POR KARLA SUÁREZ
Shahrnush Parsipur escritora iraní encarcelada por sus reivindicaciones.

Hace unos años llegó a mis manos una novela cuyo título me llamó la atención: Mujeres sin hombres. Entonces yo no conocía a su autora, Shahrnush Parsipur, pero ese título me hizo pensar inmediatamente en otro autor que sí conocía, Carlos Montenegro, y en su novela Hombres sin mujer. Bonito juego, me dije.

En principio no parecía que Montenegro y Parsipur tuvieran mucho en común. Él nació en Galicia en 1900, y a los siete años su familia se lo llevó a La Habana donde terminó convirtiéndose en escritor. Ella nació en Teherán en 1946 y allí se hizo escritora. Lo que sí tienen en común, más allá de la literatura y de la coincidencia de los títulos, es que ambos estuvieron en la cárcel. Comparten entonces el haber sido excluidos, marginados, porque la prisión condena a vivir al margen de la sociedad, en un universo distinto, cerrado, con otras leyes y otro tiempo.

Son muchos los escritores que han pasado por esta experiencia: Miguel de Cervantes, Fiódor Dostoyevski, Oscar Wilde, Henri Charrière o Reinaldo Arenas, por ejemplo. La lista es larga y las razones para sus encierros muy variadas. Y si bien la cárcel deja marcas en cualquier persona, cuando se trata de un escritor lo hace doblemente: en sus vidas pero también en sus literaturas. Aunque, por supuesto, las marcas no son las mismas para todo el mundo.

En cuanto a Montenegro y Parsipur hay, además, algo que me resulta particularmente curioso. Los libros que mencionaba arriba fueron fundamentales en sus carreras y están relacionados con la prisión, aunque hicieron el viaje a la inversa. El de Montenegro fue de la cárcel a la literatura: tras su experiencia carcelaria escribió Hombres sin mujer. El de Parsipur fue de la literatura a la cárcel: escribió Mujeres sin hombres y por eso la condenaron. Este viaje en sentido inverso y el juego de los títulos me lleva a unirlos en un texto.

Esto y otros detalles que contaré después, pero es mejor empezar por el principio.

Primeros encierros, primeras escrituras

El inicio de vida de Carlos Montenegro fue bastante agitado. De Galicia, a La Habana, luego Argentina y de vuelta a La Habana donde la familia terminó estableciéndose. Ya con catorce años, comenzó su vida marinera que lo llevó a viajar esa vez por México, Estados Unidos y Canadá. Cambió de barco, conoció los bajos fondos y ejerció disimiles oficios durante las temporadas en tierra.

En una de esas andanzas, Montenegro fue a la cárcel por primera vez. Estaba en Tampico. Existen varias versiones sobre la causa, él mismo dio varias: reyerta, robo. En lo que sí hay certeza es en que ese primer encierro duró poco. No fue sino hasta 1918 que Montenegro conoció a fondo la dureza de la cárcel. Esa vez en La Habana. Y el motivo, más serio: tras una pelea en los muelles, mató a un hombre. Él tenía dieciocho años. Fue condenado a catorce años y ocho meses. «Se sentía ahogar en aquel ambiente hostil y viscoso a la vez. Ya no sabía en dónde ocultarse, porque de todos los lugares, es el presidio donde menos puede uno escapar a su destino», escribiría más tarde en su novela. Y fue en el presidio donde Montenegro comenzó su carrera literaria.

Por su parte, Shahrnush Parsipur, comenzó su andanza literaria a los dieciséis años. Se fue a la universidad, se casó, tuvo un hijo. Mientras trabajaba y estudiaba siguió escribiendo cuentos y artículos. En 1974, tras obtener su licenciatura en Sociología y el divorcio, se mudó con su hijo a casa de unas primas y ahí entonces se puso a trabajar en la que sería su primera novela: El perro y el largo invierno.

En el otoño de ese año, Parsipur fue a la cárcel por primera vez. Trabajaba como productora de un programa en la Televisión Nacional iraní, pero decidió renunciar públicamente a su puesto en protesta por la condena y ejecución de dos activistas políticos, que eran periodistas y poetas. Entonces gobernaba en Irán Mohamed Reza Pahlavi, el último Sah de Persia. Parsipur fue arrestada y, aunque no tuvo cargos formales, pasó cincuenta y cuatro días en la cárcel. Tenía veintiocho años.

Veintiocho años tenía Carlos Montenegro, en 1928, cuando siendo aún un recluso, ganó con su cuento «El renuevo» el Premio convocado por Carteles, prestigiosa revista de la Cuba de entonces. En la prisión trabajaba como funcionario el escritor José Zacarías Tallet, quien rápidamente se convirtió en uno de los primeros lectores de Montenegro y en un vínculo entre éste y el mundo literario.

