POR RODRIGO FUENTES

El poeta conoció a Benedicto Lucas García, general guatemalteco acusado de crímenes de lesa humanidad, gracias a unos argentinos. Hacían un documental en Guatemala sobre un asesinato sonado y el poeta les estaba echando una mano, actuando de guía local. Un día, el director le preguntó si sabía de alguien del lado oscuro que pudiera hablarles sobre la historia del país.

¿Qué tan oscuro lo querés?, preguntó el poeta.

El más oscuro, respondió el argentino.

Benedicto Lucas García llevaba décadas alejado de la luz pública, pero no fue demasiado trabajoso contactarlo y que accediera al pedido de entrevista del director. ¿Tal vez para contar su lado de la historia? ¿Para dejar constancia de lo que creía era su legado? O quizás por el acento argentino del director, pensó el poeta.

En el camino a la casa del general en retiro -ubicada en el departamento de Alta Verapaz, donde el ejército había llevado a cabo algunas de las masacres más horrendas del conflicto armado interno- el poeta les fue contando a los documentalistas sobre el personaje al que iban a entrevistar. Benedicto era un guerrero temerario que lideraba a sus tropas al entrar en combate, el Jefe del Estado Mayor Presidencial del ’81 al ’82 -cuando el general Romeo Lucas, su hermano, era presidente- y también el cerebro tras la estrategia antisubversiva que aniquiló al movimiento guerrillero en Guatemala, así como a varias comunidades indígenas. El entusiasmo en ese carro se iba mezclando con la tensión. El río de asfalto se iba metiendo entre los bosques de Alta Verapaz. Los pensamientos de cada uno se iban hundiendo, por así decirlo, en las fosas comunes de la historia latinoamericana. Uno de los argentinos atinó a decir que se sentía navegando hacia al coronel Kurtz.

Al decir “memoria colectiva” en Guatemala pareciera que se dice precisamente lo contrario. El pasado reciente del país es aquello sobre lo que no hay consenso. Es una realidad que podría sorprender al tomar en cuenta los incontables y exitosos esfuerzos por recopilar las muchas formas de violencia del Estado durante el conflicto armado interno, así como las historias de sus víctimas

Entraron a la finca señalada y avanzaron por un camino de tierra custodiado por árboles. Al estacionar frente a la casa se encontraron con Benedicto Lucas García, un viejito amable y de aspecto bonachón que había salido a recibirlos. Tenía voz suave. Su esposa, vestida con indumentaria maya, traía manojos de pétalos de flores que procedió a lanzar sobre la cabeza de cada uno mientras daba bendiciones. El director argentino le lanzó una mirada al poeta.

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Al decir «memoria colectiva» en Guatemala pareciera que se dice precisamente lo contrario. El pasado reciente del país es aquello sobre lo que no hay consenso. Es una realidad que podría sorprender al tomar en cuenta los incontables y exitosos esfuerzos por recopilar las muchas formas de violencia del Estado durante el conflicto armado interno, así como las historias de sus víctimas. Sorprende más al pensar que es el único país del mundo cuyos propios tribunales juzgaron y condenaron por genocidio a uno de sus exdictadores. Pero esa misma sentencia también fue anulada poco después: una ilustración del zarandeo al que está sujeta la llamada memoria colectiva. 

Que el pasado sea un territorio en disputa deja claro que no es algo que se recuerde sino un relato que se construye. En ese campo de batalla, la literatura guatemalteca se ha constituido en un mínimo pero innegable frente. ¿Qué hay en esa construcción de la memoria, y en la guerra civil en particular, que lleva a tanta novela a enfocarse en ellas? 

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Luego de los saludos, Benedicto invitó al poeta y los argentinos a entrar a su hogar, un caserón viejo sin mayores pretensiones, y de ahí pasaron al estudio donde recibía visitas. De las desgastadas paredes verde acqua colgaban reconocimientos de todo tipo -condecoraciones, diplomas de la Escuela de las Américas, de la Escuela de Saint-Cyr-, así como espadas antiguas y una daga dorada de aspecto persa. 

Este es mi museo, dijo Benedicto con orgullo contenido. 

Lo que más llamaba la atención era una mesa rectangular al centro del salón. Sobre ella descansaba un enorme rompecabezas casi terminado: una cabaña canadiense iba apareciendo entre el paisaje de árboles y cordillera.

