POR EDGARDO DOBRY

El presente dossier recoge las exposiciones realizadas durante las jornadas sobre la obra de Juan José Saer, Guillermo Cabrera Infante y Augusto Roa Bastos, que tuvieron lugar en Barcelona el 5, 6 y 8 de octubre de 2015. Coordinadas por Nora Catelli y por quien firma estas líneas, el ciclo fue posible gracias al apoyo y patrocinio de Casa Amèrica Catalunya. El germen del evento se remonta a varios meses atrás, cuando surgió la idea de rendir homenaje a Juan José Saer con motivo del décimo aniversario de su fallecimiento. Saer, que vivió en París desde finales de la década de 1960, tuvo un vínculo fluido y duradero con Barcelona, ciudad en la que tenía amigos muy cercanos, donde publicó varios libros y en la que, por otra parte, recibió el único premio que le fue concedido: el Nadal de 1987, por La ocasión. Además, a lo largo de muchos años, pasó sus vacaciones de verano en Cadaqués, donde tuvo contacto con escritores y editores del ámbito barcelonés. Por eso quisimos aprovechar la ocasión de ese aniversario para evocar su figura y su obra, que en estos diez años ha ido adquiriendo un carácter central en la literatura latinoamericana, convirtiendo a Saer en un autor de insoslayable actualidad, como lo demuestran la cantidad de publicaciones académicas dedicadas a su obra y la referencia a su nombre entre las nuevas generaciones de escritores rioplatenses. Además, en los últimos años aparecieron en la sede argentina de la editorial Seix Barral cuatro volúmenes de sus Papeles de trabajo, selección de sus apuntes inéditos realizados por Julio Premat ‒en los tres volúmenes de prosa‒ y Sergio Delgado ‒en el dedicado a la poesía‒.

Esa fue la propuesta que llevamos a Cristina Osorno, de Casa Amèrica Catalunya, quien nos sugirió que el homenaje se extendiera a otros dos importantes autores latinoamericanos de los que se cumplían, también, diez años de su desaparición: Augusto Roa Bastos y Guillermo Cabrera Infante. No era difícil asociar la figura de Saer a la de Roa Bastos: el argentino, veinte años más joven que el paraguayo, siempre lo reconoció como uno de sus maestros; en este sentido, no es casualidad que Sergio Delgado ‒profesor de la Université de Paris Est–Créteil Val de Marne, uno de los mayores especialistas en la obra de Saer y, como ya mencionamos, editor de uno de sus volúmenes póstumos– colabore en el presente dossier con una reflexión sobre los vínculos entre la obra de Roa Bastos con el cine. A Saer y a Roa los unió una larga amistad, y se frecuentaron durante las dos décadas en que, a partir del golpe de Estado de 1976 en Argentina –Roa vivía en Buenos Aires desde 1947–, este se exilió en Francia, trabajando como profesor de la Universidad de Tolouse II Le Mirail. Saer, por su parte, vivía en París desde finales de los años sesenta. En Youtube se puede ver, completa, la muy interesante mesa redonda de casi una hora de duración que tuvo lugar en Toulouse en 1978, acerca de las relaciones entre literatura y cine en la contemporaneidad, y de la que participaron Juan José Saer, Augusto Roa Bastos y Julio Cortázar; y el cineasta argentino Nicolás Sarquís, quien, en 1967, había dirigido Palo y hueso, largometraje basado en el cuento homónimo de Saer. En el dossier que aquí presentamos, el artículo de Santiago Fillol, cineasta y profesor de la Universidad Pompeu Fabra, acerca de la importancia del cine en algunas obras de Saer, evoca ampliamente dicho diálogo y muestra la forma en que el autor de Nadie nada nunca lleva a la narración instrumentos cinematográficos como el gran angular y el teleobjetivo. Roa Bastos y Saer compartieron, además, un parecido paisaje de origen, central en la obra de ambos: la zona de los grandes ríos del Cono Sur americano, su peculiar morfología –la proliferación de cursos de agua, las islas fluviales, la llanura– y sus habitantes, costumbres y oficios. La película de Armando Bo El trueno entre las hojas (1958), basado en el cuento «La hija del ministro», de Roa Bastos y adaptado por el propio autor, muestra la parte más violenta y oscura de ese mundo hecho de agua barrosa y tierra inestable.

Más compleja aparecía, en primera instancia, la relación con Guillermo Cabrera Infante: caribeño, disidente de la revolución cubana, establecido en Londres y apartado en muchos aspectos del orbe de intereses e ideas que unían a Saer y Roa. Sin embargo, existía un poderoso elemento común que no fue difícil dilucidar: precisamente, el cine. Una relación que, en los tres, fue mucho más allá del mero «interés» o la más o menos genérica «influencia» del cine que se da por sentada en la narrativa del siglo XX. Los tres escribieron guiones, crítica de cine y contaron entre sus principales amigos a actores, productores y directores. Los tres, cada uno a su manera, establecieron dentro mismo de su escritura una relación determinante con el cine; los tres participaron o quisieron participar –porque las complejas circunstancias, debidas sobre todo a los destierros y exilios, se interpusieron en muchas ocasiones– activamente de ese quehacer. El artículo de Antonio José Ponte muestra cómo el nacimiento del pseudónimo de Cabrera Infante, G. Caín, está directamente relacionado con su trabajo como crítico de cine, en unas «reseñas espléndidas, agudas y divertidas, textos que han hecho por la crítica de películas lo que Borges hiciera por la crítica de libros: excusas perfectas para la felicidad y la lengua y la ficción». Crítico de cine: Un oficio del siglo XX, como se titula el libro de Cabrera Infante en que G. Caín pasa de pseudónimo a personaje. Ponte muestra cómo el amor por el cine lleva a Cabrera a enfrentarse con la censura de tres dictaduras: las de Fulgencio Batista y Fidel Castro en Cuba; la de Franco en España. También de las relaciones entre cine y escritura en la trayectoria de Cabrera Infante trata el artículo de Dunia Gras, profesora de la Universidad de Barcelona, en este caso de las complejas peripecias que atravesó el escritor cubano cuando, ya en establecido en Londres, escribió el guion para una película basada en el cuento de Julio Cortázar «La autopista del sur». El film nunca llegó a rodarse, y la historia de ese fracaso –minuciosamente investigado por Gras– es un episodio de extraordinario interés, que muestra la singular posición de Cabrera Infante, exiliado de la revolución cubana, en sus relaciones con el sistema intelectual latinoamericano en Europa, mayormente favorable a Fidel Castro. Por último, mediante una exhaustiva lectura de la novela El fiscal, Paco Tovar, de la Universidad de Lleida, analiza la compleja amalgama que Roa Bastos realiza entre escritura, pintura y cine, para recrear la historia de la llamada Guerra Grande, que se desarrolló entre 1864 y 1870, y que marcó el devenir histórico de Paraguay. Las cartas del viajero inglés Richard Francis Bacon, los cuadros de batallas de Cándido López y la iconografía del martirio de Jesús creada por el artista alemán Matthias Grünewald crean la amalgama a través de la cual Roa construye el fresco de esa guerra espantosa, que Félix Moral, el protagonista de El fiscal, un intelectual paraguayo exiliado en Francia por la dictadura de Stroessner, intenta convertir en argumento de un guion de cine.

La intención de aquellas jornadas y de este dossier no fue, entonces, la del mero homenaje institucional, sino la de aprovechar la efeméride como pretexto para una renovada aproximación a tres escritores cuya posteridad es hoy un hecho incontrovertible.