Hasta esa fecha, Montenegro era un recluso que escribía y aprovechaba su encierro para estudiar de manera autodidacta, pero aquel premio hizo que su nombre saltara los muros de la prisión. La literatura fue la libertad que le estaba negada. De marginal homicida pasó a ser el centro de atención de la comunidad literaria cubana. De ella formaba parte Emma Pérez Téllez, joven poeta, periodista y pedagoga, cuya relación con Montenegro empezó por cartas, siguió con visitas y terminó en un matrimonio celebrado en la misma cárcel, en 1929. El caso de Montenegro movilizó a la comunidad literaria a tal punto que se organizó una protesta y un pedido de indulto, promovido por cubanos y por extranjeros del mundo de la cultura, sobre todo de España y Francia.

Por su parte, Shahrnush Parsipur estaba en Francia en 1979, adonde se había ido después de salir de prisión. Allí escribió una segunda novela y comenzó a estudiar Filosofía y Lengua China, pero no pudo terminar sus estudios. En 1979 las revueltas en Irán llevaron a la revolución que depuso a la Dinastía Pahlavi e instauró la República Islámica bajo la guía del Ayatolá Jomeini. Poco después, Parsipur regresó a Teherán.

En 1981 fue a la cárcel por segunda vez, ahora con el nuevo régimen. De nuevo por razones políticas, aunque según contó ella en una entrevista concedida a la periodista iraní-sueca Golbarg Bashi, se trató de un malentendido. La policía encontró en casa de su hermano unas publicaciones de tendencia izquierdista y, aunque ningún miembro de su familia era activista político, los arrestaron a todos. La República Islámica ejercía un férreo control sobre los medios de comunicación. Y aunque tampoco esa vez Parsipur fue acusada de manera oficial, estuvo en la cárcel durante cuatro años, siete meses y siete días.

Hombres sin mujer

Carlos Montenegro salió de la cárcel en 1931.

Ya en libertad comenzó a dedicarse al periodismo. Se afilió al Partido Comunista y estuvo colaborando con publicaciones vinculadas a éste o cercanas a la izquierda (en la cárcel había estrechado relaciones con presos izquierdistas). A finales de la década, mientras trabajaba en la revista Mediodía, fue enviado a España como corresponsal para cubrir la Guerra Civil y sobre esta experiencia publicó después los libros Aviones sobre el pueblo y Tres meses con la fuerza de choque (División campesino). En cuanto a su escritura de ficciones, en 1934 publicó un segundo libro de cuentos titulado Dos barcos. El primero, El renuevo y otros cuentos, que incluía el cuento ganador del concurso, había salido cinco años antes, cuando él aún era un recluso.

Luego de doce años de encierro, Montenegro era un hombre libre pero, como dice uno de sus personajes: «La primera labor del presidio es sembrar en la mente del recluido la idea de que entre él y el mundo exterior no hay nexo alguno. De que ya, para siempre, será un presidiario aunque recobre la libertad.»

En varios de sus cuentos Montenegro hacía referencia a la prisión, pero quizá para dejar de ser un marginal cautivo, necesitaba escribir una novela, la novela sobre aquella experiencia. Así, por fin, en 1938, publicó en México Hombres sin mujer, considerada por muchos críticos como una obra maestra, además de ser precursora en literatura sobre el tema de la homosexualidad.

Hombres sin mujer narra una historia carcelaria, vista desde un ángulo que hasta ese momento muy poca literatura había tratado. Es la historia de Andrés, un jovencito recién llegado a la cárcel, y de Pascasio, un hombre maduro que lleva ocho años allí y hasta ese momento ha sido capaz de aguantarse las ganas de sexo. Es la historia del amor que surge entre ambos, la humana necesidad de compañía en un ambiente tan cerrado como aquél, las pasiones que encienden las privaciones. La novela es dura, pero tremendamente conmovedora. Te duele y te atrapa. Y, sobre todo, te hace ver una realidad que uno no quisiera vivir nunca: la de la cárcel. El sitio donde lo marginal se marginaliza más todavía, donde están el desprecio, el abuso de poder, el racismo, las violaciones de cualquier tipo, lo más bajo. «Nos hemos convertido en bestias», dice uno de los personajes.

En el prólogo del libro Montenegro aclaraba que su propósito era: «… la denuncia del régimen penitenciario a que me vi sometido…». Y lo consiguió. Hombres sin mujer es como un grito, un doloroso llamado de atención.