Benedicto explicó que acostumbraba armar rompecabezas de hasta 9,000 piezas, y que luego los pegaba sobre un fondo, enmarcándolos para regalárselos a conocidos. Cada objeto en ese salón tenía un orden y una razón; pronto entendieron que su obsesión con los rompecabezas capturaba el rigor que Benedicto desplegaba en todos los ámbitos de su vida.

Esa tarde, el General dio un repaso minucioso de sus experiencias, recordando una infancia rural y escenas junto a su padre: los viajes de varios días entre la selva arriando cerdos hasta Petén, las fogatas nocturnas para evitar que se acercaran los jaguares, los golpes que los despertaban en la noche, pues el jaguar se afila las garras contra un árbol muy recio que se llama caxlán pom en keck’chi, un idioma que Benedicto maneja con soltura. Describió su ingreso al ejército y su admiración por Jacobo Árbenz, derrocado en 1954 por un golpe de Estado orquestado por la CIA. De hecho, Benedicto tenía aprecio por líderes de izquierda asesinados por la derecha en Guatemala, dijo, refiriéndose a su amistad con Fito Mijangos y Manuel Colom Argueta.

Por último mencionó el entrenamiento recibido junto a la legión extranjera en Francia, su vuelta a Guatemala y la llegada al Estado Mayor del Ejército en el ’81 durante el gobierno presidido por su hermano. Fueron horas de palabras claras y recuerdos precisos. Poco se dijo de los planes y operaciones militares de los que había sido protagonista. 

Pues a ver si a la próxima venimos más despacito, le dijo el poeta al General cuando terminó la visita.

Con gusto, aquí estamos para cuando quieran.

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Lo mejor de la literatura guatemalteca de las últimas dos décadas se ha dedicado a narrar con particular agudeza el conflicto armado interno. El enfoque no ha estado solo en lo ocurrido durante los años del horror, sino en las variadas maneras en que las narrativas históricas se construyen y subvierten. El material humano de Rodrigo Rey Rosa, El arte del asesinato político de Francisco Goldman, Insensatez de Horacio Castellanos Moya o Puente adentro de Arnoldo Gálvez Suárez parecen debatirse entre dos pulsiones contrarias. Por un lado, están atravesadas por hilos conductores que guían al lector hacia el núcleo del delito. Despliegan un afán detectivesco, la búsqueda -fallida o no- de los culpables. Pero esa fuerza centrípeta, por otro lado, se enfrenta en cada libro a las arenas movedizas de la misma pesquisa. La respuesta unívoca nunca está al alcance de la narración, y la anhelada verdad siempre se posterga. Quizás es por eso que cada libro despliega una proliferación de voces y versiones contradictorias de los hechos. Son obras que ponen en escena la construcción del rompecabezas, conscientes de que nunca contarán con todas las piezas necesarias. 

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Cuando el poeta fue a hablarle a Benedicto por segunda vez, no hubo pétalos ni bendiciones ni bienvenida. El General los recibió diciendo que estaba al tanto de un proceso judicial en su contra, pero que él no debía nada.

El equipo de filmación patrocinado por el medio Plaza Pública incluía al poeta, una periodista, un director de cine, y un artista visual (actuando como Cámara 2), todos guatemaltecos. Pasaron al estudio, con la misma mesa amplia al centro, solo que el rompecabezas de la cabaña canadiense había sido reemplazado por uno del Jardín de las Delicias de El Bosco. El infierno estaba a medio construir.

Tienen el original en El Prado, explicó el General repasando su obra con la mirada, y luego esperó a que acomodaran la cámara y las luces.

El documental de esa larga conversación de tres días se encuentra disponible en el sitio de Plaza Pública. Ahí se vislumbra el pensamiento de un soldado único y a la vez emblemático, un general inteligente y de voluntad inquebrantable, y también un hombre de cierta sensibilidad. Tiene un código ético al que parece adherirse con rigor -un código ético íntimamente ligado a la muerte violenta de miles de civiles.

Cuando le preguntan por su interés en los rompecabezas, explica que es un hobby de toda la vida. Disfrutaba armarlos desde su etapa como comandante de Poptún, la base donde entrenan los temidos kaibiles, soldados de fuerzas especiales señaladas de algunos de los crímenes más atroces del conflicto armado interno, y cuyo rito iniciático -de acuerdo a la versión conocida entre guatemaltecos- involucraba criar un cachorro por semanas para luego matarlo con sus propias manos. El General explica que completaba los rompecabezas por las noches, cuando al fin encontraba silencio y soledad. Menciona que armarlos le demuestra que no va a padecer de Alzheimer, como sucedió con su hermano el expresidente, quien murió de esa enfermedad. En un país donde tanto asesino ha evadido responsabilidades jurídicas, resulta apropiado que Romeo Lucas se libre incluso del peso de la memoria. Pero Benedicto no olvida nada.

