A partir de este momento, se distanció de forma definitiva del régimen y dedicó sus primeros artículos en La Libertad a renegar de un Gobierno azañista que se convirtió en «el blanco de la mordacidad, de la causticidad de un Azorín cuyas decepción y defraudación son proporcionales a su fervor y entusiasmo de cuando el advenimiento de la Segunda República» (Manso, 1995, p. 167). Porque, más que a la República en sí misma, a quien criticó con ferocidad fue a los hombres que, con su forma arbitraria de proceder, habían truncado el sueño de un proyecto en el que, sin embargo, seguía creyendo: «Si durante dos años funestos no ha habido en España, bajo la República, ni orden, ni justicia; eso no invalida el régimen. Otros hombres pueden tener una sensibilidad que aquellos hombres zafios y crueles no tuvieron» (La Libertad, 20 de diciembre de 1933). En resumen, la traición de la República a su esencia consistía en que un reducido grupo de hombres se había apropiado del poder, excluyendo con ello a la nación soberana; una minoría se había arrogado el protagonismo y casi la exclusividad de un proceso de cambio político que, a su juicio, no obedecía a la voluntad de esa élite directora, sino a un cúmulo de circunstancias que confluyeron para provocar la caída de la monarquía:

¿Quién ha traído la República? El ambiente. ¿Y qué es el ambiente? El ambiente no es nada. Nadie ha traído la República. El ambiente no se ve ni se toca. No se ve ni se toca en el campo. No se ve ni se toca en un cuadro de Velázquez. El ambiente espiritual de España propicio a la República, provocador de la República, se ha ido formado, desde hace muchos años, a lo largo del tiempo, a través de varias generaciones. […] ¿Cómo vamos a creer nosotros que un grupo de ciudadanos españoles, por haber ido y venido, parlado y gesticulado, estado preso o estado fugitivo, siendo republicano de la víspera o republicano inveterado, ha sido el autor de la República? ¿Cómo va a entrar en nuestra mente, ante el espectáculo de todo un pretérito complejo, que diez o doce hombres han traído la República? La ha traído el ambiente. Y ese ambiente lo han formado todos, desde hace muchos años, republicanos y monárquicos, liberales y conservadores, innovadores y tradicionalistas. Pero un grupo de ciudadanos, en sus idas y venidas, con su gesticular y vocear, ha celebrado un pacto. En el pacto —a orillas del océano— se obligan ellos, caballeros particulares, sin representación de nadie, acaso con la sola representación de sus partidos, a tales y cuales compromisos. Al pronunciarse el pueblo en las elecciones, ese grupo de hombres se adueña del poder. Ni tenían derecho esos hombres a pactar nada en nombre de la nación ni han tenido tampoco derecho a apoderarse de un poder que no era suyo. Se apoderaron de ese poder y formaron Gobierno con el mismo derecho que otro grupo de ciudadanos, ganándoles por la mano, siendo más audaces y menos pávidos que ellos, pudo, horas antes, en la tarde famosa, entrar en el ministerio de la gobernación. Se apoderaron del poder e hicieron válido un pacto en que la nación no entraba. El resultado ya se ha visto. El bienio con todas sus inmundicias —inmundicias de orden político, de orden moral, de orden pedagógico, de orden económico, de orden jurídico— ha sido el resultado trágico del pacto (La Libertad, 10 de noviembre de 1933).

 

Con el final del año 1933 murió también la ilusión de Azorín por la República. Aunque es verdad que en alguno de sus artículos publicados en Argentina dejó claro que su compromiso con la forma de gobierno republicana seguía siendo el mismo («Nos hallamos en España bajo un régimen republicano. El régimen se va consolidando poco a poco. La República es institución definitiva», La Prensa, 12 de mayo de 1935), no es menos cierto que sus colaboraciones en prensa de 1934 están llenas de reproches a la falta de democracia y de libertad impuesta por un Gobierno, el radical-cedista, que empezó su bienio negro con sendas acciones represivas —en Cataluña y Asturias— que nuestro autor igualmente censuró.

En la primavera de 1935 tuvo un último brote de esperanza, coincidiendo con el multitudinario mitin que dio Manuel Azaña el 26 de mayo en el campo de fútbol de Mestalla (Valencia), en el que se animó a la creación de un bloque republicano de izquierda (lo que en enero de 1936 se materializó en el pacto que dio origen a la creación del Frente Popular): «De todos los puntos de España caminaban hacia Mestalla los republicanos. Iban en tren y en automóvil. Marchaban otros a pie. No eran todos partidarios estrictos del orador. La reunión desbordaba de los lindes de un partido. Despertaban los republicanos de un sueño penoso. Se sentían alborozados» (Ahora, 19 de julio de 1935). Por desgracia, aquello sólo fue un espejismo para un Azorín que se sentía desorientado y fuera de lugar, pues veía la República como algo ajeno, con mucha tristeza y desazón por lo que pudo haber sido y no fue. Abandonada toda esperanza, renunció a los sinsabores y al desgaste de la vida pública para refugiarse en «la tranquila satisfacción que siempre le proporcionaba la lectura, y escribió cuentos y artículos que pasaron por alto la desintegración política» (Ouimette, 1987, p. 49). Cuando estalló la Guerra Civil, en julio de 1936, emprendió el camino del exilio y se instaló en París, donde permanecería junto a su esposa Julia durante tres largos años de destierro.

 

Nota. Este artículo forma parte del proyecto de investigación «El mundo de ayer: la figura del escritor-periodista ante la crisis del nuevo humanismo (1918-1945)» (FFI2015-67751-P), financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

BIBLIOGRAFÍA
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· «Miscelánea política», Luz, 15 de julio de 1932a.

· «Ante el inminente cambio de política», Luz, 5 de agosto de 1932.

· «De una vez por todas», Luz, 6 de agosto de 1932.

· Azorín. «Aislamiento», El Sol, 29 de noviembre de 1930.

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