Mujeres sin hombres

Cuenta Shahrnush Parsipur en una entrevista, que mientras cumplía su segunda condena en la cárcel, intentó retrabajar Mujeres sin hombres, una novela que tenía escrita desde los años setenta. De hecho, el primer capítulo había sido publicado en la revista literaria Alefba en 1974. Durante su cautiverio se puso a trabajar en ella, pero le confiscaron algunos cuadernos y, finalmente, decidió quemar los que le quedaron, porque sentía que no estaba escribiendo con el corazón. El ambiente en la cárcel era terrible. Había ejecuciones diarias y miedo, mucho miedo. Ella no quiso que el temor a la censura la hiciera autocensurarse.

Si bien a veces la literatura abre las puertas de la prisión, como le ocurrió a Montenegro, otras veces puede ocurrir al revés: la prisión le cierra las puertas a la literatura y la deja adentro, también ella cautiva.

Solo cuando salió de la cárcel, en 1986, fue que Parsipur pudo reescribir Mujeres sin hombres, pero no consiguió publicarla en ese momento. Se la llevó a un editor, que no la quiso. Ser expresidiaria suponía una mala carta de presentación. Demasiado marginal. Así pues, Mujeres sin hombres tuvo que seguir esperando.

En 1989, Parsipur terminó otra novela, Tuba y el significado de la noche, con más suerte esta vez porque ese mismo año se publicó y muy pronto fue un éxito en Irán. El libro se agotaba, hicieron varias ediciones. Parsipur tuvo el reconocimiento de los lectores de su país y empezó a recibir invitaciones de Estados Unidos y de países de Europa. Y, luego de tanto éxito, entonces sí que quisieron publicarle su novela anterior.

Mujeres sin hombres salió en el verano de 1990. Este libro es para mí una joyita. Y pongo un diminutivo solo por la extensión de la novela, que es corta. Son las historias de cinco mujeres de diferentes clases sociales: Madojt, joven de familia burguesa obsesionada por la virginidad, quien decide convertirse en árbol; Munés, que se suicida y resucita, su hermano la mata y resucita otra vez; Faezé, que quiere a toda costa casarse con el hermano de Munés; Zarrin Colá, la prostituta que un día se levanta y ve a todos los hombres sin cabeza; y Farrojlagha la aristócrata cincuentona que sueña con ser importante. Todas deciden cambiar la vida a la que están destinadas y, casi por azar, terminan juntas en una casa de campo; lo cual no significa necesariamente el paraíso. En esta novela lo aparentemente surreal se vuelve real y viceversa. Uno se ríe y se entristece. Hay ternura y hay violencia, mucha, de la evidente y de la que “casi” no se ve. Es una historia con muchas capas: de lectura sencilla, pero que nos deja pensando durante mucho tiempo. Parsipur muestra lo que significa ser mujer en Irán. La marginación a la que están sometidas en esa sociedad tan patriarcal.

Carlos Montenegro Rodríguez autor gallego que estuvo encarcelado varios años en La Habana. Fuente:Wikicommons.

De la cárcel a la literatura y de la literatura a la cárcel

Estas dos novelas, además de tener personajes marginados (los prisioneros de Montenegro y las mujeres de Parsipur); tienen en común el hecho de que han sido blanco de acusaciones por el modo en que abordan el sexo y los deseos físicos.

Si Montenegro no hubiera estado en la cárcel, quizá Hombres sin mujer no existiría o, de existir, fuera distinto. Él mismo explicaba en el prólogo: «No es mi objetivo el logro de un éxito literario más o menos resonante, ya que para ser leído con complacencia hubiera tenido que sacrificar demasiado la realidad». Aunque su objetivo no fuera el éxito sí que lo tuvo pero, justamente, por haber mostrado la realidad sin adornos, de una manera que escandalizaba a mucha gente.

La primera edición en español de la novela salió en 1938, pero dos años antes ya se había publicado un capítulo en la revista Mediodía, donde Montenegro colaboraba. A raíz de esto tanto él como el Comité Editorial de la revista tuvieron que comparecer ante los tribunales acusados de pornografía y propaganda subversiva. Y, aunque la acusación no llegó a mayores, lo cierto es que el libro terminó publicándose en México y no en Cuba. Entonces, hablar de relaciones homosexuales y todavía peor, de homosexualidad en la cárcel, era un tema demasiado tabú en la mayoría de los países, incluida la isla, donde lo siguió siendo durante muchos años (la novela no se publicó en Cuba sino hasta 1994).

En el caso de Shahrnush Parsipur sucedió algo similar, aunque con matices bien diferentes. Desde su inicio, la República Islámica de Irán se ha caracterizado por mantener estrictas reglas en cuanto a la moral y por haber privado a las mujeres de muchas libertades. En Mujeres sin hombres las protagonistas se expresan como piensan. «La virginidad no es velo, es un orificio», dice una de ellas. «Quiero fundar la organización anti-hermanos, para que ya nadie más pueda matar a su hermana», dice otra, y concluye: «O tienes fuerza para enfrentarte con el peligro o das media vuelta y, como un cordero obediente, entras en el rebaño. Y aunque vuelvas, te dicen que apestas y se apartan de ti. Así que te quedan dos salidas: o aceptas ser una apestada o no lo soportas y te quitas la vida».