Nosotros manejábamos mucho los mapas, dice el General viendo el rompecabezas en la mesa, y a través de los mapas era que nosotros planificábamos operaciones.

Indica los movimientos de tropas invisibles sobre el Jardín de las Delicias, como si ahí mismo organizara el cerco a guerrilleros enmontañados.

En base a eso, dice, planificábamos la estrategia, la táctica, para atacar o aniquilar el área.

Continúa hablando de su relación cercana con los soldados, del control que tenía sobre la tropa. En el ’80 y ’81, él mismo manejaba el helicóptero que iba de base en base para inspeccionar el teatro de operaciones. 

Cuando se le pregunta sobre una de tantas fosas comunes encontradas en una base militar, ahí donde cadáveres de hombres, mujeres y niños indígenas tenían vendas cubriéndoles los ojos y cráneos perforados por el tiro de gracia, el General asegura que en su tiempo no podía haber sucedido algo así. 

En rodaje que no ha sido hecho público, la cámara sigue al General mientras camina alrededor de la sala describiendo los distintos reconocimientos en las paredes, y entonces alguien del equipo repara en un rompecabezas recostado contra una esquina. 

¿Y eso qué es?, le preguntan.

El gesto hasta ahora orgulloso del General cambia, alza las cejas y responde con inesperada frustración, incluso desconsuelo:

Es que ese nunca lo regalé, dice. Le falta una pieza que no logro encontrar.

Solo entonces entiende el poeta que se trata del paisaje canadiense de su primera visita. Al acercarse descubre una única pieza ausente justo en el centro, en la cabaña.

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Benedicto Lucas García fue arrestado en su casa el 6 de enero del 2018, menos de dos meses después de la entrevista realizada por el poeta y el equipo del documental. Se le señaló de delitos de desaparición forzada y lesa humanidad. Desde entonces guarda prisión en la cárcel Mariscal Zavala.

La respuesta unívoca nunca está al alcance de la narración, y la anhelada verdad siempre se posterga. Quizás es por eso que cada libro despliega una proliferación de voces y versiones contradictorias de los hechos

Hasta ahora ha sido acusado en dos casos más. En el juicio ya concluido, recibió una sentencia de 58 años de cárcel por su responsabilidad como Jefe del Estado Mayor en 1981 cuando la joven Emma Molina Thiessen fue aprehendida, torturada y violada durante nueve días por miembros de Inteligencia Militar bajo su mando jerárquico. Luego de que la joven lograra escapar de sus captores milagrosamente, estos se presentaron a su casa y secuestraron a su hermano de cinco años, a quien desaparecieron. 

Partes de la entrevista realizada para Plaza Pública se utilizaron en el juicio para mostrar que Benedicto tenía conocimiento y control sobre las acciones de sus tropas y subalternos. En el caso Creompaz, aún en proceso, se le ligó a proceso por el delito de genocidio luego del descubrimiento de 585 osamentas en un cementerio clandestino de una base militar en Alta Verapaz, cerca de su propia casa.

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Años después de su conversación con Benedicto, el poeta iba en bus hacia el Lago de Atitlán cuando un conocido se subió a medio descenso a Sololá. Ya se vislumbraban los tres volcanes que rodean la cuenca cuando le preguntó al poeta en qué andaba.

Pues recién presentamos un docu sobre Benedicto Lucas García, respondió, lo fuimos a entrevistar hace un rato.

No chingués, respondió el otro, fijate que yo también estuve en su casa.

Resultó que había llegado ahí poco antes que el poeta. En esos días trabajaba como técnico de audio y le tocó acompañar a un equipo de filmación que preparaba una película sobre el dictador Efraín Ríos Montt. Eran otros los protagonistas del proyecto; él solo se encargaba de la grabación del sonido, asegurándose de que la voz de Benedicto quedara clara, nítida.

Una locura ese viejo, dijo viendo al poeta, eso de oírlo ahí en su casa, hablando tan fresco.

Entonces pareció recordar algo, mencionó un rompecabezas que Benedicto había estado armando en medio de su sala.

Una cabaña en un bosque, dijo. Así que en una de esas, cuando nadie estaba viendo, me acerqué a la mesa y raaaas -hizo un movimiento fugaz con la mano- le huevié una pieza. Ahí la tengo en mi casa todavía, bien guardadita.