver la vida, sino de vivir, que era constantemente emocionante, novedosa, difícil, difícil, difícil, y eso me gustaba porque me hacía recordar la danza, que era tan dura», contó Guillermoprieto durante una larga entrevista que le hizo la escritora Rosa Beltrán en la Universidad Nacional Autónoma de México, en 2018. 

Se convertirá en reportera en medios destacados: The Guardian, The Washington Post, Newsweek, The New Yorker. Porque Guillermoprieto, una de las cronistas latinoamericanas más latinoamericanas -madre guatemalteca, padre mexicano, residencia en México y en Colombia, entre otros- ha hecho del inglés su herramienta de trabajo. En inglés escribe sus artículos y sus libros y con esa lengua logra, dice, la distancia que necesita. La Habana en un espejo, además de uno de sus libros más personales, es también una rareza, porque lo escribió en español.

En el emocionante discurso con el que recibió el premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, Guillermoprieto dijo que ningún otro oficio le hubiera podido regalar un mundo, un universo, la realidad entera así como es: trágica, abochornante, terca, chistosísima, horrenda, mágica. 

Al mismo tiempo, su periodismo supone una forma de autobiografía. Esta crónica cubana lo es sin duda aunque, con elasticidad y gracia, salta muy por encima de lo autorreferencial para convertirse en algo más: en un mirador sobre Cuba y sobre las contradicciones -persistentes- de la Revolución.

Guillermoprieto escribió este libro cuando habían pasado más de treinta años de su estancia en la isla, pero su verdad y su viveza lo hacen actual. Aquello que fue, es. Como si se hubiera conservado en una gota de ámbar. 

Principios de la técnica Graham: RELAJACIÓN (inhalación)

Aterrizaje en Cuba: primero de mayo de 1970. Nadie en el aeropuerto. La futura periodista, todavía bailarina, ni siquiera sabe que es la fiesta sagrada de la Revolución. 

Comienzan seis meses muy difíciles para Guillermoprieto, ásperos y solitarios, pero con lugares hermosos, personas hermosas, momentos hermosos. Los lugares hermosos: la Escuela Nacional de Arte en la que dará sus clases, con su aspecto de pueblito africano y sus bóvedas curvas de ladrillo, sensuales, originalísimas, y el oloroso derrame verde que las rodea, los árboles de nombres exóticos: majaguas, tamarindos; los pájaros revoladores, cantarines. Las personas hermosas: sus alumnos, con sus cuerpos disparejos y bellos, con su avidez por aprender. Los momentos hermosos: algunas clases inspiradas o la primera vez que ve -despellejados, atrayentes- los edificios del barrio del Vedado y de La Habana Vieja.

Y el humor, que siempre ayuda a respirar. La ironía de Guillermoprieto, su mirada burlona en ocasiones. Los chistes revolucionarios. O contrarrevolucionarios, según se mire. Ese que cuenta cómo Fidel, que quiere que su pueblo trabaje más, lanza una consigna: ¡Que se acabe la rumba! Y el pueblo, obediente, la repite: ¡Que se acabe la rumba!, ¡que se acabe la rumba!, ¡que se acabe la rumba…aé!, y la cosa acaba en conga. 

Principios de la técnica Graham: EXTENSIÓN (high release)

Algunas palabras-martillo: Revolución, Imperialismo, Humanidad, Solidaridad, Internacionalismo, Sacrificio. Estas palabras caen sobre los clavos que tiene clavados Guillermoprieto y los hunden todavía más. Ella siente estas palabras-martillo como palabras de gran peso, que piden reflexión, que no tienen matices, que aplastan. 

La mística de la revolución, el diario del Che en Bolivia, las historias con tanto en común con las vidas de los santos. 

Cuba, en el medio de la historia. Cuba alzándose, solitaria, contra los gringos y su bloqueo. Cuba, modelo para otros países de Latinoamérica. Cuba, que pretende alcanzar ese año «la zafra de los diez millones»: un corte de caña en el que participa casi todo el país y que quiere lograr -y no logrará- diez millones de toneladas de azúcar para pagar las deudas con la Unión Soviética y conseguir un excedente que permita hacer avanzar la economía.

Porque pasa esto: colas para alimentos y conversaciones constantes sobre la jaba (bolsa) de abastecimiento -lo que hay, lo que no-, bombones que se reciben como un lujo, escasez de combustible. Y a la vez, escribe Guillermoprieto, es cierto que hasta el último niño campesino está en la escuela y va al médico cuando se siente mal. 

En medio de todo, una cosa muy pequeña: no hay espejos en el salón de clases de danza. Y los bailarines los necesitan, deben verse el cuerpo para corregirlo. La directora del centro le dirá a Guillermoprieto: «Somos revolucionarios». Porque cree que los espejos son vanidad, decadencia, que producen demasiada conciencia de uno mismo. Esta falta de espejos es una metáfora de muchas cosas. Será años después, durante una cena en la casa de Ricardo Porro, el arquitecto que construyó el edificio de la escuela de danza moderna, ya exiliado en Francia, cuando Guillermoprieto sabrá la verdad, que él mismo le cuenta: «Se acabó el presupuesto». 

Principios de la técnica Graham: FUERZAS OPUESTAS

¿Cómo ser artista en la Revolución? ¿Cómo ser revolucionario si la Revolución quiere -y exige- disciplina? ¿Cómo ser creativo si hay límites, peligros, cosas de las que nunca se puede hablar?

Hay fuerzas opuestas entre la dirección de unas partes del cuerpo y otras, como en uno de los principios de la técnica de Martha Graham. 

Si algo es La Habana en un espejo -y es muchas cosas a la vez- es un libro que hace una reflexión sobre el papel del arte y de los artistas y sobre su participación -o no- en los grandes momentos de la historia. Una reflexión que la entonces veinteañera Guillermoprieto no se plantea así, que no pasa por su cabeza sino por su corazón. Una reflexión que siente, que vive como una contradicción íntima, como un cuestionamiento de todo aquello que le había parecido, hasta ese momento, inamovible y claro y definitivo, y que ahora se hunde con cada paso de una danza que empieza a abandonarla. 

¿Qué es el arte al lado de los grandes problemas? ¿Qué es lo que hace, qué es lo que puede hacer?

En las manifestaciones que se produjeron a mediados del pasado mes de julio en Cuba contra la falta de alimentos, contra la falta de vacunas para el coronavirus y, por supuesto, contra la falta de libertad de expresión, el papel de los artistas fue evidente. No sólo son más voces sino que son voces que crean símbolos. Contra el lema de Fidel, los manifestantes cantaban Patria y vida, una composición de los raperos Yotuel Romero, Maykel Osorbo, Descemer Bueno y el Funky. 

Una multitud que canta es más difícil de detener que una multitud muda.

Ahogada en dudas, desesperada, Alma Guillermoprieto escribe una carta a un novio, aunque en verdad se escribe a sí misma: «Necesito entender, te vuelvo a preguntar: ¿será que el arte, tal como yo lo he entendido, como lo he tratado de vivir, no tiene esperanzas dentro de la Revolución, que yo no tengo esperanzas dentro de la Revolución, que el arte no vale nada? Contéstame por favor». 

Libertad. Obediencia. Pobreza. Obediencia. Libertad.

Estos son los clavos que le duelen a Guillermoprieto, los clavos que siente profundamente clavados por las grandes palabras-martillo. 

Estos son los clavos de la Revolución cubana. Hasta el día de hoy.

Total
191
Shares