Parsipur escribió sobre la condición femenina en Irán. No fue un cordero obediente, así que, en 1990, apenas una semana después de haber publicado su novela, la acusaron de antiislámica, inmoral y subversiva. Dos días después fue arrestada y enviada a juicio junto con su editor y dos funcionarios del Ministerio de Cultura y Orientación Islámica que habían dado el permiso para la publicación de su libro.

Era la tercera vez que iba a la cárcel. Luego de dos meses de reclusión salió bajo fianza, pero como su familia no pudo cubrir la garantía, tuvo que regresar a la cárcel para concluir el proceso. Aunque esa cuarta vez ya por poco tiempo.

Tras las acusaciones contra Mujeres sin hombres, los libros de Parsipur fueron prohibidos en Irán.

Exilios de vida, exilios de escritura

Después de Hombres sin mujer, parece como si Montenegro ya no hubiera sentido tanta necesidad de hacer literatura. Publicó dos piezas de teatro y otra colección de cuentos, Los héroes. Y en 1944, ganó en Cuba el Premio Alfonso Hernández Catá con su relato “Un sospechoso”. A mediados de esa década rompió con el Partido Comunista y con las publicaciones vinculadas a éste, aunque continuó trabajando en prensa. De hecho, a partir de ese momento el periodismo fue ocupando cada vez más espacio en su vida, mientras que la literatura quedó limitada a esporádicas publicaciones de cuentos en alguna revista. En 1959, tras el triunfo de la Revolución en Cuba, con la que Montenegro no simpatizaba, partió al exilio: México, Costa Rica y, por último, Estados Unidos, donde acabó estableciéndose.

Después de lo sucedido con Mujeres sin hombres, Shahrnush Parsipur escribió otra novela, La razón azul, pero ya no pudo publicarla en Irán. En 1992 fue invitada a varios eventos en Estados Unidos, Canadá y algunos países de Europa. A su regreso a Irán, luego de nueve meses de gira, su situación seguía como antes de partir. No conseguía trabajo. Ningún editor se atrevía a publicarla. La habían convertido en una marginal en su propio país. En 1993, recibió en Estados Unidos el Premio Hellman/Hammett que concede el Human Rights Watch a escritores que han sido víctimas de persecución política y tienen necesidades económicas. Un año más tarde se estableció en Estados Unidos.

En Miami, Montenegro siguió ejerciendo el periodismo y el activismo anticastrista. Alguna vez dijo que estaba escribiendo otra novela, pero no volvió a publicar literatura. Quién sabe el motivo. Es como si en Hombres sin mujer se lo hubiera dejado todo, piel, huesos y entrañas. Como si escribirla hubiera sido de veras la única forma posible para dejar de ser un marginal cautivo. Y una vez escrita hubiera logrado, finalmente, ser libre. ¿Será por eso que Montenegro se exilió también de la escritura? No lo sabremos nunca.

A diferencia de él, Parsipur sí continuó haciendo literatura. Viviendo ya en Estados Unidos, publicó Ceremonia del té en presencia de lobo y La razón azul, escritos anteriormente, y escribió nuevos libros, entre ellos Shiva, En las alas del viento y Memoria de la prisión, éste último sobre sus experiencias en la cárcel. En la entrevista a la periodista Golbarg Bashi que citaba anteriormente, concedida a propósito de la traducción al inglés de Tuba y el significado de la noche, Parsipur hablaba sobre su condición de exiliada. Por un lado, su deseo era regresar a Irán, pero no soportaba la atmósfera instalada en el país: «Mis conexiones con ciertos aspectos de Irán han sido cortadas». Por otro lado, en Estados Unidos tampoco se sentía como en casa: «me hubiera gustado haberme vuelto completamente estadounidense, pero eso también es imposible, porque vivo en un ambiente iraní y, aproximadamente, el noventa y nueve por ciento del tiempo me relaciono con iraníes». Imagino que escribir la hace sentirse libre, lejos de la marginación a la que el exilio condena.

Las vidas de Shahrnush Parsipur y de Carlos Montenegro sólo se solaparon por un breve tiempo. Ella sigue viviendo en Estados Unidos. Él murió en Miami el 5 de abril de 1981; pocos meses antes de que, en Teherán, ella fuera por segunda vez a la cárcel. Sus existencias no se tocan. Sin embargo, sus trayectorias literarias siguen un paralelismo que sorprende.

Me gusta pensar que, a veces, tantas, la literatura nos salva de sentirnos marginales, entre los muros reales de piedra o entre los invisibles muros del exilio.